Cartografía de cicatrices.

El mirador era una lengua de cemento suspendida sobre el vacío. Mónic apoyó las manos en la baranda helada, sintiendo el latido de la ciudad a 300 metros bajo sus pies. Los edificios se extendían como circuitos luminosos, cada ventana encendida, era una chispa de vidas ajenas. Dominick se inclinó a su lado, su aliento dibujando fantasmas en el aire nocturno.

— Cuando te conocí —murmuró, rozando su hombro con el suyo — pensé que eras de esas personas que iluminan habitaciones solo al entrar — Hizo una pausa, dejando que el viento se llevara las palabras — ahora sé que eres de las que iluminan universos enteros desde las cenizas.

Mónic cerró los ojos. El aroma a pimienta rosa y salvia silvestre, la esencia que Dominick usaba desde que ella mencionó que le recordaba a las mañanas de domingo; se mezclaba con el olor metálico de la altura. En algún lugar entre las sombras, un grillo raspaba sus alas en un vals solitario.

— No te pediré que olvides — continuó él, deslizando algo frío y p
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