LETICIA ROIG
MADRID,
AÑO 2015
Había salido con prisas de casa para llegar a tiempo a la tienda donde había encargado todo el ajuar de mi boda. Mi mejor amiga, Sara, prácticamente corría detrás de mí mientras caminaba a paso apresurado sobre la acera de la avenida principal.
Faltaban menos de dos meses para mi boda con Luis y yo aún no tenía nada organizado, ya que a mi madre no le agradaba en absoluto la idea de que me casara tan joven y tenía la esperanza de que cambiara de opinión. Sin embargo, aquello era lo más improbable del mundo.
Por algún motivo, me había quitado el anillo de compromiso ese día y lo dejé guardado en el pequeño joyero que tenía en mi mesa de noche.
—¡Joder! —maldije en voz alta al darme cuenta que olvidé ponérmelo antes de salir.
—¿Qué sucede? —inquirió Sara, trotando unos metros para alcanzarme—. ¡Ya para, niña! Que me dará un patatús con tu corredera… ¡Ni que te fueras a casar mañana!
—Olvidé mi anillo en casa.
—¿Y? Ni que Luis estuviera fiscalizando tu mano a cada minuto para comprobar que lo llevas puesto.
Me detuve en el borde de la acera porque debíamos cruzar la avenida y el semáforo estaba en rojo. Miré a un lado y no venía ningún coche, por lo que decidí cruzar para no perder más tiempo.
—Crucemos, Sara, que no viene ningún coche y las prisas me ganan —cuando di dos pasos, oí el grito chillón de mi amiga y me detuve de inmediato.
—¡LETICIA, CUIDADO! —oí el chirrido de los neumáticos y volteé de golpe para ver como un deportivo blanco venía frenando para no embestirme.
Se detuvo a milímetros de mi cuerpo y me quedé lívida, con los ojos bien abiertos y mi cuerpo tieso por la impresión. Todo comenzó a darme vueltas y mis rodillas se debilitaron, por lo que en unos segundos me desplomé en el asfalto sin poder soportarlo más.
Oí unas voces lejanas que pedían auxilio y sentí unas manos firmes abrazarme y cargarme entre sus brazos. Entreabrí con mucho esfuerzo mis ojos para encontrarme con una extraordinaria mirada aguamarina que me veía con preocupación, pero no lo soporté y me sumí en una profunda oscuridad.
***
Desperté lentamente, recuperado la conciencia a duras penas. De nuevo, aquella mirada aguamarina me taladró con cierta preocupación y como una tonta me quedé mirándolo, asombrada.
—No te muevas... no hables... —me ordenó el desconocido pero de todos modos me senté en la cama. De inmediato colocó otra almohada para que mi espalda pudiera recostarse.
—Estoy bien, no te preocupes.
—Es mejor que no hables demasiado —insistió y me pareció todo un fastidio, aunque era un hombre demasiado atractivo.
—Quiero levantarme... —traté de moverme.
Las manos, bronceadas y enormes del desconocido me lo impidió. Nos miramos desafiantes, retándonos mutuamente a hacer lo que cada uno deseaba.
—Quiero levantarme... —insistí, mirando con curiosidad a mi alrededor—. ¿Dónde estamos?
—En el hospital y no te moverás de esta cama hasta que el médico regrese con los resultados de los estudios que te practicó y diga que puedes marcharte sin problema.
—Me encuentro perfectamente —repliqué, comenzando a molestarme—. Necesito ir a casa…
—Eso lo decidirá el médico; ya te lo dije —el desconocido siguió mirándome con una increíble intensidad. Sentí arder mis mejillas y un remolino intenso se formó en mi pecho.
de improviso, alargó una mano y acarició con un dedo mi mandíbula. Una extraña sensación causó estragos en mis adentros y entré en pánico por aquel sentimiento desconocido que se formó en mi pecho.
—Nunca me perdonaré haber hecho daño a algo tan increíblemente hermoso... —musitó con absoluta convicción, dejándome pasmada. Por un momento, me derretí como gelatina ante su gesto, pero de inmediato, como si algo me pellizcara y me hiciera regresar a mi realidad, me puse histérica por haber sucumbido a aquel simple coqueteo.
Esquivé la mirada. La cabeza me dolía mucho y sentía nauseas así que volvía recostarme y cerré los ojos para escapar de él, diciéndome a mí misma que aquel dominante desconocido sólo tratada de calmar su conciencia por un accidente del que en realidad no había sido responsable.
—Quiero irme a casa —dije de inmediato cuando una enfermera ingresó y procedió a revisar mis signos vitales—. Esto es exagerado… —susurré, cuando un cuerpo imponente volvió a colocarse al lado de la enfermera para mirar atentamente el procedimiento.
Lo miré de reojo, notando que la camisa blanca que llevaba estaba ligeramente desabotonada en la altura de tu tórax y percibí la embriagante fragancia que desprendía su cuerpo. Además, por su porte y gestos, comprendí que era un hombre de vibrante energía física y que debía quitarle la respiración a cualquier mujer de cualquier edad, del mismo modo en que lo estaba haciendo conmigo y con la enfermera porque la habitación se tornó electrizante con su presencia.
—¿Mi amiga está bien? —susurré apenas.
—He hecho que la lleven a casa. Estaba demasiado alterada como para servir de ayuda. Me dijo que tus padres están de viaje y no volverán hasta mañana, así que no sé con quién contactarme para que se haga responsable por ti o si me prestas tu móvil, puedo marcarles y decirles lo que ha ocurrido.
—No es necesario. Ni siquiera sé tu nombre… —mascullé entre dientes
—Eso podemos resolverlo —murmuró él con una brillante sonrisa—. Soy Alessandro Ferrari —se presentó—. ¿Cómo te sientes?
—Sólo quiero irme a casa... ¿Nunca escuchas lo que te dice la gente?
—No, si no quiero oírlo —contestó.
—No era necesario todo esto —señalé la vía que me acababa de colocar la enfermera—. Tu coche no me ha tocado y no pienso levantar cargos en tu contra ni nada parecido. No tenías por qué...
—He querido hacerlo —me interrumpió él deslizando una descarada mirada por mi figura. Sentí encenderse mis mejillas—. Lo siento, pero no puedo apartar la mirada de ti —añadió, elevando la vista hacia mi escandalizado rostro—. Supongo que estarás muy acostumbrada a que los hombres te presten toda su atención a donde vayas…
—No desde que estoy comprometida, Alessandro —dije con rigidez, enfadada por la forma de mirarme de aquel hombre. Parecía que estuviera contemplando un escaparate, estudiando a detalle el objeto que pretendía comprar.
Él entrecerró los ojos al oírme decir aquello.
—¿Le perteneces a otro hombre? —frunció el ceño y su perfecto rostro de adonis se desencajó.
Fue entonces que pude prestarle la mejor atención a los detalles de su cara. Tenía la piel levemente bronceada, unos ojos aguamarina sin iguales debajo de unas tupidas cejas y pestañas arqueadas. Su nariz era perfecta y sus labios carnosos eran rosados y húmedos a la vista. Cuando sonrió, segundos antes, también noté que a los costados de su boca se formaban dos hoyuelos que quitaban la respiración.
Al procesar sus palabras, sacudí la cabeza mentalmente y respondí furiosa:
—¡Yo no le pertenezco a ningún hombre! No soy un objeto para pertenecerle a nadie.
La enfermera se retiró, sonriéndole descaradamente a ese hombre. Cuando cerró la puerta, el pronunció con absoluta convicción:
—A mí sí me pertenecerás.
Sorprendida, pensé seriamente que estaba loco. Nadie me había hablado nunca así, pero la primitiva actitud de aquel hombre de aspecto tan sofisticado y aparentemente educado me dejó verdaderamente asombrada.
—Voy a casarme en menos de dos meses —le informé escuetamente, observando de forma involuntaria sus varoniles rasgos y apartando con rapidez la mirada al darme cuenta de lo que estaba haciendo.
—Ya lo veremos... —dijo él, riendo indulgentemente.
***
Tuve que pasar la noche en el hospital por recomendación médica y al día siguiente, Alessandro se empeñó en llevarme personalmente a casa porque ya les había avisado a mis padres aunque yo no estuviera de acuerdo.
Cuando llegamos, mi padre lo recibió como si éste me hubiera salvado de las garras de la muerte, y la habitual expresión de aburrimiento de mi madre se evaporó en cuanto lo vio.
Lo invitaron a comer y por supuesto que él aceptó. Carlo, mi padre, y Alessandro, conversaron de negocios, y cuando mi madre hizo una rápida mención de mi boda, Alessandro sonrió complaciente.
—Creo que su hija es aún demasiado joven para casarse —dijo el desconocido.
—Es lo mismo que le he dicho desde que aceptó aquel absurdo compromiso.
De inmediato y sin disculparme, me puse de pie y salí del salón para ir a mi encerrarme a mi dormitorio hasta que ese hombre se marchara.
Sin embargo, mi madre entró raudamente tras de mí.
—Por fin te has buscado a alguien digno de ti. Ya era hora que abrieras los ojos.
—¡Yo no me he buscado nada, mamá! —repliqué con desagrado—. Yo no soy ni seré nunca como tú.
—¿Pero qué te pasa? Debes estar loca para seguir tus planes de boda con aquel insulso muchacho cuando tienes a semejante hombre claramente interesado en ti.
—Pues lo único que me pasa es que no me gusta ese tipo, y ya tengo novio, mamá.
—Es una lástima que no te agrade porque ya lo hemos invitado a mi fiesta de cumpleaños.
—¡Cómo pudiste, mamá! —su cumpleaños sería el próximo fin de semana.
—Cariño, Alessandro está forrado en dinero y ya dejó en claro que podría invertir en la compañía de tu padre si las relaciones progresan como él desea. Así que sé amable con él, al menos por tu padre. Para mí es evidente que lo único que le interesa realmente a ese hombre, eres tú.
—Ya te dije que no me interesa, no me gusta —mentí—. Además, jamás rompería la promesa que nos hicimos Luis y yo. Estoy comprometida con él y me casaré únicamente con él. Así que ya no sigas y déjame sola, por favor.
—Eres una tonta —masculló mi madre, mientras salía de mi alcoba dando el portazo y yo me lanzaba a la cama a llorar.
LETICIA ROIGLos días siguientes fueron una tortura con el acoso sutil de Alessandro Ferrari, quien resultó ser nada más y nada menos, el dueño de la cadena de Hoteles cinco estrellas Ferrari.Mis padres estaban encantados y Luis estaba de viaje por lo que no me quedaba más remedio que tolerar su presencia en casa todas las veces que se le antojaba.A diario llegaban flores a casa y cada ramo iba acompañado de una tarjeta en la que simplemente aparecía la inicial A. hubieron invitaciones a cenar que por supuesto rechacé.Sin embargo, al tener a mi madre de cómplice, no pude evitar compartir unas cuantas comidas con él, en el restaurante de su hotel.A medida que pasaban los días, era como si Alessandro ya hubiera ensamblado su entrada a mi familia y a mi vida con una espectacular eficiencia y velocidad. Mi padre era dueño de pequeños hoteles situados en Madrid, Barcelona y otros puntos turísticos del país, pero estaba atravesando una crisis financiera fuerte y la desesperación de a po
LETICIA ROIGHorrorizada con lo que había pasado, llegué a casa devastada, sintiéndome una cualquiera, una mujer sin moral y sin palabra.Había pasado la noche llorando y pensando en todas las palabras tan acertadas de Alessandro, porque tenía razón: él me gustaba de un modo incomprensible, de una manera en la que nunca nadie me había gustado. Ni siquiera Luis, quien era mi mejor amigo.Ya al amanecer, decidí que después de tantas dudas, de tantos sentimientos encontrados, debía decírselo todo a mi prometido y terminar con mi compromiso. No podía seguir con la boda si mis sentimientos estaban tan revueltos.Cuando llegó a casa esa tarde, le pedí que subiera a mi alcoba porque debíamos conversar seriamente.—Me estás asustando, Leticia. ¿Qué sucede? ¿Estuviste llorando?—Luis… yo… yo no puedo casarme contigo —murmuré, rompiendo a llorar.—¡¿Qué?! —me tomó de los hombros y me guio hasta el borde de la cama para que nos sentáramos uno al lado del otro. Yo no podía dejar de llorar—. Falta
ALESSANDRO FERRARI CERDEÑA AÑO 2020 La usual sonrisa despreocupada que siempre me caracterizaba, desapareció por completo cuando el implacable Lucca Greco, padre de mi mejor amigo y socio comercial de mi progenitor, mencionó aquel maldito nombre. «Leticia, Leticia, Leticia…» Retumbaba en mi cabeza mientras el padre de Giulio me hacía una oferta que fui incapaz de rechazar. —Entonces… —entrelazó sus dedos y me vio saboreando de antemano su triunfo—. ¿Escogerás mi oferta o tu lealtad como amigo? El viejo me estaba probando. Quería que envolviera en una pequeña trampa a Julián, a fin de que por fin tomara una buena decisión y sentara cabeza con Luciana, y, aunque me sentía fatal por lo que ya había escogido, estaba seguro que mi amigo lo entendería. Me había puesto de pie y recorrí su despacho, pensando en la posibilidad que me estaba dando. —Sería un completo idiota si no aceptara tu oferta. —Tenemos un trato —zanjó. Me giré y vi por el rabillo cierto atisbo de decepción. Sin
LETICIAMe estremecí con violencia, mientras la imagen del hombre que susurraba mi nombre, resurgió como un huracán en mi mente.Me quedé petrificada. Mi lengua se entumeció y no pude más que recrear aquel fatídico y sensual momento en el sofá de su suite. Me había corrompido, me había arruinado para siempre y lo había expulsado de mi vida sin que siquiera lo sospechara.—Leticia, ¿sigues ahí?Su insistencia me devolvió a la realidad y cerré la puerta tras de mí. Mi padre, ebrio de nuevo, dormía en el sofá de mi pequeño piso. No quería despertarlo y menos que oyera el apellido Ferrari.Su voz profunda, gruesa y espesa como la miel, no había cambiado con los años.Siempre me había encantado como pronunciaba mi nombre, aunque jamás lo asumí. Hace cinco años que no lo escuchaba, pero podía reconocerlo al instante.Entonces, el horror sobresalió y pasé de la sorpresa a preguntarme aterrada a qué me estaba llamando. La garganta se me cerró y apenas pude responder.—Sí… —oí un suspiro fuer
LETICIAHabía sido un completo error mirarlo a los ojos. Su mirada me impactó tanto como hace cinco años. Sentí aquella misma sensación indescriptible que en aquel tiempo y todo él ejercía una especie de atracción mortal para mí.Comenzó a dar algunos pasos a mi alrededor, perturbándome con su movimiento sensual. Parecía un depredador al acecho, estudiando cada rasgo y movimiento de su presa. Tragué saliva y me relamí la boca cuando sentí un magnetismo en mi espalda. Tenía la garganta seca y me costaba respirar.Cuando volvió a situarse delante de mí, mi mirada recorrió su rostro angelical, deteniéndose justo en aquellos magnánimos ojos impasibles de un tono celeste brillante. Aturdida, sacudí la cabeza mentalmente y el ambiente se me hizo insoportable.—¿Qué quieres? —pregunté directamente. Deseaba largarme de ese sitio que me sofocaba.—Es mejor que te pongas cómoda, ¿por qué no te sientas? —señaló aquel sofá y me ruboricé. Él sonrió victorioso por haberme incomodado.—No veo para q
ALESSANDROVolví a sentirme vivo cuando el cuerpo de Leticia pereció con mi cercanía.¡Mi Dios! Ella… ella simplemente me volvía loco y no encontraba otro remedio para mi locura más que tenerla.Cuando pensé que su voluntad al fin se doblegaría como lo hacía su cuerpo, esa endiablada mujer replicó a mi oído lo siguiente:—Nunca seré tuya, Alessandro. Olvídate del asunto…En ese instante, fui preso de la furia y me sentí impotente. ¿Cómo podía seguir rechazándome?—¿Cuándo aceptarás lo que sientes por mí? —pregunté con desespero, frunciendo la mirada—. ¿Acaso ya olvidaste lo que ocurrió aquí? Puedo apostar que te enamoraste en aquel tiempo, Leticia, pero te empeñas en negarlo —insistí, rozando mi nariz con la suya.—Solo fue un momento de arrebato, Alessandro. Me ganó la lujuria, nada más. —zanjó el asunto y suspiré.Leticia no se rendiría, pero yo tampoco.—Ya veo… —musité, soltándola despacio.Ella se sacudió y trató de tomar su abrigo para marcharse.—Es mejor que te sientes —advert
LETICIANo necesité que me exigiera dos veces que me marchara, sino más bien lo agradecí porque su cercanía me estaba matando.Salí de la suite a toda prisa y mientras aguardaba por el elevador, cerré los ojos y respiré lenta y profundamente.Alessandro seguía provocando en mí un torbellino de emociones al igual que en el pasado, a pesar de ser dos polos completamente opuestos. Sin embargo, en un determinado momento sentí unas enormes ganas de abrazarlo por aquella inquietante sensación de haberle hecho daño.¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué siempre que lo tengo cerca me abruma un sinfín de emociones?Cuando estaba con Alessandro no me reconocía a mí misma.Siempre había sido así…Éramos diferentes en todos los sentidos, pero por un momento... por un extraño e inquietante momento, reconocí aquella inexplicable sensación de hace años que me embargaba y quemaba mis entrañas.Como una autómata y sin ser consiente de mis movimientos, llegué hasta el coche y me metí dentro, dejando caer la
LETICIAHice que el coche me esperara una hora, mientras armé a desgana el equipaje como si fuera que iría rumbo a la horca, en tanto en mi cabeza retumbaban las palabras: ¿Por qué has aceptado?Cuando creí que fue suficiente la espera, fui al cuarto de papá para despedirme, pero estaba profundamente dormido. Le dejé una nota, donde explicaba que tenía un viaje por trabajo y que regresaría en breve. Tenía la esperanza que Alessandro cumpliera su palabra y se ocupara de que papá fuera al centro de rehabilitación.Un elegante hombre de traje negro, esperaba impaciente al lado de una limusina color plata.—Gracias al cielo… —lo oí murmurar cuando me subí a la parte trasera y me sentí mal por él. Seguramente, Alessandro tomaría represalias con él por mi absurdo capricho de provocarlo. Después de todo, ya era mi dueño y ¿qué ganaría con hacerlo enojar?La limusina se fue acercando al hotel y con cada segundo que pasaba, la tensión fue creciendo en mi interior por la incertidumbre de lo que