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CAPÍTULO 3: LOS SECRETOS DE MI JEFA

Michael

La conexión casi mágica entre los dos se rompe de forma abrupta cuando ella me separa de su cuerpo a toda prisa. Carraspea su garganta y con las mejillas tan rojas que estoy seguro de que podría quemarme la mano solo de rozar su piel.

—Mmm, y-yo…

—De nada —contesto con galantería.

—Por favor, retírate —me pide con tono severo.

No le digo nada más, tan solo camino hasta la salida, no obstante, ella me detiene antes de que salga de la oficina.

—Espera un momento.

—Dígame, señorita Dupont. —La sonrisa se me borra de los labios cuando la veo con la computadora encendida y la página todavía ahí.

—Lo has visto, ¿verdad? Dime, ¿ya lo sabes todo? —cuestiona enarcando una ceja.

La verdad es que fácilmente puedo hacerme el desentendido, pero esta es una de esas oportunidades que solo aparecen una vez en la vida. ¿Qué posibilidades hay de acercarme más a ella que pretendiendo que sé de lo que me habla? Después de todo, yo solo vi un nombre desconocido y lo de la prisión. Y aunque no me cabe duda de que hay algo muy turbio en todo esto, sé que debe haber una buena explicación. Tal vez la consiga ahora mismo si le digo…

—Sí, lo sé. Lo siento, estaba abierto y no pude evitar leerlo.

Ella se pone pálida otra vez, pero se nota que ha estado ensayando para algo así, porque mantiene su semblante serio y el porte recto. A Natalie Dupont nunca le ha molestado demostrar que tiene un estatus superior al mío.

—¿Cuánto quieres? —pregunta sin rodeos.

Su pregunta me deja estupefacto. ¿Qué?

—¿Cuánto quiero? No entiendo.

—Sí, ¿cuánto quieres para mantener la boca cerrada?

¡Wow! Ella no puede estar hablando en serio. Necesito saber qué es lo que está ocurriendo aquí. Se me ocurre decirle una cantidad exagerada, no pienso que me pague lo que imagino solamente por esto.

—Bien, quiero cinco millones de dólares —bromeo, incluso me echo a reír.

—Muy bien —contesta ella con toda la seriedad que requiere el asunto.

¿Acaso me está hablando en serio?

—Espera, ¿qué?

—Te daré tus cinco millones de dólares si mantienes la boca cerrada —dice, pero en el momento en que rodea el escritorio y se sienta, me doy cuenta de que está temblando como un papel al viento.

—Espere, señorita Dupont, ¿lo está diciendo en serio?

Ella no me responde, tan solo garabatea en un cheque en blanco, lo firma y arranca el papel con un sonido rasgado. Extiende el rectángulo pequeño hacia mí y en ese momento la severidad típica de su mirada regresa.

Yo solo le pedí esa cantidad como una broma, no esperaba que me dijera que sí.

—Toma. Puedes cobrarlo mañana mismo, pero te advierto una cosa. Si te atreves a traicionarme, si te atreves a contar aunque sea a tu propio reflejo sobre esto, te juro que no habrá piedra de la que puedas esconderte donde no te encuentre.

Mi piel se eriza ante sus palabras. Si antes estaba intrigado ahora estoy, no solo impresionado, sino hasta un poco 3xcitado por esa reacción.

Me quedo paralizado por un instante, sorprendido por la intensidad de su advertencia. En lugar de sentir miedo, experimento una extraña emoción que me recorre el cuerpo. Su determinación y la manera en que me mira directamente a los ojos despiertan algo en mí que no había sentido antes con ninguna otra mujer.

—Lo entiendo, señorita Dupont. Puede confiar en mí —respondo, tratando de mantener la compostura a pesar de la creciente 3xcitación que siento.

Ella asiente con aprobación y su mirada se suaviza un poco. Por un momento, parece que la tensión entre nosotros se disipa y puedo percibir una chispa de complicidad en su expresión.

—Espero que así sea, señor... —se detiene, como si estuviera evaluando si debiese llamarme así. Finalmente, continúa—. Espero que así sea, Michael. Puedes retirarte.

Me alejo de su oficina con el cheque en la mano, todavía sintiendo la intensidad del momento. Por un lado, estoy emocionado por la suma inesperada de dinero, pero por otro, algo en mí ha cambiado desde este encuentro. La señorita Dupont ha despertado algo en mí que no puedo ignorar, algo que me hace desear descubrir más sobre ella y sobre lo que acaba de suceder entre nosotros.

Salgo a toda prisa del edificio y me oculto en el callejón que da hacia la parte de atrás. Ahí donde nadie me ve, saco un celular último modelo de mi bolsillo y marco un número que me conozco de memoria. Solo timbra un par de veces antes de que me contesten del otro lado.

Con un semblante serio y la determinación en mi mirada, hablo.

—Necesito que averigües un nombre para mí.

—Por supuesto, señor Reid, ¿de quién se trata?

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