Mi cuerpo se tensó al escuchar sus palabras, sintiendo como si las paredes de la habitación se cerraran sobre mí. La presión que ejercía su mano sobre mi rostro, aunque suave, era suficiente para recordarme el poder que tenía sobre mí, sobre todo lo que me rodeaba. No tenía escapatoria.Su mirada oscura seguía clavada en la mía, y no había duda alguna en sus ojos. Sebastiano estaba acostumbrado a obtener lo que quería, y ahora… yo era parte de ese "todo".—No te perteneces, Mia. —Su tono amenazante hizo que el nudo en mi estómago se apretara aún más—. Esta cama, esta casa, y tu cuerpo... todo es mío.El temor se deslizó por mi columna como una corriente helada, pero no podía permitirle que lo viera, que entendiera el alcance de su poder sobre mí. Tenía que mantenerme firme, aunque por dentro todo se estuviera desmoronando.—No soy un objeto, Sebastiano. —Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba, pero sabía que no sería suficiente para enfrentarlo—. No puedes simplemente… reclamarme
Me iba a volver loca si permanecía un minuto más en esa habitación sofocante. Necesitaba aire. Sin pensarlo dos veces, me escabullí fuera de la habitación, sintiendo cómo mi respiración se normalizaba mientras avanzaba por el pasillo.La mansión estaba sumida en un silencio casi sepulcral, el tipo de calma que presagia algo siniestro. Las paredes estaban cubiertas con pinturas antiguas y nuevas, retratos de rostros anónimos y oscuros paisajes italianos. Era un lugar que exudaba opulencia, pero también misterio; cada detalle parecía calculado para intimidar y maravillar. No era una casa. Era una fortaleza, una prisión para alguien como yo, atrapada entre paredes que parecían susurrar advertencias.Los pasillos parecían interminables, y cada rincón estaba adornado con muebles modernos y estatuas de mármol que se alzaban imponentes, observándome desde sus bases. Mis pasos resonaban suavemente en el suelo de mármol, y el eco de mis pisadas era lo único que rompía el silencio. Me aventuré
Terminé de masticar la última fresa justo cuando Sebastiano reapareció en la cocina.—Nos vamos —ordenó, moviéndose hacia un lado para que pudiera pasar.Lo miré, aún sin entender del todo a qué se refería.—¿A dónde? —pregunté, intentando captar algo de su rígido semblante.—No se encontraron tus maletas, así que iremos a comprar ropa —respondió sin darle importancia.—¿Las robaron? —indagué, completamente confundida. Resultaba imposible... a menos que Salvador estuviera detrás de esto.Él exhaló un suspiro, su paciencia claramente al límite.—Mia, apresúrate… esta tarde tengo que salir, así que vamos ahora —insistió con un tono que no admitía discusión.Me bajé del taburete y lo seguí. Solo al llegar al enorme estacionamiento de su mansión caí en cuenta de cómo estaba vestida. Me detuve en seco y, cruzándome los brazos, lo miré con cierta vergüenza.—No puedo salir así. —Señalé mi atuendo—. Estoy en una camisa y unos… calzoncillos. ¿Cómo esperas que me vean así? ¡Es vergonzoso!Rodó
—¿Ya estás lista? —escuché la voz de Sebastiano del otro lado de la cortina, y un escalofrío recorrió mi espalda.—Sí, ya… ya terminé —dije, dudando un instante, antes de abrir la cortina lentamente.Sus ojos me recorrieron de arriba a abajo con una mirada intensa, calculadora, como si estuviera evaluando no solo el vestido, sino cada parte de mí. Sin decir nada, simplemente asintió con aprobación. A mi alrededor, las dependientas seguían su ejemplo, asintiendo también, casi como si recibieran una orden silenciosa.—Perfecto. Ahora, el siguiente —indicó, haciendo un gesto hacia las otras prendas.Mientras me giraba para regresar al probador, sentí su mano rozar mi brazo, deteniéndome por un instante.—Quiero que te sientas… exactamente como te ves ahora, Mia —susurró, su voz baja y peligrosa—. Porque de ahora en adelante, cada mirada, cada paso que des, debe recordarte que llevas mi nombre.Sus palabras resonaron en mi mente mientras me adentraba de nuevo al probador, dejando que la c
POV SEBASTIANO LOMBARDIEl recuerdo de Mia probándose aquella lencería aún persistía en mi mente como un tatuaje indeleble. Esa mujer tenía un cuerpo que cualquier hombre en mi lugar querría perderse una y otra vez. Verla cubierta solo con mis camisas me había dado una idea equivocada de sus curvas, pero al verla con cada prenda ceñida a su piel, todo cambió. Era una provocación andante, una obra de arte que no debería estar oculta entre mis camisas. Jodida perfección.Me maldije por haberla obligado a ponerse esa lencería de encaje. Fue un capricho, una orden que había dictado con intención de incomodarla y dominarla, pero terminé siendo yo quien perdió el control. Tuve una puta erección. La necesidad que me consumió en ese probador fue primitiva, oscura; solo quería encerrarme con ella, hacerla mía contra cualquier lógica o razón. Y, sin embargo, me contuve, a pesar de que su imagen me había seguido incluso después de que abandonáramos la tienda.Un toque en mi hombro me hizo regre
La tarde pasó sin que volviera a ver a Sebastiano, y la noche también. No escuché sus pasos en el pasillo hasta que la madrugada irrumpió en el silencio de la habitación. La puerta se abrió suavemente y él entró con un aire agotado y ausente. Apreté los ojos, intentando no pensar en ello, en volver a dormir, pero, de repente, una serie de maldiciones ahogadas y gruñidos provinieron del baño.Rodé los ojos y suspiré, preguntándome qué tanto drama podría causar. Al final, no pude evitar levantarme para ver qué ocurría.—¿Por qué tanto ruido? —pregunté.Al abrir la puerta del baño, lo encontré peleando torpemente con los botones de su camisa, visiblemente frustrado. Su brazo herido no le permitiría moverse con facilidad; estaba pagando las consecuencias de no haber usado el cabestrillo durante el día, especialmente después de cargarme.Él levantó la vista, sus ojos tensos suavizándose un poco al verme.—Lo siento por despertarte, no era mi intención —respondió entre dientes, tratando de
Una semana despuésHabía pasado una semana desde esa conversación nocturna con Sebastiano. Durante esos días, nuestra interacción fue mínima, y él se ausentaba la mayor parte del tiempo. No supe si debía sentirme aliviada o frustrada por su repentina distancia. Quizás estaba tratando de darme espacio, o simplemente tenía asuntos que atender en su mundo.Me dediqué a la rutina, recorriendo los largos pasillos de la mansión y procurando no pensar en nuestra conversación ni en el hecho de que, en algún punto, todo esto tendría que terminar. Sin embargo, esa tranquilidad aparente no duraría mucho.Una tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse, Sebastiano regresó a la mansión sin previo aviso. Apenas entró, su mirada buscó la mía con una intensidad que me hizo tensarme de inmediato. Algo en su expresión, en la rigidez de su postura, advertía que no estaba de humor para sutilezas.—Necesito hablar contigo, Mia —anunció con voz fría y cortante, omitiendo cualquier saludo o gesto amistoso.A
Horas más tarde, estaba a punto de quedarme dormida cuando sentí el peso de Sebastiano hundiendo la cama junto a mí. Rápidamente, cerré los ojos y fingí seguir durmiendo, tratando de mantener mi respiración acompasada y serena. Los segundos pasaron en un tenso silencio, y por un momento, pensé que solo se acomodaría y se dormiría también, pero no. Sentí su mano deslizándose suavemente hacia mi cintura, su toque firme y decidido, como si estuviera reclamando algo que, en su mente, le pertenecía.Me obligué a relajarme, a no dejar que mi cuerpo reaccionara. No quería que Sebastiano supiera que estaba despierta, ni estaba segura de cómo enfrentarlo después de lo antes; mi único plan, si es que podía llamarlo así, era seguir fingiendo, ser la esposa que esperaba que fuera, para proteger la vida de mi madre y la mía. Pero hacerlo era una prueba que cada vez se volvía más difícil de superar.Su mano aferró mi cintura con más firmeza, atrayéndome contra su pecho. Su calor y la fuerza de su c