Ay Ferando...
FernandoLos celos se instalaron en mi pecho como un intruso silencioso. Al principio, apenas un cosquilleo intermitente que aparecía cada vez que Tomás entraba en escena, con su andar ágil y despreocupado, siempre gravitando alrededor de Valeria como una polilla atraída por la luz. Intenté ignorarlo, convencerme de que era una estupidez. Los ojos de Valeria nunca se iluminaban cuando él se acercaba. Su sonrisa profesional nunca adquiría ese tinte cálido y cómplice que reservaba para mí. Pero el veneno ya se había infiltrado, y contra mi voluntad, sentía cómo se extendía lentamente por mis venas.Mis visitas a la clínica se convirtieron en un ritual de contradicciones. Por un lado, anhelaba esos momentos donde Valeria y yo trabajábamos juntos, sus manos guiando mis movimientos con la precisión de quien conoce cada músculo, cada tendón de mi cuerpo. Me entregaba a sus indicaciones con la confianza de un creyente, y cada pequeño avance se sentía como una victoria compartida. Pero siempr
FernandoEl sonido del reloj era lo único que rompía el silencio asfixiante de la habitación. Tic. Tac. Tic. Tac. Cada segundo caía como una gota helada sobre mi piel. Un eco constante que no me dejaba escapar. Un recordatorio punzante de lo que había perdido.Mis ojos, antes orgullosos y seguros, se detuvieron en mis piernas, inmóviles sobre el reposapiés de la silla de ruedas. Aún esperaba, en lo más profundo de mí, que todo esto fuera una pesadilla. Una alucinación inducida por el dolor o por los sedantes que me dieron tras la cirugía. Que despertaría en mi cama, entero, fuerte. Que volvería a ser... yo.Pero no lo era.La imagen del auto viniendo a toda velocidad cruzó por mi mente como un latigazo. El ruido seco del impacto. El crujido del metal. El estallido del vidrio. El instante en que mi cuerpo salió despedido, y el mundo se apagó. Mi corazón latió con violencia, como si tratara de escapar de esa memoria, pero ya era tarde. El sudor frío me cubrió la frente. Sentí la angus
ValeriaCerré la puerta de la habitación de Fernando con suavidad, intentando que no se notara lo mucho que el corazón me latía. Caminé unos pasos por el pasillo y me apoyé en la pared, soltando un suspiro que no supe que tenía contenido hasta ese momento. Aún podía oler su perfume, aún podía escuchar el eco de su voz grave resonando en mi cabeza. Una voz firme, llena de rabia contenida, pero también tan honesta en su desesperanza que me había estremecido.Fernando Casteli era hermoso. Esbelto, de hombros anchos, con ese tipo de presencia que no necesita esfuerzo para imponerse, incluso desde la silla de ruedas. Era como si su postura, su mirada, su forma de estar quieto pero consciente de cada centímetro del espacio, desafiara la idea de fragilidad. Había en él una elegancia rota, pero intacta. Una belleza que contrastaba con el metal de la silla, como si esta no pudiera contener del todo su esencia. Su rostro era todo líneas marcadas y ojos intensos, de esos que parecen mirar directo
FernandoNo dormí bien esa noche. El rostro de Valeria Cruz aparecía en mi mente cada vez que cerraba los ojos. Esa mirada firme, libre de compasión, había dejado una impresión que no podía ignorar. Por más que intentara convencerme de que su actitud solo era parte de su trabajo, algo en su voz resonaba en mi pecho como un eco molesto."Estoy aquí para ayudarlo a dar el primer paso. Pero eso depende de usted."No podía sacarme esas palabras de la cabeza. Tal vez porque, en el fondo, sabía que tenía razón. Pero admitirlo significaba aceptar que, hasta ahora, yo mismo había sido el mayor obstáculo en mi recuperación.El sol apenas comenzaba a filtrarse por la ventana cuando el sonido de un golpe suave en la puerta interrumpió mis pensamientos. La noche había sido un tormento continuo, la espalda me ardía con ese dolor sordo que se había vuelto mi compañero constante desde el accidente, y mis piernas —esas extremidades ahora extrañas para mí— hormigueaban con una sensación fantasma que lo
Valeria El eco de mis propios pasos resonaba en el pasillo mientras me alejaba de la sala de fisioterapia. Mantuve mi postura profesional hasta doblar la esquina, lejos de cualquier mirada curiosa. Solo entonces permití que mis hombros se relajaran y que el aire contenido escapara lentamente de mis pulmones.Fernando Casteli. Había algo en él que me inquietaba de una manera que no podía explicar. Quizás era esa combinación de orgullo herido y vulnerabilidad mal disimulada, o tal vez la intensidad con la que sus ojos oscuros me desafiaban, como si constantemente me retara a rendirme con él.Pero había visto algo más durante esa primera sesión completa. Había visto a un hombre soportando un dolor demoledor en silencio obstinado, negándose a ceder incluso cuando su cuerpo temblaba por el esfuerzo. Y al final, cuando se trasladó solo a la silla a pesar del agotamiento, había captado un destello de determinación pura bajo toda esa hostilidad."No estamos aquí para demostrar cuánto puede so
Fernando El sonido de la puerta al cerrarse detrás de Valeria pareció sellar mi destino para la siguiente hora. Sentado en la silla de ruedas junto a la camilla, observé cómo ella organizaba los implementos necesarios para la sesión. Su postura era recta, sus movimientos precisos y calculados, como si nada en el mundo pudiera desviarla de su propósito.Mi mandíbula se tensó al recordar la sesión del día anterior. Cada músculo de mi cuerpo seguía doliendo, recordándome lo lejos que estaba de ser el hombre que solía ser. Y, sin embargo, algo dentro de mí se había encendido. No era solo la frustración o el deseo de volver a caminar. Era la forma en que Valeria me miraba, como si viera algo en mí que yo había olvidado que existía.—Hoy trabajaremos en fortalecer la parte baja de su espalda y la musculatura de las piernas —dijo, interrumpiendo mis pensamientos—. Este ejercicio es fundamental para recuperar el equilibrio y la estabilidad necesarios para caminar.Su tono era profesional, pe
El aire en la sala de fisioterapia parecía cargado de algo más que el simple esfuerzo físico. El sonido de la respiración agitada de Fernando aún resonaba en mis oídos mientras él permanecía acostado en la camilla, con el pecho subiendo y bajando lentamente mientras recuperaba el aliento. La última serie de ejercicios había sido intensa, pero había logrado más de lo que cualquiera —quizás incluso él mismo— habría esperado.Lo había visto en sus ojos. Esa chispa fugaz que brillaba cada vez que superaba un límite, aunque se negara a admitirlo. Y, sin embargo, algo había cambiado en el instante en que el teléfono sonó y el nombre de Isabel Domínguez apareció en la pantalla.Yo no debía haber prestado atención. No debía haberme permitido sentir esa punzada de incomodidad al ver la expresión en su rostro, mezcla de sorpresa y frustración. Pero lo hice. Y, aunque él había optado por ignorar la llamada y continuar con la sesión, la tensión invisible que se instaló en el aire desde ese momento
FernandoEl aire fresco de la noche aún parecía adherirse a mi piel mientras giraba las ruedas de mi silla para regresar a la habitación. Cada metro recorrido se sentía más pesado que el anterior, aunque el cansancio físico no era lo que más pesaba en mi pecho.Era ella.La forma en que su presencia había irrumpido en mi silencio sin pedir permiso. La manera en que sus palabras habían atravesado la armadura que llevaba meses construyendo a mi alrededor. Y, sobre todo, la mirada que me había dedicado antes de marcharse, como si en sus ojos marrones se ocultara la respuesta a una pregunta que yo aún no sabía formular.“Solo con los que me importan.”