No soy tan hermoso

(...)

Las cinco y media, ufff, ya salió el sol, me he levantado de la cama en compañía de Harry; no para hacer travesuras, tampoco para darnos una ducha mañanera, menos para desayunar, no, todo tiene que ver con que a él de pronto se le viniera la idea de querer hacer un viaje express de veinticuatro horas.

Salimos de la ciudad en su coche en dirección a Alberta, casi doscientos setenta y cuatro kilómetros lejos de la ciudad de Edmonton. De vez en cuando, lo sorprendo mirándome a mí en lugar de a la carretera. Y cada vez que lo hago me sonríe y me aprieta la rodilla, sobre la que ha llevado la mano durante la mayor parte del viaje. Empiezo a pensar que mi esposo es romántico, apasionado, bastante inestable, tremendamente seguro de sí mismo y exageradamente rico. Ah, y bestial en cuanto al sexo.

—¿Dónde me llevas? —pregunto—, es que ya nos hemos alejado de la ciudad, llevamos tres horas de camino.

Me mira con una ceja enarcada y baja el volumen de la música con los mandos del volante.

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