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Capítulo 7. Santiago Coppola

Ana

     El día de mi cumpleaños dieciocho conocería a Santiago Coppola. Uno de los empresarios más poderosos de todo Europa.

Ese mismo día se hizo socio de mi padre, Alessandro Ferrera, en la empresa de la familia. Aún no nos conocíamos, pero esa noche empezaría la obsesión de él... hacia mí.

     —Deja presentarte a mi Ana—la voz de mi padre la escuché mientras abría su puerta del despacho, y yo me dirigía al jardín con mi mejor amiga. Habíamos preparado algo para festejar solo nosotras dos, mi madre dormía, ya que el medicamento la descansaba. Y mi padre estaba en su despacho.

     — ¿Tienes una hija? —alcancé a escuchar su voz cargada de sorpresa.

     —Sí, una. Hoy cumple los dieciocho años, ¿Ana? —estaba de espaldas mientras detuve mi camino. Me volví hacia ellos.

     — ¿Si, padre? —llevaba un vestido negro, con falda caída A, unos centímetros arriba de mis rodillas y unas bailarinas negras. Mi cabello rubio en un recogido desbaratado.

     —Quiero presentarte a mi nuevo socio de la textilería, ven un momento—caminé hacía ellos con el plato de aperitivos.

     Al llegar observé al hombre a su lado. Era muy alto, fornido y rubio. Sus ojos color verdes destellaban algo que me hizo sentir incómoda.

     —Buenas noches—dije en un tono amable y educado.

     —Buenas noches, pero si es una hermosa mujer, Gabriel. Que bien oculta la tenías—y mi padre sonrió satisfecho.

     —Sí, es mi única hija, y ya con un gran talento en diseño. Tiene mucha imaginación al igual que su madre—dijo mi padre orgulloso.

     —No lo dudo. ¿Hoy es tu cumpleaños? —asentí sin decir algo más.

     —Bueno, ve a hacer lo que estabas haciendo hija, iré a acompañar al Santiago a su auto—dijo girándose hacia el pasillo, pero Santiago no. Él me miró de arriba hacia abajo.

     —Eres muy hermosa, Ana. Un gusto en.… conocerte. Buenas noches—y me regaló una sonrisa. Una que no había correspondido.

     Y me quedé con el plato en las manos.

     — ¿Por qué me incomoda? —me pregunté a mi misma.

     Meses después, casi se podía decir que Santiago prácticamente se la vivía en casa de mis padres. Mientras estudiaba en el despacho, pasaba de vez en cuando fingiendo buscar algún libro de contabilidad de mi padre. Él me sonreía demasiado. Y me incomodaba más.

Mi padre tenía su propio taller, a espaldas de la mansión.

     — ¿Tienes novio Ana? —preguntó cuándo tomaba un libro y lo apretaba a su pecho fuertemente.

     — ¿Perdón? —fingí no haberlo escuchado.

     — ¿Tienes novio? —y se acercó al escritorio dejando el libro encima.

     —No—contesté secamente. ¿A el que le importaba? Llevaba semanas intrigada en su edad. ¿30? ¿35?

     —Si te invitará a tomar un café, en el pueblo... ¿Aceptarías ir conmigo? —me quedé en estado de shock.

     El silencio se hizo incómodo.

     —Sinceramente, no creo eso posible señor Coppola. Es usted el socio de mi padre, además no estoy interesada en salir con nadie, solo tengo 18 años. —dije cortando cualquier ilusión sobre mí.

     —Si es por mi edad, déjame decirte que tengo 28 años, son diez años de diferencia, pero para mí en lo personal no es problema, y no es para tu familia—arrugué mí frente a sus últimas palabras. 

     — ¿Qué tiene que ver mi familia en esto? —pregunté irritada.

     —He pedido cortejarte, y he obtenido el consentimiento de tu padre y madre—me quedé helada en mi lugar.

     — ¿Qué es lo que dice? —pregunté nerviosa, al ver que rodeaba el escritorio y se acercaba a mí.

     Se sentó sobre sus pies, y sus ojos verdes se clavaron en mí. Giró la silla para quedar frente a él. Sus manos se quedaron en los brazos de la silla.

     —Digo, que voy a cortejarte. Quiero conocerte bien, y llegar... a un matrimonio—intentó tomar mi mano que estaban en mi regazo. Las quité para que no las tocara.

     —No estoy interesada en un matrimonio con usted, ni con nadie—dije firme.

     —Esto no es si quieres o no, Ana...Quiero hacerte mi esposa en un futuro. Y tus padres estarán más que contentos que sea así. Soy un billonario, y si tengo que comprar tu voluntad, lo haré—dijo apretando sus dientes.

     —Eso es algo que ni siquiera el dinero lo compra, señor Coppola. Así que va a renunciar a esos deseos. No pienso, ni quiero, y nunca voy a desear casarme con usted—intenté girarme al escritorio, pero lo evitó.

     —Te doy un mes, para que esto se haga un matrimonio—tragué saliva dificultosamente.

     —Usted está totalmente loco, habiendo mujeres mucho mejor que yo, ¿Por qué no busca una que llené sus expectativas y a mí me deja en paz? —dije molesta.

     —A ti es a quien deseo. Y a ti es a quien voy a desposar—se levantó bruscamente, y se acercó a mí, encerrándome contra el respaldo de la silla. Mi cabeza estaba en el respaldo intentando hundirme en él.

     Tomó mi barbilla, y la acercó a él.

     — ¡Suélteme! —dije tomando su muñeca que sostenía mi barbilla.

     —Vas a ser mía, grábatelo—y me soltó bruscamente. Gemí del dolor, y froté mi barbilla—Ve cambiando la forma de pensar, o atente a las consecuencias.

     — ¿Cuáles consecuencias? —dije desafiante.

     —Tu familia, llevaré a la quiebra la empresa. Destruirla en pedazos, y despojarlos de todo. Absolutamente de todo. ¿Cómo cuidarás a tu mami? —dijo burlándose.

     — ¡Eres un maldito! —grité furiosa.

     Se abrió la puerta, y era mi padre. Las lágrimas amenazaban con salir. El miedo se había adueñado de mí por segunda vez en mi vida.

     — ¿Qué pasa aquí? —preguntó mi padre, observando a Santiago, quien me miraba a mí.

     —Nada Gabriel, estaba informándole a tu hermosa hija, que tengo el consentimiento de cortejarla—la sonrisa de mi padre era grande. Estaba feliz.

     —Oh, hija. Santiago es un buen hombre, yo lo conozco de años, conocí a su padre, y déjame decirte que es un buen hombre—Santiago me miraba de una manera que me amenazaba con la mirada si decía algo.

     —Padre...—Santiago interrumpió con un movimiento de mano en el aire.

     —Ana me acaba de aceptar como su pretendiente, y si esto avanza, puede que a finales de primavera estemos organizando una boda—el rostro de mi padre se iluminó de una manera que jamás lo había visto.

     — ¡Eso es perfecto! Oh, Ana, hija. ¿No te emociona la idea? —se acercó a mi rápidamente, y me tomó de la mano. Lo miré y no pude evitar callar.

     —Padre, no te ilusiones. No nos conocemos, y no creo...—me volví a mirar a Santiago—no creo realmente algo tan en poco tiempo termine en matrimonio. No estoy interesada...—el rostro de mi padre se desvaneció.

     —Oh, es cierto. Pero para eso se van a conocer hija, y todo puede pasar en esta vida, vas a terminar enamorándote de este buen hombre, y serás feliz—dijo mi padre terminando con un abrazo.

     Un mes después de esa tarde, Santiago no dejaba de llenarme de regalos, a toda costa quería comprar mi corazón, pero no lo lograría. Había algo en él, que no me convencía. Algo debía de esconder.

     —Hija, no pienses más las cosas, deja entrar a Santiago a tu corazón...—decía mi madre a mi espalda. Estaba yo de pie en el gran ventanal de la sala que daba al jardín grande. Me abracé a mi cuerpo. Y ese escalofrío recorrió cada poro de mi piel. Era algo, que no podía explicar.

     —Madre, no quiero casarme. Por más que me llene de regalos, el amor no se compra. Y eso tú lo sabes—me volví para mirarla.

     Ella estaba en su silla de ruedas, y había detenido su bordado. Estaba pensativa.

     —Hija, no sé si decirlo...—arrugué mi frente a sus palabras.

     Caminé hacía ella, y me senté en el sillón individual a su lado.

     — ¿Qué pasa? Dímelo—dije apresurada. ¿Qué ocultaba?

     —La fábrica de telas está en una fuerte crisis...no entendemos como pudo ser rechazado los dos contratos que tenía casi por ser aceptados, tu padre está muy presionado—el corazón me latía con gran fuerza.

     Santiago.

     Estaba intentando orillarme para quedar acorralada. ¡Esto no se lo iba a permitir!

     — ¿Qué contratos eran? —pregunté curiosa, pero por dentro llena de furia.

     —Los de Oriente, y uno en España. Si te casaras con Santiago...—dijo mi madre, y me levanté bruscamente.

     — ¡¿Por qué insisten en que me casé con ese hombre?! No quiero casarme, y pedirme que lo haga solo porque están en crisis...—las lágrimas querían salir.

     —Ana, solo en él podrás encontrar felicidad, y estarás muy protegida. Nunca te faltaría nada. Vivirías como una reina, tendrías tu propio imperio con la ayuda de Santiago. —dijo y esas palabras quedaron en el aire.

     —Prefiero hacer por mi cuenta el éxito, no necesito ayuda de nadie, tengo fe en mí, madre...creí que tú también lo pensabas.

     Me levanté y salí de la sala, dejándola gritar mi nombre en varias ocasiones mientras subía furiosa y dolida las escaleras.

     Entré a mi habitación azotando la puerta con todo el dolor de mi alma. Sentí una mano en mi brazo que me hizo girarme con gran sorpresa.

     Santiago.

     — ¡Tú! ¡Suéltame! ¡Sal de mi habitación! —Santiago solo sonreía.

     —Quiero casarme el fin de semana siguiente—dijo sin rodeos.

     — ¿Estás loco? —sentí como el agarre se apretaba más a mí, dejando sin duda alguna marca.

     —Sí, y es por ti. Te quiero en mi cama, quiero hacerte mía—su voz ronca me alertó en todo sentido.

     Esto no era algún sentimiento sano, era una enfermiza obsesión.

     — ¡Suéltame! —intenté soltarme, pero no pude.

     —Nos casamos el fin de semana, o arruino la empresa de la familia Ana, tú decides—me quedé congelada. ¿Cómo podría existir gente así?

     —No puedes hacer eso, es la empresa de mi padre. Él la levantó hace años, y llegas tú, y haces eso... ¿Cómo puedes ser tan cruel? —dije con el nudo en mi garganta, imaginando a mis padres en la quiebra, sin nada, y lo peor... mi madre sin su ayuda médica.

     ¡Esto no estaba pasando! ¡Era una maldita pesadilla!

     —Nos casaremos el fin de semana, sé que lo harás porque te conviene Ana. ¿Dejarías a tu madre sin ayuda médica? —mis ojos se inundaban por las lágrimas. Sus ojos verdes se clavaban en mí.

     ¿Qué debes de hacer Ana? El silencio reino en mi habitación.

     —El... el fin de semana. Pero quiero que le regreses los contratos a mi padre. Los coreanos y el de España. Y termina la asociación con él—establecí las reglas.

     —Seguiré asociado, pero le regreso los contratos. Tu familia me está dando dinero, y mucho más rápido de lo que tenía contemplado, así que no dejaría de invertir en un negocio que me está triplicando mi dinero—me soltó lentamente. Y levantó su mano para acariciar mi mejilla—También te ayudaré a formar tu propio imperio... ¿Quieres ser esa aclamada diseñadora de modas? ¿Viajar a otros lugares y hacerte famosa? Lo tendrás, y todo por ser mi querida y amada esposa—me giré para limpiar las lágrimas de la furia.

¿Qué hiciste Ana? ¡Hiciste pacto con el mismo diablo! Me reprendí mentalmente.

     —Sal de mi habitación, por favor—dije bruscamente.

     —Oh, mi Ana. Mi amada Ana, me haces totalmente feliz—me rodeó de la cintura y pegó su pecho a mi espalda. Estaba temblando de la furia, y no me pude mover.

     —Necesito privacidad...—dije en un tono bajo.

     Me giro hacia él y tomó mi mano delicadamente. Estaba poniendo un anillo en mi dedo, sus ojos estaban hambrientos.

     —Te queda perfecto, así que has lo que vas a hacer, y bajemos a dar la noticia. —Dejó mi mano, y salió triunfante.

     ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! Tomé el anillo y lo tiré en la cama. Caí sobre mis piernas en el piso y comencé a llorar.

     ¿Qué has hecho Ana?

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