Capítulo 002

El estómago de Ariana se revolvió al escuchar las indecencias que salían de la boca de ese hombre.

Su amiga le insistió innumerables veces en que, sin importar lo que oyera, debía mantener siempre una sonrisa en los labios.

—Qué ojos, de verdad eres una belleza —le dijo él con una sonrisa perversa.

—Gracias —ella apartó la vista, incómoda. La música estaba algo fuerte y no lograba entender con claridad lo que el tipo le decía.

El señor Hernán se levantó de su asiento y le extendió su mano obesa.

Ella vaciló en tomarla, pero al final recordó para qué había ido hasta allí.

—Tienes una piel que brilla como el champán, querida. Me pregunto si todo tu cuerpo es igual de delicioso a la vista —espetó el hombre, sin rastro de vergüenza, sus canas brillaban bajo las luces del lugar.

Ambos avanzaron de la mano por un largo pasillo. Ariana era muy consciente de lo que pasaría acontinuación. Se le pasó por la cabeza la idea de huir. Sin embargo, la desechó al recordar que nadie la obligó a estar con ese hombre.

Karina le aseguró que el asco se le quitaría después de algunos acostones. Ariana pensó en su abuela; si ella se enterara de lo que estaba a punto de hacer, seguro estaría muy triste y enfadada. También vino a su mente la imagen de Alana, su hermana pequeña, con sus dos coletas, sus ojos aceitunados y una sonrisa tan resplandeciente que le derretía el corazón.

A mitad del camino, el tipo mayor la sujetó con fuerza de la muñeca y le plantó un beso que la horrorizó. Su cuerpo tembló. Nunca antes un hombre la manoseó con tanta osadía. Ese señor la apretó contra él, con el objetivo de que ella sintiera su erección.

Ariana no se apartaba, pero no pudo fingir que aquello le agradaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas que pronto caerían. En un abrir y cerrar de ojos, el tipo que la besaba con lujuria se encontraba lejos de ella, con el rostro desconcertado.

Ariana volvió la vista hacia aquella voz profunda y masculina que se dirigía a su “cliente”.

—¿Qué crees que haces? —le preguntó Hernán, molesto.

—Creo que me han entregado por error “mi” pedido —dijo Axel, en tanto sus ojos verdes lo recorrían con desdén.

—¿Qué? ¡Yo pagué por mi mercancía, muchacho! —se quejó Hernán, pero al tener contacto visual con Axel, su expresión cambió por completo. La rabia fue reemplazada por miedo y un escalofrío recorrió su espalda.

—Ya veo —Axel se acomodó el cuello de su camisa blanca. Su estatura era imponente, junto a esa espalda ancha y las venas de sus brazos marcadas por el ejercicio.

—Tú… es decir, ¿usted es el nieto del señor Falkenberg, verdad? —preguntó, con el rostro descolorido y la frente sudorosa por el temor.

Axel exhaló con pesadez y lo ignoró por completo. De inmediato le ofreció su mano a Ariana.

Ella lo miró vacilante. Se suponía que el señor Hernán dio una gran suma de dinero por ella. No quería meter en problemas a Karina, mucho menos enfrentarse a la ira de Kike.

Su mirada se desvió hacia Hernán, quien se iba con paso rápido y la espalda encorvada hacia la dirección de donde vinieron.

—¿Qué hice? —preguntó con un temblor en la voz. Enseguida se llevó uno de sus dedos a la boca y mordisqueó su uña, preocupada, llena de ansiedad—. Debo… tengo que irme.

—Shh —Axel posó uno de sus largos y blancos dedos en los labios femeninos.

Ariana retrocedió en respuesta.

—Necesito alcanzarlo.

—¿Por qué? —Ladeó la cabeza, y la observó con una mezcla de deseo y curiosidad, aquella criatura frente a él resultaba un deleite que no podía dejar de admirar.

—Necesito el dinero. Si Kike se entera, no me permitirá volver —dijo ella con creciente angustia.

—Si quieres dinero… —con una de sus manos acarició su barbilla— yo puedo dártelo.

Ariana posó sus ojos en aquel rostro pálido. Ese hombre no aparentaba más de veinticinco años; dudaba que fuera uno de los clientes pudientes del lugar.

—No —contestó con timidez—. Voy a ir con el señor Kike.

Justo al dar un paso, Axel la sujetó con fuerza del antebrazo.

—¿Cuánto dinero necesitas? —espetó él, y aspiró el aroma de su perfume.

—N-necesito ver a Kike, por favor. —Sus labios temblaron, y su respiración se volvió agitada.

La mirada de Axel se endureció, pero al ver esos grandes ojos cafés, asustadizos, se suavizó.

—Vamos —dijo él, la soltó de su agarre y la siguió sin darle opción a negarse.

Ariana fue la primera en girarse y caminar hacia la entrada principal. Axel, por su parte, caminaba detrás de ella a una distancia considerable. Sus ojos lascivos seguían el movimiento de sus caderas al andar.

Ariana localizó a Karina y le explicó lo que acababa de suceder. Al ver quién estaba detrás de su amiga, Karina sufrió un desencaje completo en el rostro. Sintió un puñetazo en el estómago.

—Buenas noches, señor —lo saludó con un hilo de voz, sin atreverse a levantar la mirada.

La joven Ariana se cubrió la boca. Su pecho subía y bajaba con fuerza, al ritmo desbocado de su corazón, aterrada de haber hecho algo incorrecto. Seguramente esa persona era tan importante que terminarían por echarla a patadas.

Kike apareció en escena y su cara perdió color. Se dirigió al rubio con una voz sumisa, como un esclavo ante su amo.

Karina, entre susurros, le preguntaba a Ariana si recordaba quién era Falkenberg, el jefe. Ariana asintió y su amiga le dijo que ese hombre era su nieto. Con murmullos desesperados le advirtió que no cometiera ninguna estupidez, que el tipo era muy peligroso.

—Ella es mi mercancía —Axel resumió su petición a Kike con esas simples palabras.

—Por supuesto —el encargado asintió con la cabeza, se secó el sudor de la frente con la mano derecha y le indicó a Ariana que se fuera con Axel.

Ella asintió, mientras las palabras de preocupación de su amiga resonaban en su cabeza.

—Perdóneme, señor. Si no lo traté como era debido…

Ariana no pudo terminar su frase, pues los labios de Axel se apoderaron de los suyos en un beso brusco, cargado de deseo.

—Vamos —le ordenó él en cuanto se separó de ella.

Las mejillas de Ariana se tornaron rojas. El miedo hizo que se formara un nudo en su estómago. Contuvo las ganas de llorar y, tal como le había dicho su amiga, solo obedeció órdenes.

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