LETICIA ROIG
Los días siguientes fueron una tortura con el acoso sutil de Alessandro Ferrari, quien resultó ser nada más y nada menos, el dueño de la cadena de Hoteles cinco estrellas Ferrari.
Mis padres estaban encantados y Luis estaba de viaje por lo que no me quedaba más remedio que tolerar su presencia en casa todas las veces que se le antojaba.
A diario llegaban flores a casa y cada ramo iba acompañado de una tarjeta en la que simplemente aparecía la inicial A. hubieron invitaciones a cenar que por supuesto rechacé.
Sin embargo, al tener a mi madre de cómplice, no pude evitar compartir unas cuantas comidas con él, en el restaurante de su hotel.
A medida que pasaban los días, era como si Alessandro ya hubiera ensamblado su entrada a mi familia y a mi vida con una espectacular eficiencia y velocidad. Mi padre era dueño de pequeños hoteles situados en Madrid, Barcelona y otros puntos turísticos del país, pero estaba atravesando una crisis financiera fuerte y la desesperación de a poco lo atosigaba. No obstante, Alessandro se ganó su total confianza diciéndole que le conseguiría los contactos necesarios para sacar a flote su empresa. Lo que mi padre no había pensado bien al aceptar aquellas muestras de ayuda, era el precio que le podía ese maldito griego – italiano a su ayuda.
Cuando intenté persuadirlo de que ese hombre solo buscaba su propio beneficio, mis padres de enfadaron conmigo y no pude evitar que Alessandro se convirtiera en socio comercial de mi padre.
La idea de que tuviera el poder de hacer y deshacer en la empresa familiar, me horrorizaba por completo, por lo que uno de esos días que llegaba sin aviso a visitarme, lo encaré furiosa.
—¿Qué es lo que estás tratando de hacer? —lo increpé—. No me fío de tu supuesta buena voluntad sin recibir un beneficio a cambio. Te lo advirtió; no quieras aprovecharte de la desesperación de mi padre.
—Yo puedo ayudar a tu padre y es lo que estoy tratando de hacer —dijo con voz sedosa—. Quítate ese anillo de compromiso y podrás comprobar lo generoso que soy.
—¡No estoy en venta! —respondí furiosa—. Y mi compromiso no es algo con lo que piense negociar.
Él solo sonrió y se acercó peligrosamente a mí. Me quedé obnubilada con sus ojos aguamarina y ni siquiera pude moverme. Su aroma me embriagaba, me obnubilaba a más no poder. Sin poder detenerlo… ni querer hacerlo, sentí sus manos alrededor de mi cintura y me atrajo con fuerza a su cuerpo. Mi pecho comenzó a subir y bajar con violencia. Los pálpitos de mi corazón aumentaron y tenía la garganta seca.
—¿En verdad? —me taladró con sus mirada que se oscureció de pronto—. ¿Acaso no sabes cuánto te deseo? —inquirió furioso.
—¡Solo me deseas porque no puedes tenerme! —repliqué, luchando por liberarme de la inquietante proximidad de su esbelto y fuerte cuerpo—. Ese es el único motivo por el que dices que me deseas, ¿verdad? ¡Tu ego no puede soportar que no me muestre interesada por ti o por tu dinero!
—¡Pero sí tú, querida Leticia, estás interesada! —dijo divertido y entorné los ojos—. ¿De verdad crees que no sé cuándo le gusto a una mujer?
—¡El único que me gusta es Luis!
—Ese niño te trata como si fueras su hermanita... cualquier idiota se da cuenta de que lo gustas como mujer.
—Eso no es cierto...
—Entonces dime, ¿cuándo te besó así por última vez? —y antes de que pudiera impedirlo, Alessandro Ferrari presionó sus labios contra los míos, haciéndome sentir como si me hubiera golpeado un rayo.
***
Habían pasado dos semanas desde aquel beso infernal que me había dado con Alessandro y estaba aún furiosa porque me había gustado más de lo que quería admitir, por lo que decidí esconderme de él.
Desde ese momento prácticamente me instalé en la casa de Sara y solo faltaba una semana para la boda. Luis regresaría en dos días de su viaje y yo solo esperaba que pasaran velozmente los días para casarme y olvidar a ese cruel italiano que había logrado tambalear a mi alma en mi convicción de casarme. Sin embargo, cuando regresé a casa jamás esperé que mi padre me diera la noticia de que Alessandro compró su pequeña cadena de hoteles.
Estaba muy furiosa con mi padre y con ese maldito.
—¡¿Pero por qué lo hiciste, papá?! —le recriminé.
—Sin la financiación que iban a darme sus socios, la empresa iba a hundirse por lo que no tuve elección —expliqué y no podía creerlo. Alessandro lo ilusionó y luego lo dejó a la deriva—. Es mejor tener dinero en el banco que estar en la absoluta ruina y supongo que tu madre se alegrará.
—Esto no se quedará así… —respondí cabreada, y salí de la casa dispuesta a ir a enfrentarlo.
Cogí un taxi hasta el Hotel Ferrari y ni siquiera pedí que le avisaran al señor que deseaba verlo. Simplemente subí hasta la suite presidencial que sabía ocupaba y golpeé con violencia su puerta.
Estaba rabiosa y él lo notó cuando abrió la puerta él mismo.
—Respira hondo, Leticia —sugirió divertido mientras yo ingresaba como torbellino a la suite—. Supongo que ya lo sabes…
—¿Cómo te atreves a robarle su empresa a mi padre? —preguntó rabiosa.
Él sin embargo, ni siquiera se inmutó. Caminó hasta el minibar y sirvió dos copas de coñac.
—No se la he robado; se la he comprado. Por bastante más precio del que vale dado el actual estado de la empresa —dijo él con calma—. Y no soy un hombre precisamente conocido por su generosidad. Si no fuera por ti, no la habría comprado.
—¿Qué diablos tengo que ver yo con esto?
—Si me hubieras hecho caso cuando te pedí que te quitaras ese anillo de compromiso, yo habría financiado lo necesario para sacar adelante la empresa y él seguiría siendo dueño de su negocio.
Fruncí el ceño al escuchar sus palabras. Cuando comprendí lo que trató de decir, lo miré asqueada.
Quería llorar, quería gritar y hacer una pataleta de niña porque Alessandro me estaba culpando a mí por la pérdida de mi padre.
Comencé a respirar con dificultad sin poder creer lo que estaba ocurriendo.
—Aún puedes considerar mi oferta, Leticia —prosiguió y lo miré sin comprender—. Si me hubieras hecho caso, habría ayudado a tu padre, pero como decidiste seguir con tu estúpida boda, en lugar de poner el capital para levantar la empresa, he decidido comprarla. De momento, te queda aún la posibilidad de que tu padre siga administrando los pequeños hoteles de mi nueva compañía.
—¡¿Qué?! —exclamé aturdida y confundida.
—Si aceptas quitarte ese anillo del dedo y ser mía, tu padre seguirá siendo el gerente de la compañía, pero si no lo haces, no sé qué podría suceder mas adelante…
—¡No puedes chantajearme! —dije incrédula.
—Puedo hacer lo que quiera, cara… después de todo, son negocios —se encogió de hombros y una poderosa rabia me invadió.
Me acerqué a él y le propiné una fuerte cachetada.
—¡Eres un maldito, maldito, maldito! —bramé fuera de control mientras le atestaba golpes débiles con mis manos en su pecho. Estaba tan furiosa, que comencé a intentar arañarlo y fue entonces cuando Alessandro terminó por perder la paciencia.
Me tomó de las muñecas y a volandas me levantó para dejarme caer de espaldas en el mullido sofá que se encontraba cerca, con él encima de mí.
Nuestras respiraciones eran fuertes y aceleradas. Alessandro fijó su mirada en mi boca y en su garganta noté como tragaba con fuerza. En ese instante, mi rabia se fue transformando en un ardiente calor e incontrolable pasión. Una pasión vergonzosa e incomprensible.
Entreabrí mi boca y gemí dolorosamente, incitándolo a besarme. Él acarició con las yemas de sus dedos mi boca y luego me sometió a una exquisita tortura de besos en la que participé con ardor y plenamente.
A pesar de que renegaba de todo lo que me hacía sentir, él no me obligó a someterme a su boca ni a las caricias de sus manos.
Lo odiaba, pero también lo deseaba y necesitaba más de él en aquel encuentro. Y ser consciente de ello, hacía que me odiara a mí misma porque Alessandro había despertado en mí a una mujer que no reconocía en absoluto.
De pronto, unos golpes en la puerta nos interrumpieron y al cortar el momento, me sentí totalmente desconcertada por lo sucedido.
En cambio, el semblante de ese maldito italiano destellaba de triunfo. Deslizó una mano insolentemente sobre mis senos, en un arrogante gesto de posesión primitiva, para luego decir:
—Dile a tu prometido que todo ha acabado entre ustedes —mis ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Por qué has luchado tanto contra mí? Supe desde el principio que llegaríamos a esto.
Aun así fui incapaz de moverme de allí. Seguía tumbada bajo su cuerpo, escuchando cada una de sus palabras mientras por dentro sentía que moría por lo que había estado a punto de hacer y por lo que ese hombre quería hacer conmigo.
Lo odié con ardiente ferocidad en aquel momento de amarga humillación. Pero… comprender que todo lo que decía era verdad, me hizo entrar en pánico por lo que lo empujé con fuerza y salí huyendo de la habitación.
Alessandro había sido la primera tentación con la que me topaba, y no había sabido hacerle frente. Caí en su trampa sin piedad.
LETICIA ROIGHorrorizada con lo que había pasado, llegué a casa devastada, sintiéndome una cualquiera, una mujer sin moral y sin palabra.Había pasado la noche llorando y pensando en todas las palabras tan acertadas de Alessandro, porque tenía razón: él me gustaba de un modo incomprensible, de una manera en la que nunca nadie me había gustado. Ni siquiera Luis, quien era mi mejor amigo.Ya al amanecer, decidí que después de tantas dudas, de tantos sentimientos encontrados, debía decírselo todo a mi prometido y terminar con mi compromiso. No podía seguir con la boda si mis sentimientos estaban tan revueltos.Cuando llegó a casa esa tarde, le pedí que subiera a mi alcoba porque debíamos conversar seriamente.—Me estás asustando, Leticia. ¿Qué sucede? ¿Estuviste llorando?—Luis… yo… yo no puedo casarme contigo —murmuré, rompiendo a llorar.—¡¿Qué?! —me tomó de los hombros y me guio hasta el borde de la cama para que nos sentáramos uno al lado del otro. Yo no podía dejar de llorar—. Falta
ALESSANDRO FERRARI CERDEÑA AÑO 2020 La usual sonrisa despreocupada que siempre me caracterizaba, desapareció por completo cuando el implacable Lucca Greco, padre de mi mejor amigo y socio comercial de mi progenitor, mencionó aquel maldito nombre. «Leticia, Leticia, Leticia…» Retumbaba en mi cabeza mientras el padre de Giulio me hacía una oferta que fui incapaz de rechazar. —Entonces… —entrelazó sus dedos y me vio saboreando de antemano su triunfo—. ¿Escogerás mi oferta o tu lealtad como amigo? El viejo me estaba probando. Quería que envolviera en una pequeña trampa a Julián, a fin de que por fin tomara una buena decisión y sentara cabeza con Luciana, y, aunque me sentía fatal por lo que ya había escogido, estaba seguro que mi amigo lo entendería. Me había puesto de pie y recorrí su despacho, pensando en la posibilidad que me estaba dando. —Sería un completo idiota si no aceptara tu oferta. —Tenemos un trato —zanjó. Me giré y vi por el rabillo cierto atisbo de decepción. Sin
LETICIAMe estremecí con violencia, mientras la imagen del hombre que susurraba mi nombre, resurgió como un huracán en mi mente.Me quedé petrificada. Mi lengua se entumeció y no pude más que recrear aquel fatídico y sensual momento en el sofá de su suite. Me había corrompido, me había arruinado para siempre y lo había expulsado de mi vida sin que siquiera lo sospechara.—Leticia, ¿sigues ahí?Su insistencia me devolvió a la realidad y cerré la puerta tras de mí. Mi padre, ebrio de nuevo, dormía en el sofá de mi pequeño piso. No quería despertarlo y menos que oyera el apellido Ferrari.Su voz profunda, gruesa y espesa como la miel, no había cambiado con los años.Siempre me había encantado como pronunciaba mi nombre, aunque jamás lo asumí. Hace cinco años que no lo escuchaba, pero podía reconocerlo al instante.Entonces, el horror sobresalió y pasé de la sorpresa a preguntarme aterrada a qué me estaba llamando. La garganta se me cerró y apenas pude responder.—Sí… —oí un suspiro fuer
LETICIAHabía sido un completo error mirarlo a los ojos. Su mirada me impactó tanto como hace cinco años. Sentí aquella misma sensación indescriptible que en aquel tiempo y todo él ejercía una especie de atracción mortal para mí.Comenzó a dar algunos pasos a mi alrededor, perturbándome con su movimiento sensual. Parecía un depredador al acecho, estudiando cada rasgo y movimiento de su presa. Tragué saliva y me relamí la boca cuando sentí un magnetismo en mi espalda. Tenía la garganta seca y me costaba respirar.Cuando volvió a situarse delante de mí, mi mirada recorrió su rostro angelical, deteniéndose justo en aquellos magnánimos ojos impasibles de un tono celeste brillante. Aturdida, sacudí la cabeza mentalmente y el ambiente se me hizo insoportable.—¿Qué quieres? —pregunté directamente. Deseaba largarme de ese sitio que me sofocaba.—Es mejor que te pongas cómoda, ¿por qué no te sientas? —señaló aquel sofá y me ruboricé. Él sonrió victorioso por haberme incomodado.—No veo para q
ALESSANDROVolví a sentirme vivo cuando el cuerpo de Leticia pereció con mi cercanía.¡Mi Dios! Ella… ella simplemente me volvía loco y no encontraba otro remedio para mi locura más que tenerla.Cuando pensé que su voluntad al fin se doblegaría como lo hacía su cuerpo, esa endiablada mujer replicó a mi oído lo siguiente:—Nunca seré tuya, Alessandro. Olvídate del asunto…En ese instante, fui preso de la furia y me sentí impotente. ¿Cómo podía seguir rechazándome?—¿Cuándo aceptarás lo que sientes por mí? —pregunté con desespero, frunciendo la mirada—. ¿Acaso ya olvidaste lo que ocurrió aquí? Puedo apostar que te enamoraste en aquel tiempo, Leticia, pero te empeñas en negarlo —insistí, rozando mi nariz con la suya.—Solo fue un momento de arrebato, Alessandro. Me ganó la lujuria, nada más. —zanjó el asunto y suspiré.Leticia no se rendiría, pero yo tampoco.—Ya veo… —musité, soltándola despacio.Ella se sacudió y trató de tomar su abrigo para marcharse.—Es mejor que te sientes —advert
LETICIANo necesité que me exigiera dos veces que me marchara, sino más bien lo agradecí porque su cercanía me estaba matando.Salí de la suite a toda prisa y mientras aguardaba por el elevador, cerré los ojos y respiré lenta y profundamente.Alessandro seguía provocando en mí un torbellino de emociones al igual que en el pasado, a pesar de ser dos polos completamente opuestos. Sin embargo, en un determinado momento sentí unas enormes ganas de abrazarlo por aquella inquietante sensación de haberle hecho daño.¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué siempre que lo tengo cerca me abruma un sinfín de emociones?Cuando estaba con Alessandro no me reconocía a mí misma.Siempre había sido así…Éramos diferentes en todos los sentidos, pero por un momento... por un extraño e inquietante momento, reconocí aquella inexplicable sensación de hace años que me embargaba y quemaba mis entrañas.Como una autómata y sin ser consiente de mis movimientos, llegué hasta el coche y me metí dentro, dejando caer la
LETICIAHice que el coche me esperara una hora, mientras armé a desgana el equipaje como si fuera que iría rumbo a la horca, en tanto en mi cabeza retumbaban las palabras: ¿Por qué has aceptado?Cuando creí que fue suficiente la espera, fui al cuarto de papá para despedirme, pero estaba profundamente dormido. Le dejé una nota, donde explicaba que tenía un viaje por trabajo y que regresaría en breve. Tenía la esperanza que Alessandro cumpliera su palabra y se ocupara de que papá fuera al centro de rehabilitación.Un elegante hombre de traje negro, esperaba impaciente al lado de una limusina color plata.—Gracias al cielo… —lo oí murmurar cuando me subí a la parte trasera y me sentí mal por él. Seguramente, Alessandro tomaría represalias con él por mi absurdo capricho de provocarlo. Después de todo, ya era mi dueño y ¿qué ganaría con hacerlo enojar?La limusina se fue acercando al hotel y con cada segundo que pasaba, la tensión fue creciendo en mi interior por la incertidumbre de lo que
Tomé los cubiertos y en absoluto silencio comencé a devorar las pastas. Sin embargo, el ruido que hicieron los cubiertos al caer en el palto de porcelana, captó mi atención y miré al hombre que se sentaba frente a mí. Me estaba observando con el ceño fruncido y los brazos cruzados al pecho.—Pareces una niña caprichosa —lo ignoré y seguí comiendo—. ¿Pretendes o no poner de tu parte en algún momento de la noche?Rodé los ojos y me limpié la boca luego de terminar de engullir la cena. Estaba deliciosa.—Estoy haciendo todo lo que me pides… no sé a qué viene tu reproche. Me has ordenando que viniera a verte y es lo que he hecho. Pediste que cenáramos y es lo que acabo de hacer. Eres tú quien se comporta como un chiquillo caprichoso, querido Alessandro —me vio como si estuviera loca y solo lo ignoré—. ¿Hay postre?—No haré nada en contra de tu padre —lanzó como si nada y me puse seria.—Pero sabes que no puede pagarte…—Lo hará. Es su deber pagar todas sus deudas y, para recuperar el rest