Capítulo 3

En el corazón de esta antigua metrópolis, donde la belleza y el peligro bailaban un tango eterno, Valentina Rossi estaba perdida en un mundo de imágenes capturadas en papel.

Su pequeño estudio se encontraba inundado de fotografías. Láminas en blanco y negro se mecían suavemente, colgando de hilos que cruzaban el espacio. Los ojos de Valentina, ágiles y voraces, devoraban cada imagen mientras su corazón latía al compás de la emoción.

Había una foto en particular que siempre la transportaba a otro tiempo: una anciana con un pañuelo en la cabeza, sentada en la puerta de una vieja casa, con los ojos nublados pero llenos de historias. Valentina recordaba el día que la tomó; el aroma a café recién hecho y el murmullo de las conversaciones en italiano. Había algo en la mirada de la anciana que le hablaba de una vida vivida con pasión y valentía.

En otra esquina del cuarto, una fotografía en color de un atardecer sobre el puerto de Nápoles acariciaba los sentidos con tonos de naranja, rojo y púrpura. Los barcos danzaban en el agua, y la luz capturada en el objetivo de Valentina parecía una caricia tibia en la piel.

Mientras examinaba sus fotografías, pensaba en cómo su arte le permitía conectar con el mundo. A través de su lente, descubría rincones y personas que hablaban de lo efímero y lo eterno. Y recientemente, su cámara la había llevado a conocer a Alessandro Lombardi, el enigmático millonario, dueño de un anticuario, cuya melancolía y misterio la habían cautivado.

Mientras perdía la mirada en una foto de un niño jugando en una fuente, su teléfono vibró. Un mensaje de Alessandro iluminó la pantalla: — ¿Te gustaría venir a mi tienda mañana? Tengo algo que mostrarte.

Su corazón saltó. No podía esperar para verlo de nuevo. Sin embargo, al ver el mensaje y leer que tenía una tienda, le pareció extraño. No sabía que tenía una tienda de antigüedades. Tal vez era uno de los tantos negocios que el hombre tenía. Se decía que era no millonario, sino multimillonario y un gran filántropo. Aunque algunos decían que era un dinero grabado gracias al trabajo arduo de sus padres, y otros decían que era porque su familia, una de las más antiguas de Nápoles, había pertenecido a la mafia desde siempre. Una vocecita le advirtió, pero ella la hizo a un lado.

El mensaje de Alessandro iluminó la pantalla de su teléfono y Valentina sintió un escalofrío de emoción al leerlo. Su corazón latía con fuerza mientras leía las palabras: "¿Te gustaría venir a mi tienda mañana? Tengo algo que mostrarte."

La idea de verlo de nuevo la llenó de anticipación y emoción. Durante todo el día, no pudo evitar pensar en su encuentro en las calles de Nápoles y en el misterio que rodeaba a ese enigmático hombre. Pero el mensaje también la dejó intrigada. No sabía que Alessandro tenía una tienda, y mucho menos una de antigüedades.

Pasó horas frente al espejo de su habitación, tratando de elegir el atuendo perfecto para su encuentro con Alessandro al día siguiente. Se probó varios vestidos, contemplando su reflejo en el espejo. Había un vestido verde con estampado de flores que le daba un aire fresco y juvenil, un vestido rojo que resaltaba su pasión y energía, un vestido azul de tela suave y delicada que le confería una elegancia sutil y, finalmente, un vestido amarillo de encaje que le encantaba y que realzaba su feminidad.

Valentina se sentía indecisa, preguntándose cuál sería la elección adecuada. Por un lado, sabía que Alessandro tenía la reputación de ser un hombre bien vestido y elegante en todo momento. Por otro lado, ella no era de las que buscaban marcas de diseñador ni ostentación en la moda. Quería sentirse auténtica y cómoda, pero también deseaba causar una buena impresión.

Finalmente, optó por el vestido amarillo de encaje y unas sandalias de tacón alto, pero informales que tenía en su armario. Combinó el conjunto con accesorios sencillos pero elegantes. Cuando finalmente se miró en el espejo, se sintió satisfecha con su elección. El amarillo resaltaba su piel oliva y los detalles de encaje añadían un toque de sofisticación.

La noche pasó lentamente para Valentina, llena de anticipación y mariposas en el estómago. No podía evitar preguntarse qué tenía Alessandro para mostrarle en su tienda y qué revelaciones podrían surgir en ese encuentro. Por un momento, las advertencias en su mente volvieron a aparecer, pero las apartó. Estaba dispuesta a descubrir más sobre el enigmático hombre que había entrado en su vida de manera tan inesperada.

Al día siguiente, con su cámara al hombro, Valentina caminó por las calles adoquinadas de Nápoles hasta llegar a la tienda de antigüedades de Alessandro. El lugar era un tesoro escondido, con estanterías repletas de objetos que parecían susurrar secretos del pasado. El olor a madera vieja y libros antiguos envolvía el ambiente.

Alessandro, con su cabello oscuro y ojos profundos, la saludó con una sonrisa tímida. Vestido con un traje impecable que evocaba la elegancia de un tiempo olvidado, parecía un príncipe sacado de las páginas de un libro de historia.

—Te estaba esperando, Valentina—dijo con una voz suave.

La condujo hacia la parte trasera de la tienda, donde había una mesa cubierta de fotografías antiguas. Valentina quedó asombrada al ver la colección; cada imagen era una ventana a un pasado que ya no existía. Los ojos de Alessandro brillaban mientras le mostraba la meticulosa colección de su familia. Fue entonces cuando Valentina comprendió la profundidad de su conexión: ambos eran guardianes de historias y momentos a través de sus respectivas pasiones.

Hablaron durante horas sobre la historia detrás de cada fotografía, y cómo estas pequeñas piezas de papel eran capaces de preservar emociones y sentimientos. Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas cuando Alessandro le mostró una imagen de su abuela, una mujer bellísima con una mirada audaz y decidida.

—Me recuerda a la fotografía que tomaste de la anciana—, dijo Alessandro. —Es como si captaras su espíritu.

— ¿Cómo sabes de esa foto?

—Después de que te conocí averigüé un poco, y me dijeron que una amiga tuya tenía un restaurante donde colocaba tus fotos a manera de exposición. Supe que habías vendido varias de tus fotos a clientes del restaurante. Fui y vi, esa foto en particular, la de la anciana, y quedé impactado.

—Bueno…muchas gracias.

Valentina sintió un nexo especial entre ellos; compartían un amor por la historia y un deseo de preservar la belleza en el mundo, a pesar de estar rodeados por la sombra de la mafia y la corrupción.

Al salir de la tienda, Valentina no pudo evitar tomar una fotografía de Alessandro en la puerta. La luz del atardecer le daba un halo dorado, y parecía un guardián eterno de tesoros olvidados.

En los días que siguieron, ella encontró una nueva dimensión en su fotografía. Comenzó a capturar momentos que hablaban no solo de la belleza, sino también de la fortaleza y la resistencia. A través de su lente, captó la esperanza en los ojos de un joven vendedor de flores, la determinación de una madre llevando a sus hijos a la escuela y la fuerza de un viejo pescador reparando sus redes.

Una tarde, mientras se encontraba en su pequeño estudio debajo de su apartamento, recibió una visita inesperada. Alessandro, con un ramo de rosas rojas en sus manos y una sonrisa nerviosa, se encontraba en la puerta.

—Quiero agradecerte—, murmuró. —Me has mostrado cómo la belleza puede florecer incluso en los lugares más oscuros—

Valentina, emocionada, le mostró su última fotografía: una imagen de la tienda de Alessandro bajo la luz de la luna, con la sombra de su figura en la puerta.

—Esta es mi favorita—, dijo. —Porque te ves como un protector y la luz de la luna iluminándote, parece que te otorgara su poder. Casi como un súper héroe—se echó a reír.

Alessandro sonrió—soy todo, menos un superhéroe—tomó su mano y, juntos, se perdieron en un mar de imágenes y recuerdos.

En ese pequeño estudio, en el corazón de una ciudad donde la mafia y la historia se entrelazaban, ambos encontraron refugio en su compartida pasión por capturar y preservar momentos llenos de significado.

                                                                                  *****

Varios días habían pasado desde su último encuentro con Alessandro y Valentina no dejaba de pensar en él, y en esos ojos misteriosos. Con su cabello  ondeando detrás de ella, y su cámara alrededor de su cuello, se sumergió en la rica cultura de la ciudad, en busca de inspiración. Sus pensamientos, sin embargo, estaban plagados por la enigmática figura de Alessandro Lombardi.

Él por su parte, encontraba sus pensamientos consumidos por la joven fotógrafa. En su mundo, donde el peso de las viejas tradiciones y los lazos familiares a menudo amenazaban con asfixiarlo, la pasión de Valentina por la vida era como un soplo de aire fresco.

Pero esa tarde soleada en especial, ambos tendrían una sorpresa. Mientras Valentina exploraba las estrechas calles, encontró un pequeño café escondido. Su sorpresa fue mayúscula al ver a Alessandro sentado en una mesa, leyendo un periódico. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.

— ¿Vienes mucho por aquí? — preguntó Valentina, intentando controlar el latido acelerado de su corazón.

—Podría hacerte la misma pregunta— respondió Alessandro con una sonrisa suave—He pensado en ti, estos últimos días—no pudo evitar confesar.

—Y yo he estado a punto de escribirte varias veces a tu móvil, pero…bueno, eres un hombre ocupado. No quería molestar.

—Tu jamás me molestarías —le dio una mirada enigmática.

—Y entonces… ¿puedo sentarme a tu lado?—preguntó ella señalando la silla cerca de él.

—Por supuesto que sí. Acabas de hacer mi tarde mucho mejor.

Así, con café y risas, comenzaron una serie de encuentros casuales que parecían más destino que coincidencia.

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