LETICIADesperté sobresaltada por el pitido del despertador, sintiéndome aturdida al abrir mis párpados y encontrarme en una impresionante habitación que no era mía. Me removí en la cama, inquieta, recordando vagamente mi llegada a Miami y a la enorme mansión Antonopoulos. El desajuste de horario me tenía totalmente perdida.Cuando salí de la cama, vi un hermoso vestido rojo colgado por el perchero que estaba situado al lado del tocador. Resoplé con resignación al imaginar que Alessandro consideraba el vestido más adecuado para conocer a su padre.Contemplé la enorme y opulenta habitación de nuevo, notando por primera vez sus sillones de brocado, floreros y exquisito mobiliario. El vestidor y el baño eran igualmente impresionantes.Mi equipaje ya había sido deshecho y todo colgaba en el vestidor.Con prisa de que no se me hiciera tarde, me di un baño rápido, lavando mi rubia y larga cabellera. Apenas cerré la ducha cuando oí que alguien ingresó a mi alcoba, por lo que me sequé el pelo
LETICIAEn mi cabeza seguían retumbando las palabras de la esposa de mi supuesto suegro.La sugerencia de esa mujer, dejando la impresión de que estaba siendo cómplice de Alessandro, había sido muy clara.Pensar en que ellos dos hubieran o, en el peor de los casos, tuvieran algo que ver emocionalmente, hizo que se me revolviera el estómago. Tragué con esfuerzo, notando que me costaba respirar. Alessandro tendría que darme algunas explicaciones si quería que siguiera con su absurdo teatro.Terminé de arreglarme y la misma mujer que me enseñó mi habitación, estaba de pie, frente a la puerta, esperando por mí para acompañarme al comedor.Caminamos un largo rato por un pasillo hasta llegar a una aristocrática escalera que conducía al tan esperado comedor.Tragué con fuerza antes de cruzar la puerta, encontrándome a la madrastra y otra mujer, que rondaría los cuarenta, sentadas en distintos sitios, sin dirigirse la palabra.En cuanto la extraña me vio, en su rostro se dibujó una genuina s
LETICIA En la enorme mesa rectangular, gracias a Dios no me senté ni al lado de Alessandro, quien ocupaba una de las cabeceras al igual que su padre, ni al lado de Leah. Adara tuvo la gentileza de pedirme que me sentara con ella con la excusa de que deseaba conocerme un poco más. Sin embargo, podía sentir como la mirada de ambos no se apartaban de mi persona y era sometida a juicios distintos en los que ninguno de ellos dos tenían la razón. —No tomes a mal a mi hermano; solo tiene miedo de que, a causa del rencor, Alessandro decida no tener hijos. Sería el peor modo de castigarlo —fruncí el ceño—. Para Kostas es importante que nuestro apellido no quede en el olvido y sabe que Alessandro le guarda rencor por muchas cosas —explicó y negó con la cabeza. —No te preocupes —fue lo único que atiné a decir, preguntándome si Leah era una de las razones para que padre e hijo estuvieran tan disgustados. Tras media hora comiendo en absoluto mutismo, noté que la anfitriona apenas había probado
LETICIA Las palabras de Adara me dejaron meditando en la posibilidad de que alguna mujer a la que Alessandro había amado, lo había traicionado y tenía que ver con su padre. De solo imaginar a Leah en sus brazos, sentí un inexplicable dolor al pensar en él, amando a una mujer tan intensamente. ¿Pero por qué? ¿Era un problema de orgullo? Cinco años atrás, Alessandro no me amaba, solo se había encaprichado conmigo, tal vez por sentirse despechado con ese amor que no pudo ser. Prueba de ello era que no me abrió su corazón, no trató de persuadirme, de hacerme comprender que sentía cosas más allá del deseo. Solo me ofreció el espacio vacío que había dejado en su cama, probablemente, la mujer a la que tácitamente Adara había mencionado. No era tonta. Que dijera que se alegraba de que se hubiera vuelto a enamorar y aquello de que un hombre más débil hubiera perdido su fe en las mujeres para siempre, fue claro para mí. Alessandro amó intensamente a alguien más que no era yo. A mí solo me
ALESSANDROMe comenzaba a desconcertar demasiado el comportamiento virginal de Leticia. Era como si fuera la primera vez que se encontraba con un hombre a solas, cuando la realidad era completamente otra.Cuando tomé con mi boca sus labios entreabiertos con ardiente y hambrienta pasión, la sentí tensa bajo mi cuerpo y, como un poseso, entrelacé mi mano en su rubio cabello, sujetándola como si temiera que fuera a escaparse de mi contacto.Sin embargo, no transcurrió ni un minuto para que la sintiera rendirse a lo inevitable, luego de que nuestras bocas se tocaran. Al cabo de unos segundos, su temor pareció desaparecer y sentí sus dedos entrelazarse a mi pelo con ferocidad cuando incliné la cabeza sobre sus generosos senos, luego de deslizar el diminuto y sexy camisón y pasarlo por su cabeza para dejarla densuda.Ella temblaba, como si fuera su primera vez y algo dentro de mí comenzó a gritarme que nada había sido como yo imaginé en todos estos años. El pecho comenzó a bombear con poten
ALESSANDRO—Creo que es mejor que vaya a ducharme… —susurré molesto, saliendo de la cama para ir al tocador. Deseaba cargarla entre mis brazos y llevarla conmigo, tallar la sedosa piel de su cuerpo… volver a hacerla mía, mientras el agua se escurría sobre su cuerpo. Que el sonido de la ducha amortiguase los gemidos y alaridos de placer de nuestras bocas. Sin embargo, necesitaba un momento a solas para asimilar lo que acababa de ocurrir.Tantos años maldiciéndola, detestándola ¿por nada?Y ni siquiera tuvo la desfachatez de advertirme o refutarme en la cara cada vez que la insultaba o maltrataba.¿Por qué?¡Por qué!Leticia sabía perfectamente cuan frustrado estaba por creer que le había entregado al enclenque de Luis su castidad; le hice la vida imposible en cuanto la tuve delante de mí y, aun con todo, ella ni siquiera parpadeó para mantener su mentira… ¿por qué?Reposé mis manos al lavabo y me miré al espejo con desilusión porque, descubrir que perdió su virginidad en mi cama, le da
ALESSANDRO—¿Podrías parar un momento? —gritó Leticia cuando nuestros pies tocaron la arena tibia de la playa.—¿Y ahora qué? —la solté.—¿Cómo piensas sacarnos de este lío de la boda? —preguntó tensamente.Coloqué los brazos en jarra, eché atrás la cabeza y reí repentinamente.—No voy a hacer nada para detener nuestro matrimonio, cara…—Pero… —Leticia parecía que no podía creer lo que estaba oyendo.—Sabes que el único modo de parar con los deseos de mi padre es diciéndole la verdad y eso no sucederá —dije con decisión.—Hay millones de excusas que podrías inventar. Hasta podrías decirle la verdad —fruncí el ceño—: Que no me amas, Alessandro… que lo has pensado mejor y no soy una mujer para ti.Negué con la cabeza y di media vuelta para seguir caminando. No pensaba someterme a sus deseos. ¿Acaso estaba loca? Me había entregado su virginidad y aun así, pensaba en seguir fingiendo que lo nuestro no significaba nada para ella.¿Acaso no le importaba?—Esa sería la excusa más tonta que p
ALESSANDRO—¿Por qué quieres casarte conmigo? —indagó de pronto y dentro de mí me hice esa misma pregunta.Tenía varias respuestas que no eran concretas, por lo que solo me incliné a responder lo que en principio habría sido un matrimonio con ella.—Necesito que mi padre deje de temer… que muera en paz —respondí—. Haría cualquier cosa para evitarle esas ideas tontas… —«incluso usarte», acoté en mi cabeza.—¿A qué le tiene miedo tu padre? —dijo Leticia, frunciendo el ceño.Hice una mueca con los labios y resoplé.—A que no me case… en realidad, tiene miedo de que su apellido quede en el olvido y piensa que casándome, automáticamente engendraré hijos que darán continuidad a su linaje —sonreí con sarcasmo—. Iluso, pero son sus ideas descabelladas… ¿Quién soy yo para quitárselas?—¿Por qué piensa que no te casarás?—Porque… —por un momento pensé en decirle la verdad, pero luego me negué a que supiera algo tan íntimo y humillante de mi vida—. Porque él se casó muy joven y no asimila que yo