LETICIAMe estremecí con violencia, mientras la imagen del hombre que susurraba mi nombre, resurgió como un huracán en mi mente.Me quedé petrificada. Mi lengua se entumeció y no pude más que recrear aquel fatídico y sensual momento en el sofá de su suite. Me había corrompido, me había arruinado para siempre y lo había expulsado de mi vida sin que siquiera lo sospechara.—Leticia, ¿sigues ahí?Su insistencia me devolvió a la realidad y cerré la puerta tras de mí. Mi padre, ebrio de nuevo, dormía en el sofá de mi pequeño piso. No quería despertarlo y menos que oyera el apellido Ferrari.Su voz profunda, gruesa y espesa como la miel, no había cambiado con los años.Siempre me había encantado como pronunciaba mi nombre, aunque jamás lo asumí. Hace cinco años que no lo escuchaba, pero podía reconocerlo al instante.Entonces, el horror sobresalió y pasé de la sorpresa a preguntarme aterrada a qué me estaba llamando. La garganta se me cerró y apenas pude responder.—Sí… —oí un suspiro fuer
LETICIAHabía sido un completo error mirarlo a los ojos. Su mirada me impactó tanto como hace cinco años. Sentí aquella misma sensación indescriptible que en aquel tiempo y todo él ejercía una especie de atracción mortal para mí.Comenzó a dar algunos pasos a mi alrededor, perturbándome con su movimiento sensual. Parecía un depredador al acecho, estudiando cada rasgo y movimiento de su presa. Tragué saliva y me relamí la boca cuando sentí un magnetismo en mi espalda. Tenía la garganta seca y me costaba respirar.Cuando volvió a situarse delante de mí, mi mirada recorrió su rostro angelical, deteniéndose justo en aquellos magnánimos ojos impasibles de un tono celeste brillante. Aturdida, sacudí la cabeza mentalmente y el ambiente se me hizo insoportable.—¿Qué quieres? —pregunté directamente. Deseaba largarme de ese sitio que me sofocaba.—Es mejor que te pongas cómoda, ¿por qué no te sientas? —señaló aquel sofá y me ruboricé. Él sonrió victorioso por haberme incomodado.—No veo para q
ALESSANDROVolví a sentirme vivo cuando el cuerpo de Leticia pereció con mi cercanía.¡Mi Dios! Ella… ella simplemente me volvía loco y no encontraba otro remedio para mi locura más que tenerla.Cuando pensé que su voluntad al fin se doblegaría como lo hacía su cuerpo, esa endiablada mujer replicó a mi oído lo siguiente:—Nunca seré tuya, Alessandro. Olvídate del asunto…En ese instante, fui preso de la furia y me sentí impotente. ¿Cómo podía seguir rechazándome?—¿Cuándo aceptarás lo que sientes por mí? —pregunté con desespero, frunciendo la mirada—. ¿Acaso ya olvidaste lo que ocurrió aquí? Puedo apostar que te enamoraste en aquel tiempo, Leticia, pero te empeñas en negarlo —insistí, rozando mi nariz con la suya.—Solo fue un momento de arrebato, Alessandro. Me ganó la lujuria, nada más. —zanjó el asunto y suspiré.Leticia no se rendiría, pero yo tampoco.—Ya veo… —musité, soltándola despacio.Ella se sacudió y trató de tomar su abrigo para marcharse.—Es mejor que te sientes —advert
LETICIANo necesité que me exigiera dos veces que me marchara, sino más bien lo agradecí porque su cercanía me estaba matando.Salí de la suite a toda prisa y mientras aguardaba por el elevador, cerré los ojos y respiré lenta y profundamente.Alessandro seguía provocando en mí un torbellino de emociones al igual que en el pasado, a pesar de ser dos polos completamente opuestos. Sin embargo, en un determinado momento sentí unas enormes ganas de abrazarlo por aquella inquietante sensación de haberle hecho daño.¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué siempre que lo tengo cerca me abruma un sinfín de emociones?Cuando estaba con Alessandro no me reconocía a mí misma.Siempre había sido así…Éramos diferentes en todos los sentidos, pero por un momento... por un extraño e inquietante momento, reconocí aquella inexplicable sensación de hace años que me embargaba y quemaba mis entrañas.Como una autómata y sin ser consiente de mis movimientos, llegué hasta el coche y me metí dentro, dejando caer la
LETICIAHice que el coche me esperara una hora, mientras armé a desgana el equipaje como si fuera que iría rumbo a la horca, en tanto en mi cabeza retumbaban las palabras: ¿Por qué has aceptado?Cuando creí que fue suficiente la espera, fui al cuarto de papá para despedirme, pero estaba profundamente dormido. Le dejé una nota, donde explicaba que tenía un viaje por trabajo y que regresaría en breve. Tenía la esperanza que Alessandro cumpliera su palabra y se ocupara de que papá fuera al centro de rehabilitación.Un elegante hombre de traje negro, esperaba impaciente al lado de una limusina color plata.—Gracias al cielo… —lo oí murmurar cuando me subí a la parte trasera y me sentí mal por él. Seguramente, Alessandro tomaría represalias con él por mi absurdo capricho de provocarlo. Después de todo, ya era mi dueño y ¿qué ganaría con hacerlo enojar?La limusina se fue acercando al hotel y con cada segundo que pasaba, la tensión fue creciendo en mi interior por la incertidumbre de lo que
Tomé los cubiertos y en absoluto silencio comencé a devorar las pastas. Sin embargo, el ruido que hicieron los cubiertos al caer en el palto de porcelana, captó mi atención y miré al hombre que se sentaba frente a mí. Me estaba observando con el ceño fruncido y los brazos cruzados al pecho.—Pareces una niña caprichosa —lo ignoré y seguí comiendo—. ¿Pretendes o no poner de tu parte en algún momento de la noche?Rodé los ojos y me limpié la boca luego de terminar de engullir la cena. Estaba deliciosa.—Estoy haciendo todo lo que me pides… no sé a qué viene tu reproche. Me has ordenando que viniera a verte y es lo que he hecho. Pediste que cenáramos y es lo que acabo de hacer. Eres tú quien se comporta como un chiquillo caprichoso, querido Alessandro —me vio como si estuviera loca y solo lo ignoré—. ¿Hay postre?—No haré nada en contra de tu padre —lanzó como si nada y me puse seria.—Pero sabes que no puede pagarte…—Lo hará. Es su deber pagar todas sus deudas y, para recuperar el rest
ALESSANDROLeticia había pasado la raya que se le permitía. Comenzó a hurgar en mi vida familiar y esa era una puerta que no le abriría tan fácilmente. Tampoco le diría que la necesitaba para calmar aguas del pasado, y, aunque era verdad que deseaba cobrarme el trago amargo que me había hecho pasar, la prioridad en estos momentos era que mi padre y los demás no dudaran de que ella y yo manteníamos un romance real. Solo así calmaría toda aquella tormenta que se había originado hace años y el motivo por el que realmente nos habíamos distanciado mi padre y yo.Recibir aquella llamada precisamente esta noche, había cambiado todo el panorama y mis planes para esta brava española a la que buscaba doblegar. Quería que se arrepintiera y me suplicara por no haberme elegido, pero ahora la necesitaba más que nunca.El abogado de mi padre me había informado que su salud empeoró y que en dos días debería reunirme con él en Miami. La excusa que puse fue que debía cerciorarme que mi prometida tenía
ALESSANDRO Leticia parecía pensarlo en tanto yo la miraba sin ocultar mi evidente deseo. El ambiente relucía gracias a la carga sexual que nuestros cuerpos emanaban. Leticia podía mentirse a sí misma, pero a un hombre experimentado como yo, jamás. Entre nosotros las cosas chispeaban, como fuegos artificiales que solo podías observar desde cierta distancia y anhelar alcanzar. No nos tocábamos con las manos, pero la sensación de que un fuego arrollador nos envolvía, no lo estaba experimentando solo yo. Rodeó la mesa, tratando de sustraerse al embrujo al que la había sometido mi mirada y sonreí, socarronamente. —¿Y bien? —curioseé, expectante ante su reacción; la misma reacción de aquella niña que había visitado mi suite hace años. Si lo deseaba, la haría mía en el preciso sofá donde casi le arranqué su castidad, pero no debía apurar las cosas en vista a que los imprevistos con mi padre se antepusieron a mis planes con ella. Ya llegaría el momento de que ambos juguemos de nuevo al gat