—Vamos, Mia. No te pongas tan nerviosa —continuó, su tono burlón nunca desapareciendo—. ¿No te parece algo absurdo, siendo mi esposa, que no puedas ayudarme a ponerme una simple camisa?Mis manos temblaban mientras trataba de procesar lo que me estaba pidiendo. Estaba atrapada en una situación surrealista, incapaz de apartar los ojos de su cuerpo… de la tensión en su mandíbula, de la forma en que sus músculos se tensaban con cada movimiento. Todo lo que tenía en mi mente era que estaba en una pesadilla. Una de la cual no sabía si podría despertar.Se inclinó hacia mí, tan cerca que podía sentir el calor de su piel, y susurró en mi oído:—Te prometo que no morderé… a menos que me lo pidas.El pánico y la confusión explotaron en mi pecho, mientras intentaba mantener la compostura, pero sabía que había perdido completamente el control de la situación. Estaba atrapada.Mis manos temblaban mientras intentaba controlar mi respiración. Sebastiano me estaba mirando con una expectativa peligro
Dio otro paso más hacia mí, hasta que el borde de su cuerpo rozaba el mío. El calor que emanaba de su piel, apenas cubierto por la camisa que acababa de abotonar, me envolvía. Su mano se levantó lentamente, y por un segundo pensé que iba a tocarme.Me tensé, mi pulso acelerado. Pero su mano se detuvo a centímetros de mi mejilla, y él ladeó la cabeza, como si estuviera contemplando algo profundamente.—Seguramente eres tan poca agraciada como para que yo solo te haya follado una vez, Mia.La frase me golpeó como una bofetada invisible, y me quedé quieta, mi mente aturdida mientras intentaba procesar lo que acababa de decir.¿Cómo podía ser tan cruel?La frustración y la incomodidad se mezclaban con una rabia creciente. No sabía qué responder. Nunca había estado en una situación así.Fruncí el ceño, tratando de mantener mi dignidad a pesar de las circunstancias.—¿Qué? —murmuré, casi sin voz, sintiendo cómo mi pulso martilleaba en mis oídos.Me observó de arriba abajo, sus ojos recorrie
No dejaba de caminar por toda la habitación, moviéndome de un lado a otro como una marioneta rota, impulsada por la desesperación. Mi mente era un caos absoluto, una maraña de pensamientos que no lograba desenredar. Todo había cambiado tan bruscamente, como si mi vida hubiera dado un giro de 180 grados en cuestión de horas. El suelo se sentía inestable bajo mis pies, y no podía encontrar la manera de sostenerme.¿Cómo había llegado hasta aquí?Nunca debí haber aceptado esta locura. Pero en ese momento, la desesperación por salvar a mi madre me había nublado el juicio. Lo había hecho por ella, por darle una oportunidad de vivir. Sin embargo, ahora me enfrentaba a algo mucho más oscuro de lo que había imaginado.No podía arrepentirme, no cuando la vida de mi madre dependía de ello, pero la magnitud de lo que había hecho me asfixiaba. No podía seguir así, mintiendo, viviendo una vida que no era la mía. Engañar a Sebastiano era como caminar sobre un campo minado. Aunque tuviera lagunas me
Me había dado otra ducha, tratando de lavarme no solo el sudor y la tensión del día, sino también la incertidumbre que me carcomía por dentro. El vapor se disipaba lentamente en el cuarto de baño, pero no lograba borrar el caos que reinaba en mi mente.Tuve que utilizar nuevamente todas las pertenencias de Sebastiano. Un cepillo de dientes nuevo que él había dejado a un lado, su shampoo de aroma amaderado, su jabón que dejaba un rastro de él en mi piel, su crema... y ahora, otra vez, su ropa. La tela suave de su camiseta me resultaba ajena y a la vez envolvente, como si me recordara constantemente a quién pertenecía. La fragancia de Sebastiano estaba impregnada en todo, envolviéndome en su esencia y haciéndome sentir incómodamente cerca de él, incluso cuando no estaba presente.¿Dónde estaba mi maleta?No entendía qué había sucedido con la pequeña maleta que había traído conmigo. Desaparecida, como si nunca hubiera existido. Todo lo que me pertenecía parecía haberse desvanecido, y lo
Mi cuerpo se tensó al escuchar sus palabras, sintiendo como si las paredes de la habitación se cerraran sobre mí. La presión que ejercía su mano sobre mi rostro, aunque suave, era suficiente para recordarme el poder que tenía sobre mí, sobre todo lo que me rodeaba. No tenía escapatoria.Su mirada oscura seguía clavada en la mía, y no había duda alguna en sus ojos. Sebastiano estaba acostumbrado a obtener lo que quería, y ahora… yo era parte de ese "todo".—No te perteneces, Mia. —Su tono amenazante hizo que el nudo en mi estómago se apretara aún más—. Esta cama, esta casa, y tu cuerpo... todo es mío.El temor se deslizó por mi columna como una corriente helada, pero no podía permitirle que lo viera, que entendiera el alcance de su poder sobre mí. Tenía que mantenerme firme, aunque por dentro todo se estuviera desmoronando.—No soy un objeto, Sebastiano. —Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba, pero sabía que no sería suficiente para enfrentarlo—. No puedes simplemente… reclamarme
Me iba a volver loca si permanecía un minuto más en esa habitación sofocante. Necesitaba aire. Sin pensarlo dos veces, me escabullí fuera de la habitación, sintiendo cómo mi respiración se normalizaba mientras avanzaba por el pasillo.La mansión estaba sumida en un silencio casi sepulcral, el tipo de calma que presagia algo siniestro. Las paredes estaban cubiertas con pinturas antiguas y nuevas, retratos de rostros anónimos y oscuros paisajes italianos. Era un lugar que exudaba opulencia, pero también misterio; cada detalle parecía calculado para intimidar y maravillar. No era una casa. Era una fortaleza, una prisión para alguien como yo, atrapada entre paredes que parecían susurrar advertencias.Los pasillos parecían interminables, y cada rincón estaba adornado con muebles modernos y estatuas de mármol que se alzaban imponentes, observándome desde sus bases. Mis pasos resonaban suavemente en el suelo de mármol, y el eco de mis pisadas era lo único que rompía el silencio. Me aventuré
Terminé de masticar la última fresa justo cuando Sebastiano reapareció en la cocina.—Nos vamos —ordenó, moviéndose hacia un lado para que pudiera pasar.Lo miré, aún sin entender del todo a qué se refería.—¿A dónde? —pregunté, intentando captar algo de su rígido semblante.—No se encontraron tus maletas, así que iremos a comprar ropa —respondió sin darle importancia.—¿Las robaron? —indagué, completamente confundida. Resultaba imposible... a menos que Salvador estuviera detrás de esto.Él exhaló un suspiro, su paciencia claramente al límite.—Mia, apresúrate… esta tarde tengo que salir, así que vamos ahora —insistió con un tono que no admitía discusión.Me bajé del taburete y lo seguí. Solo al llegar al enorme estacionamiento de su mansión caí en cuenta de cómo estaba vestida. Me detuve en seco y, cruzándome los brazos, lo miré con cierta vergüenza.—No puedo salir así. —Señalé mi atuendo—. Estoy en una camisa y unos… calzoncillos. ¿Cómo esperas que me vean así? ¡Es vergonzoso!Rodó
—¿Ya estás lista? —escuché la voz de Sebastiano del otro lado de la cortina, y un escalofrío recorrió mi espalda.—Sí, ya… ya terminé —dije, dudando un instante, antes de abrir la cortina lentamente.Sus ojos me recorrieron de arriba a abajo con una mirada intensa, calculadora, como si estuviera evaluando no solo el vestido, sino cada parte de mí. Sin decir nada, simplemente asintió con aprobación. A mi alrededor, las dependientas seguían su ejemplo, asintiendo también, casi como si recibieran una orden silenciosa.—Perfecto. Ahora, el siguiente —indicó, haciendo un gesto hacia las otras prendas.Mientras me giraba para regresar al probador, sentí su mano rozar mi brazo, deteniéndome por un instante.—Quiero que te sientas… exactamente como te ves ahora, Mia —susurró, su voz baja y peligrosa—. Porque de ahora en adelante, cada mirada, cada paso que des, debe recordarte que llevas mi nombre.Sus palabras resonaron en mi mente mientras me adentraba de nuevo al probador, dejando que la c