Después de un largo viaje lleno de escalas, en vuelos que parecían interminables, Débora y Jake finalmente aterrizan en Afganistán. Débora, aunque agotada, no puede contener la mezcla de emoción y nerviosismo que la invade. El calor del desierto se siente como un golpe al salir del avión, un contraste brutal con el aire acondicionado de los aeropuertos y los aviones. Jake, siempre impasible, se muestra acostumbrado, mientras que Débora, que apenas se está adaptando, ajusta su pañuelo en la cabeza para protegerse del sol.
Las camionetas militares los están esperando. Soldados uniformados con armas en mano, los guían hasta los vehículos. Débora se sube a una de ellas, tomando asiento junto a los enfermeros Daniel y Mark, quienes a pesar de su juventud, parecen estar tomándolo todo con calma. Jake sube al vehículo que va al frente, liderando el convoy. Mientras avanzan por un camino de tierra lleno de polvo, Débora mira a su alrededor, fascinada por el árido paisaje, montañas que parecen lejanas y el cielo intensamente azul que cubre el horizonte.
El trayecto no es largo, pero la chica médico siente cómo el cansancio se acumula en su cuerpo. Sin embargo, al acercarse a la base, su agotamiento se desvanece momentáneamente al ver la imponente estructura de la FOB Shank. La base es más grande de lo que imaginaba, prácticamente una pequeña ciudad americana en medio del desierto. Hay tiendas de campaña, edificios de concreto, vehículos militares y una torre de control. A lo lejos, puede ver las barracas y algunos soldados entrenando.
Cuando las camionetas se detienen, Jake baja primero y, con una señal, indica a Débora y los demás que lo sigan.
—Bienvenidos a FOB Shank —dice con voz firme —. Este será su nuevo hogar durante el tiempo que decidan servir aquí.
Débora desciende, mirando a su alrededor, maravillada y un poco intimidada al mismo tiempo. No puede evitar notar el contraste entre el bullicio de los soldados y el silencio del desierto más allá de las vallas de la base. Siente algo en el pecho al ver que hay una pequeña estación de la Cruz Roja Americana justo al borde del campamento militar. Jake le explica que esa estación de servicio es esencial en las zonas de despliegue, pero que desde que el médico principal renunció, han estado funcionando con una capacidad mínima.
—Es por eso que estás aquí —le dice Jake, mientras la mira de reojo —. Te necesitábamos.
Débora siente el peso de la responsabilidad que se le ha confiado, pero al mismo tiempo, una oleada de entusiasmo recorre su cuerpo. Este es el lugar donde ella hará la diferencia, el lugar donde, quizás, encontrará el propósito que ha estado buscando durante tanto tiempo.
Mientras Jake guía a Débora y a los dos jóvenes enfermeros hacia la zona de las residencias del personal médico, lo primero que llama la atención de la chica es la familiaridad con la que todos saludan a Jake. A cada paso que da, parece que alguien lo reconoce y le dedica una sonrisa o una inclinación de cabeza. Soldados, oficiales, e incluso el personal de limpieza de la base lo saludan con respeto y afecto.
— Capitán Miller —dice uno de los soldados alzando la mano —, ¡Bienvenido de vuelta!
Jake, con su habitual postura erguida y su semblante serio, responde con un ligero gesto de cabeza y una breve sonrisa que revela su personalidad reservada, pero también cercana. Después, se detiene unos segundos para estrechar la mano de un hombre mayor con pinta de secretario que parece llevar años trabajando en la base.
—Es bueno verte, Hank —le dice Jake —. ¿Cómo está la familia?
El hombre mayor sonríe ampliamente, visiblemente agradecido por la atención.
—Todo bien, capitán. Como siempre, trabajando duro por aquí.
Débora observa en silencio, asombrada. No esperaba que un hombre con la apariencia rígida y el rol de comandante de una base militar tuviera este tipo de relación cálida con las personas. Mientras avanzan, es evidente que Jake es querido no solo por sus habilidades como líder, sino por la nobleza que hay detrás de su actitud aparentemente dura.
Incluso el personal de limpieza lo saluda con cariño. Una joven que empuja un carro de suministros le sonríe con timidez.
—Capitán — le dice suavemente mientras pasa junto a él.
Jake responde de manera informal, inclinando apenas la cabeza. Débora, caminando detrás de él, empieza a ver otra faceta de este hombre al que todos respetan y admiran. Detrás de su exterior de típico militar serio, se esconde alguien que, claramente, ha ganado el afecto de aquellos que viven y trabajan en esa base, como si todos lo vieran como una figura protectora y cercana.
Débora ya puede notar cómo, poco a poco, esa rudeza que asoció con Jake al principio es solo una capa exterior. Lo que hay debajo es una bondad genuina, un hombre que, aunque lucha en un mundo lleno de rudeza, conserva en su interior una nobleza y sensibilidad que no muchos pueden ver de inmediato. Mientras caminan, Débora no puede evitar sentirse más tranquila al saber que estará bajo el mando de alguien que, sin duda, se preocupa por los que lo rodean.
—Les daría un recorrido por toda la base, pero tengo cosas por hacer. Otro soldado podrá colaborarles con eso —dice Jake apenas se detiene frente a uno de los edificios, y gira para encarar a Débora, Daniel y Mark. Con su expresión seria pero calmada, toma un respiro antes de comenzar a hablar —. Bien, aquí es donde estarán alojados durante su tiempo en la base —señala el edificio que tienen frente a ellos —. Es simple, pero cómodo. Los hombres duermen en una sección y las mujeres en otra. Cada uno tendrá su propia habitación y un baño compartido. Hay duchas disponibles a ciertas horas, así que asegúrense de organizarse.
Los tres lo escuchan atentamente, asimilando cada palabra. Débora, aunque exhausta, siente una mezcla de nervios y emoción; este será su hogar por un tiempo indefinido, en medio del desierto y a kilómetros de distancia de cualquier lugar familiar.
Jake continúa, manteniendo el tono firme pero accesible.
—En cuanto a las comidas, el comedor principal está a unos cinco minutos caminando desde aquí. Hay horarios fijos: desayuno a las seis de la mañana, almuerzo a las doce, y la cena a las seis de la tarde. Si por alguna razón no pueden llegar a tiempo, pueden pedir comida para llevar, pero traten de respetar los horarios.
Daniel y Mark asienten enérgicamente, mientras que Débora observa cada detalle de la base, sintiéndose abrumada pero a la vez ansiosa por empezar.
—Ahora, en cuanto a la seguridad...— prosigue Jake, adoptando un tono más serio —, es lo más importante. Esta base está bien protegida, pero no olviden que estamos en un territorio hostil. Siempre deben seguir las reglas de seguridad, sin excepciones. No salgan de las áreas designadas sin autorización, y siempre sigan las instrucciones del personal militar.
Débora siente un escalofrío recorriéndole la espalda al recordar dónde está. Aunque la base parece segura, las palabras de Jake la traen de vuelta a la realidad. Está en una zona de guerra.
—También quiero que sepan —agrega Jake, mirándolos a los tres —, que cualquier cosa que necesiten, pueden acudir a mí o a cualquiera de los oficiales. No duden en preguntar. Estamos aquí para trabajar juntos, y su seguridad y bienestar son mi prioridad —hace una pausa, observando las reacciones de cada uno —. Sé que puede ser un poco abrumador al principio, pero con el tiempo se acostumbrarán. Esta base tiene todo lo que necesitan para hacer su trabajo y mantenerse a salvo.
Débora asiente agradecida, sintiendo que está en buenas manos. Aunque el lugar le es desconocido y el entorno la intimida, la calma de Jake y su actitud protectora le brindan cierta paz.
Jake finaliza la explicación con un comentario que sorprende a Débora.
—Y, por si lo necesitan, incluso hay un pequeño supermercado en la base donde pueden comprar algunos bocadillos o chucherías.
A Débora le gusta que, en medio de un lugar tan rudo como esa base militar, exista algo tan cotidiano como una tienda para comprar dulces.
Daniel, quien parece haber recuperado algo de energía tras la larga travesía, aprovecha el momento para hacer una pregunta que lo ha estado rondando desde que llegaron.
— ¿Y también venden cerveza?
Débora no puede evitar soltar una carcajada, ya que el comentario de Daniel le parece inesperado y cómico en ese ambiente tan disciplinado. Incluso a Jake, aunque le hizo gracia la pregunta, se aguanta la risa con un gesto serio. Con la mirada firme, le responde:
—Lo siento, nadie puede beber alcohol en la base, está estrictamente prohibido.
A pesar de la seriedad de Jake, la atmósfera se siente más ligera. Tras esa breve interacción, el capitán se despide de ellos.
—Cualquier cosa, ya saben dónde encontrarme.
Luego de dar media vuelta, Jake sigue su camino, manteniendo su compostura habitual. En cuanto desaparece de la vista, Débora, Daniel y Mark estallan en risas, liberando la tensión acumulada tras el viaje. La imagen de Jake aguantando la risa frente a la pregunta de Daniel se les queda grabada, y por un momento, sienten que han roto la barrera entre lo profesional y lo personal.
—Creo que ya nos empezamos a sentir como en casa —dice Débora entre risas, y los tres se encaminan hacia las residencias, sintiéndose un poco más relajados a pesar del lugar en el que están.
Después del largo y agotador viaje, Jake finalmente ingresa a su habitación en la base. A diferencia de muchos otros soldados, él tiene el privilegio de una habitación propia, gracias a su rango como oficial. Es un espacio pequeño, pero acogedor, que ha llegado a considerar su refugio personal en medio del desierto. Con una eficiencia característica de su personalidad militar, Jake abre su maleta y comienza a organizar sus pertenencias en tiempo récord. Camisetas, pantalones, botas, y algunos artículos personales encuentran rápidamente su lugar. Sin embargo, al fondo de la maleta, algo capta su atención. Ahí está, la fotografía que su hermana Sarah tomó con su cámara Instax Mini antes de que él partiera. La imagen inmortaliza aquel último momento feliz que tuvo con su familia, rodeado de risas en el patio trasero de la casa de sus padres. Jake sostiene la polaroid por unos segundos, y una sonrisa suave y melancólica se dibuja en su rostro. Esa fotografía le recuerda lo que más apr
Jake trota junto a sus soldados, su respiración acompasada con el ritmo constante de sus pasos. El sonido de su placa militar colgando de una cadena se escucha en cada golpe sutil contra su pecho mientras mantiene la mirada fija al frente, y aunque el sudor comienza a caer por su frente, Jake se siente en su elemento. Para él, volver a la rutina militar es como regresar a casa. En su mente, compara esta vida con los momentos que pasa en casa. Aunque ama a su familia, nunca se ha sentido del todo cómodo con la vida tranquila. El estar cuidando a los hijos o ver telenovelas en el sofá lo pone ansioso, como si algo le faltara. Las responsabilidades domésticas, aunque necesarias, nunca le han dado el mismo sentido de propósito que la vida en el ejército. Las armas, la estrategia, la adrenalina de la acción…, eso es lo suyo. Aquí, en el desierto, liderando a sus hombres, siente que está exactamente donde debe estar. La acción es lo que mantiene su mente enfocada y su corazón latiendo c
Contra todo pronóstico, Jake es quien rompe el silencio a mitad de su desayuno. Ha estado observando a Débora de reojo, notando su serenidad y el aire de calma que parece llevar a donde quiera que va. Aunque no suele entablar conversaciones fácilmente, algo en ella le resulta interesante. Pero, por supuesto, su interés no tiene ninguna connotación romántica ni mucho menos. Él ama profundamente a su esposa Chloe, y siempre ha sido fiel tanto en pensamiento como en acción. Para él, el único interés que siente por Débora es en el ámbito de una posible amistad. Algunas personas podrían verlo con malos ojos, eso de que un hombre casado tenga amigas. Lo mismo pasa cuando una mujer casada mantiene amistades con otros hombres. Sin embargo, Jake y Chloe tienen una relación basada en la confianza absoluta. Él sabe que Chloe sigue en contacto con algunos amigos de la universidad, y de vez en cuando sale a tomar café con ellos, y para Jake eso nunca ha sido un problema. Sabe que el amor que tien
El primer rayo de sol se filtra a través de las cortinas pesadas del pent-house, iluminando ligeramente la habitación. Ethan parpadea, sus ojos ajustándose a la tenue luz que invade el espacio, mientras una punzada de dolor en su cabeza le recuerda la cantidad de alcohol que consumió la noche anterior. El estruendo lejano del tráfico de Londres le parece un eco lejano que reverbera en su cráneo. Se gira en la cama, y ahí está ella: la supermodelo inglesa Cara McAllister. Sus rasgos perfectos, suaves y simétricos, descansan plácidamente sobre la almohada, su largo cabello cae en suaves cascadas, y su desnudez está apenas cubierta por la fina sábana blanca. A cualquiera le parecería una escena de ensueño, pero para Ethan ya es solo otra rutina. Mira el reloj sobre su mesita de noche; ya ha pasado la hora en la que se suponía debía empezar su día, pero no tiene ninguna prisa. Después de todo, él es el jefe. Con un suspiro pesado, extiende el brazo y sacude ligeramente a la chica que no
El estudiante que ha hecho la pregunta se queda pensativo, claramente impresionado por la respuesta de Sarah. Otros estudiantes comienzan a intercambiar murmullos, asombrados por la combinación de fe y ciencia que acaban de presenciar. Sarah concluye su respuesta con una sonrisa tranquila. —Al final del día, cada uno de nosotros decide en qué creer, y eso está bien. Yo solo puedo decirles que, cuanto más estudio el universo, más convencida estoy de que detrás de toda esta belleza y complejidad, hay un Creador. La clase queda en silencio por unos segundos más, y luego algunos de los estudiantes asienten con respeto. Ethan, desde su lugar, no deja de mirarla con orgullo. Su hermana no solo es una de las mejores científicas del mundo, sino que también es alguien que sabe defender su fe con sabiduría y respeto, algo que siempre ha admirado profundamente en ella. Finalmente, Sarah retoma su clase como si nada hubiera pasado, pero Ethan sabe que esa breve conversación ha dejado una marc
Débora se encuentra sentada en su cama, con la Biblia abierta sobre su regazo y una libreta a un lado. Está en su devocional matutino, algo que no es solo una rutina para ella, sino una profunda conexión diaria con Dios. Cada versículo lo analiza con cuidado, reflexionando en lo que significa no solo para el contexto en el que fue escrito, sino también para su propia vida. Anota pensamientos, preguntas y respuestas que el Espíritu Santo le revela mientras estudia. Sabe que el tiempo es limitado, pues las responsabilidades del día la aguardan, pero nunca sacrifica ese momento de intimidad espiritual. Una vez termina su devocional, cierra la Biblia con cuidado y deja la libreta a un lado. Luego, se apresura a encontrarse con Mark y Daniel en el comedor. Los tres jóvenes toman sus bandejas y se sientan en una mesa, charlando sobre las tareas del día. Sin embargo, mientras ríen por un comentario de Daniel, Débora siente algo que captura su atención al otro lado del salón. Al alzar la vis
Jake se encuentra bajo el agua caliente de la ducha, pero no siente alivio. El vapor llena el pequeño espacio, pero su mente está atrapada en las imágenes de la emboscada. Cada gota que cae sobre su piel parece aumentar el peso de la culpa que siente. Se apoya contra la pared, dejando que el agua fluya, mientras su mente repite una y otra vez los momentos cruciales de la misión. Todo había estado bajo control, hasta que lo perdió todo. Con las manos sobre su rostro, se pregunta qué fue lo que falló. Él había revisado la estrategia innumerables veces, cuidando cada detalle, sin embargo, no todos sus hombres regresaron con vida. Trece soldados muertos y más de treinta heridos. Trece familias esperando un padre, un hijo, un esposo que nunca volverá. El dolor lo consume, y aunque sabe que es parte de la guerra y que de hecho ya había pasado por situaciones similares y peores, esta vez se siente diferente. Esta vez él estaba al mando. Las voces de sus superiores ya resuenan en su cabeza.
Débora se despierta con el animado sonido de la alarma de su celular, el ringtone "Praise" de Elevation Worship y Brandon Lake llenando la habitación con su melodiosa alabanza. Abre los ojos lentamente, dejando que la música le recuerde la grandeza de Dios. Extiende los brazos, estirándose sobre la cama, sintiendo el inicio de un nuevo día. Se incorpora con cuidado, susurrando una breve oración de agradecimiento por el don de otro día. Con movimientos casi automáticos, Débora se desliza de la cama y se arrodilla en el suelo. Coloca sus rodillas sobre sus chanclas desgastadas, un hábito que ha adquirido para aliviar el dolor que solía sentir cuando pequeña por pasar tanto tiempo arrodillada orando. Sus rodillas amoratadas son una pequeña muestra de su devoción inquebrantable. Cierra los ojos y comienza a orar. Las palabras fluyen con facilidad, un diálogo íntimo con su Creador. Ora por su familia, por su padre que aún se aferra a la vida en su pequeña casa en Queens, por los amigos q