LETICIA ROIG
Horrorizada con lo que había pasado, llegué a casa devastada, sintiéndome una cualquiera, una mujer sin moral y sin palabra.
Había pasado la noche llorando y pensando en todas las palabras tan acertadas de Alessandro, porque tenía razón: él me gustaba de un modo incomprensible, de una manera en la que nunca nadie me había gustado. Ni siquiera Luis, quien era mi mejor amigo.
Ya al amanecer, decidí que después de tantas dudas, de tantos sentimientos encontrados, debía decírselo todo a mi prometido y terminar con mi compromiso. No podía seguir con la boda si mis sentimientos estaban tan revueltos.
Cuando llegó a casa esa tarde, le pedí que subiera a mi alcoba porque debíamos conversar seriamente.
—Me estás asustando, Leticia. ¿Qué sucede? ¿Estuviste llorando?
—Luis… yo… yo no puedo casarme contigo —murmuré, rompiendo a llorar.
—¡¿Qué?! —me tomó de los hombros y me guio hasta el borde de la cama para que nos sentáramos uno al lado del otro. Yo no podía dejar de llorar—. Faltan tres días para la ceremonia…
—Sí, lo sé, pero después de lo que hice, creo que no puedo casarme contigo —volví a decir.
—Leticia, sabes que somos amigos y que puedes confiarme todo… —negué con la cabeza—. Estoy seguro que si lo hablamos, encontraremos una solución que no sea precisamente la de suspender la boda —tomó mi barbilla con sus dedos y levantó mi cara—. Mírame y dime exactamente qué ha pasado para que me digas que no puedes casarte conmigo, a último momento.
Con pesar y vergüenza, le había relatado todo desde un principio y sin omitir absolutamente nada, ni siquiera lo ocurrido en el hotel. Cuando terminé mi relato, Luis se quedó en silencio por un largo rato y luego suspiró, se puso de pie y me obligó a hacer lo mismo.
—No es nada que no podamos superar… —dijo para mi sorpresa—. Ni es motivo para suspender nuestra boda.
—Pero, Luis… creo que no es correcto. No puedo casarme contigo después de todo lo que estuve a punto de hacer y de lo que sentí, de lo que ahora mismo siento por ese… hombre. Es algo imperdonable —negué.
—Yo te perdono, Leticia —dijo con firmeza—. Te perdono porque te amo.
Seguí negando. Estaba mal. No podía casarme con él, sintiendo cosas tan descabelladas por otro hombre.
—No puedo, Luis… lo siento —susurré con pesar—. Sería un error hacerlo y tú no te mereces esto.
—Te lo suplico, Leticia. No suspendas la boda —imploró.
—Pero…
—Pero nada, nena. Lo superaremos. Entiendo que fue un momento de debilidad. Olvidemos todo y no echemos a perder nuestros planes por algo que fue en un momento de flaqueza. Te lo ruego; cásate conmigo.
—Lo siento mucho Luis… pero no puedo hacerlo. No lo haré. No de este modo.
—Tengo leucemia —dijo de pronto, paralizándome por completo—. Tengo leucemia, nena. Y tal vez casarte conmigo sea la última posibilidad que tengo de ser feliz, aunque solo dure un momento.
Mis labios temblaron y palidecí por completo. Negué nuevamente con la cabeza y él sonrió débilmente.
—En cuatro días comienza mi tratamiento de quimioterapia y te quiero a mi lado… —siguió hablando—. De todos modos, tal vez pronto enviudes y puedas volver a empezar con ese hombre una nueva vida, pero ahora no me abandones, Leticia. Te lo pido por todo lo que hemos pasado juntos.
Me lancé a sus brazos y lo abracé con fuerza.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¡Cómo pudiste esconderme algo tan grave! —le reproché.
—No pensé que fuera tan grave, pero los estudios que acabo de hacerme en el extranjero, confirmaron las sospechas del médico…
—¿Entonces me mentiste? —le increpé furiosa—. ¿No era un viaje de trabajo?
—No quería preocuparte, cielo. Tenía la esperanza de que fuera una falsa alarma.
—No lo puedo creer… —hundí mi rostro en su pecho y lloré desconsoladamente.
—Dime que te casarás conmigo —volvió a suplicar y suspiré hondo. No podía dejarlo solo en aquel momento—. Te prometo que no haremos nada que tú no quieras, pero necesito a mi compañera conmigo para enfrentar esta batalla. Necesito a mi mejor amiga… —sollozó mientras temblaba.
—No te dejaré solo. Lo prometo.
***
—¿Estás segura de hacer esto, Leticia? —preguntó mi padre, ya en la puerta de la iglesia cuando tomé su brazo para caminar hasta el altar—. Alessandro nos dijo a tu madre y a mí que se gustaban y que romperías tu compromiso. ¿Qué ha pasado entre ustedes? ¿Qué está pasando?
—¿Puedes no mencionar a ese hombre por este día, papá? —le rogué y él suspiró.
—Tu madre lo invitó y creo que estaba dispuesto a venir solo para comprobar que no te casarías. Estaba muy seguro de que cambiarías de opinión en relación a tu boda.
—¡¿Qué?! —chillé sin darme cuenta de que los invitados estaban cerca—. ¿Cómo pudieron invitarlo?
—Lo siento, sabes cómo es tu madre —se excusó y comencé a respirar con dificultad cuando los violines comenzaron a oírse con la marcha nupcial que me obligaban a entrar a esa iglesia a casarme.
Cuando di los primeros pasos, por instinto miré a mi derecha y me topé con Alessandro, sentado en la última banca de la iglesia.
Mi conmoción fue tal que mi padre tuvo que sujetarme fuerte para no desplomarme.
Se puso de pie y caminó en sentido contrario a mí, con la intención de salir de la iglesia. Al pasar por mi lado, ambos nos detuvimos brevemente sin vernos a la cara. Sin embargo, sus palabras me dejaron helada.
—Prometo que algún día vendrás de rodillas hasta mí, y en ese momento, no tengas dudas de que te aplastaré y me cobraré tu desprecio…
Temblé por dentro y respiré hondo para no llorar.
Ya había elegido y no había marcha atrás.
ALESSANDRO FERRARI CERDEÑA AÑO 2020 La usual sonrisa despreocupada que siempre me caracterizaba, desapareció por completo cuando el implacable Lucca Greco, padre de mi mejor amigo y socio comercial de mi progenitor, mencionó aquel maldito nombre. «Leticia, Leticia, Leticia…» Retumbaba en mi cabeza mientras el padre de Giulio me hacía una oferta que fui incapaz de rechazar. —Entonces… —entrelazó sus dedos y me vio saboreando de antemano su triunfo—. ¿Escogerás mi oferta o tu lealtad como amigo? El viejo me estaba probando. Quería que envolviera en una pequeña trampa a Julián, a fin de que por fin tomara una buena decisión y sentara cabeza con Luciana, y, aunque me sentía fatal por lo que ya había escogido, estaba seguro que mi amigo lo entendería. Me había puesto de pie y recorrí su despacho, pensando en la posibilidad que me estaba dando. —Sería un completo idiota si no aceptara tu oferta. —Tenemos un trato —zanjó. Me giré y vi por el rabillo cierto atisbo de decepción. Sin
LETICIAMe estremecí con violencia, mientras la imagen del hombre que susurraba mi nombre, resurgió como un huracán en mi mente.Me quedé petrificada. Mi lengua se entumeció y no pude más que recrear aquel fatídico y sensual momento en el sofá de su suite. Me había corrompido, me había arruinado para siempre y lo había expulsado de mi vida sin que siquiera lo sospechara.—Leticia, ¿sigues ahí?Su insistencia me devolvió a la realidad y cerré la puerta tras de mí. Mi padre, ebrio de nuevo, dormía en el sofá de mi pequeño piso. No quería despertarlo y menos que oyera el apellido Ferrari.Su voz profunda, gruesa y espesa como la miel, no había cambiado con los años.Siempre me había encantado como pronunciaba mi nombre, aunque jamás lo asumí. Hace cinco años que no lo escuchaba, pero podía reconocerlo al instante.Entonces, el horror sobresalió y pasé de la sorpresa a preguntarme aterrada a qué me estaba llamando. La garganta se me cerró y apenas pude responder.—Sí… —oí un suspiro fuer
LETICIAHabía sido un completo error mirarlo a los ojos. Su mirada me impactó tanto como hace cinco años. Sentí aquella misma sensación indescriptible que en aquel tiempo y todo él ejercía una especie de atracción mortal para mí.Comenzó a dar algunos pasos a mi alrededor, perturbándome con su movimiento sensual. Parecía un depredador al acecho, estudiando cada rasgo y movimiento de su presa. Tragué saliva y me relamí la boca cuando sentí un magnetismo en mi espalda. Tenía la garganta seca y me costaba respirar.Cuando volvió a situarse delante de mí, mi mirada recorrió su rostro angelical, deteniéndose justo en aquellos magnánimos ojos impasibles de un tono celeste brillante. Aturdida, sacudí la cabeza mentalmente y el ambiente se me hizo insoportable.—¿Qué quieres? —pregunté directamente. Deseaba largarme de ese sitio que me sofocaba.—Es mejor que te pongas cómoda, ¿por qué no te sientas? —señaló aquel sofá y me ruboricé. Él sonrió victorioso por haberme incomodado.—No veo para q
ALESSANDROVolví a sentirme vivo cuando el cuerpo de Leticia pereció con mi cercanía.¡Mi Dios! Ella… ella simplemente me volvía loco y no encontraba otro remedio para mi locura más que tenerla.Cuando pensé que su voluntad al fin se doblegaría como lo hacía su cuerpo, esa endiablada mujer replicó a mi oído lo siguiente:—Nunca seré tuya, Alessandro. Olvídate del asunto…En ese instante, fui preso de la furia y me sentí impotente. ¿Cómo podía seguir rechazándome?—¿Cuándo aceptarás lo que sientes por mí? —pregunté con desespero, frunciendo la mirada—. ¿Acaso ya olvidaste lo que ocurrió aquí? Puedo apostar que te enamoraste en aquel tiempo, Leticia, pero te empeñas en negarlo —insistí, rozando mi nariz con la suya.—Solo fue un momento de arrebato, Alessandro. Me ganó la lujuria, nada más. —zanjó el asunto y suspiré.Leticia no se rendiría, pero yo tampoco.—Ya veo… —musité, soltándola despacio.Ella se sacudió y trató de tomar su abrigo para marcharse.—Es mejor que te sientes —advert
LETICIANo necesité que me exigiera dos veces que me marchara, sino más bien lo agradecí porque su cercanía me estaba matando.Salí de la suite a toda prisa y mientras aguardaba por el elevador, cerré los ojos y respiré lenta y profundamente.Alessandro seguía provocando en mí un torbellino de emociones al igual que en el pasado, a pesar de ser dos polos completamente opuestos. Sin embargo, en un determinado momento sentí unas enormes ganas de abrazarlo por aquella inquietante sensación de haberle hecho daño.¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué siempre que lo tengo cerca me abruma un sinfín de emociones?Cuando estaba con Alessandro no me reconocía a mí misma.Siempre había sido así…Éramos diferentes en todos los sentidos, pero por un momento... por un extraño e inquietante momento, reconocí aquella inexplicable sensación de hace años que me embargaba y quemaba mis entrañas.Como una autómata y sin ser consiente de mis movimientos, llegué hasta el coche y me metí dentro, dejando caer la
LETICIAHice que el coche me esperara una hora, mientras armé a desgana el equipaje como si fuera que iría rumbo a la horca, en tanto en mi cabeza retumbaban las palabras: ¿Por qué has aceptado?Cuando creí que fue suficiente la espera, fui al cuarto de papá para despedirme, pero estaba profundamente dormido. Le dejé una nota, donde explicaba que tenía un viaje por trabajo y que regresaría en breve. Tenía la esperanza que Alessandro cumpliera su palabra y se ocupara de que papá fuera al centro de rehabilitación.Un elegante hombre de traje negro, esperaba impaciente al lado de una limusina color plata.—Gracias al cielo… —lo oí murmurar cuando me subí a la parte trasera y me sentí mal por él. Seguramente, Alessandro tomaría represalias con él por mi absurdo capricho de provocarlo. Después de todo, ya era mi dueño y ¿qué ganaría con hacerlo enojar?La limusina se fue acercando al hotel y con cada segundo que pasaba, la tensión fue creciendo en mi interior por la incertidumbre de lo que
Tomé los cubiertos y en absoluto silencio comencé a devorar las pastas. Sin embargo, el ruido que hicieron los cubiertos al caer en el palto de porcelana, captó mi atención y miré al hombre que se sentaba frente a mí. Me estaba observando con el ceño fruncido y los brazos cruzados al pecho.—Pareces una niña caprichosa —lo ignoré y seguí comiendo—. ¿Pretendes o no poner de tu parte en algún momento de la noche?Rodé los ojos y me limpié la boca luego de terminar de engullir la cena. Estaba deliciosa.—Estoy haciendo todo lo que me pides… no sé a qué viene tu reproche. Me has ordenando que viniera a verte y es lo que he hecho. Pediste que cenáramos y es lo que acabo de hacer. Eres tú quien se comporta como un chiquillo caprichoso, querido Alessandro —me vio como si estuviera loca y solo lo ignoré—. ¿Hay postre?—No haré nada en contra de tu padre —lanzó como si nada y me puse seria.—Pero sabes que no puede pagarte…—Lo hará. Es su deber pagar todas sus deudas y, para recuperar el rest
ALESSANDROLeticia había pasado la raya que se le permitía. Comenzó a hurgar en mi vida familiar y esa era una puerta que no le abriría tan fácilmente. Tampoco le diría que la necesitaba para calmar aguas del pasado, y, aunque era verdad que deseaba cobrarme el trago amargo que me había hecho pasar, la prioridad en estos momentos era que mi padre y los demás no dudaran de que ella y yo manteníamos un romance real. Solo así calmaría toda aquella tormenta que se había originado hace años y el motivo por el que realmente nos habíamos distanciado mi padre y yo.Recibir aquella llamada precisamente esta noche, había cambiado todo el panorama y mis planes para esta brava española a la que buscaba doblegar. Quería que se arrepintiera y me suplicara por no haberme elegido, pero ahora la necesitaba más que nunca.El abogado de mi padre me había informado que su salud empeoró y que en dos días debería reunirme con él en Miami. La excusa que puse fue que debía cerciorarme que mi prometida tenía