LETICIA Las palabras de Adara me dejaron meditando en la posibilidad de que alguna mujer a la que Alessandro había amado, lo había traicionado y tenía que ver con su padre. De solo imaginar a Leah en sus brazos, sentí un inexplicable dolor al pensar en él, amando a una mujer tan intensamente. ¿Pero por qué? ¿Era un problema de orgullo? Cinco años atrás, Alessandro no me amaba, solo se había encaprichado conmigo, tal vez por sentirse despechado con ese amor que no pudo ser. Prueba de ello era que no me abrió su corazón, no trató de persuadirme, de hacerme comprender que sentía cosas más allá del deseo. Solo me ofreció el espacio vacío que había dejado en su cama, probablemente, la mujer a la que tácitamente Adara había mencionado. No era tonta. Que dijera que se alegraba de que se hubiera vuelto a enamorar y aquello de que un hombre más débil hubiera perdido su fe en las mujeres para siempre, fue claro para mí. Alessandro amó intensamente a alguien más que no era yo. A mí solo me
ALESSANDROMe comenzaba a desconcertar demasiado el comportamiento virginal de Leticia. Era como si fuera la primera vez que se encontraba con un hombre a solas, cuando la realidad era completamente otra.Cuando tomé con mi boca sus labios entreabiertos con ardiente y hambrienta pasión, la sentí tensa bajo mi cuerpo y, como un poseso, entrelacé mi mano en su rubio cabello, sujetándola como si temiera que fuera a escaparse de mi contacto.Sin embargo, no transcurrió ni un minuto para que la sintiera rendirse a lo inevitable, luego de que nuestras bocas se tocaran. Al cabo de unos segundos, su temor pareció desaparecer y sentí sus dedos entrelazarse a mi pelo con ferocidad cuando incliné la cabeza sobre sus generosos senos, luego de deslizar el diminuto y sexy camisón y pasarlo por su cabeza para dejarla densuda.Ella temblaba, como si fuera su primera vez y algo dentro de mí comenzó a gritarme que nada había sido como yo imaginé en todos estos años. El pecho comenzó a bombear con poten
ALESSANDRO—Creo que es mejor que vaya a ducharme… —susurré molesto, saliendo de la cama para ir al tocador. Deseaba cargarla entre mis brazos y llevarla conmigo, tallar la sedosa piel de su cuerpo… volver a hacerla mía, mientras el agua se escurría sobre su cuerpo. Que el sonido de la ducha amortiguase los gemidos y alaridos de placer de nuestras bocas. Sin embargo, necesitaba un momento a solas para asimilar lo que acababa de ocurrir.Tantos años maldiciéndola, detestándola ¿por nada?Y ni siquiera tuvo la desfachatez de advertirme o refutarme en la cara cada vez que la insultaba o maltrataba.¿Por qué?¡Por qué!Leticia sabía perfectamente cuan frustrado estaba por creer que le había entregado al enclenque de Luis su castidad; le hice la vida imposible en cuanto la tuve delante de mí y, aun con todo, ella ni siquiera parpadeó para mantener su mentira… ¿por qué?Reposé mis manos al lavabo y me miré al espejo con desilusión porque, descubrir que perdió su virginidad en mi cama, le da
ALESSANDRO—¿Podrías parar un momento? —gritó Leticia cuando nuestros pies tocaron la arena tibia de la playa.—¿Y ahora qué? —la solté.—¿Cómo piensas sacarnos de este lío de la boda? —preguntó tensamente.Coloqué los brazos en jarra, eché atrás la cabeza y reí repentinamente.—No voy a hacer nada para detener nuestro matrimonio, cara…—Pero… —Leticia parecía que no podía creer lo que estaba oyendo.—Sabes que el único modo de parar con los deseos de mi padre es diciéndole la verdad y eso no sucederá —dije con decisión.—Hay millones de excusas que podrías inventar. Hasta podrías decirle la verdad —fruncí el ceño—: Que no me amas, Alessandro… que lo has pensado mejor y no soy una mujer para ti.Negué con la cabeza y di media vuelta para seguir caminando. No pensaba someterme a sus deseos. ¿Acaso estaba loca? Me había entregado su virginidad y aun así, pensaba en seguir fingiendo que lo nuestro no significaba nada para ella.¿Acaso no le importaba?—Esa sería la excusa más tonta que p
ALESSANDRO—¿Por qué quieres casarte conmigo? —indagó de pronto y dentro de mí me hice esa misma pregunta.Tenía varias respuestas que no eran concretas, por lo que solo me incliné a responder lo que en principio habría sido un matrimonio con ella.—Necesito que mi padre deje de temer… que muera en paz —respondí—. Haría cualquier cosa para evitarle esas ideas tontas… —«incluso usarte», acoté en mi cabeza.—¿A qué le tiene miedo tu padre? —dijo Leticia, frunciendo el ceño.Hice una mueca con los labios y resoplé.—A que no me case… en realidad, tiene miedo de que su apellido quede en el olvido y piensa que casándome, automáticamente engendraré hijos que darán continuidad a su linaje —sonreí con sarcasmo—. Iluso, pero son sus ideas descabelladas… ¿Quién soy yo para quitárselas?—¿Por qué piensa que no te casarás?—Porque… —por un momento pensé en decirle la verdad, pero luego me negué a que supiera algo tan íntimo y humillante de mi vida—. Porque él se casó muy joven y no asimila que yo
LETICIAHabían pasado un par de días desde nuestra irritante discusión en el yate y el retraído estado de ánimo de Alessandro me resultaba insoportable. Me sentía apartada, como si no existiera para él.Esa tarde, para evitar un incómodo y largo momento de toleración mutua, pasé un largo rato preparándome para la cena, tomando un baño de una hora y dedicando a mí pelo mucho más tiempo de lo habitual. Escogí un vestido gris que iba a tono con su estado de ánimo y, cuando bajé al comedor, el padre de Alessandro no estaba.—¿Se encuentra bien el señor Kostas? —le pregunté a Adara, quien parecía sumamente preocupada.—Tuvo una pequeña descompensación. El médico lo está revisando —explicó—. Creo que ha sido la emoción por los preparativos de tu boda lo que le ha ocasionado un excedente emocional —sonrió para calmarme—. Se pondrá bien.—¡Cómo si fuera la gran cosa! —se inmiscuyó Leah en la conversación.—Por primera vez has algo sensato y guarda silencio, Leah —le aconsejó Adara a su cuñad
ALESSANDROCuando oí que un gemido escapó de la garganta de alguien, me volví para encontrarme con Leticia y entonces, una cruda realidad me atravesó el pecho sin contemplaciones: la amaba… la quería desde el mismo día en que la tuve entre mis brazos hace cinco años, y estuvimos a punto de consumar nuetsra pasión.Creí que, con su actuar, el amor impetuoso que nació en mi pecho por ella se había apagado y convertido en odio. Pero la realidad era otra, muy distinta y solo ahora… ahora que seguramente pensaba lo peor de mí, me estaba dando cuenta que nunca la llegué a odiar en serio.Sin embargo, en vez de actuar y darle explicaciones, me quedé paralizado, viendo como me miraba con absoluta repulsión, seguramente, pensando lo peor por haberle seguido el maldito juego a Leah y no haberme marchado cuando me siguió hasta aquí.Para cuando logré reaccionar, ella ya se alejaba despavorida, con la única idea de escapar. Bajó corriendo las escaleras como alma que lleva el diablo y la oí solloz
ALESSANDRO—No es eso lo que me ha parecido, Alessandro. Me quieres enredar, me quieres confundir para que crea que, lo que vi, no ha sido lo que tú quieres que piense… —negó con vehemencia.—Es la verdad. ¡Ni siquiera la había visto en toda mi vida hasta hace un año! Te lo juro —traté de convencerla.—¡¿Qué?! —dijo sorprendida—. No… tú y Leah se conocen de hace seis años, es por ella que estabas disgustado con tu padre —fruncí el ceño, confundido.—¿Pero de donde diantres has sacado ese absurdo? —le increpé de inmediato.¿Leah habría sido capaz de engañarla?—¿Me dirás ahora que no es de ese modo? —reprochó y negué con absoluta convicción.—¿Quién te ha dicho semejante barbaridad, Leticia? —pregunté verdaderamente descompuesto—. ¿Quién te ha mentido de tal modo?—Adara… —susurró sin poder contener sus lágrimas.—¿Mi tía te ha dicho que yo tuve un romance con Leah hace seis años, y que ese era el motivo de mi distanciamiento con mi padre? —ella no respondió—. No lo creo… mi tía jamás