¡Hola! ¿Quieren maratón?
―Mi hermana tuvo un accidente, necesito verla ―dijo con voz temblorosa mientras se hacía una coleta sin mirarse al espejo. Sus pensamientos no dejaban de imaginar escenarios cada vez más catastróficos.―No vas a ir a ningún lado ―le espetó, en tanto se peinaba el cabello con los dedos.Ariana cruzó su mirada con la de él. ―Mi hermana me necesita. ―Apretó los labios y ni siquiera trató de contener su llanto―. Debo ir, tuvo un accidente. Por favor. ―No ―respondió seco, sentado desnudo en la orilla de la cama sin quitarle los ojos de encima. El pecho de Ariana subía y bajaba; apretó los puños y volvió a rogarle que la dejara ir. ―He dicho que no ―su autoridad era incuestionable. ―¿P-por qué no? Fui su put@ toda la noche ―dijo, desesperada y con voz entrecortada. ―Porque no quiero. ―Axel cerró los ojos con una calma aterradora. Ariana rogó y rogó entre sollozos que la dejara irse. No encontraba más palabras para suplicar. Él se incorporó de la cama. ―Bien, haz un mejor esfuerzo y
―Eso lo veremos ―Ariana se levantó de su silla y salió de la pequeña oficina. Afuera, el dolor la hizo estremecerse. Avanzó con la visión borrosa. Su labio inferior temblaba, partido en un costado por la presión de sus dientes, y su nariz roja e irritada por el llanto incesante. «Sin ella, no le encuentro sentido a la vida», pensó con agonía. Apresuró sus pasos en busca de un sanitario. Entró al cubículo con su alma en pedazos. Una parte de ella entendía lo que la trabajadora social le explicó, pero Alana era su todo. Si cometió errores, los iba a solucionar. Nadie le quitaría a su hermana. Salió del baño con los pómulos inflamados y fue directo a la recepción del centro de salud. Allí le explicaron que se le iba a permitir ver a la niña por veinte minutos, bajo supervisión del personal. ―Sí ―aceptó sin tener opción. La llevaron hasta el área infantil, la habitación compartida por los menores de edad. Su vista se posó en Alana y en el vendaje en su mano derecha. Sus ojitos se veí
Axel cortó la llamada con su abogado. Ariana había escuchado la media hora de plática con atención; en resumen, Bianchi le demandó que apresurara las cosas en el caso de su hermana. Sin importar las personas que debía sobornar, necesitaba que la balanza estuviera a favor de Ariana Herrera. ―¿Feliz? ―Enarcó una ceja y, sin preámbulos, avanzó hacia ella, sin poder contenerse.Los besos cada vez más ardientes y profundos. El innegable deseo de tomarla hasta cansarse lo dominó. Las caderas de ella chocando con las de él. Intenso, fuerte, rudo y profundo. Su miembro envuelto en su húmeda calidez. La recámara se llenaba de gemidos ahogados; el aire estaba impregnado de sudor y de la humedad de sus cuerpos. La intensa sensación de placer la dejó sin aliento. Luego de recobrar la compostura, respiró hondo. Sus ojos se encontraron con los de Axel; instintivamente, Ariana desvió la mirada. Él la obligó a verlo. Sus dedos le sujetaron la barbilla y, en un simple movimiento, sus lenguas se en
La joven se puso de cuclillas, a la misma altura de la niña en silla de ruedas, y la tomó con cuidado de las manos. Los trámites habían finalizado. —Te dije que pronto te llevaría conmigo. —Ariana se encontraba absorta en la carita alegre y los ojos brillantes de su hermanita. —¡Te extrañé mucho! —exclamó la pequeña sin contener su llanto. A espaldas de Ariana, un sigiloso Axel contemplaba, en un trance, los rasgos de la niña: esos ojos grandes y cafés, junto a su cabello castaño, un tono menos claro que el de Ariana, nariz pequeña y rostro ovalado. Una copia en miniatura de Ariana, quien, a su vez, se parecía mucho a Elisa. Alana sintió el peso de una mirada, miró a la persona detrás de su hermana y enseguida agachó la cabeza. Su cabello suelto fungió como una especie de velo. —¿Qué tienes? —preguntó Ariana, extrañada. Volvió su rostro atrás y fue consciente de la presencia de Axel. Alana espiaba en su dirección; en su mente infantil, le resultaba extraño que un muchacho la mira
«—¡Elisa! —gritó Axel y se asombró de su propia voz, ahora chillona e infantil. Dio un par de pasos y cayó de rodillas al suelo. Su entorno estaba cubierto de neblina; en un parpadeo, el sol brillaba a su alrededor. Axel miró, asombrado, sus manos, pequeñas y pálidas. —¿Qué quieres, Axelito? —preguntó una niña con un moño mal hecho. Se acomodó la blusa, sucia de tierra. —Tuve un mal sueño. —¿Qué soñaste? —Ella abrió los ojos, temerosa y, de forma involuntaria, hizo un puchero. —Soñé que una sombra venía por mí —confesó Axel. La herida en su rodilla dolía. —No es cierto… quieres asustarme —lo acusó, acongojada, la pequeña Elisa. —¡Es verdad! Yo nunca miento —contestó con fingida indignación Axel. De repente, señaló algo detrás de Elisa—. ¡ALLÍ ESTÁ LA SOMBRA! La niña gritó y se abalanzó sobre Axel en un abrazo, en un intento de protegerse del fantasma. El niño, al ver su reacción, soltó una carcajada. —¡Eres una tonta! —exclamó sin poder contener la risa. Y sin más
Aunque el aroma de aquel hombre —una mezcla de madera fresca— inundaba sus fosas nasales, el recuerdo de Alana irrumpió en la mente de Ariana. De repente, se apartó de Axel con un movimiento brusco. Con urgencia, su mirada buscó la de su hermanita. La pequeña, sentada en silencio, con los ojos aún hinchados por el llanto, pero ahora su expresión reflejaba más curiosidad que miedo. Las manos de la niña, que antes temblaban sin control, yacían quietas sobre su regazo. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Ariana fue que aquellos grandes ojos infantiles estaban llenos de preguntas, fijos en ella y en aquel hombre de cabellera dorada. La mano cálida de Axel recorrió su frente, y el contacto, aunque suave, le provocó una mueca de dolor. —¿Cuándo te vas a defender? ¿Acaso esperas a que el agresor te apuñale con un cuchillo en el corazón? Ante la pregunta severa, ella negó con la cabeza. —Para usted es muy fácil decir eso —masculló—. Esa mujer venía acompañada de tipos peligros
La piel pálida de la mujer combinaba a la perfección con la mesa de mármol. Tomó un sorbo de té y sus ojos verdes examinaron el rostro desencajado de su marido. —¿De verdad te pondrás de su lado? Tu hijo no tiene límites —recriminó Giovanni y pasó su mano por su cabellera azabache. Sus pensamientos eran un remolino que iba desde la furia hasta la preocupación. ¿En qué momento se convirtió en ese horrible padre que crió a un demente? —Eras el primero en oponerte a esa unión. Alégrate, Axel ya no se casará con esa personita —le recordó Frida mientras se limpiaba la comisura de los labios con una servilleta de tela. —Ese no es el tema central de la conversación. Mujer, tu hijo hace lo que quiere y tú solo justificas sus acciones. —Querido, te recuerdo que "nuestro" hijo no ha sido el mismo desde aquel incidente. Él no es culpable, es una víctima. —Los recuerdos amargos y angustiantes de ese día pasaron frente a los ojos de Frida. Su amado y único hijo, con la mente desecha, les rogaba
—Ese oso es tan bonito. ¿¡De verdad es para mí!? —La voz de Alana, dulce y melosa, llenaba la habitación. Sus pequeñas manos sostenían con dificultad el muñeco. —Por supuesto. —La respuesta de Axel fue suave; incluso sus ojos, que siempre destilaban frialdad, se habían llenado de calidez. Resultaba aterrador verlo sentado en la cama, tranquilo, lejano a ese hombre perverso que Ariana tenía el dolor de conocer. Recordaba a esos animales que se camuflan para engañar a sus presas. Parada en la entrada del cuarto, Ariana apretó los labios. Identificaba muy bien esa voz, aguda y chiqueada. Pese a no haberla escuchado antes, ahora era el tono habitual de su hermanita, como si supiera que ser adorable le abría todas las puertas, que Axel le daba todo lo que pedía. Tres semanas bastaron para que la pequeña creyera que ese ser despreciable y manipulador de cabello rubio era un superhéroe. —¡Mira! —dijo con entusiasmo, sus ojos puestos en el televisor—. ¿Es un pez muy grande, verdad