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​​​​​​​*—Antonella:

Cuando Antonella volvió a la conciencia, sintió como si su cuerpo estuviera hecho de plomo. Su cabeza latía con un dolor sordo y constante, su mejilla ardía como si siguiera recibiendo el golpe una y otra vez, y un cansancio profundo se asentaba en cada fibra de su ser. No quería moverse. No quería abrir los ojos. Solo quería hundirse en la nada, desaparecer, dejar de sentir todo aquello que la estaba destruyendo por dentro, pero la realidad no se desvanecería solo porque ella lo deseara.

Con un suspiro tembloroso, se obligó a incorporarse. El cuarto estaba sumido en la penumbra y, a través de la ventana, la noche ya cubría el cielo. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? La idea de haber pasado horas allí, tirada como si fuera un simple objeto, le hizo un nudo en la garganta.

A regañadientes, se acercó al tocador y, al ver su reflejo en el espejo, su estómago se revolvió.

Su mejilla izquierda estaba hinchada, una mancha rojiza y amoratada comenzaba a expandirse
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