Jake despierta tras una noche tranquila en la comodidad de su cama matrimonial, en su bonita casa ubicada en un vecindario de Pembroke Pines, Florida. El sol apenas empieza a filtrarse por las cortinas, bañando la habitación en una luz suave y dorada. Abre los ojos lentamente, permitiéndose un momento para disfrutar de la paz matutina.
Al voltear la cabeza, lo primero que ve es a su hermosa esposa Chloe, dormida a su lado, con su cabello rubio desparramado sobre la almohada. Una sonrisa se dibuja en el rostro del capitán de las fuerzas especiales. Aún le parece increíble que, después de tantos años, ella siga siendo tan hermosa como el día en que la conoció en la secundaria.
Su historia de amor es como ninguna otra. Jake, el capitán del equipo de fútbol, y Chloe, la típica nerd que nadie esperaba que llamara la atención del popular deportista. Pero algo en ella lo había cautivado desde el primer momento: su inteligencia, su bondad, y esa chispa en sus ojos que la hace única.
Recuerda cómo habían empezado a hablar después de un partido, cómo sus conversaciones se habían vuelto cada vez más frecuentes hasta que no podían imaginar un día sin el otro, y fue así como a los veintitrés años, se casaron en una gran y lujosa ceremonia llena de amigos y familiares, prometiéndose amor eterno, y ahora, con treinta años, son padres de dos hermosos niños. Elizabeth, de cinco años, y Jonathan, de tres.
Jake se inclina hacia Chloe y le da un suave beso en los labios para despertarla. Ella responde con una sonrisa y le devuelve el beso, sus ojos aún medio cerrados por el sueño.
—Buenos días, princesa — murmura Jake, acariciando su mejilla.
—Buenos días, mi amor — responde Chloe, estirándose ligeramente antes de acomodarse más cerca de él —. ¿Dormiste bien?
—Como un bebé —responde Jake, sonriendo —. Siempre duermo bien a tu lado.
Chloe ríe suavemente, una melodía que siempre alegra el corazón de Jake.
—Eres un dulce.
Jake sonríe, muerto de amor. No podría estar más feliz con su vida.
Hijo de un condecorado coronel del ejército estadounidense y una ex agente del MI6, y siendo el menor de tres hermanos muy consentidores, se podría decir que Jake creció como el típico niño rico que durante su niñez y adolescencia solo se preocupó por tener buenas notas en la escuela.
Jake nunca se tuvo que preocupar por nada. No al menos durante su juventud. Ahora, su única preocupación es regresar vivo a casa tras sus misiones en Afganistán, y que su familia esté sana y salva.
Jake podría haber escogido otro camino. Uno menos peligroso. Sus hermanos mayores, Ethan y Sarah, optaron por estudiar carreras universitarias, y es así como Ethan es un prestigioso abogado, socio fundador de una firma que funciona en Nueva York y Londres, y Sarah es una científica ganadora del premio Nobel.
Sí. Jake es de buena familia, al igual que su esposa, y es que ambos se conocieron al asistir a la secundaria más prestigiosa de Florida. Era apenas obvio que dos jóvenes de familias adineradas resultaran juntándose.
Jake, embelesado por la belleza mañanera de su esposa, junta los labios de ambos y empieza a serpentear sus manos por el cuerpo de ella, creyendo que podrán tener un momento de intimidad, pero se le estaba olvidando un pequeño detalle...
—¡Mami! ¡Papi!
Los gritos de sus hijos llenan la habitación mientras corren hacia la cama.
— ¿Ya es hora de ir a la casa de los abuelos?
Jake y Chloe se separan entre risas, con Jake atrapando a Jonathan en sus brazos mientras Elizabeth se lanza sobre Chloe.
—Buenos días, mis príncipes —dice Jake, besando la cabeza de Jonathan, y después estirándose para besar la de Eli —. Sí, hoy vamos a ver a los abuelos. ¿Están emocionados?"
—¡Sí! —responden al unísono los pequeños, sus ojos brillando de emoción — ¡Vamos a jugar con el perro de la abuela y comer sus galletas!
Chloe sonríe, acariciando el cabello de Elizabeth.
—Entonces, será mejor que todos nos preparemos rápido para irnos.
Jonathan y Elizabeth saltan de la cama, sus risas resonando por toda la casa mientras corren hacia la cocina para desayunar.
Antes de pararse de la cama, Jake mira a Chloe con una mezcla de amor y gratitud.
— Nunca me canso de esto —dice, tomando su mano.
—Yo tampoco —responde ella suavemente, para luego ambos levantarse de la cama para unirse a sus hijos en el desayuno.
Mientras Jake se dirige hacia la cocina, su mirada se desvía hacia la pared de la sala, donde un collage de fotografías enmarcadas adorna el espacio. La amplia pared está llena de recuerdos, desde los más recientes hasta los más antiguos: fotos de Jake y Chloe cuando eran niños, momentos de su vida juntos, y, por supuesto, las fotos más recientes, las de sus últimas vacaciones en Costa Rica junto a Elizabeth y Jonathan.
Jake se detiene por un instante frente a una de las fotos que capturan su ceremonia de ascenso a capitán, hace tres años. En la imagen, él aparece con su uniforme de gala impecable, junto a sus padres y sus abuelos. Su abuelo, un veterano de la guerra de las Coreas, y su padre, el coronel con el pecho adornado con numerosas condecoraciones ganadas a lo largo de su vida en el ejército, irradiaban orgullo. Su propio uniforme también ha empezado a lucir algunas medallas, pero Jake sabe que tiene un largo camino por recorrer para igualar los logros de su padre.
Mientras mira la foto, una sonrisa se forma en su rostro. La dedicación y el compromiso de su padre y de su abuelo han sido su inspiración desde que era un niño. Jake siempre ha admirado la determinación con la que su padre y su abuelo había servido a su país, y ahora, como capitán, se encuentra siguiendo esos mismos pasos, decidido a dejar su propia marca.
Jake sabe que aún le queda mucho por alcanzar, pero está preparado para el desafío. Aún le quedan muchas metas por cumplir, muchas condecoraciones por ganar, y él está dispuesto a dar lo mejor de sí para conseguirlas. Con un suspiro de determinación y una última mirada a las fotos, Jake continúa su camino hacia la cocina, donde su familia lo espera para comenzar el día.
Este es su último día de vacaciones. Duró todo un año en Afganistán sin la posibilidad ver a su familia. Y sí que tuvo suerte de que le dieran vacaciones en tan “poco” tiempo. Sus compañeros que están solteros duran años sin volver a casa, y algunos han podido volver antes del tiempo acostumbrado..., pero en ataúdes.
Jake traga saliva pesadamente al recordar que, mañana, apenas vuelva a pisar suelo afgano, su vida volverá a estar en peligro. La realidad de su situación se le clava en el pecho como un peso que nunca desaparece del todo. Mientras observa a Chloe preparar el desayuno y desvía la mirada hacia sus hijos, el pensamiento de la guerra que parece no tener fin se apodera de él.
La misión de Estados Unidos en Afganistán ya lleva dos décadas, y Jake no puede evitar preguntarse cuándo terminará. Cada vez que desplega, siente el peso de la incertidumbre sobre si regresará a casa sano y salvo. A pesar de su entrenamiento y su experiencia, sabe que el peligro en ese país es constante, impredecible, y cada misión lo pone un paso más cerca del borde.
Y una de las razones por las que Jake anhela ascender rápidamente a Mayor es precisamente para salir del campo de batalla. Ansía un puesto de oficina en Washington, un lugar donde pueda hacer su trabajo sin tener que arriesgar su vida a diario. Quiere estar presente para ver a sus hijos crecer, para envejecer junto a Chloe, y no perder más momentos preciosos con su familia por culpa de una guerra interminable.
Con un suspiro profundo, Jake aparta esos pensamientos, intentando centrarse en el presente. Sabe que debe aprovechar cada segundo que le queda con su familia antes de partir nuevamente. Pero en el fondo, la inquietud sigue allí, recordándole que cada día en Afganistán es una apuesta contra el destino.
Podrías simplemente renunciar. Le había dicho su hermano una vez, cuando Jake había regresado de la misión que, hasta el momento, ha sido la más dura que ha tenido en Afganistán, cuando apenas se estaba iniciando en el grupo de las fuerzas especiales. No necesitas estar ahí. Somos una familia pudiente. Podrías invertir en algún negocio o incluso volver a la universidad y estudiar lo que quieras. Hay muchas opciones.
Jake perdió a veinte de sus compañeros aquella noche en la que los Talibanes los emboscaron, y mientras estaba en el hospital, recuperándose de un disparo en una pierna que por poco y lo hace morir desangrado, se pensó durante un instante hacerle caso a su hermano, y es que Jake había alcanzado a estudiar el primer año de Medicina en la prestigiosa universidad de Stanford, pero en realidad solo lo hizo para cumplir con los créditos universitarios que se exigen como requisito para poder enlistarse en el ejército.
No es tan fácil. Le respondió Jake a su hermano aquella vez. El ejército es mi vida.
Para Jake, el ejército no es solo un trabajo o una forma de vida; es su vocación. No está ahí por los beneficios o por la seguridad económica que un empleo con el Estado ofrece. No. Está allí porque, en lo más profundo de su ser, siente que es a donde pertenece.
La disciplina, el honor, el sentido de propósito que encuentra en cada misión lo llenan de una satisfacción que ninguna otra profesión podría ofrecerle. Incluso ahora, a pesar de los peligros constantes y las largas ausencias de casa, no puede imaginarse haciendo otra cosa.
Renunciar al ejército, como sugiere su hermano cada vez que lo ve, es una idea que ni siquiera considera. No se trata solo de dinero o de comodidad; se trataba de quién es él. La vida militar corre por sus venas, y aunque el precio a veces parece demasiado alto, no puede apartarse del camino que ha elegido. El ejército es su vida, y no ve un futuro en el que no esté sirviendo a su país.
Jake también recuerda las palabras de su madre cuando le dio la noticia de que se enlistaría en el ejército. Él tenía apenas veintiún años en ese entonces, y su decisión había caído como un balde de agua fría en la familia. Hasta ese momento, parecía que tenía un futuro prometedor como médico, una carrera que habría sido motivo de orgullo, especialmente en el lado materno de su familia, donde casi todos son doctores.
Su madre, una mujer fuerte y amorosa, había soñado con verlo seguir una trayectoria diferente a la de su esposo y su suegro. Ella sabe más que nadie lo que implica la vida militar, habiendo vivido con un esposo en el ejército y criado a sus hijos con la incertidumbre que esa vida traía.
A ella le había dolido pasar tantos cumpleaños y tantas fechas especiales sin su esposo, así que, cuando Jake le contó su decisión de seguir el camino de su padre, ella no pudo evitar mostrar su desaprobación.
Qué desperdicio. Le había dicho con un tono de tristeza que Jake nunca olvidará. No fue una reacción de enojo, sino de desilusión. Él sabe que su madre no lo decía por maldad, sino por miedo. Ella ama a su esposo profundamente, pero siempre había esperado que sus hijos no siguieran el mismo camino lleno de riesgos y sacrificios.
Para ella, el pensamiento de perder a Jake en una guerra o en una misión peligrosa es aterrador. Quería que él tuviera una vida segura, con un trabajo en el que no tuviera que enfrentarse a la muerte todos los días.
Aquella conversación ha dejado una marca en él, no porque dudara de su decisión, sino porque entiende el dolor que causa a su madre. Pero incluso con esas palabras grabadas en su mente, Jake sabe que no puede vivir una vida que no sintiera como suya. El ejército es su vocación, su pasión, y aunque sabe que nunca podrá convencer completamente a su madre de que esa fue la decisión correcta, espera que algún día ella pueda aceptar que él ha seguido su corazón.
Una hora después, Jake, Chloe y sus hijos llegan a la casa de sus padres. La casa, una construcción acogedora y bien cuidada, está situada en un vecindario tranquilo a las afueras de la ciudad, rodeada de árboles y con un jardín frontal que siempre está en flor.
Apenas estacionan el coche, Elizabeth y Jonathan no pueden contener su emoción y salen corriendo hacia la puerta principal, donde su abuelo ya los espera con una sonrisa amplia y los brazos abiertos.
—¡Abuelo! —gritan al unísono mientras se lanzan hacia él, abrazándolo con toda la energía de su juventud.
Jake observa la escena con una mezcla de ternura y nostalgia, pero cuando levanta la vista, sus ojos se encuentran con los de su madre. Ella lo mira como siempre lo hace antes de cada despliegue: con una mezcla de amor, preocupación, y ese miedo profundo que nunca logra ocultar del todo. Es una mirada que Jake conoce bien, y aunque intenta no pensar en lo que significa, siempre le recuerda lo difícil que son estas despedidas para ella.
Jake suspira, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. Sabe que esta será otra despedida difícil, y aunque él trata de ser fuerte, siempre hay una parte de él que odia ver a su madre sufrir por su elección de vida.
—Hola, mamá. Hola, papá —dice Jake, acercándose a sus padres con una sonrisa cálida, dispuesto a envolverlos en un abrazo lleno de amor. Sabe que los próximos momentos serán cruciales, y aunque no puede borrar el miedo de su madre, espera poder darle al menos un poco de consuelo en estos momentos en familia.
William, el padre de Jake, le palmea la espalda con orgullo cuando lo abraza.
—Estoy muy emocionado, hijo —le dice con un brillo en los ojos —. Volver a Afganistán, seguir en la misión…, sé que harás un trabajo increíble allá, como siempre.
Jake responde con una sonrisa, tratando de absorber el entusiasmo de su padre, pero al intercambiar miradas con su esposa Chloe y su madre, la realidad le golpea de nuevo. Mientras su padre ve la milicia como una continuación del legado familiar, ellas la ven como una amenaza, un peligro constante que pende sobre sus cabezas.
Chloe y su madre no están felices. En sus ojos, Jake puede ver la tristeza que tratan de ocultar, el miedo que no pueden evitar. Es una verdad dolorosa que rara vez se menciona: las que más sufren en la guerra no son siempre los que están en el campo de batalla, sino las mujeres que quedan atrás, esperando, rezando, temiendo por la vida de sus seres queridos.
El contraste entre el orgullo de su padre y el pesar en los ojos de Chloe y su madre es evidente. Nadie habla de ello abiertamente, pero Jake siempre lo ha sabido muy bien. A pesar de sus convicciones y su amor por el ejército, cada despedida le recuerda que la guerra no solo es su carga, sino también la de ellas.
—¡Whiskey! —exclama Jonathan al ver al Lobero irlandés que su abuela Julia compró hace cinco años en uno de sus constantes viajes a Inglaterra, y que William tuvo que aceptar a regañadientes, ya que los perros no son de su agrado. O sea, trabajó con ellos en el ejército, pero no los quería como mascotas.
El enorme lobero se acerca a ellos con la cola moviéndose de un lado a otro con entusiasmo. Jonathan, siempre el más rápido, es el primero en agacharse para acariciar al perro, riendo mientras el animal se deleita con las atenciones. Jake sonríe al ver la escena y decide unirse, agachándose también para consentir a Whiskey.
El perro, con su pelaje áspero y su porte majestuoso, ha sido un compañero fiel para su madre, y Jake aprecia la tranquilidad que le brinda a ella, en medio de tanto estrés.
—Hola, campeón. ¿Me vas a extrañar? Porque yo sin duda te extrañaré a ti.
Mientras acaricia a Whiskey, Jake no puede evitar recordar cómo de niño siempre había querido tener un perro, pero su padre nunca fue un amante de los animales, así que ese deseo quedó sin cumplir.
Sin embargo, la vida tiene sus formas curiosas de dar vueltas. Aunque no había tenido un perro de pequeño, ahora tiene a Caleb esperándolo en Afganistán, un perro al servicio del ejército que se ha convertido en su fiel compañero en las misiones. Caleb no es solo una mascota; es un compañero de trabajo, entrenado para situaciones extremas, y en cierto modo, ha llenado ese vacío que Jake había sentido durante su niñez de tener un amigo fiel.
Mientras Whiskey se deleita con las caricias de Jonathan y Jake, este último piensa en lo curioso que es tener ahora dos perros importantes en su vida, cada uno en un lugar diferente, pero ambos ofreciendo consuelo y compañía en momentos clave.
Después de los saludos iniciales, la familia se acomoda en el jardín trasero de la casa, un lugar tranquilo y acogedor, donde el sol brilla suavemente sobre el césped bien cuidado. La conversación fluye con naturalidad, mezclada con risas y anécdotas, mientras Jake disfruta de la compañía de sus seres queridos y un vaso de limonada helada, sabiendo que pronto tendrá que despedirse de ellos.
De repente, el timbre de la casa suena, interrumpiendo la charla. Jake mira a sus padres, arqueando una ceja. No se esperaba que alguien más viniera.
—¿Esperaban a alguien? —pregunta el capitán.
Se voltea, curioso por saber quién será la inesperada visita. Su madre se levanta para abrir la puerta, y cuando lo hace, la sorpresa se refleja en el rostro de todos. Ahí, parados en el umbral, están Ethan y Sarah. Tal parece que su madre tampoco sabía sobre esta visita, ya que su sorpresa es evidente; da un gritito de emoción y se empina para abrazarlos.
Tanto Ethan como Sarah son personas ocupadas, con vidas agitadas, pero al parecer, han querido estar presentes para despedir a Jake antes de su regreso a Afganistán.
—¡Hermanos!
Jake no puede contener la alegría que lo inunda al verlos. Se levanta de su silla y corre hacia ellos, envolviéndolos en un abrazo lleno de amor y gratitud. Los tres hermanos se funden en un dulce abrazo, un momento que habla de su profundo vínculo.
Jake acaricia la cabeza de su hermano, hundiendo los dedos en su cabello corto y sintiendo el familiar calor fraternal. Al mismo tiempo, inhala el aroma del cabello rubio de Sarah, que le recuerda inmediatamente la fragancia del pelo de su hija Elizabeth. Es un aroma reconfortante, cargado de recuerdos y de lazos familiares que trascienden el tiempo y la distancia.
Este momento, rodeado de sus padres, hijos y hermanos, es un recordatorio de lo que realmente importa en la vida de Jake: su familia. Mientras permanecen abrazados, Jake sabe que, sin importar lo que suceda en Afganistán, siempre tendrá un hogar al que regresar, lleno de amor y de personas que lo esperan con los brazos abiertos.
En el patio trasero de la casa de sus padres, Jake disfruta del cálido ambiente familiar. Ethan ha traído unas cervezas, y entonces el militar no tarda en abrir una, saboreando el sabor frío y amargo que tanto le gusta. Su padre también tiene una cerveza en mano, y los tres hombres comparten risas y anécdotas, sumidos en la camaradería que solo el tiempo y la sangre pueden forjar. Mientras toma un sorbo, Jake nota la mirada de su hermana Sarah, que los observa desde su silla con una mezcla de desaprobación y resignación en sus ojos. Conoce bien esa mirada; Sarah es una cristiana muy devota, y aunque nunca impone sus creencias, su desaprobación hacia el alcohol siempre es evidente. Jake se fija en el delicado collar de oro que Sarah lleva puesto, con un pequeño dije en forma de cruz que descansa justo sobre su pecho. Ese collar es más que un simple accesorio; representa la fe profunda que ella lleva consigo en todo momento. A pesar de crecer en una familia donde la fe es una parte
Débora baja del avión con una mezcla de emoción y cansancio. El vuelo corto desde Nueva York a Washington es corto, pero la adrenalina del viaje y la incertidumbre del futuro la mantienen alerta. Al salir de la sala de desembarque, sus ojos se encuentran con un hombre en uniforme militar que sostiene un cartel con su nombre, "Débora López". Sabe en ese momento que su gran aventura ha comenzado. —¡Hola! —saluda al militar, muy emocionada, como una niña en su primer día de escuela —. ¡Yo soy Débora! El militar la mira raro. No es la primera vez que Débora causa esa impresión en los demás. Ella es una persona muy expresiva, y aunque a veces tiende a ser introvertida, en realidad es extrovertida cuando se siente en su salsa. El militar termina por saludarla con una inclinación de cabeza y la conduce hacia una camioneta militar estacionada en las afueras del aeropuerto. Dentro del vehículo, dos jóvenes enfermeros la esperan, ambos con expresiones similares a la suya: una mezcla de expec
Después de un largo viaje lleno de escalas, en vuelos que parecían interminables, Débora y Jake finalmente aterrizan en Afganistán. Débora, aunque agotada, no puede contener la mezcla de emoción y nerviosismo que la invade. El calor del desierto se siente como un golpe al salir del avión, un contraste brutal con el aire acondicionado de los aeropuertos y los aviones. Jake, siempre impasible, se muestra acostumbrado, mientras que Débora, que apenas se está adaptando, ajusta su pañuelo en la cabeza para protegerse del sol. Las camionetas militares los están esperando. Soldados uniformados con armas en mano, los guían hasta los vehículos. Débora se sube a una de ellas, tomando asiento junto a los enfermeros Daniel y Mark, quienes a pesar de su juventud, parecen estar tomándolo todo con calma. Jake sube al vehículo que va al frente, liderando el convoy. Mientras avanzan por un camino de tierra lleno de polvo, Débora mira a su alrededor, fascinada por el árido paisaje, montañas que parece
Después del largo y agotador viaje, Jake finalmente ingresa a su habitación en la base. A diferencia de muchos otros soldados, él tiene el privilegio de una habitación propia, gracias a su rango como oficial. Es un espacio pequeño, pero acogedor, que ha llegado a considerar su refugio personal en medio del desierto. Con una eficiencia característica de su personalidad militar, Jake abre su maleta y comienza a organizar sus pertenencias en tiempo récord. Camisetas, pantalones, botas, y algunos artículos personales encuentran rápidamente su lugar. Sin embargo, al fondo de la maleta, algo capta su atención. Ahí está, la fotografía que su hermana Sarah tomó con su cámara Instax Mini antes de que él partiera. La imagen inmortaliza aquel último momento feliz que tuvo con su familia, rodeado de risas en el patio trasero de la casa de sus padres. Jake sostiene la polaroid por unos segundos, y una sonrisa suave y melancólica se dibuja en su rostro. Esa fotografía le recuerda lo que más apr
Jake trota junto a sus soldados, su respiración acompasada con el ritmo constante de sus pasos. El sonido de su placa militar colgando de una cadena se escucha en cada golpe sutil contra su pecho mientras mantiene la mirada fija al frente, y aunque el sudor comienza a caer por su frente, Jake se siente en su elemento. Para él, volver a la rutina militar es como regresar a casa. En su mente, compara esta vida con los momentos que pasa en casa. Aunque ama a su familia, nunca se ha sentido del todo cómodo con la vida tranquila. El estar cuidando a los hijos o ver telenovelas en el sofá lo pone ansioso, como si algo le faltara. Las responsabilidades domésticas, aunque necesarias, nunca le han dado el mismo sentido de propósito que la vida en el ejército. Las armas, la estrategia, la adrenalina de la acción…, eso es lo suyo. Aquí, en el desierto, liderando a sus hombres, siente que está exactamente donde debe estar. La acción es lo que mantiene su mente enfocada y su corazón latiendo c
Contra todo pronóstico, Jake es quien rompe el silencio a mitad de su desayuno. Ha estado observando a Débora de reojo, notando su serenidad y el aire de calma que parece llevar a donde quiera que va. Aunque no suele entablar conversaciones fácilmente, algo en ella le resulta interesante. Pero, por supuesto, su interés no tiene ninguna connotación romántica ni mucho menos. Él ama profundamente a su esposa Chloe, y siempre ha sido fiel tanto en pensamiento como en acción. Para él, el único interés que siente por Débora es en el ámbito de una posible amistad. Algunas personas podrían verlo con malos ojos, eso de que un hombre casado tenga amigas. Lo mismo pasa cuando una mujer casada mantiene amistades con otros hombres. Sin embargo, Jake y Chloe tienen una relación basada en la confianza absoluta. Él sabe que Chloe sigue en contacto con algunos amigos de la universidad, y de vez en cuando sale a tomar café con ellos, y para Jake eso nunca ha sido un problema. Sabe que el amor que tien
El primer rayo de sol se filtra a través de las cortinas pesadas del pent-house, iluminando ligeramente la habitación. Ethan parpadea, sus ojos ajustándose a la tenue luz que invade el espacio, mientras una punzada de dolor en su cabeza le recuerda la cantidad de alcohol que consumió la noche anterior. El estruendo lejano del tráfico de Londres le parece un eco lejano que reverbera en su cráneo. Se gira en la cama, y ahí está ella: la supermodelo inglesa Cara McAllister. Sus rasgos perfectos, suaves y simétricos, descansan plácidamente sobre la almohada, su largo cabello cae en suaves cascadas, y su desnudez está apenas cubierta por la fina sábana blanca. A cualquiera le parecería una escena de ensueño, pero para Ethan ya es solo otra rutina. Mira el reloj sobre su mesita de noche; ya ha pasado la hora en la que se suponía debía empezar su día, pero no tiene ninguna prisa. Después de todo, él es el jefe. Con un suspiro pesado, extiende el brazo y sacude ligeramente a la chica que no
El estudiante que ha hecho la pregunta se queda pensativo, claramente impresionado por la respuesta de Sarah. Otros estudiantes comienzan a intercambiar murmullos, asombrados por la combinación de fe y ciencia que acaban de presenciar. Sarah concluye su respuesta con una sonrisa tranquila. —Al final del día, cada uno de nosotros decide en qué creer, y eso está bien. Yo solo puedo decirles que, cuanto más estudio el universo, más convencida estoy de que detrás de toda esta belleza y complejidad, hay un Creador. La clase queda en silencio por unos segundos más, y luego algunos de los estudiantes asienten con respeto. Ethan, desde su lugar, no deja de mirarla con orgullo. Su hermana no solo es una de las mejores científicas del mundo, sino que también es alguien que sabe defender su fe con sabiduría y respeto, algo que siempre ha admirado profundamente en ella. Finalmente, Sarah retoma su clase como si nada hubiera pasado, pero Ethan sabe que esa breve conversación ha dejado una marc