Picnic

Dios, el abrupto movimiento de sus caderas, me indica que no debería haber dicho eso.

Aumenta la presión de su cuerpo empujándome contra la puerta y su boca impacta contra la mía.

—Sí —jadeo mientras forcejeo con su camiseta. Me enciendo con solo mirarlo.

Aparta las manos de mis pechos y las desliza hacia abajo. Oigo que se desabrocha la cremallera y entiendo de inmediato su comentario sobre la ausencia de obstrucciones. Me aparta las bragas a un lado. No me da tiempo a prepararme para la intensidad y la velocidad que se aproxima. Me levanta una pierna hasta la cintura, se coloca y se hunde en mí empotrándome contra la puerta con un bramido. Yo grito.

—No grites —me ordena—, quieres que los demás huéspedes o empleados te escuchen.

No me da tiempo a adaptarme. Me penetra repetidas veces, con fuerza, una y otra vez, y hace que toque el cielo de placer. Aprieto los labios para evitar gritar y dejo caer la cabeza sobre su hombro con delirante desesperación.

No puede ser, creo que voy a de
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