La luz iluminaba la habitación. Axel recorría el cuerpo de Ariana con la mirada. Ella permanecía inmóvil frente a él, solo con ropa interior. Sus manos delgadas cubrían su pecho y su zona íntima, envuelta en la vergüenza de que ese hombre la observara con tanta intensidad.Axel, con la mandíbula tensa, le ordenó que se deshiciera del sostén. Ella apartó la vista y obedeció sin pronunciar palabra.—Mírame —le exigió con una voz grave y áspera.Ariana alzó la mirada. Sus piernas temblaban, convencida de que en cualquier momento perdería el equilibrio por los nervios. Los ojos de ese hombre eran tan intimidantes como fríos, y de sus labios brotó una frase que heló su sangre:—Qué aburrido me tienes.—S-señor —balbuceó ella—. Lo siento… no sé cómo hacerlo.Axel inclinó la cabeza, se acercó con pasos lentos hasta quedar a escasos centímetros de ella y, con una mano grande, le sujetó el mentón con fuerza.—Quítate las bragas —ordenó con un tono seco. La soltó y siguió con la vista su peque
—¿Dónde está la chica que me c0gí hace unos días? —preguntó Axel con impaciencia. —¿Bianca, señor? —respondió Enrique, y se removió en su asiento, nervioso, mientras fingía estar concentrado en las pantallas de seguridad. —No. La otra, la castaña. —Ella no ha vuelto. Bueno, tuvo que atender algunos pendientes... La pusimos a prueba ese día, pero ocasionó problemas —balbuceó Enrique, intentando justificar la ausencia de la joven. —Quiero que la traigas —ordenó Axel, su cabello rubio caía sobre su frente. Enrique no sabía cómo reaccionar. Se sentía atrapado entre la silla de recepción y la mirada penetrante de Axel. —Le diré a la mujer que la trajo que se comunique con ella y la haga venir lo antes posible —respondió con voz temblorosa. Axel, aburrido y con signos de impaciencia, miró a su alrededor. Los mismos rostros, las mismas curvas. Ninguna mujer despertaba su interés. Frustrado, amenazó a Enrique con romperle la cara si no encontraba a la chica. El hombre, al borde del pán
—El tratamiento que administramos no está dando los resultados esperados —explicó el doctor con el rostro serio, mientras un suspiro escapaba de sus labios. Ariana frunció el ceño, bajó la vista y las lágrimas brotaron. —¿Eso qué significa? —preguntó con amargura. Claro que conocía la respuesta. —El cáncer sigue avanzando, señorita Herrera. —Se acomodó las gafas y volvió su atención a los resultados sobre su escritorio. —¿Qué se puede hacer en este caso? —cuestionó ella con voz quebrada, llena de ansiedad. El médico apretó los labios y, con tono monótono, explicó los diversos procedimientos. Al final, enfatizó que nada era seguro. La posibilidad de que su abuela superara el cáncer era casi nula. Ariana solicitó que le ofreciera información sobre el tratamiento más adecuado. El doctor le detalló en qué consistía y también le advirtió que, aunque fuera de los mejores, no podía garantizar el éxito. Ella pensó que mientras existiera una pizca de esperanza, valdría la pena intentar
Cuando al fin pudo llegar a casa de Karina, sus manos temblaban, su cabeza era un verdadero caos. Su abuela le decía que no debía creer en algo tan incierto como la suerte. Que el éxito se trataba de esfuerzo y constancia, sin embargo, ahora delante de ella existían tantos problemas, cosas desafortunadas y un momento más triste que el otro. Al mirar a su hermanita su rostro cambió. Se puso la máscara de “todo está bien” y con una sonrisa en los labios la saludó, dándole un beso en la mejilla. —Ari, ¿le diste mis saludos a la abuela? ¡Te tardaste mucho! —la pequeña agarra la cuchara con la mano torcida, debido a su condición sus manos no se desarrollaron de la manera correcta. —Sí, me dijo que te portes bien y que no comas mucho dulce —le contestó Ariana con una pequeña sonrisa casi imperceptible en los labios. —¿Y mi ropa? —quiso saber la niña, sus enormes ojos cafés brillaron por la duda, mientras que la comisura de sus labios se manchada por el descuido al comer sus alimentos
Ariana se quedó afuera. Karina insistió en que volviera a casa. La joven pensaba que ver a ese hombre era su única esperanza. Enrique le gritó que debía estar en su puesto o tampoco la dejaría trabajar allí. A regañadientes, la chica entró al lugar y le repitió a Ariana que regresara a casa y que al llegar pensarían en otra solución. La joven no respondió. Permaneció inmóvil. Enrique salió y la empujó con fuerza. —Estorbas en la entrada, m*****a sea —la miró con coraje—. Si el jefe te ve, te va a volar los sesos. Ariana se levantó del suelo con la mirada baja. Con una preocupación que la agobiaba, se colocó a unos metros de la entrada del club. No existía otra persona que pudiera darle esa enorme cantidad de dinero más que ese hombre. Ella no era nadie, lo único que tenía de valor eran su abuela y su hermana. Nunca destacó en nada. Ni siquiera se permitía soñar, pues para ella eso era un acto egoísta. De inmediato, se cruzó por su mente la idea de que ese tipo, igual que
Ariana sintió que se ahogaba. Tosió con fuerza y, debido a las arcadas, se apartó de Axel. En cuanto logró recuperarse, él volvió a sujetarla por la barbilla, introdujo su erección de forma brusca en su boca. La joven parpadeó, con un nudo en el estómago. Sus ojos se nublaron por el esfuerzo, su cara ardía de vergüenza y su corazón latía sin control. Toda la escena parecía irreal, y el miedo le impedía pensar con claridad.Axel movía las caderas y apretaba la mandíbula, sin apartar la vista de aquel rostro femenino. Se concentraba en esas facciones y en esos ojos cafés que se infiltraron en sus sueños en la última semana. Saber que la lastimaba aumentaba su placer. Cuando terminó, la observó atragantarse con el líquido blanquecino. Una sonrisa burlona apareció en sus labios, mientras pasaba la mano por su cabello rubio.—No estuvo tan mal —comentó sin preocupación—. ¿Vas a quedarte allí tirada toda la noche? Levántate —ordenó con desdén.Ariana permanecía desconcertada. Aún con las
Al llegar a la vivienda de su amiga, Ariana tenía los ojos tan hinchados como los pies. Su boca seguía seca, y una presión en el pecho la acompañaba desde que salió de aquel lugar. Karina, al verla en la puerta, dejó a un lado las revistas que sostenía. Se acercó con preocupación y le lanzó preguntas sobre dónde había pasado la noche. De verdad tuvo miedo de que no volviera, incluso llamó a la policía. Ariana explicó de forma breve que permaneció afuera del club y se encontró con Axel. —¿Te hizo algo? —preguntó Karina, con un escalofrío que le recorría la espalda. —Ese tipo está loco —dijo Ariana mientras tragaba saliva. En su mente apareció la sonrisa inquietante de aquel hombre después de golpear al otro sujeto. Karina frunció el ceño. La mirada de Ariana dejaba entrever el miedo que la envolvía. Entre sollozos contó la horrible experiencia que tuvo esa madrugada. Su amiga le hizo jurar no volver a ese club. Y alejarse lo que más pudiera de ese tipo enfermo. *** Los días tran
En una de las habitaciones del hospital, los médicos ingresaron de forma abrupta con el único propósito de reanimar a una paciente. El encargado de intentar salvarla observó aquel rostro con incredulidad: era una anciana con escasas probabilidades de superar la metástasis pulmonar. A pesar del diagnóstico devastador, el médico siguió el protocolo. Realizó las maniobras de reanimación tantas veces como era necesario. Sin embargo, la pantalla que registraba los signos vitales seguía sin mostrar actividad. —La paciente falleció a las nueve treinta y cinco de la mañana —anunció a la enfermera. La mujer registró la hora en sus notas. Lo siguiente sería comunicar el deceso a los familiares. Esa misma mañana, Ariana respondió la llamada que le informó sobre la muerte de su abuela. Sintió que el suelo se desplomaba bajo sus pies y que su corazón había sido arrancado de la forma más cruel. Incapaz de hablar, permaneció en silencio mientras escuchaba a la empleada transmitir la noticia. Tr