Ana
FLASHBACK
Recién cumpliría en unos días mis dieciocho años. Era una excelente hija, excelente estudiante y amiga. La lealtad hacia mi mejor y única amiga, no se discutía. Me habían criado con principios y valores, el significado de la amistad era un tesoro, siempre y cuando no existiera la hipocresía y la mentira. Vivía en un pueblo llamado Mansfield, en un lugar cerca de Italia. En este pueblo, toda la gente se conocía, y abundaba la paz. Mi familia, era una de las más adineradas de los alrededores, inclusive de Italia. Pero nosotros éramos felices en este pueblo. Nunca se derrochaba el dinero delante de la gente, ni se presumía nada del estatus que cargaba la familia. Modestos, sencillos y discretos. Mi padre era dueño de una de las mejores teleras de la región, exportaba la mejor tela y accesorios para Estados Unidos, y algunas ciudades del Occidente.
Yo estudiaba desde casa, ya que mi madre necesitaba estar bien cuidada, había tenido una enfermedad en su pasado, que la postró en una silla de ruedas. Tenía la mejor atención, pero mi padre necesitaba que alguien de la familia pudiera estar cerca. Y esa era yo. Tenía una enfermedad incurable, que cuando cumplí los diez años, la puso en una silla de ruedas. Y solo va al hospital a tratamiento.
No me molestaba para nada estar en casa, me gustaba estar en ella. Mi madre se la llevaba en su taller de costura, habían adaptado todos los muebles a su mismo nivel para que no se le dificultara.
— ¿Sientes la suavidad de la tela? —mi madre me enseñaba una tela blanca, suave y brillante que sostenía en sus manos pálidas.
—Sí, es muy suave—dije en un tono bajo mientras disfrutaba de la textura de la tela. Sus ojos brillaban de la emoción.
—Esta tela, es para cuando te cases—dijo en un tono ansioso.
—Falta mucho para eso madre, apenas cumpliré los 18 años—comenté sonriéndole.
—Lo sé, pero ésta será el vestido que te diseñaré cuando te llegues a casar, y espero si Dios me da más años, quiero verte casarte...—le dejé un beso en su frente.
—Vale, ya dijiste. Así que guarda esa tela bajo llave para el día que decida casarme—sonreímos.
Mi madre, era una diseñadora local retirada. Aún creaba sus vestidos de moda y llenaba mi closet de ellos. Tenía carpetas llenas de diseños que había creado años atrás, pero después de la enfermedad, lo dejó. Mi padre la alentó a seguir, le daba prioridad a que ella estuviera tranquila y serena.
—Ven...—dijo señalando que tomara asiento en sus piernas inmóviles.
— ¿Qué pasa? —pregunté acurrucándome en ella. Comenzó a acariciarme mi cabello rubio y ondulado.
—Eres hermosa, ¿lo sabes? —dijo mi madre en un tono que no comprendía.
—Si tú dices, es porque es cierto madre—y solté una risa nerviosa.
—Nunca temas reconocer la belleza que tienes, ni de bajar la cabeza ante nadie. Eres hermosa, eres la única mujer del pueblo con ese color azul de ojos. Bueno, a excepción de mí y de tu abuela.
—No entiendo por qué dices todo eso, lo dices porque soy tu hija—recibí un pellizco en mi pierna y carcajeamos.
—No es cierto, eres hermosa Ana—dijo de nueva cuenta.
—Está bien, soy hermosa—pero algo en mí no lo creía. Por más hermoso color de ojos tuviera, siempre me había sentido normal y corriente. Aunque muchos dijeran lo contrario.
El diseño me había interesado desde que mi madre coloreaba en sus libros de dibujo, y yo la imitaba. Podría diseñar camisas, blusas, vestidos, faldas, sacos, joyería... pero lo que me apasionaba eran las zapatillas.
Recuerdo cuando comenzó mi obsesión por el diseño de ellas. Mi madre se miraba en el espejo de cuerpo completo, esa noche saldría a cenar con mi padre, recuerdo que llevaba un vestido de satén negro.
Tenía yo seis años. Estaba acostada pansa abajo sobre su cama, mis manos estaban sobre mi cara mientras observaba como se arreglaba frente al espejo grande. Estaba entusiasmada por que saldrían después de haber concretado su segundo contrato con una empresa americana en exportar casi 100 millares de tela. Para mis padres era uno de sus mejores contratos, ya que, si seguían pidiendo más, triplicarían el pedido cada mes.
— ¿Cómo me miro? ¿Me veo elegante? —preguntaba mi madre a través del espejo.
—Muy bonita mami—el rubio cabello de mi madre estaba recogido de una manera muy elegante en su nuca.
—Cuando seas grande, tú también podrás arreglarte así—y me regaló una sonrisa. Entró a su gran closet y puso una caja frente a mí sobre la cama.
—Estas zapatillas, eran de tu abuela. Y un día pasaran a ser tuyas...—levantó la tapadera de la caja, y sacó unas hermosas zapatillas negras, con pedrería discreta. Mis ojos se abrieron de la impresión de la belleza de ellas.
—Son hermosas mami...un día yo seré una diseñadora de zapatillas...—dije en voz baja mientras observaba ponérselas frente al espejo.
Me había enamorado de esas zapatillas.
Ana El día de mi cumpleaños dieciocho conocería a Santiago Coppola. Uno de los empresarios más poderosos de todo Europa.Ese mismo día se hizo socio de mi padre, Alessandro Ferrera, en la empresa de la familia. Aún no nos conocíamos, pero esa noche empezaría la obsesión de él... hacia mí. —Deja presentarte a mi Ana—la voz de mi padre la escuché mientras abría su puerta del despacho, y yo me dirigía al jardín con mi mejor amiga. Habíamos preparado algo para festejar solo nosotras dos, mi madre dormía, ya que el medicamento la descansaba. Y mi padre estaba en su despacho. — ¿Tienes una hija? —alcancé a escuchar su voz cargada de sorpresa. —Sí, una. Hoy cumple
AnaLlegaba el fin de semana. Estaba de pie, en el espejo de cuerpo completo. Mi madre junto a otras mujeres de servicio, me ayudaban a acomodar el vestido. Tenía el vestido blanco que mi madre había confeccionado, con esa tela especial. El corazón se me partía en pequeños pedazos, al no poder gritar todo, y salir huyendo. Pero estaban mis padres primero que todo, no podía dejarlos en la ruina, y mi madre sin su ayuda médica. — ¡Estás hermosa hija! —dijo mi madre al borde de las lágrimas. El vestido se ajustaba a mis curvas, y resaltaba los pechos. Era discreto y elegante a la vez. El velo estaba colgando de un moño hecho a la perfección en mí nunca, y caía junto a lo largo con la cola de mi vestido. —Gracias...—contesté en voz baja, y sin dejar de mirar es
Ana—Te quiero cerca de mí en todo momento Ana—dijo en un tono posesivo. —Santiago, vienen empresarios con sus esposas y quieres que haga lazos con ellas, ¿Cómo quieres que haga las cosas si quieres que esté pegada a ti las 12 horas de la fiesta? —dije fingiendo irritación. —Tienes razón, John te estará vigilando—dijo finalmente. Ajusté mi máscara a mi rostro. Pinté mis labios color rojo carmesí, ya estaba lista. Los cabellos rubios y ondulados caían sedosamente en mis hombros desnudos y pálidos. Era fiesta Victoriana. Todos cargaban pelucas según la época y sus antifaces. Mi vestido color negro resaltaba mi piel pálida, el rubio de mi cabello hacía la mejor de las combinaciones. Me negué a u
Ana —Tráeme algo de fruta pero que no sea nada de melón—le dije a la mujer que me atendía. — ¿Melón? ¿Desde cuándo no te gusta el melón? —mi madre me preguntó curiosa. —No lo sé, simplemente no tengo ganas de melón. Estoy hastiada de melón—y le daba una mordida a mi pan tostado sin mermelada. — ¿No le has puesto mermelada? —preguntó arqueando una ceja. —No tengo ganas de mermelada, lo quise así—dije irritada— ¿Qué es todo esto? ¿Ahora no puedo cambiar mi menú matutino? —mi madre sonrió. — ¡Calma! Solo que se me hace curioso hija...—dijo m
AnaActualidad...Paseo de un lado a otro, sumida en mis propios pensamientos, repasando una y otra vez la agenda, repasando la seguridad interne y externa de mi empresa, me vuelvo en dirección a mi escritorio al escuchar el sonido de un mensaje. El corazón late frenéticamente, me muerdo el labio, mi mano en mi cintura y luego mordisqueo mí pulgar. De nuevo el sonido de otro mensaje. —No vas a debilitarme, Santiago. No sé cómo has regresado, pero hoy soy más fuerte que ayer…—doy un brinco cuando suena el tono de llamada. Camino lentamente hasta el escritorio, estiro mi cuello para poder alcanzar a ver la pantalla, el alivio llega a mí cuando el nombre de JOHN aparece parpadeando. Deslizo el botón verde para contestar la llamada.¿Estás bien? ¿Por qué no ha
Ana — ¡Apura! —grito al chófer. El corazón late desbocado por el pánico, tengo terror de solo pensar que a Gianella le haya pasado algo. Marco al número de Estefany, pero no contesta, llamo a gerencia del edificio, pero tampoco. Estoy entrando en crisis… —Tranquila, tranquila, respira. —John intenta tranquilizarme, pero hasta que no vea a mi hija, no podré estar tranquila, me limpio las lágrimas, miro el tráfico, pero todo lo siento lento. Escucho a John decir algo, pero no presto atención, hasta que miro las luces de una ambulancia, luego las de las patrullas y finalmente distingo el carro de los bomberos, aún no termina de detenerse el auto, cuando brinco fuera. Entro entre la gente que está en ropa de dormir, lanzo una mirada a lo alto por si hay fuego, pero nada, escucho mi nombre a mi
Ana Lo primero que veo es el lugar de los servicios, miro a mi alrededor y no reconozco al equipo de seguridad. Vuelvo a llamarlo. —John, contesta. ¡Está aquí! —grito mirando a mi alrededor. Nadie me presta atención debido al ruido, los rayos de neón iluminan por momentos todo el espacio, luego aplausos. Me dirijo a los servicios, cruzo un largo pasillo y a toda prisa me meto en el de mujeres. Tiro del botón y comienzo a revisarlo, ¿Por qué no me escuchan? Cuando me vuelvo para regresar donde haya gente ya que está solitario el espacio, siento como mi sangre se drena de mi cuerpo. Es él. — ¿Dónde está tu seguridad, Ana? —se remanga las muñecas de su traje, trago saliva. Retrocedo hasta que mi espalda se estr
Ana Ha pasado una semana desde el evento, hoy me han retirado el collarín, Gianella está sentada en la alfombra mirando la televisión y comiendo palomitas de maíz. Suelto un suspiro, la policía no ha podido dar con Santiago, tuve varios interrogatorios en días pasados, de la cual descubrí qué Santiago no era el hombre que todo mundo pintaba. Habían descubierto desfalcos a empresas extranjeras de la cual era socio, antes de que se enteraran, él estaba lejos, limpio sin que nada le inculpara. Suelto un segundo suspiro. Gianella levanta su mirada hacia mí, sonrío y acaricio su melena cobriza, su fleco se mueve cuando paso mi mano. Sus ojos azules me contemplan por unos segundos más. — ¿Quieres ir al parque? —ella sonríe feliz.<