ALESSANDROLeticia había pasado la raya que se le permitía. Comenzó a hurgar en mi vida familiar y esa era una puerta que no le abriría tan fácilmente. Tampoco le diría que la necesitaba para calmar aguas del pasado, y, aunque era verdad que deseaba cobrarme el trago amargo que me había hecho pasar, la prioridad en estos momentos era que mi padre y los demás no dudaran de que ella y yo manteníamos un romance real. Solo así calmaría toda aquella tormenta que se había originado hace años y el motivo por el que realmente nos habíamos distanciado mi padre y yo.Recibir aquella llamada precisamente esta noche, había cambiado todo el panorama y mis planes para esta brava española a la que buscaba doblegar. Quería que se arrepintiera y me suplicara por no haberme elegido, pero ahora la necesitaba más que nunca.El abogado de mi padre me había informado que su salud empeoró y que en dos días debería reunirme con él en Miami. La excusa que puse fue que debía cerciorarme que mi prometida tenía
ALESSANDRO Leticia parecía pensarlo en tanto yo la miraba sin ocultar mi evidente deseo. El ambiente relucía gracias a la carga sexual que nuestros cuerpos emanaban. Leticia podía mentirse a sí misma, pero a un hombre experimentado como yo, jamás. Entre nosotros las cosas chispeaban, como fuegos artificiales que solo podías observar desde cierta distancia y anhelar alcanzar. No nos tocábamos con las manos, pero la sensación de que un fuego arrollador nos envolvía, no lo estaba experimentando solo yo. Rodeó la mesa, tratando de sustraerse al embrujo al que la había sometido mi mirada y sonreí, socarronamente. —¿Y bien? —curioseé, expectante ante su reacción; la misma reacción de aquella niña que había visitado mi suite hace años. Si lo deseaba, la haría mía en el preciso sofá donde casi le arranqué su castidad, pero no debía apurar las cosas en vista a que los imprevistos con mi padre se antepusieron a mis planes con ella. Ya llegaría el momento de que ambos juguemos de nuevo al gat
LETICIACuando abrí los ojos tras despertar de un largo y relajado sueño, vi a Alessandro a escasos centímetros de mí. La miraba burlona con la que me observaban sus ojos aguamarina oscurecidos, hizo que me sobresaltara y cubriera con la manta hasta el cuello.—Es curioso que siempre seas las primera en todo —musitó, recorriendo con lascivia mi cuerpo cubierto con la manta—. Eres la primera y única mujer que no me ha esperado ansiosa en la cama; en cambio, te has dormido del aburrimiento —acotó con tono burlón—. ¿Por qué insistes en lastimar mi orgullo, cara?De inmediato me incorporé con una sonrisa falsamente brillante.—¿Por qué no me has despertado? —miré la ventana por donde los rayos del sol ingresaban furiosos—. Debe ser tardísimo…Alessandro me dedicó una sonrisa genuinamente divertida que transformó sus poderosos rasgos. Alargó una mano y la deslizó por mi cabello antes de que pudiera apartar la cabeza.—¿Sabes? —respondió en cambio—. Cuando te vi por primera vez, fue tu pelo
ALESSANDROComprendí demasiado tarde que me había dejado llevar por el deseo, pero sobre todo, por el resentimiento de que me hubiera hecho a un lado a pesar de lo que yo le hacía sentir.Cuando terminó de vestirse, me miró como si fuera el más cruel de los hombres, pero ella parecía ni siquiera percatarse que fue aún más cruel conmigo en el pasado.—Eres cruel, Alessandro… —murmuró apenas, abrazándose a sí misma.—¿Soy cruel por decir la verdad? —me crucé de brazos, cabreado, aguardando su respuesta que nunca llegó—. La única persona cruel entre estas paredes, eres tú, Leticia… —reproché.—¡¿Yo?!—Hace cinco años me deseabas... pero no querías admitirlo —dije con fiereza.Perpleja, Leticia me vio horrorizada.—¿Eso que tiene que ver con la crueldad? —increpó como si yo estuviera loco.—¡Tiene que ver con que fuiste la persona más hipócrita que conocí en toda mi vida! —me despaché—. Si no hubiéramos sido interrumpidos aquella vez, me habrías entregado tu castidad sin arrepentimientos,
LETICIA Una hora después del altercado que tuvimos, me reuní con Alessandro en el restaurante del hotel para tomar el desayuno. Mientras caminaba hacia él, advertí su crítica mirada hacia mi atuendo que consistía en unos vaqueros gastados de color negro y una camiseta blanca con la fotografía de la banda Héroes del Silencio. —Debemos renovar tu guardarropas con urgencia —frunció las cejas mientras bebía café. Volvió a volcar su atención en el periódico que estaba leyendo y tomé asiento frente a él para engullir unos huevos revueltos con jamón y tocino. Bebí jugo de naranja y terminé con mi desayuno rápido; estaba con mucho apetito. El teléfono sonó y Alessandro se levantó rápidamente. A pesar de mí misma, lo seguí con la mirada y reparé en lo atractivo que se veía en aquel traje gris plata a medida que le quedaba como un guante, haciendo resaltar sus anchos y musculosos hombros. «¿Pero que estoy haciendo?», me pregunté, sacudiendo la cabeza. Cerré por unos segundos mis párpados y r
ALESSANDRO Leticia tragó saliva cuando mencioné que encontraría algún modo de tenerla. Cuando pensé que preguntaría mis posibles métodos, solo cambió de tema. —¿Tu padre está casado? Inesperadamente, con aquella pregunta, mi humor de por sí áspero, se agrió aún más. Pensar en la esposa de mi padre, hizo que riera de un modo sarcástico que solo yo comprendía. —Lo está —musité sin ningún atisbo de emoción. —¿Hace tiempo? ¿Cómo es tu relación con ella? —siguió preguntando y me crispé por dentro, mientras respondía en mi mente: «Mi relación con Leah es como la del gato con el ratón». —Es su quinta esposa. Se casaron hace seis años. Me relación con ella es inexistente, aunque nos conocemos de hace tiempo; tiene mi edad. —¡Oh! —se sorprendió—. Entonces, es mucho más joven que tu padre… —conjeturó y afirmé, endureciendo mi boca—. ¿Tiene hijos? —retomó sus preguntas. —No. No los tiene. —me vio con inquisición, tal vez por el matiz sombrío que tomó mi rostro al hablar de esas cosas. —
LETICIAMe había sentido ridiculizada por aquella despampanante mujer que me veía como si quisiera degollarme. Saber que había tenido una aventura con Alessandro, me provocó cierta irritación que ni yo comprendía a qué se debía.No podía estar celosa… ¿o sí?Sacudí la cabeza para que esos pensamientos salieran de mi mente cuando Alessandro entrelazó nuestros dedos y me guio a la limosina.El chofer abrió la puerta de atrás para nosotros y el maldito griego – italiano, presionó un botón que levantó una especie de barrera entre el conductor y nosotros, para tener privacidad.Al percibir su cercanía y el aura magnética que emanaba su cuerpo, quedé momentáneamente sin respiración. —¿Cómo fue que terminamos así, Leticia? —resopló y tomó mi barbilla para que girara la cabeza a mirarlo—. Debimos estar juntos… hace cinco años… ahora… —gimió sobre mi boca y entrecerré los ojos.—No sigas, Alessandro… por favor… —le supliqué, percibiendo la amenaza latente para mi autocontrol en su renuente ac
ALESSANDRODespués de haber hecho aquella aclaración, Leticia pareció muy afectada y derramó varias lágrimas. Tragué con fuerza, incapaz de seguir torturándola, pero también, sin seguir comprendiéndola.—Lo siento… —murmuré—. No puedo verte llorar —le aclaré, borrando con mis dedos los rastros de lágrimas de su mejilla.Ella, ladeó su cabeza y la colocó en mi hombro como si fuéramos los mejores amigos del mundo y yo la estuviera consolando.Resoplé internamente, mientras intentaba contener mis impulsos físicos estando tan cerca de ella. Tenerla de aquel modo, con su cálido cuerpo apoyado al mío, sólo sirvió para acrecentar mi tormento y querer aún más hacerla mía.Sin poder tolerarlo más, volví a colocarla sobre mis piernas y la abracé con fuerza.De inmediato, al percibir el calor de su carne por debajo de la tela del vestido, temblé de insatisfacción. Por algún motivo, Leticia no se apartó de mí y, cuando besé su cabello, colocó su mano en mi pecho.Mis latidos aumentaron y ella per