LETICIAHabían pasado un par de días desde nuestra irritante discusión en el yate y el retraído estado de ánimo de Alessandro me resultaba insoportable. Me sentía apartada, como si no existiera para él.Esa tarde, para evitar un incómodo y largo momento de toleración mutua, pasé un largo rato preparándome para la cena, tomando un baño de una hora y dedicando a mí pelo mucho más tiempo de lo habitual. Escogí un vestido gris que iba a tono con su estado de ánimo y, cuando bajé al comedor, el padre de Alessandro no estaba.—¿Se encuentra bien el señor Kostas? —le pregunté a Adara, quien parecía sumamente preocupada.—Tuvo una pequeña descompensación. El médico lo está revisando —explicó—. Creo que ha sido la emoción por los preparativos de tu boda lo que le ha ocasionado un excedente emocional —sonrió para calmarme—. Se pondrá bien.—¡Cómo si fuera la gran cosa! —se inmiscuyó Leah en la conversación.—Por primera vez has algo sensato y guarda silencio, Leah —le aconsejó Adara a su cuñad
ALESSANDROCuando oí que un gemido escapó de la garganta de alguien, me volví para encontrarme con Leticia y entonces, una cruda realidad me atravesó el pecho sin contemplaciones: la amaba… la quería desde el mismo día en que la tuve entre mis brazos hace cinco años, y estuvimos a punto de consumar nuetsra pasión.Creí que, con su actuar, el amor impetuoso que nació en mi pecho por ella se había apagado y convertido en odio. Pero la realidad era otra, muy distinta y solo ahora… ahora que seguramente pensaba lo peor de mí, me estaba dando cuenta que nunca la llegué a odiar en serio.Sin embargo, en vez de actuar y darle explicaciones, me quedé paralizado, viendo como me miraba con absoluta repulsión, seguramente, pensando lo peor por haberle seguido el maldito juego a Leah y no haberme marchado cuando me siguió hasta aquí.Para cuando logré reaccionar, ella ya se alejaba despavorida, con la única idea de escapar. Bajó corriendo las escaleras como alma que lleva el diablo y la oí solloz
ALESSANDRO—No es eso lo que me ha parecido, Alessandro. Me quieres enredar, me quieres confundir para que crea que, lo que vi, no ha sido lo que tú quieres que piense… —negó con vehemencia.—Es la verdad. ¡Ni siquiera la había visto en toda mi vida hasta hace un año! Te lo juro —traté de convencerla.—¡¿Qué?! —dijo sorprendida—. No… tú y Leah se conocen de hace seis años, es por ella que estabas disgustado con tu padre —fruncí el ceño, confundido.—¿Pero de donde diantres has sacado ese absurdo? —le increpé de inmediato.¿Leah habría sido capaz de engañarla?—¿Me dirás ahora que no es de ese modo? —reprochó y negué con absoluta convicción.—¿Quién te ha dicho semejante barbaridad, Leticia? —pregunté verdaderamente descompuesto—. ¿Quién te ha mentido de tal modo?—Adara… —susurró sin poder contener sus lágrimas.—¿Mi tía te ha dicho que yo tuve un romance con Leah hace seis años, y que ese era el motivo de mi distanciamiento con mi padre? —ella no respondió—. No lo creo… mi tía jamás
LETICIATragué con esfuerzo ante la confesión de Alessandro. Parecía tan sincero que no pude evitar creerle. Además, tenía cierto sentido todo lo que me había contado ya que, en la conversación que había escuchado, Alessandro no había dicho nada que no encajara con lo que acababa de relatar.Resoplé frustrada y me dolía la cabeza debido al esfuerzo de concentración para poder hilar y comprender con la cabeza fría la situación. Cuando él afirmó que no existía nada entre ellos, un alivio terrorífico me invadió por dentro.Sin embargo, Alessandro me había utilizado como parachoques contra Leah y su padre; me era difícil aceptar que, un hombre tan resentido como él, al final aceptara que estaba interesado en mí más allá que le plano sexual.—Lo siento. Había deducido que la mujer que mencionó tu tía, era Leah. Ella no se ha cansado de darme a entender que ustedes dos se entienden—Siempre piensas de mi lo peor, cara… Ya estoy acostumbrado —suspiró con decepción y alargó su mano para acari
ALESSANDRO—Te he extrañado estos días… —musité, con la intención de sonsacarle la verdad sobre su matrimonio y que asumiera que era virgen—. Lo sabías y no te acercaste… —añadí y ella suspiró.—Estabas de tan mal humor que temí acabar con la poca paciencia que a ambos nos queda. La situación de tu familia tampoco ayuda, Alessandro. No quería remover cosas que crearan conflictos entre nosotros por tu padre; no quiero que se disguste por nuestra causa y empeore… —contestó, conmoviéndome hasta los huesos. Sin embargo, necesitaba que me dijera la verdad.—¿Por qué, Leticia? —le pregunté y ella frunció sus bellos ojos—. ¿Por qué lo elegiste a él en lugar de a mí? —insistí—. Pensar en ello, me pone loco y celoso.—Luis ya está muerto… —musitó como queriendo consolarme y reí negué.—Eso no cambia que lo hayas escogido; si te hubiera conocido después de casarte, sería distinto: él sería un mero recuerdo, un pasado sin importancia para mí, pero no fue así.—Yo no lo escogí, Alessandro...—Sí
LETICIA Habían trascurrido apenas treinta minutos cuando Alessandro regresó y me tensé por imaginar que iniciaría de nuevo aquel interrogatorio que me hacía sentir incómoda. Me encontraba sentada al pie de la cama, comiendo a desgana la cena. —¿Cómo está tu padre? —pregunté con verdadera preocupación. —Es un consumado zorro viejo, cara… —dijo él enojado, frunciendo sus bellos ojos aguamarina—. Se lo ha inventado, Leticia. ¿Puedes creerlo? Me chantajeado de nuevo… —se quejó con falso enfado. —¿Qué ha pasado? —inquirí—. Si puedo saberlo, por supuesto. —Claro que puedes saberlo… —se acercó hasta mí y me rodeo con sus brazos—. Quiere que comience a tomar el mando de sus empresas y me enviará a Nueva York para una reunión con la junta directiva… mañana, cara… —traté de ocultar la decepción que sentí al oírlo—. Saldré mañana, a las siete y espero estar de vuelta la noche antes de la boda —asentí con la cabeza, incapaz de decir nada más—. ¿Me extrañarás? —preguntó juguetón y sonreí—. P
LETICIA Aunque las palabras de Leah me estaban consumiendo por dentro y aumentaban mis dudas sobre Alessandro, suspiré intentando buscar paciencia de donde no tenía. —Si no te importa, quisiera terminar de arreglarme... tranquila. Sabes que a tu esposo le desagrada que una mujer se vea impresentable en la cena —advertí para que se marchara y me dejara sola. —¿Si no me importa? —retrucó burlona—. ¡Por Dios! Eres tan patética —dijo ella en tono burlón, mirándome con cierta curiosidad—. ¿En serio te prestarás para que Alessandro se salga con la suya? —cuestionó, cruzándose los brazos—. ¡No le importas, Leticia! ¡No te quiere ni tantito y seguirás haciéndole el favor solo para mantener contento a su padre y no lo deje sin herencia! —manifestó—. En cuanto muera, te desechará como lo hace siempre, porque ya no le servirás para ningún propósito. Y, pensándolo bien, ¿Qué más podrías ofrecerle? —increpó—. Se ha metido entre tus piernas, te ha robado el corazón y te ha manipulado para que fin
LETICIA —Puede que lo haya averiguado de otra forma; no necesariamente he debido ser yo quien se lo ha contado —se excusó y negué—. ¿Es en serio, Leticia? —me cuestionó—. ¿Serás tan ingenua para aceptar tan rápido las palabras de la persona menos fiable? —guardé silencio, dándole al razón—. Increíble… —dijo en tono de condena—. Leah está celosa y haría cualquier cosa por crear problemas entre nosotros. ¿No se te ha ocurrido pensarlo? «Realmente lo he pensado demasiado», le respondí en silencio. Tal vez si no lo pensaba tanto, le hubiera creído. —Pensé sinceramente que estaba llegando a algún lugar contigo —retomó sus palabras Alessandro secamente—. Pero estaba equivocado. Te abrí mi corazón y tú me golpeas en el pecho. No tienes fe en mí, ni mucho menos una confianza que ofrecerme. Para ti sigo siendo el miserable que decidiste que era hace cinco años, ¡y creo que sería mejor serlo! Porque nunca te conformas conmigo, con nada de lo que hago, con nada de lo que digo… te cuento toda m