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CAPÍTULO 2: ¿SE ENCUENTRA BIEN, JEFA?

CAPÍTULO 2: ¿SE ENCUENTRA BIEN, JEFA?

Michael

—Michael, ¿la jefa está ahí? Tengo que entregarle unos documentos.

—No. Vuelve después.

—Pero puedo escucharla ahí dentro. Déjame entrar no seas así.

—No insistas Georgina, no está disponible, pidió que nadie la interrumpiera.

La molesta secretaria se va resoplando como caballo agitado. No tengo idea de cuánto tiempo más pueda mantener a todos alejados de la oficina. Me sorprende que lleve tanto tiempo con esa mujer embarazada allí dentro. Definitivamente algo extraño ocurre aquí, pero no puedo descifrar qué es.

Cinco minutos después, otro más se acerca a la oficina, solo que esta vez se trata de Wade Kaulitz, uno de los miembros de la junta directiva. Verlo me hace recordar que se supone que hoy tienen una reunión.

—Buenos días, señor Kaulitz, ¿en qué puedo ayudarlo? —pregunto con amabilidad.

—¿Dónde está Natalie? La junta empieza en diez minutos.

—Ya mismo le avisaré, descuide.

El hombre asiente y se da media vuelta sin siquiera darme las gracias. Suspiro profundo y abro la puerta de la oficina sin tocar. Reconozco que debí anunciarme, pero una parte de mí quería ver si de pronto las descubría en algo misterioso.

Para mi sorpresa, encuentro a la mujer embarazada bañada en lágrimas, y vislumbro de manera fugaz los ojos enrojecidos de Natalie, sin embargo, ella me da la espalda de inmediato.

—¿Qué haces aquí? ¿No te he dicho que te anuncies antes de entrar?

—Lo siento, señorita Dupont, es que el señor Kaulitz y los otros miembros del consejo se encuentran en la sala de juntas esperándola para la reunión de hoy, ¿recuerda?

Me doy cuenta de que se limpia el rostro antes de voltear. ¿Acaso ha estado llorando? Nunca había visto a Natalie llorar; demonios, ni siquiera la he visto sonreír. A lo mucho he logrado una ligera mueca en sus labios.

La mujer embarazada se limpia las lágrimas con un pañuelo. ¿Quién es esta tipa? ¿Y por qué ambas lloran como si hubiese ocurrido una tragedia?

—Lamento haberle quitado su tiempo señorita Dupont —dice la mujer con la voz entrecortada por la flema. Carraspea su garganta y hace una ligera señal de reverencia.

—Michael, por favor acompáñala a la salida. Y asegúrate de que nadie la vea, de lo contrario tendrás serios problemas.

—Como ordene señorita Dupont —contesto.

Natalie se acomoda el traje y el maquillaje, toma su carpeta y sale de la sala con el mentón en alto como si nada hubiera pasado.

Ok, lo admito. Estoy totalmente intrigado.

La mujer embarazada agacha la cabeza y me sigue por el pasillo.

—Venga por aquí —le digo llevándola una vez más al área de servicio. Apresuro el botón del elevador y la hago entrar apenas se abren las puertas. Ella ingresa sin decir ni una palabra.

—¿Fue demasiado dura con usted? —pregunto, sin embargo, no voltea a mirarme en ningún momento, mucho menos contesta mi cuestionamiento.

Nos quedamos ahí en un silencio muy incómodo hasta que finalmente las puertas se abren. Entonces le detengo antes de que salga a la recepción. En un momento y sin que se dé cuenta, le tomo una fotografía rápida.

—Espere —advierto.

Cuando el lugar queda vacío por un instante, le hago caminar apresuradamente hasta que salimos del edificio. Llegar hasta la otra acera de la calle es cosa fácil.

—Muchas gracias jovencito —me dice con un hilo de voz.

Me da gracia que me llame así, cuando probablemente soy mayor que ella, pero suelo tener un rostro que parece más joven. Por eso me dicen “babyface” en la empresa.

—Señora, ¿segura que está bien? Puedo acompañarla a donde necesite.

—No, no. No hace falta, gracias —dice apresuradamente. Le hace stop a un taxi amarillo y se sube a la carrera, como si quisiera huir de aquí lo más pronto posible.

La mujer se me queda viendo desde la ventana trasera del auto hasta que su visión queda obstaculizada por otro vehículo.

—Eso sí que fue extraño —digo para mis adentros.

Regreso al piso de presidencia que a esta hora se encuentra casi vacío, pues todos salen a almorzar. Al pasar por la sala de conferencias confirmo que Natalie y los otros miembros de la junta siguen ahí, así que me voy directamente a su oficina.

Entro en la oficina y noto que la computadora está encendida. En parte por curiosidad, en parte porque ella siempre me pide que la apague para no gastar energía innecesariamente, me acerco con la intención de apagarla. Sin embargo, se me hace imposible no leer en la pantalla algo que me deja helado… “…prisión estatal de San Francisco…”

—¿Qué?, pero ¿qué es esto?

Mis ojos se deslizan a toda prisa por el documento en la computadora, pero solo alcanzo a ver resaltado un nombre: “Cristhian Carter". Antes de que pueda indagar más, escucho los tacones de mi jefa acercándose, así que me apresuro a alejarme y fingir que no he visto nada. Justo en ese momento, ella entra y me encuentra en una posición un tanto comprometedora frente a la computadora.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta con tono de sorpresa y desconfianza.

Trato de mantener la compostura.

—Oh, nada en especial, solo organizo algunos documentos del escritorio. Está algo desordenado —respondo, intentando ocultar mi nerviosismo.

Ella me observa con atención, como si estuviera evaluando si decirme algo más. Sus ojos se desvían a la computadora, pero como ve el monitor apagado, no pregunta acerca de ello.

—¿Hiciste lo que te encargué?

—Sí, señorita Dupont. La llevé hasta afuera, le ofrecí pedir un taxi, pero se negó.

—Bien, puedes retirarte por hoy. Ya no te necesito.

Avanzo hacia afuera mientras que ella camina hacia el escritorio con prisa, como si deseara teletransportarse hasta la computadora y seguramente borrar lo que acabo de ver. Sin embargo, su prisa le juega en contra. Todo sucede en una fracción de segundo. Natalie se enreda con sus propios pasos, observo su cuerpo descender casi en cámara lenta directo contra el suelo.

No lo dudo ni un instante. En un movimiento rápido, la agarro por la cintura y la atraigo hacia mí, evitando que caiga. Natalie jadea y una especie de grito agudo escapa de sus labios, pero yo no permito que se golpee. Su cuerpo choca suavemente contra el mío, y puedo sentir el calor que emana de ella. Natalie jadea, y su respiración agitada roza mi cuello. El contacto cercano y repentino despierta una chispa entre nosotros, una tensión palpable que no puedo ignorar. El silencio nos envuelve, pero no es incómodo, por el contrario, la atracción casi magnética que hay entre los dos es imposible de romper.

—¿Se encuentra bien, jefa? —pregunto, mi voz más ronca de lo normal, mientras nuestros rostros quedan a escasos centímetros de distancia. Natalie levanta la mirada hacia mí, sus ojos brillan con una mezcla de sorpresa y algo más difícil de identificar. La atracción entre nosotros es innegable, y en ese momento, me doy cuenta de que hay algo más que un simple interés profesional en juego.

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