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Dos personas en el mismo lugar, dos misiones distintas

Después del largo y agotador viaje, Jake finalmente ingresa a su habitación en la base. A diferencia de muchos otros soldados, él tiene el privilegio de una habitación propia, gracias a su rango como oficial. Es un espacio pequeño, pero acogedor, que ha llegado a considerar su refugio personal en medio del desierto. 

Con una eficiencia característica de su personalidad militar, Jake abre su maleta y comienza a organizar sus pertenencias en tiempo récord. Camisetas, pantalones, botas, y algunos artículos personales encuentran rápidamente su lugar. Sin embargo, al fondo de la maleta, algo capta su atención. Ahí está, la fotografía que su hermana Sarah tomó con su cámara Instax Mini antes de que él partiera. 

La imagen inmortaliza aquel último momento feliz que tuvo con su familia, rodeado de risas en el patio trasero de la casa de sus padres. Jake sostiene la polaroid por unos segundos, y una sonrisa suave y melancólica se dibuja en su rostro. Esa fotografía le recuerda lo que más aprecia en el mundo, esos momentos sencillos con las personas que ama.

Jake camina hasta una de las paredes de su habitación, donde tiene pegadas varias fotos de su familia: él y Chloe sonriendo con los niños, él con sus hermanos y sus padres, y una en la que Ethan y él están riendo después de una broma. Incluso tiene una foto en donde aparece con Caleb. Sin dudarlo, Jake coloca la nueva polaroid junto a las demás, completando su pequeño collage. 

Mientras contempla las imágenes, siente un nudo en la garganta. Extraña a su familia más de lo que quisiera admitir. Sin embargo, el pensamiento de que este puede ser su último año en Afganistán le da algo de alivio. 

"Un año más", piensa para sí mismo, mientras su mirada se fija en la foto de sus hijos. "Un año más y estaré en casa para quedarme."

Jake se sienta en el borde de su cama, agotado pero aliviado de haber llegado a salvo, y con ganas de comunicarse con Chloe y con toda su familia. En la base, el acceso a internet es extremadamente limitado. Si alguno de los soldados o civiles quiere comunicarse con sus familias, deben ir al cibercafé para hacer videollamadas o enviar correos electrónicos, y esas llamadas, por supuesto, están monitoreadas por el ejército para evitar la filtración de información sensible. Sin embargo, como oficial de alto rango, Jake tiene un privilegio que pocos en la base poseen: un teléfono satelital. 

Saca el dispositivo de su mochila, recordando que tiene permitido hacer solo dos llamadas al día. Por muy limitadas que sean, estas llamadas son su única conexión directa y privada con su familia, un pequeño respiro en medio de la tensión constante.

Jake marca el número de Chloe, sabiendo que en casa ya deben ser cerca de las siete de la tarde. El tono de llamada suena una vez, luego otra, y después escucha la voz familiar y cálida de su esposa al otro lado.

—¡Jake, cariño! —la voz de Chloe se oye llena de emoción—, ¿llegaste bien?

—Sí, llegué sano y salvo —responde él con una sonrisa cansada—. Estoy en la base. El viaje fue largo, pero todo está en orden.

—Ya te extraño —dice Chloe, su voz revelando la tristeza que intentaba esconder—. Los niños preguntan por ti todo el tiempo. Jonathan dijo que quiere que le leas un cuento antes de dormir.

Jake se ríe suavemente al imaginarse a sus hijos. Las despedidas siempre son duras, y aunque intenta mantenerse fuerte, extrañar a su familia es inevitable.

—Diles que los amo y que estaré pensando en ellos —responde con ternura—. Y tú, por favor cuídate. Nada de conducir en la noche.

A Jake no le gusta que Chloe conduzca en la noche. Hace unos meses, ella tuvo que salir a comprar un medicamento de urgencia para Jonathan, y casi se estrella. Ella nunca ha sido buena conduciendo.

Chloe guarda silencio por un momento, y Jake puede notar el esfuerzo que está haciendo para no llorar. Al final, ella toma aire y le responde.

—Lo haré, lo prometo. Tú también cuídate, mi amor. Cada día rezo por tu seguridad.

Aunque Jake no comparte la fe de Chloe, su tono refleja el respeto que siente por sus creencias.

—Estaré bien —dice, tratando de infundirle confianza—. Un año más y estaré en casa. Se acabarán los largos viajes.

Tras intercambiar algunas palabras más de cariño, ambos se despiden. Jake cuelga, mirando el teléfono satelital por unos segundos antes de marcar el siguiente número. La sensación de estar lejos de su familia nunca se hace más fácil, pero tiene que mantenerse enfocado.

Aprovechando que aún le queda una llamada, Jake decide marcar el número de la casa de sus padres. El tono suena un par de veces antes de que la voz cálida y familiar de su madre conteste.

—¡Jake! —exclama ella con alivio evidente—. ¿Llegaste bien?

—Sí, mamá, ya estoy en la base —responde Jake con una sonrisa que ella no puede ver, pero que puede sentir en su voz—. Todo está bajo control.

Su madre suspira aliviada, pero no tarda en expresar la preocupación que lleva guardando desde que supo de su despliegue.

—Por favor, cuídate mucho, Jake —le ruega con voz temblorosa—. Sabes que no me gusta que estés allá, y espero que esta sea la última vez. He estado orando todos los días para que pronto estés de vuelta, en casa, donde perteneces.

Jake sonríe para sus adentros, pensando en lo predecible que es su madre. No se le haría raro que ella hubiera sido quien convenció a su padre de hablar con los altos mandos del ejército para tratar de conseguirle una plaza en Washington, algo más seguro y estable. Era una posibilidad que rondaba en su mente desde que su padre le mencionó la oportunidad de un ascenso y el fin de sus despliegues en Afganistán.

—Lo sé, mamá —responde con suavidad—. Es muy probable que este sea mi último año aquí. Después, estaré más cerca de ustedes.

—Eso espero, hijo —responde ella con un suspiro, como si se quitara un peso de encima—. No sabes cuánto te extrañamos.

Jake la deja desahogarse unos segundos más antes de que la voz grave de su padre se escuche al otro lado del teléfono, tomando el control de la conversación.

—Jake, campeón, ¿cómo está todo por allá? —pregunta su padre, directo al punto, como siempre.

—Todo bien, pá. Llegamos sin problemas. Ya estamos instalándonos.

—Me alegra oír eso —responde su padre con ese tono de orgullo que siempre usa cuando habla con Jake—. Sabes que estamos muy orgullosos de ti, defendiendo a la patria, haciendo lo que pocos se atreven. Estás haciendo un gran trabajo, hijo.

Jake sonríe, agradeciendo esas palabras que siempre lo han motivado. Su padre, un hombre de principios y disciplina, nunca ha sido muy efusivo con sus emociones, pero el orgullo que siente por Jake siempre ha estado presente, aunque de manera sutil.

—Gracias, papá. Eso significa mucho para mí —responde Jake, dejando que esas palabras se asienten en su mente.

Tras unos minutos más de conversación, hablando de la familia y del futuro, Jake y sus padres se despiden. Cuando cuelga, Jake se recuesta en su cama por un momento, dejando que el cansancio del largo viaje finalmente lo alcance. Sabía que este podría ser su último despliegue, pero hasta que no estuviera seguro, seguirá manteniéndose firme en su misión.

******

Jake se despierta a la hora acostumbrada, 4:45 a.m., con el reloj interno de un soldado bien entrenado. Se incorpora de la cama rápidamente, sus movimientos son automáticos. Lo primero que hace es tender su cama con precisión militar, sin dejar ni una arruga en las sábanas. Se viste con su uniforme de entrenamiento, ajusta sus botas y sale al exterior, donde el aire frío del desierto todavía se siente, a pesar de que el sol comienza a despuntar. Se dirige al lugar de formación, donde ya lo esperan los soldados que tiene a su cargo para el trote matutino, una rutina que cumple con disciplina antes de cualquier otra cosa.

Mientras tanto, en el mismo campamento, a las 5:00 a.m., Débora abre los ojos. A diferencia de Jake, su despertar no está marcado por el deber, sino por la gratitud. Se toma un momento para estirarse y se arrodilla al lado de su cama, apoyando las manos en el borde del colchón. Su primer pensamiento es para Dios. En voz baja, da gracias por un nuevo día, por la oportunidad de servir, y ora por protección y sabiduría. Pide por aquellos a los que va a atender, por los soldados que arriesgan sus vidas, y por ella misma, que, aunque está lejos de su hogar, se siente guiada por algo mucho más grande.

El contraste entre Jake y Débora es evidente: mientras él está inmerso en sus responsabilidades y las rutinas estrictas de la vida militar, ella encuentra paz y fortaleza en su fe, comenzando el día con una conexión espiritual que le da propósito. Dos personas en el mismo lugar, con misiones distintas, pero ambos cumpliendo con lo que sienten que es su deber.

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