Capítulo 003

La luz iluminaba la habitación. Axel recorría el cuerpo de Ariana con la mirada. Ella permanecía inmóvil frente a él, solo con ropa interior. Sus manos delgadas cubrían su pecho y su zona íntima, envuelta en la vergüenza de que ese hombre la observara con tanta intensidad.

Axel, con la mandíbula tensa, le ordenó que se deshiciera del sostén. Ella apartó la vista y obedeció sin pronunciar palabra.

—Mírame —le exigió con una voz grave y áspera.

Ariana alzó la mirada. Sus piernas temblaban, convencida de que en cualquier momento perdería el equilibrio por los nervios. Los ojos de ese hombre eran tan intimidantes como fríos, y de sus labios brotó una frase que heló su sangre:

—Qué aburrido me tienes.

—S-señor —balbuceó ella—. Lo siento… no sé cómo hacerlo.

Axel inclinó la cabeza, se acercó con pasos lentos hasta quedar a escasos centímetros de ella y, con una mano grande, le sujetó el mentón con fuerza.

—Quítate las bragas —ordenó con un tono seco. La soltó y siguió con la vista su pequeña figura.

Lo primero que notó fue lo delgada que era, aunque en esos tiempos muchas mujeres hacían lo imposible por mantener ese aspecto. Lo segundo fueron los moretones que marcaban su piel: uno cerca del ombligo y otro en uno de sus muslos.

—Date una vuelta —indicó con frialdad. A medida que analizaba su cuerpo con mayor detenimiento, descubrió más marcas de golpes—. ¿A cuantos ancianos de mierd@ te has tirado?

Ariana respiró profundo.

—Con ninguno —respondió en voz baja, evitaba mirarlo a los ojos.

—¿Quién te dejó esas marcas?

—Problemas familiares —murmuró, sabía que al hombre frente a ella no le importaba lo más mínimo su vida.

Axel esbozó una sonrisa de desprecio. Se acercó más y recorrió sus nalgas con manos frías mientras devoraba sus labios con voracidad.

Ariana sintió un temor indescriptible. No obstante, permaneció inmóvil, a merced de lo que él quisiera hacerle. Axel atrapó uno de sus pezones con la boca y lo mordió. Ella contuvo un grito, y apretó los labios.

Él se apartó y comenzó a desvestirse, únicamente portaba su ropa interior. Lo siguiente que le pidió fue que se arrodillara. Ariana abrió mucho los ojos, respiró hondo y cumplió la orden sin resistirse.

Axel se quitó la última prenda, su miembro erecto, de un tono pálido quedó expuesto.

El corazón de Ariana latía con fuerza, incrédula de lo que sucedía. Los segundos pasaban con lentitud y ella mantenía la vista fija en el suelo, paralizada.

Axel, irritado, le puso una mano en la cabeza y tiró de su cabello hacia él, eso la obligó a acercar su rostro a su entrepierna.

—Hazlo ya, ¡no tengo toda la noche! —la reprendió.

Ariana se apartó rápidamente y se cubrió la boca con las manos.

—No sé qué hacer —confesó, el terror reflejado en sus ojos.

Axel soltó un suspiro de frustración.

—¿Qué es lo que no sabes hacer? —preguntó, visiblemente irritado.

—Nunca he estado con nadie, señor —admitió ella, el rostro le ardía de vergüenza mientras las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos.

—Qué fastidio —respondió él, con desdén. Luego le ordenó que abriera la boca—. No uses los dientes, respira. Voy a foll@rte la boca.

Ariana se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar. Axel apretó la mandíbula y, frustrado por la falta de respuesta, decidió tomar el control.

Le agarró la barbilla y le introdujo la punta de su miembro. Le pidió que lo adentrara en su boca mientras él la observaba con una expresión implacable. ¿De verdad se encontró con una criatura tan estúpida?

Axel no apartaba la vista de ella mientras le empujaba la cabeza hacia adelante. Después de unos segundos, bufó.

—Acuéstate en la cama —le ordenó con tono autoritario—. Boca arriba.

Ariana obedeció sin titubear. Axel se acercó a la cama, tomó un paquete plateado del buró y lo abrió con impaciencia. Se puso el preservativo y tomó una botella de lubricante rojo antes de colocarse encima de ella.

Después, ya encima, lamió sus pezones con desesperación, recorrió las curvas de su cadera con las manos y, sin previo aviso, abrió sus piernas con firmeza.

—Te va a doler —advirtió con una sonrisa torcida. Sus ojos destilaban lujuria. La sujetó por las caderas y, con fuerza, se adentró en ella. No hubo pausas, y sus ojos verdes se encendieron al ver cómo las lágrimas rodaban por las mejillas de Ariana.

Axel inclinó el rostro, a centímetros del de ella, y lamió sus lágrimas.

Ariana apretaba los labios, en un intento de contener los gemidos de dolor. Él seguía con movimientos lentos, pero pronto aumentó la intensidad de las embestidas. Mientras continuaba, ella repetía en su mente que debía soportarlo, que aquello acabaría pronto.

Las embestidas se volvieron más rápidas y erráticas. El interior de Ariana ardía, las lágrimas empapaban sus mejillas. Axel la agarró por los senos, le mordió el cuello y siguió sus movimientos rápidos, desenfrenados.

Minutos después, maldijo entre dientes y se apartó de ella de forma brusca.

—Eres el sex0 más aburrido que he tenido en toda mi vida —le espetó con burla. Se vistió lentamente, como si nada hubiera sucedido.

Ariana sollozaba en silencio. Se limpió el rostro con el dorso de la mano. Sentía un dolor punzante en su interior, y el asco la invadía.

—¿Qué hice? —susurró para sí misma.

Axel caminó hacia ella y la agarró por la barbilla sin ningún tacto.

—Nada que no hubiera ocurrido con ese anciano asqueroso —murmuró con frialdad, y se acercó a su rostro—. Ya deja de llorar. Al fin y al cabo, para eso viniste. Felicidades, te has convertido en una put@ más de este burdel fino —dijo con una risa cínica.

El corazón de Ariana se apretó en su pecho. Se mordió el labio y agachó la cabeza, consumida por la vergüenza y el dolor.

—Debo irme —dijo con la voz quebrada.

—No lo creo —replicó Axel—. Tengo que resolver unos asuntos y, cuando vuelva, terminaremos lo que empezamos.

—Por favor, señor —suplicó ella, sin mirarlo—. Mi hermana es pequeña, tiene cinco años y no puede quedarse sola mucho tiempo.

—Estás en horario laboral —contestó él mientras se abotonaba la camisa.

—Por favor —insistió ella, con la voz quebrada—. De verdad, debo irme.

Axel terminó de ajustarse el cuello de la camisa y la miró de reojo.

—Haz lo que quieras —respondió con indiferencia y se dirigió a la puerta.

Ariana se levantó tan pronto como él salió. Le dolía todo el cuerpo, y las manchas de sangre en la cama eran un recordatorio de lo que acababa de suceder. Se puso el vestido con rapidez, ignoró el maquillaje corrido. Con los tacones en la mano, salió del cuarto era su oportunidad de huir.

Al llegar a la recepción, se encontró con Enrique, que la observó con horror, y se percató del moretón en su mejilla. Aunque era conocido por ser un hombre frío, verla tan desorientada, herida y triste despertó en él un atisbo de compasión.

Sacó un billete del bolsillo y se lo ofreció.

—Te servirá para llegar a casa —le dijo en voz baja.

Ariana lo tomó agradecida y le prometió que se lo devolvería. En el auto el conductor la observó de soslayo, sin creer que una chica tan bonita y joven estuviera en esas condiciones a mitad de la noche.

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