Las lágrimas se desbordaban por las mejillas de Ariana. Al velorio asistieron pocas personas, en su mayoría vecinos. El dolor era tan intenso que la joven pensó que el corazón se le saldría por la boca. Con los ojos hinchados, observó a sus tíos aparecer en el lugar. Enseguida se escucharon los lamentos por la pérdida. En medio de toda la tristeza, con voz fuerte, acusaron a Ernesto, su padre, de ser el culpable. ―Él, siempre dándole problemas. ¡La vida de mi madre se acortó por las congojas de cuidar a esas niñas! ―gritaba su tío Aurelio con desesperación. Ariana bajó la mirada. Justo en ese momento tan sensible, esas palabras perforaban su ser. El hombre no mentía. Incluso cuando todavía su madre estaba con ella, su abuela siempre fue la responsable de alimentarla y cuidarla. Por su culpa, su abuela enfermó y, en lugar de atenderse, prefirió gastar todo en ellas. ―¿ESTÁS CONTENTA? ¡Tu padre y ustedes son los causantes de que mi mamá muriera! Tú debiste haber muerto, no ella ―La
Axel mostró una sonrisa ladeada. Con la espalda reclinada sobre su silla, se humedeció los labios y contempló a Ariana de pies a cabeza. Los pendientes que le encargó su padre podían esperar. ―Bueno… habla o desvístete. ―Entrelazó las manos y las colocó sobre el frío escritorio. Ariana tomó aire y le explicó que su prometida había ido a buscarla. Su pecho se apretaba a medida que relataba la amenaza de mandar a sus guardaespaldas a hacerle algo si no lo dejaba. ―Me dio tres cachetadas y me arrancó unos mechones de cabello… además, sus rasguños me sacaron sangre. ―Contuvo las lágrimas, con los ojos clavados en el suelo―. Si soy su amante… al menos me lo hubiera dicho.―¿Y tú qué hiciste? ―preguntó él con una expresión seria en el rostro. ―Nada, ¿qué podía hacer? ―tragó saliva, pensó con ingenuidad que eso calmaría su coraje. Axel soltó una fuerte carcajada y se removió en su asiento. Ariana elevó la vista en dirección a él. ¿Qué le resultaba tan gracioso? ―¿De verdad dejaste que e
Con una er3cción que dolía, acomodó a Ariana con cuidado sobre el escritorio. Le arrancó la blusa y pasó su lengua, ansioso, sobre sus pezones. Los mordisqueó con fuerza. Un gemido escapó de los labios de ella. Con manos temblorosas, Ariana se desabrochó el botón de sus jeans, y Axel se los quitó de un tirón. Recorrió sus muslos desnudos con la yema de los dedos y le abrió las piernas. Su índice entraba y salía, la intensidad aumentaba a medida que transcurrían los segundos. De un cajón del escritorio, sacó un paquete plateado. Se quitó la camiseta y, con prisa, bajó sus pantalones. Se colocó el preservativo, se posicionó entre sus muslos y la penetró sin perder el tiempo. La sensación le nubló la vista y la conciencia. Ariana se arqueó sobre el escritorio. —Te vas a acordar de mí cada vez que te sientes —le susurró con malicia mientras aumentaba el ritmo de las embestidas. Ella apretó los labios. Él puso una de sus manos en su cuello y lo apretó. Ariana se quedaba sin aire. A
De nuevo en la sala, frente a uno de sus trabajadores. Axel luchaba internamente con la decisión de tomar el fármaco o no. ―¿Algún otro pedido, señor? ―El hombre de tez morena clara se acomodó rígido en el sofá.―Tú le dijiste a mi padre sobre la medicación ―lo acusó.El hombre se apresuró a negar con la cabeza. ―Jamás lo traicionaría —le juró con labios tensos. ―Más te vale. Sírveme una copa de vodka, Leonardo.El trabajador fue hasta la licorera e hizo lo que Bianchi le pidió. El rubio, con el vaso de vidrio en la mano, olió el líquido. Tomó un sorbo y después sacó una cápsula del paquete de pastillas, metiéndosela en la boca. ―No creo que sea correcto mezclar medicamento con alcohol —dijo, y al sentir la intensa mirada de su jefe, tragó saliva.―¿En qué momento te pedí tu opinión? ¿Quién creen que son para venir a mi casa y darme órdenes? ―No, no le di ninguna orden, señor. Tiene razón, no volverá a pasar. Axel sacó otra pastilla y se la metió en la boca. Su subordinado obs
Ariana, con las ojeras marcadas, observaba el refrigerador de lácteos. El día de ayer llevó a su hermana al hospital. El doctor le explicó que las defensas de la niña eran muy bajas. En la situación en la que estaba, eso podía ser mortal. «¡NO!», gritó en su interior. Si la pérdida de su abuela la dejó con el corazón desmoronado, el dolor de perder a su hermana le haría morir en vida. El médico le recetó vitaminas y una dieta balanceada. Todo estaría bien. Al finalizar su turno, se despidió de su compañera y, a unos pasos del local, fue interceptada por tres hombres. —La señorita Pinos le manda este mensaje. Enseguida, el hombre le dio un golpe en la mejilla con la palma de su mano. Ariana iba a gritar por auxilio; sin embargo, una voz conocida la detuvo. —Dejan a la chica o se las verán con el señor Bianchi. Les va a partir el cul0 —dijo con una simpleza aterradora. —¿De qué hablas? —uno de los hombres se atrevió a preguntar. —Esa chica es la nueva obsesión de Bianchi —fue
Las manos firmes apretaban sus caderas. Con voz ronca, le ordenaba que dijera su nombre.—A-Axel —pronunció ella, llena por completo de su falo, tan grande que a ratos resultaba doloroso.El hombre gruñó a sus espaldas y le dijo que se pusiera frente a él.Ella se giró. Axel la miraba con una sonrisa y, de la nada, se adueñó de sus labios. Acarició su mejilla y le dijo que, de ahora en adelante, dormiría con él.Ariana se iba a negar; sin embargo, el recuerdo de la sangre en su camisa la detuvo.—N-necesito ir a trabajar…—Este es tu trabajo, no necesitas ningún otro —la corrigió Axel.Ella lo observó tomar unas pastillas del mueble de noche y llevárselas a la boca. Puso su mano sobre su pecho, esperando que Alana estuviera bien.Al día siguiente, Axel le pidió que tomara asiento en el comedor. Sus ojos verdes inspeccionaban cada uno de sus rasgos. Conforme pasaban los minutos, el momento se tornaba más incómodo.—¿Solo tienes una hermana? —su voz reflejaba frialdad.—Sí —Ariana agach
—¡Me tienes cansado, maldita malagradecida! —La mano grande del hombre golpeó con fuerza el rostro de Ariana, su primogénita.Por el impacto la chica cayó de rodillas en el suelo. Parpadeó aturdida, y se puso de pie.Los sollozos de Alana, la más pequeña de sus hijas, resonaron en el cuarto.Ernesto lanzó una foto familiar, y el marco de vidrio se rompió en el suelo. Ante esa acción, Ariana se cubrió la cara. No era la primera vez que su padre, en un arrebato de furia, la agredía. Sin embargo, los gritos desesperados de su hermanita la ponían nerviosa.El hombre lanzaba golpes sin detenerse contra su hija, sin importarle la gravedad de estos. Al darle uno en la boca, Ariana sintió el sabor metálico de su propia sangre. Con la mejilla entumecida recibió un golpe en el estómago que la dejó sin aire. De nuevo se derrumbó en el piso.—¡Por favor, por favor, papá, deja a Ariana, déjala! —suplicaba Alana, tumbada en la alfombra vieja, con su voz frágil, casi quebrándose como si fueran sus p
El estómago de Ariana se revolvió al escuchar las indecencias que salían de la boca de ese hombre. Su amiga le insistió innumerables veces en que, sin importar lo que oyera, debía mantener siempre una sonrisa en los labios.—Qué ojos, de verdad eres una belleza —le dijo él con una sonrisa perversa.—Gracias —ella apartó la vista, incómoda. La música estaba algo fuerte y no lograba entender con claridad lo que el tipo le decía.El señor Hernán se levantó de su asiento y le extendió su mano obesa. Ella vaciló en tomarla, pero al final recordó para qué había ido hasta allí.—Tienes una piel que brilla como el champán, querida. Me pregunto si todo tu cuerpo es igual de delicioso a la vista —espetó el hombre, sin rastro de vergüenza, sus canas brillaban bajo las luces del lugar.Ambos avanzaron de la mano por un largo pasillo. Ariana era muy consciente de lo que pasaría acontinuación. Se le pasó por la cabeza la idea de huir. Sin embargo, la desechó al recordar que nadie la obligó a es