Ana
— ¡Mírame a los ojos! —Santiago sostenía mi rostro que estaba cubierto de lágrimas, intenté separarme de él, pero era fuerte. Yo una débil. Una hoja seca a punto de desmoronarse en sus manos.
— ¡Santiago suéltame! ¡Me lastimas! —su rostro estaba totalmente transformado por la ira.
— ¡Dime que eres sólo mía! — sus palabras me hicieron sentir más terror del que ya tenía.
— ¡Eres el socio de mi padre! —mi voz temblaba. Podía sentir su aliento en mi rostro.
— ¡Dilo! —cerré los ojos fuertemente, como si eso fuera hacerme desaparecer.
— ¡Soy tuya! —sus labios atraparon los míos bruscamente, hasta llegar al dolor. Podía decir que el sabor metálico de la sangre me hizo darme una idea a mi corta experiencia que esto no estaba bien. Él sabía cómo controlar a mi familia, aún a mis 18 años, y pese a la sociedad y el qué dirán, era suya.
Y nadie iba a cambiarlo, a menos que yo misma lo desapareciera de mi vida...sin dejar rastro.
— ¡Necesito que estén a la hora acordada! — presiono bruscamente el botón de mis manos libres. Me dejo caer en mi asiento. Estoy a dos días del lanzamiento de la nueva línea de zapatillas y hay cabos sueltos. Esta mañana había amanecido de mal humor al recordar la maldita pesadilla, tres horas de sueño en total. Recuerdo el sabor del miedo. Desecho el pensamiento de pesadez, y me aferro a enfocarme a lo que realmente importa. Tengo que organizar ese pedazo del evento.
Tenía que ser perfecto, costara lo que costara.
—Señora Lombardi, la agencia Bennett ya tiene lista a las nuevas modelos y están en el auditorio—me informa mi asistente, asiento sin dejar de mirar mi tableta, comienzo a caminar de una esquina a otra. Tengo que entregar un gran pedido para esta tarde, los de logística estaban haciendo su trabajo, solo el servicio de envío no podía llegar a la hora acordada.
Me detengo bruscamente.
— ¿Agencia Bennett? ¿Dónde está Reed? —miro a mi asistente quien está pálida.
—Señora, la agencia Reed, perdió varias modelos y nos recomendaron la agencia de Mía Bennett, tienen excelentes recomendaciones por parte de ellos, de hecho, el señor Reed informó que si tenía necesidad de confirmar las recomendaciones que podía llamarlo con confianza. Y usted me dijo que confiara en Reed…—dijo mi asistente.
—Comunícame con Reed, ahora—sale inmediatamente de mi oficina. Otro cabo suelto.
Mi auricular se escucha la voz de Reed.
— ¡Ana! ¡Sabía que me llamarías! ¿En qué te puedo ayudar, mi amor? —hago una mueca.
— ¿Qué tanto puedo confiar en la agencia de la tal Mía Bennett? —suelta una risa discreta.
—Es como si fuera mi empresa. Mía tiene un excelente gusto en todo lo que se refiere a moda, es como mi otra yo, ¡Pero en mujer, con tetas y vagina! —eso me hace sonreír.
— ¿Qué pasó con tu agencia? ¿Por qué no me informaste de un principio que cambiarías a las modelos? ¡Sólo quedan dos malditos días Jack! —digo en tono molesto.
Se hizo un silencio.
—Perdóname mi amor, pero sé que tienes mucho encima en estos días y eso ocurrió ayer en la tarde, tu asistente me dijo que estabas en juntas desde temprano, además Mía tiene mucho talento y disponibilidad, algunas de mis modelos están con ella, mientras soluciono el problema—exclama con voz decepcionada.
Tomo asiento y dejo caer la tableta frente a mí sobre el escritorio.
— ¿Qué está pasando? Detalles, Reed—digo en tono serio.
— ¿Recuerdas a Patrick? —inmediatamente se vino a mi mente su exnovio.
—Como no recordarlo. ¿Qué tiene que ver él? —pregunto intrigada.
—Le cedí la mitad de mi empresa...—abro los ojos de la sorpresa.
— ¡¿Qué estás loco?!—me levanto bruscamente de mi lugar.
—Lo sé, lo sé amor, ahora está chantajeando con unas malditas fotos íntimas que publicará en una revista de chismes, si no le entrego el total de la empresa...—puedo escuchar la desesperación y la tinta de vergüenza. Conocía a Jack de hace seis años por John, le ayudé a emprender su propio negocio y después empecé yo, le di capital y sorprendida lo recuperé en dos meses. Es un hombre de talento extraordinario y único.
—Llama a Tyler y cuéntale todo. Y me refiero a TODO. —escucho un suspiro.
—Gracias, Ana, me has ayudado siempre...—la voz se le entrecorta. Y yo no soy buena dando ese tipo de consuelo. Es una parte de mí que está bloqueada.
—Lo hago de corazón, llama inmediatamente a Tyler, y me tienes al tanto—Colgamos. Agarro mi tableta y cierro la oficina, camino directo al auditorio en la planta de abajo.
Al entrar junto con mi asistente a la reunión, puedo escuchar las órdenes que da una mujer de espaldas a nosotras, es rubia y esparce autoridad, un punto a su favor. Arriba de la plataforma hay una fila de diez mujeres altas, en distintos tonos de cabello, delgadas y en pequeños pantalones cortos. Me impresionan las piernas torneadas y bien formadas. Están sobre una copia de mi línea de zapatillas y podría decir con orgullo que lucen muy bien.
Maldito Jack. Tenía razón.
Mi asistente se acerca deprisa a la rubia y le informa de mi presencia, la mujer se gira rápido y a grandes zancadas con sus zapatillas de aguja se acerca a mí extendiendo su mano.
—Señora Lombardi, mi nombre es Mía Bennett y estoy recomendada por el señor Jack Reed—se nota algo nerviosa, pero intenta no mostrarlo.
—Sí, me acabo de enterar del asunto. Muéstrame lo que tienes…—tomo asiento en la primera fila y ella apresurada da órdenes a las mujeres quienes se esconden detrás de escena.
Según como avanza, me está gustando como se ve mi línea. Estoy satisfecha, envío un texto a Jack diciendo mi opinión, la mujer rubia termina y se acerca a mí más nerviosa.
— ¿Qué opina, señora Lombardi? —me quedo callada un momento.
—La rubia número 3 cruza demasiado las piernas al caminar y la pelirroja final dobla demasiado el pie derecho. Necesito que mejores esos dos detalles para el sábado y tendrá la recomendación de Casa Lombardi Moda—sin verlo venir se abalanza sobre mí en un fuerte abrazo, así como llega se va el movimiento. Se cubre la boca con una mano al darse cuenta de su efusividad.
—Disculpe, disculpe, fue la emoción, no volverá a ocurrir—rápido salen esas palabras de su boca.
—Eso espero, señorita Bennett. Mi asistente le asignará la hora para la práctica antes del evento—me doy la vuelta y salgo del auditorio.
Las modelos ya es un problema menos. Subo a mi oficina y rápidamente mi secretaria se levanta a toda prisa.
—Señora Lombardi, tiene varias llamadas localizando su presencia…—Arrugo mi entrecejo intrigada. ¿Por qué no llaman a mi móvil? Entro irritada a mi oficina.
Sonó mi teléfono móvil y es un número que no tengo registrado.
—Ana Lombardi—digo en tono firme y profesional mientras me siento en mi silla frente al escritorio.
—Ana...mi amor—esa voz eriza mi piel de una manera dolorosa. Imágenes desfilan por mi mente, gritos, súplicas, y mucho llanto.
¿Cómo es esto posible? ¡NO! ¡NO! ¡NO! Cuelgo el móvil bruscamente y lo tiro sobre el escritorio como si quemara.
El corazón lo tenía acelerado del pánico. Él está muerto, esto debía de ser una alucinación. ¡Tiene que ser una maldita alucinación!
Vibra mi móvil advirtiendo la llegada de un mensaje de texto.
Mis manos tiemblan y dudan en tomarlo. ¡Tienes que ser fuerte! ¡Tómalo! Me grito mentalmente.
Lo agarro y efectivamente hay un mensaje sin leer. Al darle abrir mi mano cubre mi boca para callar el grito de terror. Las lágrimas se desbordan, y el corazón no tarda en salirse de mi pecho.
"Es de muy mala educación colgar el teléfono a tu esposo"
Ana Las manos me tiemblan. ¡Esto no está pasando! ¡No! ¡No! Tenía que salir inmediatamente de aquí. Llamo a mi asistente, y aviso que no regresaría el resto de la tarde. Salgo como si nada, pero por dentro estoy aterrada. Miro a los lados, en búsqueda de alguna señal de vigilancia. Pero todos están concentrados en sus áreas. El corazón lo puedo escuchar a toda revolución en mis oídos. Phillipe está de pie en la acera del edificio esperándome con la puerta abierta del auto y el rostro serio. —A casa, lo más rápido posible. —afirma rápido y cierra mi puerta. Las manos se van a mi rostro con ansiedad, terror y confusión al mismo tiempo. ¿Santiago está vivo? ¡Es qu
Hudson Mis labios recorrían ansiosamente esa piel pálida, y su aroma de nuevo quedaba impregnada en mi piel. Los delicados dedos que acariciaban mi pecho desnudo, era uno de sus movimientos que me hechizaba. Sus labios entreabiertos en total éxtasis, gimiendo, entregándose a mí, una y otra vez hasta llegar el amanecer. Gritaba en pleno clímax, una y otra vez, hasta dejarla casi en un estado inconsciente. No hablamos mucho, era una de sus reglas, y el maldito antifaz se interponía entre los dos. No me dejaba terminar de recordar su hermoso rostro. Sus manos tomaban mi cabello cuando me deslizaba hasta su vientre bajo. Se arqueó necesitada, y eso me llenaba. Era a mí a quien deseaba esa noche, esa madrugada, y rogaría por el amanecer. —Dame otra noche—dije seguro de mí mismo. Pero ella solo cerr&
Ana—Ya está listo los puntos de vigilancia, más el nuevo personal que has contratado, tienes cubierto todo—John, está de brazos cruzados observando todas las cámaras de seguridad frente a mí. —Muy bien, gracias, John. No sé qué haría sin tu ayuda—sonrío a medias. Mi obsesión por proteger a Gianella es inmensa. Es lo que hace una madre, proteger con uñas y dientes a su cría. —Se encuentra todo protegido, Ana. — sonríe para darme una pizca de seguridad. Hago un movimiento con mi barbilla para afirmar. —Gracias. Almorzamos. Gianella ya está con Estefany…—no es una pregunta. John niega divertido. —Muero de hambre—y salimos al comedor quien Estefany ya tiene tod
AnaFLASHBACK Recién cumpliría en unos días mis dieciocho años. Era una excelente hija, excelente estudiante y amiga. La lealtad hacia mi mejor y única amiga, no se discutía. Me habían criado con principios y valores, el significado de la amistad era un tesoro, siempre y cuando no existiera la hipocresía y la mentira. Vivía en un pueblo llamado Mansfield, en un lugar cerca de Italia. En este pueblo, toda la gente se conocía, y abundaba la paz. Mi familia, era una de las más adineradas de los alrededores, inclusive de Italia. Pero nosotros éramos felices en este pueblo. Nunca se derrochaba el dinero delante de la gente, ni se presumía nada del estatus que cargaba la familia. Modestos, sencillos y discretos. Mi padre era dueño de una de las mejores teleras de la región, exportaba la
Ana El día de mi cumpleaños dieciocho conocería a Santiago Coppola. Uno de los empresarios más poderosos de todo Europa.Ese mismo día se hizo socio de mi padre, Alessandro Ferrera, en la empresa de la familia. Aún no nos conocíamos, pero esa noche empezaría la obsesión de él... hacia mí. —Deja presentarte a mi Ana—la voz de mi padre la escuché mientras abría su puerta del despacho, y yo me dirigía al jardín con mi mejor amiga. Habíamos preparado algo para festejar solo nosotras dos, mi madre dormía, ya que el medicamento la descansaba. Y mi padre estaba en su despacho. — ¿Tienes una hija? —alcancé a escuchar su voz cargada de sorpresa. —Sí, una. Hoy cumple
AnaLlegaba el fin de semana. Estaba de pie, en el espejo de cuerpo completo. Mi madre junto a otras mujeres de servicio, me ayudaban a acomodar el vestido. Tenía el vestido blanco que mi madre había confeccionado, con esa tela especial. El corazón se me partía en pequeños pedazos, al no poder gritar todo, y salir huyendo. Pero estaban mis padres primero que todo, no podía dejarlos en la ruina, y mi madre sin su ayuda médica. — ¡Estás hermosa hija! —dijo mi madre al borde de las lágrimas. El vestido se ajustaba a mis curvas, y resaltaba los pechos. Era discreto y elegante a la vez. El velo estaba colgando de un moño hecho a la perfección en mí nunca, y caía junto a lo largo con la cola de mi vestido. —Gracias...—contesté en voz baja, y sin dejar de mirar es
Ana—Te quiero cerca de mí en todo momento Ana—dijo en un tono posesivo. —Santiago, vienen empresarios con sus esposas y quieres que haga lazos con ellas, ¿Cómo quieres que haga las cosas si quieres que esté pegada a ti las 12 horas de la fiesta? —dije fingiendo irritación. —Tienes razón, John te estará vigilando—dijo finalmente. Ajusté mi máscara a mi rostro. Pinté mis labios color rojo carmesí, ya estaba lista. Los cabellos rubios y ondulados caían sedosamente en mis hombros desnudos y pálidos. Era fiesta Victoriana. Todos cargaban pelucas según la época y sus antifaces. Mi vestido color negro resaltaba mi piel pálida, el rubio de mi cabello hacía la mejor de las combinaciones. Me negué a u
Ana —Tráeme algo de fruta pero que no sea nada de melón—le dije a la mujer que me atendía. — ¿Melón? ¿Desde cuándo no te gusta el melón? —mi madre me preguntó curiosa. —No lo sé, simplemente no tengo ganas de melón. Estoy hastiada de melón—y le daba una mordida a mi pan tostado sin mermelada. — ¿No le has puesto mermelada? —preguntó arqueando una ceja. —No tengo ganas de mermelada, lo quise así—dije irritada— ¿Qué es todo esto? ¿Ahora no puedo cambiar mi menú matutino? —mi madre sonrió. — ¡Calma! Solo que se me hace curioso hija...—dijo m