—¿Dónde está la chica que me c0gí hace unos días? —preguntó Axel con impaciencia.
—¿Bianca, señor? —respondió Enrique, y se removió en su asiento, nervioso, mientras fingía estar concentrado en las pantallas de seguridad. —No. La otra, la castaña. —Ella no ha vuelto. Bueno, tuvo que atender algunos pendientes... La pusimos a prueba ese día, pero ocasionó problemas —balbuceó Enrique, intentando justificar la ausencia de la joven. —Quiero que la traigas —ordenó Axel, su cabello rubio caía sobre su frente. Enrique no sabía cómo reaccionar. Se sentía atrapado entre la silla de recepción y la mirada penetrante de Axel. —Le diré a la mujer que la trajo que se comunique con ella y la haga venir lo antes posible —respondió con voz temblorosa. Axel, aburrido y con signos de impaciencia, miró a su alrededor. Los mismos rostros, las mismas curvas. Ninguna mujer despertaba su interés. Frustrado, amenazó a Enrique con romperle la cara si no encontraba a la chica. El hombre, al borde del pánico, vio su vida pasar ante sus ojos. En cualquier momento, ese tipo podría ordenar que lo mataran. Así que se levantó de su lugar y fue en busca de Karina. … Ariana estaba sentada en el baño, el simple acto de orinar le resultaba doloroso. Sentía un ardor intenso y, al limpiarse, notó un flujo inusual. No olía mal, pero lo encontraba extraño. Al salir, se encontró con la señora Sofía, la madre de su amiga Karina. Sus ojos hinchados y el cabello revuelto mostraban que acababa de levantarse. —Karina, ¿qué haces aquí tan temprano? Pensé que estabas en el restaurante —dijo Sofía mientras se tallaba la cara. —Soy Ariana, señora, la amiga de Karina... —Es tarde. Necesito mi pastilla o me pondré mal —la interrumpió, dirigiéndose hacia la cocina. La madre de su amiga sufría de una depresión severa. Había salido hace poco de una clínica tras un episodio grave. No era mala persona, pero los problemas que había vivido habían afectado seriamente su salud mental. Pasaba la mayor parte del día durmiendo, y cuando estaba despierta, apenas era consciente de lo que ocurría a su alrededor debido a la medicación. Karina era hija única y tenía que lidiar con todas las responsabilidades: cargaba con los gastos y mantenía el hogar. En la universidad, la juzgaban duramente por su comportamiento, al que muchos llamaban libertino. Ariana, en cambio, era vista como la "santurrona", pero sabía que, hicieras lo que hicieras, nunca podías complacer a los demás. Suspiró y caminó hacia la habitación de Karina. Allí, su hermanita dormía profundamente, ajena su dolor físico y emocional. Apenas habían pasado dos días desde que se había entregado a aquel hombre. Recordaba con un nudo en el pecho cómo llegó a casa de su amiga, humillada y adolorida. Esa madrugada, Karina la abrazó con fuerza, llena de preocupación, y le dijo que tenía miedo de que Axel la hubiera golpeado. Le contó que ese hombre era cruel, que disfrutaba del dolor ajeno durante el sexo, y que luego desechaba a las mujeres sin remordimiento. Ariana prefirió guardar silencio. Su amiga le explicó que Enrique no quería volver a verla, pues Axel había estado a punto de golpearlo por aceptar chicas sin su autorización. Ariana reprimió las ganas de llorar y acarició la mejilla de su hermana con delicadeza. Debía encontrar otra forma de conseguir dinero. Cerró los ojos, y cayó en un sueño angustiante. Se veía a sí misma al borde de un lago, desesperada. De repente, se lanzó al agua, el dolor en sus pulmones al llenarse de líquido era tan real. —Ariana, Ariana —escuchó una voz que la llamaba a lo lejos—. Soy Karina. Despertó de golpe. Esa voz no pertenecía a su sueño. Era su amiga, que la sacudía suavemente para que despertara. —¿Qué ocurre? —preguntó alarmada, y de reojo miró a su hermana, que seguía dormida. —Necesito que vengas a la sala —susurró Karina con urgencia—. ¡Bianchi está aquí! —¿Quién? —Ariana aún no comprendía lo que le trataba de explicar su amiga. Karina la tomó del brazo, y le suplicó que la acompañara. Ariana se levantó de la cama y, con cuidado, salió del cuarto. —Perdóname. No quería que esto sucediera. Si pudiera volver atrás... —repetía Karina con desesperación, mientras el sudor le cubría la frente. —¿Qué está pasa? —preguntó Ariana, su confusión crecía a cada segundo. Notó con horror el moretón en la mandíbula de su amiga. —Axel está aquí —murmuró Karina con un terror que hizo que la piel de Ariana se erizara—. Haz lo que te pida. Por favor, aguanta, él se cansará. Ariana llegó a la sala con el corazón acelerado y las manos empapadas en sudor. —Señor Bianchi, aquí está Ariana —anunció Karina, su voz quebrada por el llanto. No soportaba la idea de entregar a su amiga. Axel, de pie con una expresión de asco, dirigió su mirada hacia Ariana. La joven llevaba el cabello suelto, sin maquillaje, y vestía unos shorts aguados y una camiseta beige desgastada. —Te dije que no habíamos terminado —le recordó con desprecio. —Sí, señor —respondió ella, y bajó la cabeza. Antes de que pudiera reaccionar, Axel la agarró del brazo con fuerza. —¿Qué esperas? Vámonos —le ordenó mientras la empujaba hacia él, como si fuera un objeto sin valor. Ariana pensó en su hermana. Un escándalo la asustaría, pero escapar no parecía una opción. Karina le había advertido que Axel era el nieto de un mafioso peligroso, mucho peor de lo que podría imaginar. Las películas no eran nada en comparación con la realidad. La llevó hasta su auto, donde le dijo con voz firme que prefería solucionar sus propios asuntos sin intermediarios. —¿Qué tipo de problemas familiares te han dejado esas marcas? —preguntó con curiosidad. Bostezo y se acomodó el cabello hacia atrás. Ariana bajó la vista y, con un tono neutro, explicó sin mucho detalles que su familia era disfuncional. De seguro, el golpe que su padre le dio en la mejilla debía verse fatal. Ni siquiera tuvo tiempo de cubrirlo con algo de maquillaje. —La misma historia de todas las pr0stitutas —respondió Axel, y remarcó la última palabra con desprecio. —Sí —murmuró ella, desvió la mirada y sintió que se quedaba sin aire. Axel la observó detenidamente. Algo en ella le recordaba a alguien. Quizás era el tono del cabello o las estaturas similares. Por un momento, su mente volvió al pasado, su cabeza seguía aferrada a los recuerdos... —Quítate la blusa —le ordenó de repente. —¿Qué? —Ariana no podía creer la desvergüenza de la petición. —Te quiero f0llar aquí mismo —dijo él, sin titubear. Ariana no supo qué decir. Lo siguiente que sintió fueron unos labios en su cuello. En su oído, Axel volvió a ordenarle que se quitara la blusa. Ella obedeció. Él tiró de su cabello castaño con fuerza y la atrajo hacia sí. Sus labios se unieron en un beso salvaje, desenfrenado. Ariana tuvo miedo. Recordó la horrible sensación de la vez pasada. El mismo proceso: preservativo, lubricante, y penetración desenfrenada. En esta ocasión la puso sobre él. La muchacha tomaba largas bocanadas de aire. Las manos de Axel se posicionaron en su cuello y lo apretaron con algo de fuerza. Ariana creyó que el tipo se quería deshacer de ella, pensó en su hermana y de repente la soltó. Su cuerpo seguía recibiendo entre sollozos su gruesa carne, que la p*netraba sin reparo.—El tratamiento que administramos no está dando los resultados esperados —explicó el doctor con el rostro serio, mientras un suspiro escapaba de sus labios. Ariana frunció el ceño, bajó la vista y las lágrimas brotaron. —¿Eso qué significa? —preguntó con amargura. Claro que conocía la respuesta. —El cáncer sigue avanzando, señorita Herrera. —Se acomodó las gafas y volvió su atención a los resultados sobre su escritorio. —¿Qué se puede hacer en este caso? —cuestionó ella con voz quebrada, llena de ansiedad. El médico apretó los labios y, con tono monótono, explicó los diversos procedimientos. Al final, enfatizó que nada era seguro. La posibilidad de que su abuela superara el cáncer era casi nula. Ariana solicitó que le ofreciera información sobre el tratamiento más adecuado. El doctor le detalló en qué consistía y también le advirtió que, aunque fuera de los mejores, no podía garantizar el éxito. Ella pensó que mientras existiera una pizca de esperanza, valdría la pena intentar
Cuando al fin pudo llegar a casa de Karina, sus manos temblaban, su cabeza era un verdadero caos. Su abuela le decía que no debía creer en algo tan incierto como la suerte. Que el éxito se trataba de esfuerzo y constancia, sin embargo, ahora delante de ella existían tantos problemas, cosas desafortunadas y un momento más triste que el otro. Al mirar a su hermanita su rostro cambió. Se puso la máscara de “todo está bien” y con una sonrisa en los labios la saludó, dándole un beso en la mejilla. —Ari, ¿le diste mis saludos a la abuela? ¡Te tardaste mucho! —la pequeña agarra la cuchara con la mano torcida, debido a su condición sus manos no se desarrollaron de la manera correcta. —Sí, me dijo que te portes bien y que no comas mucho dulce —le contestó Ariana con una pequeña sonrisa casi imperceptible en los labios. —¿Y mi ropa? —quiso saber la niña, sus enormes ojos cafés brillaron por la duda, mientras que la comisura de sus labios se manchada por el descuido al comer sus alimentos
Ariana se quedó afuera. Karina insistió en que volviera a casa. La joven pensaba que ver a ese hombre era su única esperanza. Enrique le gritó que debía estar en su puesto o tampoco la dejaría trabajar allí. A regañadientes, la chica entró al lugar y le repitió a Ariana que regresara a casa y que al llegar pensarían en otra solución. La joven no respondió. Permaneció inmóvil. Enrique salió y la empujó con fuerza. —Estorbas en la entrada, m*****a sea —la miró con coraje—. Si el jefe te ve, te va a volar los sesos. Ariana se levantó del suelo con la mirada baja. Con una preocupación que la agobiaba, se colocó a unos metros de la entrada del club. No existía otra persona que pudiera darle esa enorme cantidad de dinero más que ese hombre. Ella no era nadie, lo único que tenía de valor eran su abuela y su hermana. Nunca destacó en nada. Ni siquiera se permitía soñar, pues para ella eso era un acto egoísta. De inmediato, se cruzó por su mente la idea de que ese tipo, igual que
Ariana sintió que se ahogaba. Tosió con fuerza y, debido a las arcadas, se apartó de Axel. En cuanto logró recuperarse, él volvió a sujetarla por la barbilla, introdujo su erección de forma brusca en su boca. La joven parpadeó, con un nudo en el estómago. Sus ojos se nublaron por el esfuerzo, su cara ardía de vergüenza y su corazón latía sin control. Toda la escena parecía irreal, y el miedo le impedía pensar con claridad.Axel movía las caderas y apretaba la mandíbula, sin apartar la vista de aquel rostro femenino. Se concentraba en esas facciones y en esos ojos cafés que se infiltraron en sus sueños en la última semana. Saber que la lastimaba aumentaba su placer. Cuando terminó, la observó atragantarse con el líquido blanquecino. Una sonrisa burlona apareció en sus labios, mientras pasaba la mano por su cabello rubio.—No estuvo tan mal —comentó sin preocupación—. ¿Vas a quedarte allí tirada toda la noche? Levántate —ordenó con desdén.Ariana permanecía desconcertada. Aún con las
Al llegar a la vivienda de su amiga, Ariana tenía los ojos tan hinchados como los pies. Su boca seguía seca, y una presión en el pecho la acompañaba desde que salió de aquel lugar. Karina, al verla en la puerta, dejó a un lado las revistas que sostenía. Se acercó con preocupación y le lanzó preguntas sobre dónde había pasado la noche. De verdad tuvo miedo de que no volviera, incluso llamó a la policía. Ariana explicó de forma breve que permaneció afuera del club y se encontró con Axel. —¿Te hizo algo? —preguntó Karina, con un escalofrío que le recorría la espalda. —Ese tipo está loco —dijo Ariana mientras tragaba saliva. En su mente apareció la sonrisa inquietante de aquel hombre después de golpear al otro sujeto. Karina frunció el ceño. La mirada de Ariana dejaba entrever el miedo que la envolvía. Entre sollozos contó la horrible experiencia que tuvo esa madrugada. Su amiga le hizo jurar no volver a ese club. Y alejarse lo que más pudiera de ese tipo enfermo. *** Los días tran
En una de las habitaciones del hospital, los médicos ingresaron de forma abrupta con el único propósito de reanimar a una paciente. El encargado de intentar salvarla observó aquel rostro con incredulidad: era una anciana con escasas probabilidades de superar la metástasis pulmonar. A pesar del diagnóstico devastador, el médico siguió el protocolo. Realizó las maniobras de reanimación tantas veces como era necesario. Sin embargo, la pantalla que registraba los signos vitales seguía sin mostrar actividad. —La paciente falleció a las nueve treinta y cinco de la mañana —anunció a la enfermera. La mujer registró la hora en sus notas. Lo siguiente sería comunicar el deceso a los familiares. Esa misma mañana, Ariana respondió la llamada que le informó sobre la muerte de su abuela. Sintió que el suelo se desplomaba bajo sus pies y que su corazón había sido arrancado de la forma más cruel. Incapaz de hablar, permaneció en silencio mientras escuchaba a la empleada transmitir la noticia. Tr
Ariana sentía el cuerpo dolorido. Tenía los labios resecos y un dolor intenso en la nuca y la cadera. Fue al hospital con una profunda vergüenza, como si las personas a su alrededor pudieran adivinar lo que acababa de suceder. En el pecho sentía una opresión y detestaba cuando algún recuerdo de aquel momento en brazos de ese hombre se introducía en su mente.Ariana siguió el protocolo tal como se lo indicaron. El médico le mencionó que faltaban ciertos documentos y que era esencial que los buscara en su casa. La chica sintió temor; pensar que, en esa búsqueda, pudiera aparecer algún excompañero de su padre la preocupaba. Sin embargo, no tenía muchas alternativas. Sin esos documentos no le entregarían el cuerpo de su abuela.Por medio de su teléfono, le informó a Karina que iría a la casa de su abuela para recoger algunas cosas, pero no obtuvo respuesta. Su amiga trabajaba toda la noche, y era lógico que en ese instante estuviera dormida.Ariana pensó en su hermanita. Luego, una pequeñ
—¡Me tienes cansado, maldita malagradecida! —La mano grande del hombre golpeó con fuerza el rostro de Ariana, su primogénita.Por el impacto la chica cayó de rodillas en el suelo. Parpadeó aturdida, y se puso de pie.Los sollozos de Alana, la más pequeña de sus hijas, resonaron en el cuarto.Ernesto lanzó una foto familiar, y el marco de vidrio se rompió en el suelo. Ante esa acción, Ariana se cubrió la cara. No era la primera vez que su padre, en un arrebato de furia, la agredía. Sin embargo, los gritos desesperados de su hermanita la ponían nerviosa.El hombre lanzaba golpes sin detenerse contra su hija, sin importarle la gravedad de estos. Al darle uno en la boca, Ariana sintió el sabor metálico de su propia sangre. Con la mejilla entumecida recibió un golpe en el estómago que la dejó sin aire. De nuevo se derrumbó en el piso.—¡Por favor, por favor, papá, deja a Ariana, déjala! —suplicaba Alana, tumbada en la alfombra vieja, con su voz frágil, casi quebrándose como si fueran sus p