CAPITULO 12
ALESSANDRO

Leticia parecía pensarlo en tanto yo la miraba sin ocultar mi evidente deseo. El ambiente relucía gracias a la carga sexual que nuestros cuerpos emanaban. Leticia podía mentirse a sí misma, pero a un hombre experimentado como yo, jamás. Entre nosotros las cosas chispeaban, como fuegos artificiales que solo podías observar desde cierta distancia y anhelar alcanzar. No nos tocábamos con las manos, pero la sensación de que un fuego arrollador nos envolvía, no lo estaba experimentando solo yo.

Rodeó la mesa, tratando de sustraerse al embrujo al que la había sometido mi mirada y sonreí, socarronamente.

—¿Y bien? —curioseé, expectante ante su reacción; la misma reacción de aquella niña que había visitado mi suite hace años. Si lo deseaba, la haría mía en el preciso sofá donde casi le arranqué su castidad, pero no debía apurar las cosas en vista a que los imprevistos con mi padre se antepusieron a mis planes con ella.

Ya llegaría el momento de que ambos juguemos de nuevo al gat
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