LETICIA —Puede que lo haya averiguado de otra forma; no necesariamente he debido ser yo quien se lo ha contado —se excusó y negué—. ¿Es en serio, Leticia? —me cuestionó—. ¿Serás tan ingenua para aceptar tan rápido las palabras de la persona menos fiable? —guardé silencio, dándole al razón—. Increíble… —dijo en tono de condena—. Leah está celosa y haría cualquier cosa por crear problemas entre nosotros. ¿No se te ha ocurrido pensarlo? «Realmente lo he pensado demasiado», le respondí en silencio. Tal vez si no lo pensaba tanto, le hubiera creído. —Pensé sinceramente que estaba llegando a algún lugar contigo —retomó sus palabras Alessandro secamente—. Pero estaba equivocado. Te abrí mi corazón y tú me golpeas en el pecho. No tienes fe en mí, ni mucho menos una confianza que ofrecerme. Para ti sigo siendo el miserable que decidiste que era hace cinco años, ¡y creo que sería mejor serlo! Porque nunca te conformas conmigo, con nada de lo que hago, con nada de lo que digo… te cuento toda m
LETICIADespués de una larga charla con mi padre, fui al dormitorio que compartía con Alessandro para acostarme. Sin embargo, él no apareció en toda la noche, y eso me dolió.¿Por qué cuándo decidía abrirle finalmente mi corazón, él me apartaba?Era imposible creer que al día siguiente fuéramos a casarnos. Aunque sería ingenua si no me recordaba a mí misma que tampoco iba a ser un verdadero día de boda: era un simple trato.A la mañana siguiente me sirvieron el desayuno en la cama. Había un ambiente de gran excitación en toda la casa y no dejaba de oírse el sonido de las hélices de los helicópteros que, según el personal de servicio, anunciaban la llegada de los invitados.Adara, quien se encargó de organizar la fiesta, me había dicho que sólo asistirían a la boda algunos parientes, además de los socios y amigos de Kostas y Alessandro. Sin embargo, el ajetreo constante me había hecho dudar de que fuera una simple y sencilla boda íntima.A media mañana me dejé llevar, traer y vestir co
LETICIAAlessandro y yo bailamos mientras los invitados nos contemplaban, curiosos. Era cierto que nunca había bailado antes con él y me sentí repentinamente dolida por la falta de aquella clase de pequeñas experiencias en nuestra relación, aunque tampoco podía darle ese mote a lo que teníamos en aquel momento, y, para ser franca, tampoco tenía la más pálida idea de qué éramos exactamente, porque todo surgió de un chantaje derivado a un trato, donde no había habido cortejo, ni nos habíamos citado nunca, y sin embargo, lo amaba con una pasión que parecía crecer más y más a cada momento.—¿Cuándo vas a empezar a hablarme otra vez? —susurré, en tanto nuestros pies se movían al son de la música.—Nunca dejé de hablarte, y lo más probable es que, o no me creas o no te interese escuchar lo que yo pueda decirte.—Pues, lo siento… —mascullé entre dientes, al hecho de creer en Leah y no confiar en él—. ¿Qué más quieres que haga? ¿Arrastrarme?—No es mala idea —admitió con sorna.—Entonces, de
LETICIALa fiesta transcurrió de un modo ameno y se realizaron innumerables brindis. Sin embargo, estaba muriendo de celos porque no podía dejar pasar el hecho de que Alessandro no apartaba sus ojos de Leah.Frustrada, comencé a beber, mientras vigilaba las miradas disimuladas que mi esposo le dirigía a la esposa de su padre, quien, para mi pesar, lucia arrebatadora y a diferencia de cuando inicio la ceremonia, ahora se veía efervescente y brillaba como una antorcha.Se había vuelto el centro de atención de un grupo de hombres embobados, y me causaba asco ver que a Kostas no le importaba, pero que a mi marido sí.—Para los hombres, ella es irresistible… —Le dije a Adara.—Para los hombres como Kostas, sí —replicó—. Es como un coche de edición limitada que solo el más poderoso se puede permitir; los demás, solo pueden mirarlo con envidia. Para los hombres como tu suegro, no creas que tener ese coche lujoso es lo que les da felicidad o satisfacción, sino que, que deseen algo que él tien
LETICIAHabían transcurrido treinta minutos desde que Alessandro me dejó sola, y aun no regresaba. Me sentía nerviosa y algo me decía que la situación ue lo retenía, no sería de mi agrado. Comencé a ignorar a los invitados, no por falta de educación, sino porque no me sentía en condiciones de escuchar a nadie; todo había desaparecido a mi alrededor y mi único objetivo era encontrar a Alessandro.Cuando una de las empleadas de la casa pasó por mi lado, la detuve del brazo y le pregunté si no había visto a mi marido.—El señor está con la señora Leah, dentro de la casa —respondió y la tierra desapareció debajo de mis pies.Dudé por un momento, antes de ir a buscar a Alessandro. Temía ir y encontrarme con que mis sospechas jamás habían sido tan descabelladas como el propio Alessandro me había hecho creer y como mi corazón trataba de convencerme que no era.Entré por la cocina y vi a Alessandro salir de allí con una jarra con agua; quise hablarle, pero me ganó aquella parte irracional de
LETICIA—¡No es asunto tuyo! —repliqué con rabia—. Además, anoche quise conversar contigo sobre mi matrimonio y no quisiste escucharme. Es evidente que no soy la única que confía más en la palabra de Leah —reproché con sarcasmo—. ¿Por qué no vas a pedirle el maldito informe y te enteras de todo por ti mismo?—Si tú no estás dispuesta a hablar, no dudes en que iré a pedírselo —replicó de mala gana y añadió con rabia—: Si es verdad... ¡temo que no seré responsable de mis actos! Pero, primero, bajemos a despedirnos de nuestros invitados —ordenó, en tanto sus dedos limpiaban mis lágrimas—. Ve a retocar tu maquillaje, cara… ¿qué pensarán nuestros padres si te ven así?Solo asentí y fui al tocador a limpiarme el rostro y corregir las imperfecciones. Cuando bajamos, me costaba mantenerme en pie por el temblor de mis rodillas, producto de los nervios y la incertidumbre de lo que ocurría en nuestra conversación. Además, noté la tensión y el enojo en el rostro de Alessandro que no apartaba aque
ALESSANDROEnterarme que Leticia no tuvo la intención de casarse por todo lo que ocurrió entre nosotros, me había llenado de cierta paz y calmado toda la rabia que guardé hacia ella en los últimos años. Por lo que decía, vivió una vida miserable, bajo aquel vil chantaje al que la sometió Luis, porque, aunque estuviera enfermo, era un acto egoísta lo que había hecho.—Soy tan tonta… —se reprendió Leticia a sí misma—. No quise aceptar todo lo que sentía por ti…—No es tu culpa; eras muy joven y yo muy arrogante —asumí—. No supe darme cuenta de cómo debiste sentirte aquel día. No podía creer que aún quisieras casarte con él. Dijiste que nunca pensé en el daño que estaba causando y tenías razón. Sólo me preocupaba salirme con la mía —expliqué.—¿Por qué estás siendo tan comprensivo? —inquirió, desconcertada.La obligué a sentarse frente a mí, para que pudiera verla a los ojos.—¿Por qué me mentiste, después de hacer el amor por primera vez? ¿Por qué lo hiciste, Leticia?Ella se ruborizó i
LETICIAAtenas, Grecia…Días después…Se me estremeció el cuerpo a pesar del calor. El entierro de Kostas se acababa de llevar a cabo, en el mismo sitio donde descansaban los restos de sus padres. El funeral fue exclusivamente familiar, pero la prensa se hallaba justo a la salida del cementerio, como una manada de lobos hambrientos contenidos tan sólo por la fuerte presencia de escoltas y seguridad local.—Es hora de irnos… —me susurró Adara, quien se apoyó en mí para levantarse—. No sabía que lo echaría tanto de menos… —susurró, moviendo la cabeza—. Pero lo cierto es que me he pasado la vida con él, oyéndole decirme constantemente lo que debía hacer y ahora me siento perdida.Adara no era la única que se sentía perdida; yo, además de sentirme perdida, me sentía completamente abandonada por Alessandro. Durante días me había repetido que no debía ser infantil y egoísta, que no debía esperar que Alessandro tuviera tiempo para mí cuando su presencia y atención eran constantemente requeri