Capítulo 4

Los días se convirtieron en semanas, y las conversaciones fluyeron tan fácilmente como el vino en las noches tranquilas. Hablaban de arte, historia y la misteriosa dualidad de Nápoles. Valentina se encontraba hipnotizada por la forma en que Alessandro hablaba de su ciudad, con amor y un toque de melancolía.

En uno de sus encuentros, caminaron juntos por el antiguo puerto. El aire salado mezclado con el aroma de pescado fresco y el sonido de las gaviotas creaba un telón de fondo perfecto para sus risas compartidas. Valentina sintió la atracción creciendo, un deseo indescriptible de conocer los secretos detrás de los ojos de él.

Ya en la noche, Bajo el manto de las estrellas, Alessandro y Valentina pasearon por un animado muelle, donde pequeños carros de comida ofrecían delicias culinarias. El aroma tentador de la cocina italiana llenaba el aire, mezclándose con el sonido de la brisa marina y las risas de las personas que disfrutaban de la noche.

Valentina se sentía emocionada y agradecida por este encuentro. Alessandro había sugerido explorar los puestos de comida del muelle, una idea que ella encontró encantadora y auténtica. Ambos se detuvieron en un pequeño carro de comida donde un hombre sonriente ofrecía pizzas recién horneadas.

—¿Te gustaría probar una pizza napolitana? —preguntó Alessandro con una sonrisa.

—Bueno…—se echó a reír—ya he probado muchas. Recuerda que vivo aquí.

Ël la miró misterioso—pero jamás has probado una conmigo…—le guiñó un ojo descaradamente.

Ella empezó a reír—es cierto. ¡Claro! No puedo resistirme a una buena pizza y mucho menos en tan buena compañía—respondió Valentina, emocionada por la idea.

El hombre del carro les preparó una pizza margarita, una de las variedades más simples pero deliciosas de la cocina italiana. La pizza estaba coronada con tomates frescos, mozzarella derretida, albahaca que cortaba de varias pequeñas macetas que tenía en un rincón de su carrito, y un chorrito de aceite de oliva.

Valentina tomó una porción caliente y saboreó el estallido de sabores en su boca. La combinación de ingredientes frescos y la masa fina y crujiente era absolutamente deliciosa. Miró a Alessandro, quien estaba disfrutando de su pizza con evidente placer.

—Esta es increíble. Gracias por traerme aquí —dijo Valentina con una sonrisa.

—De nada, Valentina. Quería mostrarte un poco de la auténtica comida napolitana, en un sitio nada elegante. Te juro que encentras tesoros aquí.

—Oh sí, eso es algo que puedo creer.

Esto parte de lo que disfruto hacer cuando no estoy en mis obligaciones, y me gusta compartirlo contigo —respondió Alessandro, mirándola con esos ojos negros que parecían contener un universo de secretos.

Después de terminar la pizza, continuaron su paseo por el muelle. Pasaron por otros puestos que ofrecían desde mariscos frescos hasta postres tradicionales italianos. Se detuvieron en un puesto de helados y compartieron un cono de gelato, disfrutando de cada cucharada mientras hablaban y se reían.

Alessandro le contó sobre su amor por la gastronomía y cómo había crecido disfrutando de las delicias italianas en la mesa de su familia. Valentina compartió anécdotas sobre su infancia y su pasión por la fotografía. Hablaban con naturalidad, como si se conocieran desde siempre.

Finalmente, encontraron un lugar, donde no había mucha gente alrededor. Se sentaron frente al mar, con el suave murmullo de las olas de fondo. La brisa marina jugueteaba con sus cabellos mientras observaban el reflejo de la luna en el agua.

—Esta noche ha sido maravillosa, Alessandro. Gracias por todo —dijo Valentina, con gratitud en sus ojos.

Él sonrió y le tomó la mano con suavidad. Sus dedos se entrelazaron con los de ella, creando un lazo cálido y reconfortante.

—La maravilla ha sido mía, Valentina. Estar contigo es un regalo que aprecio profundamente. —Alessandro habló con sinceridad, su mirada intensa fija en la de ella.

La conversación fluyó con facilidad, y Valentina sintió que estaba con alguien con quien podía ser ella misma. Compartieron risas, secretos y sueños. La noche avanzó y los dos se dieron cuenta de que había una conexión especial entre ellos, algo que iba más allá de lo que habían experimentado antes.

El muelle seguía vivo con la actividad nocturna, pero para Valentina y Alessandro, el mundo se redujo a esa mesa junto al mar. La magia de Nápoles, la comida deliciosa y, sobre todo, la compañía el uno del otro, crearon un momento inolvidable en sus vidas. Ambos sabían que esta noche era solo el comienzo de algo que prometía ser extraordinario.

Sin embargo, Valentina siempre sentía que él tenía secretos, que mantenía esa pared que no dejaba penetrar, y decidió arriesgarse.

—Alessandro, hay mucho que no se de ti, siento que hay algo que no me cuentas. A veces te veo reír, pero tu sonrisa no llega hasta tus ojos y tu expresión en algunos momentos se vuelve triste o pensativa. ¿Por qué parece que llevas el peso del mundo en tus hombros? — preguntó con suavidad.

Alessandro pareció retroceder un poco. Sus ojos se oscurecieron y tardó unos momentos en responder. —Mi familia... tenemos una larga historia en Nápoles. No todo es lo que parece. Hay responsabilidades, expectativas. Es un equilibrio delicado—, dijo con un suspiro.

Valentina, sintiendo la gravedad de sus palabras, simplemente le tomó la mano. No necesitaba saber los detalles; sabía que había algo más profundo en la historia de Alessandro.

Los días siguieron pasando, y sus almas se entretejieron con cada risa, cada mirada, cada conversación. Valentina comenzó a fotografiar momentos de su tiempo con Alessandro, capturando el reflejo de la luna en el agua mientras caminaban juntos, o el perfil de él recortado contra los antiguos edificios de la ciudad.

Un día, mientras paseaban por un mercado al aire libre, Alessandro la llevó hacia un callejón escondido. Valentina se encontró en un pequeño patio, el aire lleno del aroma de las flores y el murmullo de las fuentes. Sus ojos se abrieron de par en par ante la belleza.

—Este lugar es especial para mí—, dijo Alessandro. —Mi abuelo solía traerme aquí cuando era un niño. Me contaba historias sobre nuestra familia y sobre Nápoles.

Ella pudo ver la tristeza y el orgullo entrelazados en su rostro, y sin pensarlo, levantó su cámara y capturó la imagen. La emoción cruda en la foto era inigualable a cualquier cosa que hubiera tomado antes.

Él, viendo su entusiasmo, no pudo evitar sonreír. —Tienes un don, Valentina. Capturas el alma de los momentos.

Con el corazón latiendo en su pecho, ella se acercó y, con suavidad, le dio un beso en la mejilla. —Gracias—, murmuró.

Así continuaron, descubriendo nuevos lugares y compartiendo sus pensamientos más profundos. Valentina se sintió cada vez más conectada con Alessandro, y él, a su vez, encontró consuelo en su compañía.

Una tarde, mientras caminaban por la costa, Valentina confesó cómo la fotografía le había ayudado a superar momentos difíciles en su vida. —Me siento más conectada a través de mi lente, como si pudiera comunicarme mejor con el mundo—, dijo ella.

Alessandro, que escuchaba con atención, respondió: —Y yo siempre he encontrado refugio en los lugares y las historias de mi familia. Aunque, a veces, siento que esas mismas historias me mantienen prisionero—.

Ambos se detuvieron y se miraron. Había entendimiento y aceptación en sus ojos.

Fue Valentina quien tomó la iniciativa, acercándose y besando a Alessandro, en un ligero toque, muy suave, que terminó rápidamente. Luego Alessandro adicto a su sabor, volvió a tomar su boca. Sus manos se sumergieron en aquel largo cabello castaño, mientras sus labios prueban los suyos por primera vez. Alessandro sintió los dedos de ella agarrando su costado mientras él pasaba su lengua a lo largo de la comisura de sus labios, buscando solo un poco de sabor de su dulce boca. Cuando abrió  la boca, se deslizo dentro, deleitándose con la sensación de su cálida y húmeda lengua deslizándose contra la suya. Luchó contra el gemido que amenazaba con salir de su alma.

Valentina envolvió  sus manos alrededor de la espalda de él, agarrando su camisa y agarrándose fuerte. Alessandro movió sus manos hacia abajo, sujetándola firmemente por la mandíbula y entrelazando sus dedos en el cabello detrás de sus orejas. El ángulo era perfecto para profundizar el beso, así que eso es lo que hizo.

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