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​​​​​​​*—Antonella:

La noche anterior había sido perfecta.

Antonella despertó sintiendo el calor aún persistente en su piel, un recuerdo tangible de todo lo que había compartido con Max. Sus músculos estaban deliciosamente adoloridos, y la plenitud que embargaba su pecho la hizo sonreír.

Giró lentamente sobre la almohada y lo encontró allí, dormido a su lado, tan apuesto y tranquilo como nunca antes lo había visto.

Max descansaba boca arriba, con una expresión serena y relajada, su pecho subiendo y bajando en una respiración pausada. La sábana apenas cubría su cintura, dejando expuesto su torso marcado, donde aún podían verse rastros de su pasión: los pequeños arañazos de sus uñas, los rastros de besos esparcidos en su cuello y clavícula. Antonella sonrió con picardía. Recordaba exactamente cómo y cuándo los había hecho.

No tenía idea de que había una mujer tan atrevida dentro de ella… hasta que él la sacó a la luz.

Deslizó una mano bajo la almohada y se permitió admirarlo sin reserva
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