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​​​​​​​*—Max:

Max se sentía en la novena nube.

Sus ojos vagaron por la cama donde Antonella yacía. La visión de ella lo dejó sin aliento: su cabello rojizo se derramaba sobre las sábanas blancas en una maraña seductora, su piel nívea estaba salpicada con las marcas de sus besos y caricias, y sus mejillas seguían encendidas con el resplandor del placer. Sus labios, entreabiertos, aún parecían susurrar su nombre.

Era un ángel… su ángel. Y él la había adorado como tal.

El recuerdo de su unión lo hizo estremecer. Habían estado sincronizados de una forma casi mágica, conectados en cuerpo y alma, perdiéndose y encontrándose en el otro con cada movimiento, con cada susurro entre jadeos. La había saciado, lo sabía… pero su hambre por ella era insaciable. Aún la deseaba.

Max bajó la mirada hacia su propio cuerpo y soltó un suspiro. Su erección persistía, testigo de cuánto la necesitaba todavía, pero Antonella merecía un descanso, y además, tenía asuntos que atender antes de rendirse de nuevo a
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