En la tenue luz que bañaba el apartamento de Valentina, Alessandro parecía un espectro. Sus hombros, normalmente tan altivos, estaban encorvados y su mirada era sombría. El aire era pesado con las palabras que aún no se habían dicho.
Valentina estaba sentada frente a él, con los ojos llorosos y un nudo en la garganta. Ella había esperado este momento, pero ahora que estaba aquí, sentía que el mundo entero estaba sosteniendo la respiración con ella.
Alessandro pasó los dedos por su cabello oscuro, un gesto de frustración y desesperación. Luego, con una voz tan suave como la brisa nocturna, comenzó a hablar.
—Valentina, mi vida no ha sido sencilla, — dijo, y su acento italiano parecía más pronunciado, como si estuviera retrocediendo a un pasado lejano. —Hay cosas en las que me he visto envuelto,
Al atravesar la entrada, uno era recibido por un enorme vestíbulo con techos que se elevaban a más de veinte pies, adornados con intrincados frescos y lámparas de cristal que colgaban como joyas centelleantes. El suelo de mármol, con sus patrones geométricos, reflejaba la luz que entraba a través de las grandes ventanas arqueadas. —Valentina, mi amor, que gusto que estés aquí—la saludó Alessandro que se dirigió a ella con una enorme sonrisa. —mi abuela y mi hermana, te esperan, no han hecho más que preguntar cuando llegabas. Valentina sonrió nerviosa—Oh bueno, yo no sé si tanta expectativa sea buena. Él la observó con curiosidad—no me digas que estas nerviosa por conocerlas. —Por supuesto que sí. ¡Son tu familia! —exclamó —Y quiero causar una buena impresión pero no sé si vine con la ropa adecuada. No es un vestido como los de las personas a las que estarán acostumbrados.
Cuando regresaron al comedor, Sentadas en la mesa estaban la abuela de Alessandro, Nonna Ilia, y su hermana menor, Vittoria. Los ojos de Nonna Ilia eran como los de Alessandro, oscuros y llenos de misterios, mientras que Vittoria era una versión más joven y brillante de él.El lugar estaba impregnado de aromas que despertaban los sentidos; albahaca fresca, tomates a la parrilla y pan recién horneado. La mesa estaba delicadamente dispuesta con fina porcelana, copas de cristal y una gran variedad de vinos tintos y blancos. Al centro, un imponente arreglo de flores frescas añadía un toque de color.La Nonna Ilia, la venerable abuela de Alessandro, se sentó a un lado de la cabecera de la mesa, con una elegancia innata y una sonrisa amable. A su lado se ubicaba Sofía, la vivaz hermana menor de Alessandro, con sus rizos castaños rebosantes de energía. Alessandro con una mezcla de orgullo y an
Las conversaciones se tornaron más suaves y contemplativas cuando llegó el postre. El tiramisú, con sus capas sedosas y notas de café, era como un sueño hecho realidad. Los corazones se aligeraban con cada bocado, mientras el Vino Santo y los biscotti ponían la nota final a la sinfonía de sabores.Así, entre bocados de tiramisú y
Alessandro sonrió, y por un momento, Valentina vio un atisbo de alivio en sus ojos.—Gracias, amor —susurró él.Justo entonces, Vittoria salió corriendo hacia ellos con una gran sonrisa en su rostro.— ¡Valentina! ¿Quieres ver una película en la sala de cine? ¡Es asombroso!Valentina miró a Alessandro, quien asintió con una sonrisa.—Claro, me encantaría —dijo Valentina, y Vitoria la llevó de la mano hacia una de las alas de la enorme villa.Entraron a una sala oscura con una enorme pantalla y asientos de cuero. Mientras Vittoria le mostraba con entusiasmo la colección de películas, Valentina no podía evitar sentirse asombrada por la opulencia que la rodeaba.Más tarde esa noche, mientras Valentina y
La imagen de Valentina cruzó su mente, en ese momento. Tan lejana a ese mundo y ahora tan cerca de él, por su culpa. Pensó en su risa resonando en sus oídos, sus ojos brillantes llenos de amor. Un amor que él anhelaba, pero que también temía, por su seguridad.—Valentina...—, susurró, su voz apenas audible. Enzo se enderezó, su mirada agudizándose al oír ese nombre.— ¿Valentina? ¿Qué tiene que ver ella con todo esto?— preguntó Enzo, su expresión volviéndose más seria.Alessandro tomó una profunda respiración, su mano liberándose del vaso para frotarse la sien. —Estoy enamorado de ella, Enzo. Y temo que este mundo, mi mundo, la lastime.Enzo lo observó por un largo momento, luego asintió lentamente. —Tienes
Valentina estaba de pie junto a la ventana, con un vestido blanco de verano, mientras Alessandro, en una camisa de lino y pantalones negros, se acercó a ella.— ¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti, Valentina?— dijo Alessandro con un tono suave.Ella se giró hacia él y le miró con curiosidad. — ¿Qué?—Tu pasión por la vida. Me haces querer vivir cada día como si fuera el último, — confesó.Valentina sintió que su corazón latía con fuerza. —Y tú me haces sentir viva, mi Alessandro.Hubo un momento de silencio, y entonces la pasión que habían contenido se desbordó como un río en crecida. Alessandro la tomó en sus brazos y la besó con una urgencia que reflejaba todo lo que sentía
Valentina todavía estaba agitada después de que acababa de pasar—Eso fue... eso fue...grandioso. —Debo estar de acuerdo contigo, fue maravilloso—sonrió acariciando su cabello y su espalda—eres una magnifica amazona. Valentina no pudo evitar reírse mucho más —Estoy muy contento de que hayamos decidido venir aquí. Él la besó en la parte superior de la cabeza. —Yo también, cariño—sonrió satisfecho —Yo también—la levantó y la colocó a su lado abrazándola fuerte disfrutando de aquella cercanía. La habitación estaba envuelta en un cálido resplandor, mientras la luz de la luna se filtraba a través de las cortinas. Las sábanas revueltas y el suave aroma a rosas daban testimonio de la pasión que ambos acababan de compartir. Valentina estaba recostada en el pecho de Alessandro, su respiración todavía agitada. Alessandro acariciaba suavemente su cabello y la
Apretó su agarre en sus caderas y la golpeó contra él una y otra vez. De repente sus ojos se abrieron y se encontraron con los de él. Parecía sorprendida. — ¡Oh!— ella gimió. — ¡Oh, amor, sí! La sintió apretarse aún más a su alrededor, apretando, apretando, mientras decía su nombre. Eso fue todo lo que pudo tomar. Nunca había imaginado nada como el calor apretado y húmedo que ella le había mostrado y había estado al borde de un orgasmo desde la primera vez que ella flexionó las caderas. Él gimió cuando comenzó a derramarse dentro de ella. Ella jadeó y se movió aún más rápido. —Puedo sentirte—, dijo con asombro. —Puedo sentirlo. ¡Oh, te sientes tan bien! Otra ola de placer ahogó la primera y él gimió impotente mientras ella cabalgaba sobre su cuerpo. No encontraba una palabra adecuada para las sensaciones que ella le provocaba. Cuando finalmente se