Al final de la tarde, cuando el aire comenzó a enfriarse, se encontraron sentados en un banco con vista al puerto. Las luces de los barcos parpadeaban y el murmullo de la ciudad les envolvía. Valentina, decidida, tomó la mano de Alessandro.
—Quiero conocer toda tu historia, Alessandro. Cuando estés listo para compartirla—, susurró.
Él la miró fijamente, con sus ojos azules como un mar embravecido. En su silencio, Valentina entendió que las verdades de Alessandro estaban envueltas en capas más profundas de lo que podía imaginar.
Alessandro apretó su mano. Su rostro, normalmente sereno, ahora parecía llevar el peso de mil tormentas. —Valentina, hay cosas que desearía poder decirte... pero no puedo, al menos no aún—, su voz era un murmullo tenso.
Los corazones de ambos latían al unísono, como si las corrientes del Mediterráneo los unieran en ese preciso instante. Ella se perdió en los ojos de Al
cerca de la Vía Toledo. Entre platos de pasta y copas de vino, las risas y las historias fluían sin cesar. Fue allí donde Valentina se dio cuenta de cuánto se había entrelazado su vida con la de Alessandro. A través de las callejuelas de Nápoles, en las texturas de la sfogliatella y el murmullo del Mar, había encontrado a alguien que resonaba con su alma de una manera que nunca antes había experimentado. Mientras terminaban sus platos, Valentina le mostró a Alessandro algunas de las fotografías que había tomado durante el día. Sus ojos recorrieron con atención cada imagen, y luego se encontraron con los de ella. —Tienes un don, — dijo él con sinceridad. —Capturas la esencia de las cosas, la belleza en los detalles. Valentina se sintió humilde ante sus palabras. —Gracias, — respondió. —Tus historias... siento como si me hubieras llevado a través del tiempo. Eres parte de esta ciudad, Alessandr
Alessandro escuchaba atentamente, y a pesar de su mirada apasionada y su sonrisa cálida, Valentina notó que siempre se mantuvo reservado sobre ciertos aspectos de su vida. Cada vez que el tema se desviaba hacia su trabajo o su pasado, él expertamente cambiaba de tema. Estaban sentados en un banco de piedra, frente a un antiguo edificio, cuando un hombre de aspecto severo, vestido con un traje impecable, se acercó a ellos. Valentina notó que su presencia emanaba autoridad, y cuando habló al oído de Alessandro, fue como si el aire se hubiera vuelto más pesado. El rostro de Alessandro cambió instantáneamente, su mirada se endureció y su mandíbula se tensó. Se levantó y miró a Valentina con una disculpa en sus ojos. —Debo irme. Mi chofer te llevará donde desees y te llamaré para encontrarnos después, — dijo en un tono que Valentina no había escuchado antes. Era autoritario, frío, y le recordó a los hombres que solía ve
Más tarde, esa noche, cuando su hermano se fue, Valentina se encontró hablando con Isabella en su sala, sumergida en los cojines de un sofá antiguo.— ¿Qué piensas sobre Alessandro?—, preguntó Valentina, jugueteando con un mechón de su cabello. Recordó la noche en la que se habían conocido. se encontraron en una noche animada en uno de los exclusivos eventos culturales que a menudo tenían lugar en Nápoles. El bullicio de la multitud, la música suave y las luces parpadeantes crearon el escenario perfecto para un encuentro casual.Alessandro, ataviado con un impecable traje oscuro que resaltaba su elegancia, se acercó a Isabella con una sonrisa cálida. Su cortesía y encanto inmediatamente cautivaron a Isabella, quien respondió con gracia y simpatía. Pero luego supo que A primera vista, eso le parecía a su am
*****El aire en el restaurante —L'Olivo— era denso con el aroma del ajo y el tomate, y una sinfonía de murmullos en italiano llenaba el espacio. Las paredes estaban adornadas con fotos enmarcadas de figuras icónicas de Nápoles, y el mobiliario de madera oscura añadía un aire de sofisticación. Los clientes disfrutaban de sus comidas bajo la luz tenue de lámparas de cristal. Entre ellos, Valentina y Alessandro estaban sentados en una mesa en la esquina, aislada, pero desde donde podían observar la totalidad del restaurante.Valentina notó cómo los demás clientes y el personal del restaur
Alessandro estaba preocupado por Valentina, hacía días que le escribía y la llamaba y ella no le respondía. Incluso llamó a su amiga Isabella, y ella le dijo que no sabía que le pasara algo. Que había hablado con ella ese mismo día y que le había dicho que estaba trabajando en su cuarto de revelado, y lo único que le pasaba era que se sentía un poco débil porque parecía que había pescado un resfriado.Él decidió entonces comprar Zuppa di pollo, perfecta para un resfriado. Le dijo a la nonna Ilia, su abuela, que la preparara para la mujer que había robado su corazón, y ella inmediatamente se puso manos a la obra. No solo le hizo la sopa, sino también unas galletas de avena manzana y arándano que le quedaban deliciosas. Pensó que sería la excusa perfecta para ir a verla. Porque sabía que algo andaba mal. Valentía
En la tenue luz que bañaba el apartamento de Valentina, Alessandro parecía un espectro. Sus hombros, normalmente tan altivos, estaban encorvados y su mirada era sombría. El aire era pesado con las palabras que aún no se habían dicho.Valentina estaba sentada frente a él, con los ojos llorosos y un nudo en la garganta. Ella había esperado este momento, pero ahora que estaba aquí, sentía que el mundo entero estaba sosteniendo la respiración con ella.Alessandro pasó los dedos por su cabello oscuro, un gesto de frustración y desesperación. Luego, con una voz tan suave como la brisa nocturna, comenzó a hablar.—Valentina, mi vida no ha sido sencilla, — dijo, y su acento italiano parecía más pronunciado, como si estuviera retrocediendo a un pasado lejano. —Hay cosas en las que me he visto envuelto,
Al atravesar la entrada, uno era recibido por un enorme vestíbulo con techos que se elevaban a más de veinte pies, adornados con intrincados frescos y lámparas de cristal que colgaban como joyas centelleantes. El suelo de mármol, con sus patrones geométricos, reflejaba la luz que entraba a través de las grandes ventanas arqueadas. —Valentina, mi amor, que gusto que estés aquí—la saludó Alessandro que se dirigió a ella con una enorme sonrisa. —mi abuela y mi hermana, te esperan, no han hecho más que preguntar cuando llegabas. Valentina sonrió nerviosa—Oh bueno, yo no sé si tanta expectativa sea buena. Él la observó con curiosidad—no me digas que estas nerviosa por conocerlas. —Por supuesto que sí. ¡Son tu familia! —exclamó —Y quiero causar una buena impresión pero no sé si vine con la ropa adecuada. No es un vestido como los de las personas a las que estarán acostumbrados.
Cuando regresaron al comedor, Sentadas en la mesa estaban la abuela de Alessandro, Nonna Ilia, y su hermana menor, Vittoria. Los ojos de Nonna Ilia eran como los de Alessandro, oscuros y llenos de misterios, mientras que Vittoria era una versión más joven y brillante de él.El lugar estaba impregnado de aromas que despertaban los sentidos; albahaca fresca, tomates a la parrilla y pan recién horneado. La mesa estaba delicadamente dispuesta con fina porcelana, copas de cristal y una gran variedad de vinos tintos y blancos. Al centro, un imponente arreglo de flores frescas añadía un toque de color.La Nonna Ilia, la venerable abuela de Alessandro, se sentó a un lado de la cabecera de la mesa, con una elegancia innata y una sonrisa amable. A su lado se ubicaba Sofía, la vivaz hermana menor de Alessandro, con sus rizos castaños rebosantes de energía. Alessandro con una mezcla de orgullo y an