―Necesito el trabajo, por favor, por favor ―Ariana se arrodillaría si era necesario. No importaba la humillación. No le importaba perder hasta el último gramo de dignidad, con tal de salvar a su abuela del cáncer y llevar comida a la mesa de su pequeña hermana.
La mirada de Enrique Lafon bajó lentamente por esa figura femenina. A su parecer, en su rostro emanaba una hermosura peculiar y un aura de dulzura, uno de los requisitos que buscaban los viejos ricachones y pervertidos de ese lugar, si tan solo tuviera un pecho más grande y unas curvas más pronunciadas.
―Estás en los huesos. Habría uno que otro… La verdad no me convences ―Inhaló el aire y le dio otro vistazo a la joven.
Karina, la mejor amiga de Ariana y la persona que le recomendó ir a ese club fino a pedir el trabajo, se acercó a Enrique.
―Por favor, ella es virgen, eso debe abrir mayores posibilidades.
―Le diré a Bianchi… ―El rostro de Enrique hizo una mueca de desagrado y luego un destello parecido al temor apareció.
―No. Tú lo has dicho: es muy delgada, de seguro pasa desapercibida. No tienes por qué decirle a él, ni lo notará. ―La voz de Karina se teñía de desesperación con cada palabra que pronunciaba.
Enrique le dio un último vistazo.
―Me debes una. Iré con Hernán ―le dijo sin ocultar su apatía.
El alma de Karina volvió a su cuerpo. Le dio las buenas noticias a su amiga y la invitó a ir al baño y retocarse el maquillaje, pues ni por asomo quería que el cliente viera los moretones que le dejó su padre.
Ariana avanzó por la multitud hacia el tocador. Sus manos se movían nerviosas al ver aquellas mujeres hermosas, con cuerpos voluptuosos. ¿De verdad alguien pagaría por una mujercita tan poco agraciada como ella si tenía al alcance bellezas como esas? Se reirán en su cara. No existía nada llamativo en ella. Su rostro común. Su cuerpo menudo. Ni siquiera presumía de gracia para el baile.
…
En las plataformas con luces de colores, se veían chicas con rostros preciosos bailando al ritmo de la música.
Cada una era deslumbrante. Los hombres, con miradas lujuriosas, no perdían ni un solo detalle. El lugar era enorme y lujoso, como cabía esperar, ya que su dueño, Heinrich Falkenberg, era un alemán corpulento, de cabello blanquecino y ceño fruncido de forma permanente. Su complexión robusta, con algo de obesidad, y sus ojos verdes encendían la sangre de quienes lo miraban. Sin embargo, lo más aterrador de Heinrich no era su aspecto físico, sino sus negocios ilegales. Era un hombre peligroso, coludido con los grandes del mundo del crimen. Su poder era tal que había colocado a su yerno en un importante puesto político. El miedo que infundía superaba al respeto, y Heinrich lo disfrutaba. En el tercer piso, donde el bullicio apenas se oía, estaba Axel Bianchi, el nieto mayor del jefe. Con el celular pegado al oído, se pasó la mano por el cabello rubio casi blanco. Sus ojos se clavaban en un punto al frente, fríos y calculadores, sin prestar atención a lo que escuchaba. —Pensé que vendrías hoy —le recriminaba su prometida al otro lado de la línea. Se suponía que en tres meses se celebraría su boda con Alessandra Pinos. No le desagradaba la idea, pero tampoco le entusiasmaba. No quiso perder el tiempo en una discusión sin sentido, así que cortó la llamada. Luisa estaba de pie a cierta distancia, con el tirante del sostén fuera de lugar y el labial corrido. —¿Esperas un premio? ¡Lárgate, me enfermas! —escupió con desprecio, sin mirarla, asqueado por ese rostro que minutos antes le resultó hermoso, pero que ahora solo le provocaba repulsión. La chica bajó la cabeza, contuvo las lágrimas y se fue escaleras abajo, con la garganta adolorida. Su vestido apenas cubría sus glúteos. Necesitaba ir al baño para arreglarse el cabello y el maquillaje. Le quedaban muchas horas de trabajo todavía. Axel miró su reloj, se dio cuenta de que ya eran las ocho y quince. Supuestamente, su abuelo llegaría a las ocho en punto. No era propio de él llegar tarde. Bajó las escaleras sin mucho ánimo, pero al descender el último escalón, alguien se cruzó en su camino. Su expresión de aburrimiento se transformó en una mueca de fastidio. —¡Maldita sea! —exclamó al sentir el pequeño cuerpo chocar con el suyo. Al bajar la vista, se encontró con una melena castaña. —P-perdón, señor —se disculpó la chica con las mejillas sonrojadas y la voz temblorosa. Cuando sus ojos, de un tono café claro, miel, se cruzaron con los de él, algo en su interior se estremeció.El estómago de Ariana se revolvió a causa del miedo, el hombre frente a ella era muy atractivo y, al mismo tiempo, emanaba un aura intimidante. Asesina.
Ella respiró hondo y, sin obtener respuesta, avanzó hacia el lugar que Karina le indicó. El aroma a tabaco la mareó un poco. Axel la siguió con paso firme, mientras observaba su cabello suelto adornado con una peineta de pedrería. En su mente repasaba los detalles: la nariz respingada, los labios rojos y la figura que se insinuaba bajo ese vestido ajustado de color vino. La vio mientras Enrique Lafon le daba indicaciones. Sus ojos se entrecerraron al verla dirigirse hacia uno de los clientes importantes de esa "casa de citas", como un cazador que acecha a su próxima presa desde lejos. Una sonrisa torcida apareció en sus labios al verla dudar frente al anciano. —¡Maldita sea! —Axel puso la mano en su pecho, justo sobre el corazón. Otra vez ese cosquilleo, otra vez esa obsesión.El estómago de Ariana se revolvió al escuchar las indecencias que salían de la boca de ese hombre. Su amiga le insistió innumerables veces en que, sin importar lo que oyera, debía mantener siempre una sonrisa en los labios.—Qué ojos, de verdad eres una belleza —le dijo él con una sonrisa perversa.—Gracias —ella apartó la vista, incómoda. La música estaba algo fuerte y no lograba entender con claridad lo que el tipo le decía.El señor Hernán se levantó de su asiento y le extendió su mano obesa. Ella vaciló en tomarla, pero al final recordó para qué había ido hasta allí.—Tienes una piel que brilla como el champán, querida. Me pregunto si todo tu cuerpo es igual de delicioso a la vista —espetó el hombre, sin rastro de vergüenza, sus canas brillaban bajo las luces del lugar.Ambos avanzaron de la mano por un largo pasillo. Ariana era muy consciente de lo que pasaría acontinuación. Se le pasó por la cabeza la idea de huir. Sin embargo, la desechó al recordar que nadie la obligó a es
La luz iluminaba la habitación. Axel recorría el cuerpo de Ariana con la mirada. Ella permanecía inmóvil frente a él, solo con ropa interior. Sus manos delgadas cubrían su pecho y su zona íntima, envuelta en la vergüenza de que ese hombre la observara con tanta intensidad.Axel, con la mandíbula tensa, le ordenó que se deshiciera del sostén. Ella apartó la vista y obedeció sin pronunciar palabra.—Mírame —le exigió con una voz grave y áspera.Ariana alzó la mirada. Sus piernas temblaban, convencida de que en cualquier momento perdería el equilibrio por los nervios. Los ojos de ese hombre eran tan intimidantes como fríos, y de sus labios brotó una frase que heló su sangre:—Qué aburrido me tienes.—S-señor —balbuceó ella—. Lo siento… no sé cómo hacerlo.Axel inclinó la cabeza, se acercó con pasos lentos hasta quedar a escasos centímetros de ella y, con una mano grande, le sujetó el mentón con fuerza.—Quítate las bragas —ordenó con un tono seco. La soltó y siguió con la vista su peque
—¿Dónde está la chica que me c0gí hace unos días? —preguntó Axel con impaciencia. —¿Bianca, señor? —respondió Enrique, y se removió en su asiento, nervioso, mientras fingía estar concentrado en las pantallas de seguridad. —No. La otra, la castaña. —Ella no ha vuelto. Bueno, tuvo que atender algunos pendientes... La pusimos a prueba ese día, pero ocasionó problemas —balbuceó Enrique, intentando justificar la ausencia de la joven. —Quiero que la traigas —ordenó Axel, su cabello rubio caía sobre su frente. Enrique no sabía cómo reaccionar. Se sentía atrapado entre la silla de recepción y la mirada penetrante de Axel. —Le diré a la mujer que la trajo que se comunique con ella y la haga venir lo antes posible —respondió con voz temblorosa. Axel, aburrido y con signos de impaciencia, miró a su alrededor. Los mismos rostros, las mismas curvas. Ninguna mujer despertaba su interés. Frustrado, amenazó a Enrique con romperle la cara si no encontraba a la chica. El hombre, al borde del pán
—El tratamiento que administramos no está dando los resultados esperados —explicó el doctor con el rostro serio, mientras un suspiro escapaba de sus labios. Ariana frunció el ceño, bajó la vista y las lágrimas brotaron. —¿Eso qué significa? —preguntó con amargura. Claro que conocía la respuesta. —El cáncer sigue avanzando, señorita Herrera. —Se acomodó las gafas y volvió su atención a los resultados sobre su escritorio. —¿Qué se puede hacer en este caso? —cuestionó ella con voz quebrada, llena de ansiedad. El médico apretó los labios y, con tono monótono, explicó los diversos procedimientos. Al final, enfatizó que nada era seguro. La posibilidad de que su abuela superara el cáncer era casi nula. Ariana solicitó que le ofreciera información sobre el tratamiento más adecuado. El doctor le detalló en qué consistía y también le advirtió que, aunque fuera de los mejores, no podía garantizar el éxito. Ella pensó que mientras existiera una pizca de esperanza, valdría la pena intentar
Cuando al fin pudo llegar a casa de Karina, sus manos temblaban, su cabeza era un verdadero caos. Su abuela le decía que no debía creer en algo tan incierto como la suerte. Que el éxito se trataba de esfuerzo y constancia, sin embargo, ahora delante de ella existían tantos problemas, cosas desafortunadas y un momento más triste que el otro. Al mirar a su hermanita su rostro cambió. Se puso la máscara de “todo está bien” y con una sonrisa en los labios la saludó, dándole un beso en la mejilla. —Ari, ¿le diste mis saludos a la abuela? ¡Te tardaste mucho! —la pequeña agarra la cuchara con la mano torcida, debido a su condición sus manos no se desarrollaron de la manera correcta. —Sí, me dijo que te portes bien y que no comas mucho dulce —le contestó Ariana con una pequeña sonrisa casi imperceptible en los labios. —¿Y mi ropa? —quiso saber la niña, sus enormes ojos cafés brillaron por la duda, mientras que la comisura de sus labios se manchada por el descuido al comer sus alimentos
Ariana se quedó afuera. Karina insistió en que volviera a casa. La joven pensaba que ver a ese hombre era su única esperanza. Enrique le gritó que debía estar en su puesto o tampoco la dejaría trabajar allí. A regañadientes, la chica entró al lugar y le repitió a Ariana que regresara a casa y que al llegar pensarían en otra solución. La joven no respondió. Permaneció inmóvil. Enrique salió y la empujó con fuerza. —Estorbas en la entrada, m*****a sea —la miró con coraje—. Si el jefe te ve, te va a volar los sesos. Ariana se levantó del suelo con la mirada baja. Con una preocupación que la agobiaba, se colocó a unos metros de la entrada del club. No existía otra persona que pudiera darle esa enorme cantidad de dinero más que ese hombre. Ella no era nadie, lo único que tenía de valor eran su abuela y su hermana. Nunca destacó en nada. Ni siquiera se permitía soñar, pues para ella eso era un acto egoísta. De inmediato, se cruzó por su mente la idea de que ese tipo, igual que
Ariana sintió que se ahogaba. Tosió con fuerza y, debido a las arcadas, se apartó de Axel. En cuanto logró recuperarse, él volvió a sujetarla por la barbilla, introdujo su erección de forma brusca en su boca. La joven parpadeó, con un nudo en el estómago. Sus ojos se nublaron por el esfuerzo, su cara ardía de vergüenza y su corazón latía sin control. Toda la escena parecía irreal, y el miedo le impedía pensar con claridad.Axel movía las caderas y apretaba la mandíbula, sin apartar la vista de aquel rostro femenino. Se concentraba en esas facciones y en esos ojos cafés que se infiltraron en sus sueños en la última semana. Saber que la lastimaba aumentaba su placer. Cuando terminó, la observó atragantarse con el líquido blanquecino. Una sonrisa burlona apareció en sus labios, mientras pasaba la mano por su cabello rubio.—No estuvo tan mal —comentó sin preocupación—. ¿Vas a quedarte allí tirada toda la noche? Levántate —ordenó con desdén.Ariana permanecía desconcertada. Aún con las
Al llegar a la vivienda de su amiga, Ariana tenía los ojos tan hinchados como los pies. Su boca seguía seca, y una presión en el pecho la acompañaba desde que salió de aquel lugar. Karina, al verla en la puerta, dejó a un lado las revistas que sostenía. Se acercó con preocupación y le lanzó preguntas sobre dónde había pasado la noche. De verdad tuvo miedo de que no volviera, incluso llamó a la policía. Ariana explicó de forma breve que permaneció afuera del club y se encontró con Axel. —¿Te hizo algo? —preguntó Karina, con un escalofrío que le recorría la espalda. —Ese tipo está loco —dijo Ariana mientras tragaba saliva. En su mente apareció la sonrisa inquietante de aquel hombre después de golpear al otro sujeto. Karina frunció el ceño. La mirada de Ariana dejaba entrever el miedo que la envolvía. Entre sollozos contó la horrible experiencia que tuvo esa madrugada. Su amiga le hizo jurar no volver a ese club. Y alejarse lo que más pudiera de ese tipo enfermo. *** Los días tran