El despacho de la terapeuta olía a lavanda y tinta seca. Mónic se aferraba al borde del sofá de lino crudo, sintiendo cómo el reloj de pared contaba cada latido con el tictac de un juez implacable. Fuera, la lluvia arañaba los cristales como dedos fantasmas intentando entrar. — Hoy hablaremos de Jhon — anunció la Dra. Varga, ajustando sus gafas de carey. Su voz era suave pero imparable, como la marea. Mónic tragó saliva. Notó el peso del colgante de mariposa rozando su esternón, aún extraño contra su piel. "Renacer", había dicho Dominick. Pero en ese instante, solo sentía el vértigo de caer. — Él… — la palabra se atascó en su garganta, afilada — Me hacía recoger vidrios rotos descalza. Decía que así aprendería a no quebrar cosas valiosas. Una gota de sudor frío le recorrió la espalda. En el silencio que siguió, el zumbido del ventilador se convirtió en el runrún de aquel generador de la cabaña segura, aquel que sonaba cada vez que… — Mónic — La voz de la Dra. Varga la trajo de vu
El mirador era una lengua de cemento suspendida sobre el vacío. Mónic apoyó las manos en la baranda helada, sintiendo el latido de la ciudad a 300 metros bajo sus pies. Los edificios se extendían como circuitos luminosos, cada ventana encendida, era una chispa de vidas ajenas. Dominick se inclinó a su lado, su aliento dibujando fantasmas en el aire nocturno. — Cuando te conocí —murmuró, rozando su hombro con el suyo — pensé que eras de esas personas que iluminan habitaciones solo al entrar — Hizo una pausa, dejando que el viento se llevara las palabras — ahora sé que eres de las que iluminan universos enteros desde las cenizas. Mónic cerró los ojos. El aroma a pimienta rosa y salvia silvestre, la esencia que Dominick usaba desde que ella mencionó que le recordaba a las mañanas de domingo; se mezclaba con el olor metálico de la altura. En algún lugar entre las sombras, un grillo raspaba sus alas en un vals solitario. — No te pediré que olvides — continuó él, deslizando algo frío y p
El jardín de la Hacienda Malvorich brillaba bajo el crepúsculo dorado, cada detalle impregnado de la firma excéntrica de Edgar Malvorich. Mónic observó su reflejo en el espejo art déco de la suite nupcial, ajustando el collar de diamantes negros que su padre había creado exclusivamente para ella: una mariposa cuyas alas esculpidas en platino albergaban zafiros tallados como lágrimas. — Tu padre quiere verte — anunció Clarisa, su madre, entrando con un vestido de seda color champán que contrastaba con sus manos ásperas de años trabajando — Trajo… algo. Edgar esperaba en el umbral, impecable en un traje hecho a medida por un sastre milanés, sus manos — famosas por diseñar joyas para la realeza — sosteníando una caja de ébano tallado. A sus 36 años, irradiaba la elegancia de quien había convertido el dolor en arte. — Creí que estabas muerta — confesó, voz quebrada por una verdad que aún le quemaba la garganta — Tu madre y yo… nos separamos... Me mintieron durante años... dijeron que h
La vida puede ser comparable con una montaña rusa, llena de altos y bajos, cambiando con gran rapidez; negando la posibilidad de acostumbrarse a una cosa u otra, llena de curvas mortales que dejan una horrible sensación de vacío en el pecho.También podemos pensar que es como la rueda de la fortuna, en un momento podemos estar en la cima y al siguiente podemos estar abajo, en el fondo; no deja de dar giros, cambiando de forma constante.Los cambios pueden ser buenos o malos, traerte alegría o lágrimas; ella lo sabia muy bien.
Mientras un corazón herido buscaba sanar otro latía desesperado, intentando estabilizar con vida y no hundirse en su propia miseria, porque nada hiere más que saber que se a lastimado al ser amado, no importa cuándo tiempo pase, el sufrimiento propio nunca será suficiente cuando se a causado una herida que deja huella en tu alma gemela y aún más cuando se cometió un error consciente de su propio.3 meses habían pasado ya, los más largos de toda su vida... su corazón dolía con cada latido que daba, nunca imagino que la ausencia de alguien pudiera doler tanto, la sensación de vacío se había instalado en su pecho y parecía no querer abandonarlo.Dolía... cómo nunca imaginé que podría doler un amor, ni siquiera en sus años de juventud, cuando había sido plantado en el altar por Clarisa; su corazón había doli
Podría decir con seguridad que si vida era un completo desastre, no tenía mente para nada que no fuera pensar en cómo encontrar a Mónic y darle una disculpa sincera. Entre el trabajo y la preocupación terminarían consumiendo lo casi en totalidad.¿Que estaba haciendo con su vida?, convirtiendola en un completo desastre... debia comenzar a concentrarse en el trabajo o su empresa se iría a pique.Desde muy temprano ya se encontraba en su oficina, todos los días eran iguales; llegaba con el sol y se iba con la luna, nadie imaginaba por el tormento que pasaba en s
Le costaba creer que ya estaba de regreso, después de 3 meses huyendo de su realidad y de los problemas que debía enfrentar, porque era consciente que eso era lo que había estado haciendo: huir para no enfrentar a Dominick, quizás era porque no se sintió lista para hacerlo o quizás porque sabía que cuando él la mirada con esos ojos grises cargados de arrepentimiento ella caería ante sus encantos.¿Por qué negarlo?, no importaba cuánto se hubiera alejado, aún seguía total e irremediablemente enamorada de Dominick Carbajal, su amor no se había construido de la noche a la mañana, había llevado tiempo, sacrificios y enfrentado momentos tantos como buenos malos; En algún lugar de la ciudad la luna llena brillaba en su máximo esplendor, apoderandose del cielo colmado de estrellas; una imagen espectacular, digna de observar. Dominick Carbajal se encontraba observando ese hermoso panorama, quería escapar por un momento de sus responsabilidades, no soportó el encierro de ese gran salón de fiesta donde se suponía que debía estar, atendiendo a sus responsabilidades.Esa noche se había visto obligado a asistir a un baile de máscara, un evento llevado acabo para recaudar fondos, un acto de beneficencia; una noble causa con la que estaba encantando de colaborar pero se sinti&oacCapítulo IV: Entre máscaras.