Al llegar a la vivienda de su amiga, Ariana tenía los ojos tan hinchados como los pies. Su boca seguía seca, y una presión en el pecho la acompañaba desde que salió de aquel lugar. Karina, al verla en la puerta, dejó a un lado las revistas que sostenía. Se acercó con preocupación y le lanzó preguntas sobre dónde había pasado la noche. De verdad tuvo miedo de que no volviera, incluso llamó a la policía. Ariana explicó de forma breve que permaneció afuera del club y se encontró con Axel. —¿Te hizo algo? —preguntó Karina, con un escalofrío que le recorría la espalda. —Ese tipo está loco —dijo Ariana mientras tragaba saliva. En su mente apareció la sonrisa inquietante de aquel hombre después de golpear al otro sujeto. Karina frunció el ceño. La mirada de Ariana dejaba entrever el miedo que la envolvía. Entre sollozos contó la horrible experiencia que tuvo esa madrugada. Su amiga le hizo jurar no volver a ese club. Y alejarse lo que más pudiera de ese tipo enfermo. *** Los días tran
En una de las habitaciones del hospital, los médicos ingresaron de forma abrupta con el único propósito de reanimar a una paciente. El encargado de intentar salvarla observó aquel rostro con incredulidad: era una anciana con escasas probabilidades de superar la metástasis pulmonar. A pesar del diagnóstico devastador, el médico siguió el protocolo. Realizó las maniobras de reanimación tantas veces como era necesario. Sin embargo, la pantalla que registraba los signos vitales seguía sin mostrar actividad. —La paciente falleció a las nueve treinta y cinco de la mañana —anunció a la enfermera. La mujer registró la hora en sus notas. Lo siguiente sería comunicar el deceso a los familiares. Esa misma mañana, Ariana respondió la llamada que le informó sobre la muerte de su abuela. Sintió que el suelo se desplomaba bajo sus pies y que su corazón había sido arrancado de la forma más cruel. Incapaz de hablar, permaneció en silencio mientras escuchaba a la empleada transmitir la noticia. Tr
Ariana sentía el cuerpo dolorido. Tenía los labios resecos y un dolor intenso en la nuca y la cadera. Fue al hospital con una profunda vergüenza, como si las personas a su alrededor pudieran adivinar lo que acababa de suceder. En el pecho sentía una opresión y detestaba cuando algún recuerdo de aquel momento en brazos de ese hombre se introducía en su mente.Ariana siguió el protocolo tal como se lo indicaron. El médico le mencionó que faltaban ciertos documentos y que era esencial que los buscara en su casa. La chica sintió temor; pensar que, en esa búsqueda, pudiera aparecer algún excompañero de su padre la preocupaba. Sin embargo, no tenía muchas alternativas. Sin esos documentos no le entregarían el cuerpo de su abuela.Por medio de su teléfono, le informó a Karina que iría a la casa de su abuela para recoger algunas cosas, pero no obtuvo respuesta. Su amiga trabajaba toda la noche, y era lógico que en ese instante estuviera dormida.Ariana pensó en su hermanita. Luego, una pequeñ
Las lágrimas se desbordaban por las mejillas de Ariana. Al velorio asistieron pocas personas, en su mayoría vecinos. El dolor era tan intenso que la joven pensó que el corazón se le saldría por la boca. Con los ojos hinchados, observó a sus tíos aparecer en el lugar. Enseguida se escucharon los lamentos por la pérdida. En medio de toda la tristeza, con voz fuerte, acusaron a Ernesto, su padre, de ser el culpable. ―Él, siempre dándole problemas. ¡La vida de mi madre se acortó por las congojas de cuidar a esas niñas! ―gritaba su tío Aurelio con desesperación. Ariana bajó la mirada. Justo en ese momento tan sensible, esas palabras perforaban su ser. El hombre no mentía. Incluso cuando todavía su madre estaba con ella, su abuela siempre fue la responsable de alimentarla y cuidarla. Por su culpa, su abuela enfermó y, en lugar de atenderse, prefirió gastar todo en ellas. ―¿ESTÁS CONTENTA? ¡Tu padre y ustedes son los causantes de que mi mamá muriera! Tú debiste haber muerto, no ella ―La
Axel mostró una sonrisa ladeada. Con la espalda reclinada sobre su silla, se humedeció los labios y contempló a Ariana de pies a cabeza. Los pendientes que le encargó su padre podían esperar. ―Bueno… habla o desvístete. ―Entrelazó las manos y las colocó sobre el frío escritorio. Ariana tomó aire y le explicó que su prometida había ido a buscarla. Su pecho se apretaba a medida que relataba la amenaza de mandar a sus guardaespaldas a hacerle algo si no lo dejaba. ―Me dio tres cachetadas y me arrancó unos mechones de cabello… además, sus rasguños me sacaron sangre. ―Contuvo las lágrimas, con los ojos clavados en el suelo―. Si soy su amante… al menos me lo hubiera dicho.―¿Y tú qué hiciste? ―preguntó él con una expresión seria en el rostro. ―Nada, ¿qué podía hacer? ―tragó saliva, pensó con ingenuidad que eso calmaría su coraje. Axel soltó una fuerte carcajada y se removió en su asiento. Ariana elevó la vista en dirección a él. ¿Qué le resultaba tan gracioso? ―¿De verdad dejaste que e
Con una er3cción que dolía, acomodó a Ariana con cuidado sobre el escritorio. Le arrancó la blusa y pasó su lengua, ansioso, sobre sus pezones. Los mordisqueó con fuerza. Un gemido escapó de los labios de ella. Con manos temblorosas, Ariana se desabrochó el botón de sus jeans, y Axel se los quitó de un tirón. Recorrió sus muslos desnudos con la yema de los dedos y le abrió las piernas. Su índice entraba y salía, la intensidad aumentaba a medida que transcurrían los segundos. De un cajón del escritorio, sacó un paquete plateado. Se quitó la camiseta y, con prisa, bajó sus pantalones. Se colocó el preservativo, se posicionó entre sus muslos y la penetró sin perder el tiempo. La sensación le nubló la vista y la conciencia. Ariana se arqueó sobre el escritorio. —Te vas a acordar de mí cada vez que te sientes —le susurró con malicia mientras aumentaba el ritmo de las embestidas. Ella apretó los labios. Él puso una de sus manos en su cuello y lo apretó. Ariana se quedaba sin aire. A
De nuevo en la sala, frente a uno de sus trabajadores. Axel luchaba internamente con la decisión de tomar el fármaco o no. ―¿Algún otro pedido, señor? ―El hombre de tez morena clara se acomodó rígido en el sofá.―Tú le dijiste a mi padre sobre la medicación ―lo acusó.El hombre se apresuró a negar con la cabeza. ―Jamás lo traicionaría —le juró con labios tensos. ―Más te vale. Sírveme una copa de vodka, Leonardo.El trabajador fue hasta la licorera e hizo lo que Bianchi le pidió. El rubio, con el vaso de vidrio en la mano, olió el líquido. Tomó un sorbo y después sacó una cápsula del paquete de pastillas, metiéndosela en la boca. ―No creo que sea correcto mezclar medicamento con alcohol —dijo, y al sentir la intensa mirada de su jefe, tragó saliva.―¿En qué momento te pedí tu opinión? ¿Quién creen que son para venir a mi casa y darme órdenes? ―No, no le di ninguna orden, señor. Tiene razón, no volverá a pasar. Axel sacó otra pastilla y se la metió en la boca. Su subordinado obs
Ariana, con las ojeras marcadas, observaba el refrigerador de lácteos. El día de ayer llevó a su hermana al hospital. El doctor le explicó que las defensas de la niña eran muy bajas. En la situación en la que estaba, eso podía ser mortal. «¡NO!», gritó en su interior. Si la pérdida de su abuela la dejó con el corazón desmoronado, el dolor de perder a su hermana le haría morir en vida. El médico le recetó vitaminas y una dieta balanceada. Todo estaría bien. Al finalizar su turno, se despidió de su compañera y, a unos pasos del local, fue interceptada por tres hombres. —La señorita Pinos le manda este mensaje. Enseguida, el hombre le dio un golpe en la mejilla con la palma de su mano. Ariana iba a gritar por auxilio; sin embargo, una voz conocida la detuvo. —Dejan a la chica o se las verán con el señor Bianchi. Les va a partir el cul0 —dijo con una simpleza aterradora. —¿De qué hablas? —uno de los hombres se atrevió a preguntar. —Esa chica es la nueva obsesión de Bianchi —fue