LETICIACuando abrí los ojos tras despertar de un largo y relajado sueño, vi a Alessandro a escasos centímetros de mí. La miraba burlona con la que me observaban sus ojos aguamarina oscurecidos, hizo que me sobresaltara y cubriera con la manta hasta el cuello.—Es curioso que siempre seas las primera en todo —musitó, recorriendo con lascivia mi cuerpo cubierto con la manta—. Eres la primera y única mujer que no me ha esperado ansiosa en la cama; en cambio, te has dormido del aburrimiento —acotó con tono burlón—. ¿Por qué insistes en lastimar mi orgullo, cara?De inmediato me incorporé con una sonrisa falsamente brillante.—¿Por qué no me has despertado? —miré la ventana por donde los rayos del sol ingresaban furiosos—. Debe ser tardísimo…Alessandro me dedicó una sonrisa genuinamente divertida que transformó sus poderosos rasgos. Alargó una mano y la deslizó por mi cabello antes de que pudiera apartar la cabeza.—¿Sabes? —respondió en cambio—. Cuando te vi por primera vez, fue tu pelo
ALESSANDROComprendí demasiado tarde que me había dejado llevar por el deseo, pero sobre todo, por el resentimiento de que me hubiera hecho a un lado a pesar de lo que yo le hacía sentir.Cuando terminó de vestirse, me miró como si fuera el más cruel de los hombres, pero ella parecía ni siquiera percatarse que fue aún más cruel conmigo en el pasado.—Eres cruel, Alessandro… —murmuró apenas, abrazándose a sí misma.—¿Soy cruel por decir la verdad? —me crucé de brazos, cabreado, aguardando su respuesta que nunca llegó—. La única persona cruel entre estas paredes, eres tú, Leticia… —reproché.—¡¿Yo?!—Hace cinco años me deseabas... pero no querías admitirlo —dije con fiereza.Perpleja, Leticia me vio horrorizada.—¿Eso que tiene que ver con la crueldad? —increpó como si yo estuviera loco.—¡Tiene que ver con que fuiste la persona más hipócrita que conocí en toda mi vida! —me despaché—. Si no hubiéramos sido interrumpidos aquella vez, me habrías entregado tu castidad sin arrepentimientos,
LETICIA Una hora después del altercado que tuvimos, me reuní con Alessandro en el restaurante del hotel para tomar el desayuno. Mientras caminaba hacia él, advertí su crítica mirada hacia mi atuendo que consistía en unos vaqueros gastados de color negro y una camiseta blanca con la fotografía de la banda Héroes del Silencio. —Debemos renovar tu guardarropas con urgencia —frunció las cejas mientras bebía café. Volvió a volcar su atención en el periódico que estaba leyendo y tomé asiento frente a él para engullir unos huevos revueltos con jamón y tocino. Bebí jugo de naranja y terminé con mi desayuno rápido; estaba con mucho apetito. El teléfono sonó y Alessandro se levantó rápidamente. A pesar de mí misma, lo seguí con la mirada y reparé en lo atractivo que se veía en aquel traje gris plata a medida que le quedaba como un guante, haciendo resaltar sus anchos y musculosos hombros. «¿Pero que estoy haciendo?», me pregunté, sacudiendo la cabeza. Cerré por unos segundos mis párpados y r
ALESSANDRO Leticia tragó saliva cuando mencioné que encontraría algún modo de tenerla. Cuando pensé que preguntaría mis posibles métodos, solo cambió de tema. —¿Tu padre está casado? Inesperadamente, con aquella pregunta, mi humor de por sí áspero, se agrió aún más. Pensar en la esposa de mi padre, hizo que riera de un modo sarcástico que solo yo comprendía. —Lo está —musité sin ningún atisbo de emoción. —¿Hace tiempo? ¿Cómo es tu relación con ella? —siguió preguntando y me crispé por dentro, mientras respondía en mi mente: «Mi relación con Leah es como la del gato con el ratón». —Es su quinta esposa. Se casaron hace seis años. Me relación con ella es inexistente, aunque nos conocemos de hace tiempo; tiene mi edad. —¡Oh! —se sorprendió—. Entonces, es mucho más joven que tu padre… —conjeturó y afirmé, endureciendo mi boca—. ¿Tiene hijos? —retomó sus preguntas. —No. No los tiene. —me vio con inquisición, tal vez por el matiz sombrío que tomó mi rostro al hablar de esas cosas. —
LETICIAMe había sentido ridiculizada por aquella despampanante mujer que me veía como si quisiera degollarme. Saber que había tenido una aventura con Alessandro, me provocó cierta irritación que ni yo comprendía a qué se debía.No podía estar celosa… ¿o sí?Sacudí la cabeza para que esos pensamientos salieran de mi mente cuando Alessandro entrelazó nuestros dedos y me guio a la limosina.El chofer abrió la puerta de atrás para nosotros y el maldito griego – italiano, presionó un botón que levantó una especie de barrera entre el conductor y nosotros, para tener privacidad.Al percibir su cercanía y el aura magnética que emanaba su cuerpo, quedé momentáneamente sin respiración. —¿Cómo fue que terminamos así, Leticia? —resopló y tomó mi barbilla para que girara la cabeza a mirarlo—. Debimos estar juntos… hace cinco años… ahora… —gimió sobre mi boca y entrecerré los ojos.—No sigas, Alessandro… por favor… —le supliqué, percibiendo la amenaza latente para mi autocontrol en su renuente ac
ALESSANDRODespués de haber hecho aquella aclaración, Leticia pareció muy afectada y derramó varias lágrimas. Tragué con fuerza, incapaz de seguir torturándola, pero también, sin seguir comprendiéndola.—Lo siento… —murmuré—. No puedo verte llorar —le aclaré, borrando con mis dedos los rastros de lágrimas de su mejilla.Ella, ladeó su cabeza y la colocó en mi hombro como si fuéramos los mejores amigos del mundo y yo la estuviera consolando.Resoplé internamente, mientras intentaba contener mis impulsos físicos estando tan cerca de ella. Tenerla de aquel modo, con su cálido cuerpo apoyado al mío, sólo sirvió para acrecentar mi tormento y querer aún más hacerla mía.Sin poder tolerarlo más, volví a colocarla sobre mis piernas y la abracé con fuerza.De inmediato, al percibir el calor de su carne por debajo de la tela del vestido, temblé de insatisfacción. Por algún motivo, Leticia no se apartó de mí y, cuando besé su cabello, colocó su mano en mi pecho.Mis latidos aumentaron y ella per
LETICIAMientras Alessandro había bajado del coche para cerciorarse de lo que estaba ocurriendo, sacudí la cabeza en tanto intentaba recobrar algo de cordura.Confundida, asumí que había estado a punto de entregarme a ese hombre y me abracé, sintiendo temor de mis propios impulsos.Tenía que aceptar, muy a mi pesar, que quería estar con Alessandro… y sobre todo, ofrecerle consuelo por no poder mencionar lo que en realidad había sucedido con Luis; mis motivos, confesar que jamás había sido suya ni de nadie más, porque en mis recuerdos, todo lo que experimenté con él, no había podido ser superado.En el instante en que reconocí aquella necesidad que, con el correr de las horas y su cercanía, crecía más y más en mi interior, caí en la terrible realidad de mis sentimientos y deseos carnales. Aturdida, me llevé las manos a la cara y me la cubrí, avergonzada de mi comportamiento.¿Qué me estaba pasando? ¿Qué sucedía dentro de mi cabeza?Durante cinco años, con el afán de superarlo, me había
LETICIADesperté sobresaltada por el pitido del despertador, sintiéndome aturdida al abrir mis párpados y encontrarme en una impresionante habitación que no era mía. Me removí en la cama, inquieta, recordando vagamente mi llegada a Miami y a la enorme mansión Antonopoulos. El desajuste de horario me tenía totalmente perdida.Cuando salí de la cama, vi un hermoso vestido rojo colgado por el perchero que estaba situado al lado del tocador. Resoplé con resignación al imaginar que Alessandro consideraba el vestido más adecuado para conocer a su padre.Contemplé la enorme y opulenta habitación de nuevo, notando por primera vez sus sillones de brocado, floreros y exquisito mobiliario. El vestidor y el baño eran igualmente impresionantes.Mi equipaje ya había sido deshecho y todo colgaba en el vestidor.Con prisa de que no se me hiciera tarde, me di un baño rápido, lavando mi rubia y larga cabellera. Apenas cerré la ducha cuando oí que alguien ingresó a mi alcoba, por lo que me sequé el pelo