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De nuevo en la sala, frente a uno de sus trabajadores. Axel luchaba internamente con la decisión de tomar el fármaco o no. ―¿Algún otro pedido, señor? ―El hombre de tez morena clara se acomodó rígido en el sofá.―Tú le dijiste a mi padre sobre la medicación ―lo acusó.El hombre se apresuró a negar con la cabeza. ―Jamás lo traicionaría —le juró con labios tensos. ―Más te vale. Sírveme una copa de vodka, Leonardo.El trabajador fue hasta la licorera e hizo lo que Bianchi le pidió. El rubio, con el vaso de vidrio en la mano, olió el líquido. Tomó un sorbo y después sacó una cápsula del paquete de pastillas, metiéndosela en la boca. ―No creo que sea correcto mezclar medicamento con alcohol —dijo, y al sentir la intensa mirada de su jefe, tragó saliva.―¿En qué momento te pedí tu opinión? ¿Quién creen que son para venir a mi casa y darme órdenes? ―No, no le di ninguna orden, señor. Tiene razón, no volverá a pasar. Axel sacó otra pastilla y se la metió en la boca. Su subordinado obs
Ariana, con las ojeras marcadas, observaba el refrigerador de lácteos. El día de ayer llevó a su hermana al hospital. El doctor le explicó que las defensas de la niña eran muy bajas. En la situación en la que estaba, eso podía ser mortal. «¡NO!», gritó en su interior. Si la pérdida de su abuela la dejó con el corazón desmoronado, el dolor de perder a su hermana le haría morir en vida. El médico le recetó vitaminas y una dieta balanceada. Todo estaría bien. Al finalizar su turno, se despidió de su compañera y, a unos pasos del local, fue interceptada por tres hombres. —La señorita Pinos le manda este mensaje. Enseguida, el hombre le dio un golpe en la mejilla con la palma de su mano. Ariana iba a gritar por auxilio; sin embargo, una voz conocida la detuvo. —Dejan a la chica o se las verán con el señor Bianchi. Les va a partir el cul0 —dijo con una simpleza aterradora. —¿De qué hablas? —uno de los hombres se atrevió a preguntar. —Esa chica es la nueva obsesión de Bianchi —fue
Las manos firmes apretaban sus caderas. Con voz ronca, le ordenaba que dijera su nombre.—A-Axel —pronunció ella, llena por completo de su falo, tan grande que a ratos resultaba doloroso.El hombre gruñó a sus espaldas y le dijo que se pusiera frente a él.Ella se giró. Axel la miraba con una sonrisa y, de la nada, se adueñó de sus labios. Acarició su mejilla y le dijo que, de ahora en adelante, dormiría con él.Ariana se iba a negar; sin embargo, el recuerdo de la sangre en su camisa la detuvo.—N-necesito ir a trabajar…—Este es tu trabajo, no necesitas ningún otro —la corrigió Axel.Ella lo observó tomar unas pastillas del mueble de noche y llevárselas a la boca. Puso su mano sobre su pecho, esperando que Alana estuviera bien.Al día siguiente, Axel le pidió que tomara asiento en el comedor. Sus ojos verdes inspeccionaban cada uno de sus rasgos. Conforme pasaban los minutos, el momento se tornaba más incómodo.—¿Solo tienes una hermana? —su voz reflejaba frialdad.—Sí —Ariana agachó
―Mi hermana tuvo un accidente, necesito verla ―dijo con voz temblorosa mientras se hacía una coleta sin mirarse al espejo. Sus pensamientos no dejaban de imaginar escenarios cada vez más catastróficos.―No vas a ir a ningún lado ―le espetó, en tanto se peinaba el cabello con los dedos.Ariana cruzó su mirada con la de él. ―Mi hermana me necesita. ―Apretó los labios y ni siquiera trató de contener su llanto―. Debo ir, tuvo un accidente. Por favor. ―No ―respondió seco, sentado desnudo en la orilla de la cama sin quitarle los ojos de encima. El pecho de Ariana subía y bajaba; apretó los puños y volvió a rogarle que la dejara ir. ―He dicho que no ―su autoridad era incuestionable. ―¿P-por qué no? Fui su put@ toda la noche ―dijo, desesperada y con voz entrecortada. ―Porque no quiero. ―Axel cerró los ojos con una calma aterradora. Ariana rogó y rogó entre sollozos que la dejara irse. No encontraba más palabras para suplicar. Él se incorporó de la cama. ―Bien, haz un mejor esfuerzo y
―Eso lo veremos ―Ariana se levantó de su silla y salió de la pequeña oficina. Afuera, el dolor la hizo estremecerse. Avanzó con la visión borrosa. Su labio inferior temblaba, partido en un costado por la presión de sus dientes, y su nariz roja e irritada por el llanto incesante. «Sin ella, no le encuentro sentido a la vida», pensó con agonía. Apresuró sus pasos en busca de un sanitario. Entró al cubículo con su alma en pedazos. Una parte de ella entendía lo que la trabajadora social le explicó, pero Alana era su todo. Si cometió errores, los iba a solucionar. Nadie le quitaría a su hermana. Salió del baño con los pómulos inflamados y fue directo a la recepción del centro de salud. Allí le explicaron que se le iba a permitir ver a la niña por veinte minutos, bajo supervisión del personal. ―Sí ―aceptó sin tener opción. La llevaron hasta el área infantil, la habitación compartida por los menores de edad. Su vista se posó en Alana y en el vendaje en su mano derecha. Sus ojitos se veí
Axel cortó la llamada con su abogado. Ariana había escuchado la media hora de plática con atención; en resumen, Bianchi le demandó que apresurara las cosas en el caso de su hermana. Sin importar las personas que debía sobornar, necesitaba que la balanza estuviera a favor de Ariana Herrera. ―¿Feliz? ―Enarcó una ceja y, sin preámbulos, avanzó hacia ella, sin poder contenerse.Los besos cada vez más ardientes y profundos. El innegable deseo de tomarla hasta cansarse lo dominó. Las caderas de ella chocando con las de él. Intenso, fuerte, rudo y profundo. Su miembro envuelto en su húmeda calidez. La recámara se llenaba de gemidos ahogados; el aire estaba impregnado de sudor y de la humedad de sus cuerpos. La intensa sensación de placer la dejó sin aliento. Luego de recobrar la compostura, respiró hondo. Sus ojos se encontraron con los de Axel; instintivamente, Ariana desvió la mirada. Él la obligó a verlo. Sus dedos le sujetaron la barbilla y, en un simple movimiento, sus lenguas se en
La joven se puso de cuclillas, a la misma altura de la niña en silla de ruedas, y la tomó con cuidado de las manos. Los trámites habían finalizado. —Te dije que pronto te llevaría conmigo. —Ariana se encontraba absorta en la carita alegre y los ojos brillantes de su hermanita. —¡Te extrañé mucho! —exclamó la pequeña sin contener su llanto. A espaldas de Ariana, un sigiloso Axel contemplaba, en un trance, los rasgos de la niña: esos ojos grandes y cafés, junto a su cabello castaño, un tono menos claro que el de Ariana, nariz pequeña y rostro ovalado. Una copia en miniatura de Ariana, quien, a su vez, se parecía mucho a Elisa. Alana sintió el peso de una mirada, miró a la persona detrás de su hermana y enseguida agachó la cabeza. Su cabello suelto fungió como una especie de velo. —¿Qué tienes? —preguntó Ariana, extrañada. Volvió su rostro atrás y fue consciente de la presencia de Axel. Alana espiaba en su dirección; en su mente infantil, le resultaba extraño que un muchacho la mira
«—¡Elisa! —gritó Axel y se asombró de su propia voz, ahora chillona e infantil. Dio un par de pasos y cayó de rodillas al suelo. Su entorno estaba cubierto de neblina; en un parpadeo, el sol brillaba a su alrededor. Axel miró, asombrado, sus manos, pequeñas y pálidas. —¿Qué quieres, Axelito? —preguntó una niña con un moño mal hecho. Se acomodó la blusa, sucia de tierra. —Tuve un mal sueño. —¿Qué soñaste? —Ella abrió los ojos, temerosa y, de forma involuntaria, hizo un puchero. —Soñé que una sombra venía por mí —confesó Axel. La herida en su rodilla dolía. —No es cierto… quieres asustarme —lo acusó, acongojada, la pequeña Elisa. —¡Es verdad! Yo nunca miento —contestó con fingida indignación Axel. De repente, señaló algo detrás de Elisa—. ¡ALLÍ ESTÁ LA SOMBRA! La niña gritó y se abalanzó sobre Axel en un abrazo, en un intento de protegerse del fantasma. El niño, al ver su reacción, soltó una carcajada. —¡Eres una tonta! —exclamó sin poder contener la risa. Y sin más