Capítulo 2

El hombre de la calle era Alessandro Lombardi, cuya reputación y carisma eran conocidos en toda Nápoles. De alguna manera, Valentina se sintió impulsada a salir y acercarse a él. Instintivamente, apretó su cámara y se adentró aún más en la penumbra. Él era alto y de mirada penetrante. Fue emergiendo de las sombras y el corazón de Valentina se aceleró, y una sensación contradictoria de miedo y curiosidad la invadió.

Alessandro, con su traje oscuro y su aura de peligro, la observó detenidamente. El mundo pareció detenerse en ese momento, dejándolos a solas en una danza silenciosa. Sus ojos se encontraron, y algo se encendió en el interior de Valentina. Era como si estuviera conectada a él de alguna manera inexplicable.

Sin embargo, la advertencia resonaba en su mente, sus instintos le recordaban que no debía acercarse demasiado. Pero la atracción era irresistible, y Valentina dio un paso cauteloso hacia adelante.

Una vez en la calle, Valentina se acercó tímidamente. Alessandro la miró con una expresión indescifrable. — ¿Eres una fotógrafa? — preguntó con voz grave y un leve acento que sonaba como música.

—Sí, lo soy. Me llamo Valentina, — respondió ella, casi en un susurro. —disculpa si te molestó que tomara esas fotos, pero cuando tengo la imagen perfecta, no puedo evitar disparar.

—Es un juego de palabras interesante, el que has usado—su ceja se enarcó, mirándola con curiosidad— ¿disparas muy a menudo?

—Cada vez que puedo…si—respondió ella sin entender lo que realmente quería decir él.

—Alessandro — dijo él de repente, ofreciéndole una mano. Al estrechar su mano, Valentina sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo. Se acercó un poco más, lo suficiente como para sentir el calor de su aliento en la piel de Valentina. Sus miradas se encontraron nuevamente, y Valentina sintió cómo su corazón latía al ritmo de sus latidos —Valentina, tienes los ojos más hermosos que he visto.

—Gracias—dijo ella tímidamente. Conversaron brevemente. Valentina notó que Alessandro era reservado, pero había algo en su mirada que la hacía querer saber más sobre él. Él, por su parte, parecía fascinado por la pasión de Valentina por la fotografía.

Después de un rato, y sin saber cómo pasó, acordaron encontrarse de nuevo, intercambiaron números de celular. En ese momento, bajo las luces de la calle de Nápoles y con la brisa invernal acariciando sus rostros, comenzó a florecer algo que ellos dos ni siquiera sabían que empezaba en ese momento. Una historia de amor que se tejería entre los hilos de la pasión y el peligro. Alessandro le regaló una rosa que compró a una mujer que iba vendiéndolas en un canasta para los turistas que pasaban.

Con la rosa en sus manos, Valentina se sintió como si hubiera encontrado un tesoro. Miró a Alessandro alejarse por la callejuela nevada y sintió una mezcla de emoción y miedo. ¿Debería volver a verlo?, se preguntó. Luego de eso, ambos se despidieron y Valentina regresó a la galería con una emoción inexplicable anidando en su pecho. No sabía entonces que su vida estaba a punto de entrelazarse con un mundo que jamás había imaginado.

Más tarde, ya en su apartamento, Valentina estaba sentada en su escritorio con la rosa a su lado, mirando las fotografías que tomó en la galería. En una de ellas, la que le había tomado a Alessandro cuando aún no se habían encontrado, él se veía muy guapo. Observó su figura en la foto y no pudo evitar sonreír.

Al mismo tiempo, Alessandro en su estudio, rodeado de objetos antiguos y libros que ha coleccionado a lo largo de los años, encontraba consuelo en la oscuridad y el silencio, pero esa noche era diferente. No podía sacarse de la cabeza la imagen de Valentina y la sensación de luz que ella trajo a su mundo por unos minutos. Valentina era una mujer de belleza impactante. De estatura media, con una figura esbelta y grácil, parecía moverse con la elegancia de una bailarina. Su piel era de un tono oliva claro, suave y ligeramente bronceada, que contrastaba de manera armoniosa con su larga y ondulada cabellera castaña. Los mechones de su cabello enmarcaban su rostro y caían en cascada por sus hombros, dejando entrever destellos de cobre cuando la luz los tocaba.

Su rostro era perfecto; ojos eran quizás su rasgo más cautivador; grandes y almendrados, de un color verde esmeralda tan intenso, como la más rara variedad de esta gema. Estaban enmarcados por largas pestañas oscuras, y cuando la vio sonreír, sus ojos brillaron con una intensidad, que lo dejó sin aliento.

Su nariz era recta y delicada, y sus labios eran de un tono rosado natural, llenos y ligeramente curvados en una sonrisa permanente, que le daba un aspecto jovial.

Sacó un viejo cuaderno y comenzó a escribir. Sus pensamientos fluyeron sobre el papel, describiendo su encuentro con Valentina y cómo lo hizo sentir. Era algo que no había hecho en años.

                                                               

                                                                               *****

Valentina se encontraba en su apartamento, recostada en el sofá y mirando fijamente la rosa que Alessandro le había regalado la noche anterior. Sus pensamientos se perdían en el recuerdo de ese breve pero intenso encuentro en las calles de Nápoles. Había algo en la mirada de Alessandro, en su voz profunda y en su misterio que la intrigaba profundamente.

Sin embargo, la voz de la razón en su interior le recordaba que apenas se conocían. Aunque la atracción entre ellos era innegable, Valentina sabía que debía ser cautelosa. No podía permitirse caer demasiado rápido por un extraño, incluso si ese extraño parecía haber encendido una chispa en su alma.

Decidió distraerse y comenzar su mañana de manera productiva. Se levantó del sofá y se estiró, listando mentalmente las tareas que tenía por delante. Primero, debía hablar con su hermano Lorenzo, quien vivía en otra ciudad, para ponerse al día y saber cómo estaba. Después, necesitaba desayunar algo, ya que su nevera estaba prácticamente vacía.

Tomó su teléfono y marcó el número de Lorenzo. La conversación con su hermano fue cálida y reconfortante, como siempre. Valentina anhelaba esos momentos de conexión con su familia, especialmente desde que sus padres habían fallecido. Hablaron de sus vidas, sus planes y rieron juntos recordando anécdotas de su infancia. Luego vino la parte repetitiva donde él comenzaba a aconsejarle que se buscara un buen hombre que tuviera una familia, que era una mujer sola, y que eso no estaba bien, pues había gente peligrosa. 

—¡Por Dios! Eres un paranóico!—le dijo riendo. —ya las mujeres estamos en otro siglo, y no necesitamos un hombre para estar bien.

—No me refiero a eso, pastelito. Pero eres una mujer hermosa, inteligente y con un corazón enorme. Cualquier hombre con ojos querría estar contigo y tener una familia. Quiero sobrinos algún día.

Ella rodó los ojos. Su hermano no dejaba de llamarla así desde que eran unos niños muy pequeños, y a veces se le salía ese término delante de gente que ella no deseaba que supieran eso. Pero era su hermano, el único que tenía y lo adoraba, así que simplemente no decía nada.—Si quieres niños, sigue tu propio consejo y ten hijos, Lorenzo. Creo que al que se le hace tarde para tener hijos es a ti. Yo todavía estoy joven y puedo esperar un poco.

—Bueno, al menos no es un no. Me reconforta saber que algún día tendré sobrinos.

Eso la hizo reír. Su hermano podía ser dramático en verdad.

Y lo de no estar segura viviendo sola, saber que no es verdad. Este es un barrio seguro y yo soy bastante precavida. Además, Issabella viene muy a menudo y se queda a dormir aquí. —Isabella era su mejor amiga, y siempre estaban juntas para todo, al menos la mayor parte del tiempo.

Una vez que colgó, Valentina se sintió llena de energía y hambre. Decidió salir a desayunar a la cafetería que estaba a pocos pasos de su edificio. Se vistió con ropa cómoda y salió a la calle. El aroma a café recién hecho la recibió al entrar, y se sintió como en casa.

Después de disfrutar de un capuchino y un croissant, Valentina decidió que era hora de hacer algunas compras. Pasó por un supermercado cercano y llenó su carrito con alimentos frescos y víveres para la semana. Era una tarea rutinaria pero necesaria, y le daba satisfacción saber que tenía todo lo que necesitaba en su hogar.

De vuelta en su apartamento, Valentina se dispuso a revelar algunas de las fotos que había tomado y retocado para un cliente. Encendió su computadora y se sumergió en su trabajo, dejando que la creatividad fluyera a través de sus manos mientras seleccionaba cuidadosamente las mejores imágenes.

La vida cotidiana de Valentina, aunque sencilla, estaba llena de pequeños momentos de satisfacción y conexión con su pasión por la fotografía. A medida que el día avanzaba, sus pensamientos volvieron una vez más a Alessandro, preguntándose si volvería a verlo y qué depararía el futuro.

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