Hudson
Mis labios recorrían ansiosamente esa piel pálida, y su aroma de nuevo quedaba impregnada en mi piel. Los delicados dedos que acariciaban mi pecho desnudo, era uno de sus movimientos que me hechizaba. Sus labios entreabiertos en total éxtasis, gimiendo, entregándose a mí, una y otra vez hasta llegar el amanecer. Gritaba en pleno clímax, una y otra vez, hasta dejarla casi en un estado inconsciente. No hablamos mucho, era una de sus reglas, y el maldito antifaz se interponía entre los dos. No me dejaba terminar de recordar su hermoso rostro. Sus manos tomaban mi cabello cuando me deslizaba hasta su vientre bajo. Se arqueó necesitada, y eso me llenaba. Era a mí a quien deseaba esa noche, esa madrugada, y rogaría por el amanecer.
—Dame otra noche—dije seguro de mí mismo. Pero ella solo cerró sus ojos. Abrió sus labios para tomar aire.
—Por favor...—mis labios se posaron en su sexo y comencé a chupar, y a jugar con su clítoris hinchado. Gemía descontroladamente. Y casi podía llegar a tener mi propio clímax con solo escucharla. Era demasiado excitante.
Me separé, y levanté la vista en busca de alguna respuesta.
—Solo una noche más, mañana regreso al extranjero…—tiro de mi cabello en protesta. Y seguí mi tortura.
De nuevo era algo extraordinario verla correrse. Su cuerpo convulsionaba. Entré en ella lentamente y ella me dio la bienvenida con un gemido.
Sus manos se levantaron a la altura de su rostro tocando el antifaz que resaltaba el color de sus ojos azul cielo y lo levantaba lentamente con una sonrisa pícara...por fin vería su rostro...
Y siempre despertaba en ese momento. Seis malditos años añorando mirar el rostro de ella por completo. Su cabellera rubia esparcida por la almohada de esa habitación me recuerda que jamás podré recuperar la cordura. Estoy completamente loco y obsesionado con ella. Suena la alarma unos segundos después de caer en la cruda realidad. Mujer misteriosa ¿Dónde estás?
Empiezo hacer mi rutina diaria. La llamada de mi madre saludando mientras desayuno, y las noticias de mi hermana: Está feliz por la nueva agencia Bennett y hace casi dos semanas había comprado a mi nombre otro ático en la ciudad de New York. Nunca termina los negocios en esa ciudad y no me vendría mal mi propio espacio, y dejar los hoteles y sus suites presidenciales.
— ¿Vas a viajar hoy a New York? —la voz de mi madre me atrajo a la conversación de nuevo.
—Sí, tengo que ver lo de la nueva planta. Y serán varios días lo que estaré fuera. ¿Estarás bien? —mi madre suelta la carcajada.
—No te salvarás de mis llamadas en tu hora de desayuno si es eso lo que te preocupa…—sonrío.
—Salgo en cuatro horas, ya tengo todo listo. Hasta la maleta extra que le mandas con cosas a tu hija…—suelta el aire frustrada.
—Esa hermana tuya me tiene loca con sus maletas, si no se le olvidó algo al rato recuerda y lo manda a pedir—exclama mi madre.
—Bueno, me saludas a mi padre, dile que mañana le llamo para confirmar los documentos de confidencialidad de la planta. —dije entregando los platos a Jenn quien me regaña con señas.
—Si hijo, cuídate y Dios te proteja. Llama a Caleb, ayer estuvo preguntando por ti—tuerzo mis labios.
Caleb, mi hermano mayor.
Habíamos discutido días atrás, pero por una pequeñez. Bueno se molestó por haberlo dejado plantado con dos mujeres, insistía en que necesitaba diversión y en exorcizar a la mujer que me consume en silencio.
Desde ese día de mi mujer misteriosa, Caleb me ayudó a buscarla, se encargó de sobornar por información, pero nada. La mayoría eran parejas casadas con altos empresarios y políticos de ese lugar. Nadie pudo darnos señas. Para él, seis años ya es mucho. Pero para mí no es nada. Esa mujer me había cautivado de manera inmediata. Nunca había esa electricidad con nadie, sólo con ella. Y ella se dio cuenta, a veces supongo que debió de haberse asustado por la intensidad. Casi toda la noche del evento, encerrados en una de las muchas habitaciones de esa gran mansión. Nunca olvidaré su cuerpo y las sensaciones que me provocó.
***
—Señor Bennett, hemos llegado al edificio, ¿Quiere la puerta principal o el subterráneo? —preguntó Guillermo.
—Subterráneo, por favor—entramos segundos después. Me abre la puerta y bajo cerca del elevador. Está de pie a espaldas a mí una mujer con unas elegantes zapatillas de aguja, una falda tipo lápiz en color gris oscuro y una blusa de seda blanca. Su cabello castaño en un recogido desbaratado.
Tremendamente sexy. ¡Vamos que vas llegando y ya tienes una erección!
¿Pero qué mierdas me pasa?
Saludo por educación, pero creo que está en su propia burbuja. Entra a toda prisa y choca conmigo. Me pide disculpas, y me quedo pidiendo disculpas yo mismo. Puedo ver cómo estira su mano para presionar el botón del piso.
Piso veintinueve.
Calma, pervertido.
Según avanza el elevador puedo mirar su perfil, y el aroma inunda el pequeño espacio. Y tiene algo familiar e inquietante. Esa sensación de atracción la siento. ¿Acaso es la electricidad? Intento acercarme, pero no necesito que me digan acosador. Empieza por algo más…normal.
— ¿Vive aquí? —pregunto por curiosidad. Ella dice que sí, pero sin mirarme. Es extraño ya que las mujeres siempre buscaban conversación o mínimo me miran, se les cae la boca y casi me tiran con su ropa interior. Pero nada con ella. —No la había visto. Yo vivo en el ático. Somos vecinos—ella se gira y levanta su mirada en búsqueda de la mía y podría decir que es una descarada. ¡Me estaba dando un repaso!
Cierra sus ojos como si quisiera borrar sus pensamientos, y creo que estoy en lo cierto al ver sus mejillas sonrojadas.
—Que bien—solo puede decir eso. Se vuelve y levanta la mirada a los números. Es el piso 12 cuando se abren las puertas y entra una mujer pelirroja demasiado elegante. Saludamos por educación y me hago a un lado. Y la castaña del otro. La pelirroja me sonríe descaradamente, pero tomo mi móvil y comienzo a teclear a mi investigador privado.
"Necesito información del dueño del piso veintinueve, del Golden Towers en New York"
Segundos después.
"Ana Louisa Lombardi"
Suena el timbre y se abren las puertas y me sonríe la pelirroja, apenas aparece una mueca como cortesía. Se cierran las puertas y sigo tecleando.
"Quiero un informe de ella mañana a primera hora. Gracias"
"Si señor Bennett”
Y antes de llegar al piso 29 guardo rápido y siento la necesidad de presentarme.
—Soy Hudson, ¿Puedo preguntar su nombre? —se abren las puertas en piso 29, y antes de salir me contesta sin mirarme.
—No—y se cierran las puertas. Me quedo impresionado en la forma que me lo dice. ¿Es gay?
Se abrieron las puertas de mi ático y está la nueva ama de llaves esperando en el recibidor.
—Señor Bennett, Bienvenido—apenas sonrío.
—Gracias, ¿Aline? —pregunto dudando.
—Sí señor. Aline. Le daré espacio para que conozca el lugar…—y desaparece.
Me dejo caer en el sofá. La mujer del elevador me ha dejado... Sin palabras.
Segunda mujer en mi vida que no cede a mis encantos, a excepción de la primera.
Mi mujer misteriosa
Ana—Ya está listo los puntos de vigilancia, más el nuevo personal que has contratado, tienes cubierto todo—John, está de brazos cruzados observando todas las cámaras de seguridad frente a mí. —Muy bien, gracias, John. No sé qué haría sin tu ayuda—sonrío a medias. Mi obsesión por proteger a Gianella es inmensa. Es lo que hace una madre, proteger con uñas y dientes a su cría. —Se encuentra todo protegido, Ana. — sonríe para darme una pizca de seguridad. Hago un movimiento con mi barbilla para afirmar. —Gracias. Almorzamos. Gianella ya está con Estefany…—no es una pregunta. John niega divertido. —Muero de hambre—y salimos al comedor quien Estefany ya tiene tod
AnaFLASHBACK Recién cumpliría en unos días mis dieciocho años. Era una excelente hija, excelente estudiante y amiga. La lealtad hacia mi mejor y única amiga, no se discutía. Me habían criado con principios y valores, el significado de la amistad era un tesoro, siempre y cuando no existiera la hipocresía y la mentira. Vivía en un pueblo llamado Mansfield, en un lugar cerca de Italia. En este pueblo, toda la gente se conocía, y abundaba la paz. Mi familia, era una de las más adineradas de los alrededores, inclusive de Italia. Pero nosotros éramos felices en este pueblo. Nunca se derrochaba el dinero delante de la gente, ni se presumía nada del estatus que cargaba la familia. Modestos, sencillos y discretos. Mi padre era dueño de una de las mejores teleras de la región, exportaba la
Ana El día de mi cumpleaños dieciocho conocería a Santiago Coppola. Uno de los empresarios más poderosos de todo Europa.Ese mismo día se hizo socio de mi padre, Alessandro Ferrera, en la empresa de la familia. Aún no nos conocíamos, pero esa noche empezaría la obsesión de él... hacia mí. —Deja presentarte a mi Ana—la voz de mi padre la escuché mientras abría su puerta del despacho, y yo me dirigía al jardín con mi mejor amiga. Habíamos preparado algo para festejar solo nosotras dos, mi madre dormía, ya que el medicamento la descansaba. Y mi padre estaba en su despacho. — ¿Tienes una hija? —alcancé a escuchar su voz cargada de sorpresa. —Sí, una. Hoy cumple
AnaLlegaba el fin de semana. Estaba de pie, en el espejo de cuerpo completo. Mi madre junto a otras mujeres de servicio, me ayudaban a acomodar el vestido. Tenía el vestido blanco que mi madre había confeccionado, con esa tela especial. El corazón se me partía en pequeños pedazos, al no poder gritar todo, y salir huyendo. Pero estaban mis padres primero que todo, no podía dejarlos en la ruina, y mi madre sin su ayuda médica. — ¡Estás hermosa hija! —dijo mi madre al borde de las lágrimas. El vestido se ajustaba a mis curvas, y resaltaba los pechos. Era discreto y elegante a la vez. El velo estaba colgando de un moño hecho a la perfección en mí nunca, y caía junto a lo largo con la cola de mi vestido. —Gracias...—contesté en voz baja, y sin dejar de mirar es
Ana—Te quiero cerca de mí en todo momento Ana—dijo en un tono posesivo. —Santiago, vienen empresarios con sus esposas y quieres que haga lazos con ellas, ¿Cómo quieres que haga las cosas si quieres que esté pegada a ti las 12 horas de la fiesta? —dije fingiendo irritación. —Tienes razón, John te estará vigilando—dijo finalmente. Ajusté mi máscara a mi rostro. Pinté mis labios color rojo carmesí, ya estaba lista. Los cabellos rubios y ondulados caían sedosamente en mis hombros desnudos y pálidos. Era fiesta Victoriana. Todos cargaban pelucas según la época y sus antifaces. Mi vestido color negro resaltaba mi piel pálida, el rubio de mi cabello hacía la mejor de las combinaciones. Me negué a u
Ana —Tráeme algo de fruta pero que no sea nada de melón—le dije a la mujer que me atendía. — ¿Melón? ¿Desde cuándo no te gusta el melón? —mi madre me preguntó curiosa. —No lo sé, simplemente no tengo ganas de melón. Estoy hastiada de melón—y le daba una mordida a mi pan tostado sin mermelada. — ¿No le has puesto mermelada? —preguntó arqueando una ceja. —No tengo ganas de mermelada, lo quise así—dije irritada— ¿Qué es todo esto? ¿Ahora no puedo cambiar mi menú matutino? —mi madre sonrió. — ¡Calma! Solo que se me hace curioso hija...—dijo m
AnaActualidad...Paseo de un lado a otro, sumida en mis propios pensamientos, repasando una y otra vez la agenda, repasando la seguridad interne y externa de mi empresa, me vuelvo en dirección a mi escritorio al escuchar el sonido de un mensaje. El corazón late frenéticamente, me muerdo el labio, mi mano en mi cintura y luego mordisqueo mí pulgar. De nuevo el sonido de otro mensaje. —No vas a debilitarme, Santiago. No sé cómo has regresado, pero hoy soy más fuerte que ayer…—doy un brinco cuando suena el tono de llamada. Camino lentamente hasta el escritorio, estiro mi cuello para poder alcanzar a ver la pantalla, el alivio llega a mí cuando el nombre de JOHN aparece parpadeando. Deslizo el botón verde para contestar la llamada.¿Estás bien? ¿Por qué no ha
Ana — ¡Apura! —grito al chófer. El corazón late desbocado por el pánico, tengo terror de solo pensar que a Gianella le haya pasado algo. Marco al número de Estefany, pero no contesta, llamo a gerencia del edificio, pero tampoco. Estoy entrando en crisis… —Tranquila, tranquila, respira. —John intenta tranquilizarme, pero hasta que no vea a mi hija, no podré estar tranquila, me limpio las lágrimas, miro el tráfico, pero todo lo siento lento. Escucho a John decir algo, pero no presto atención, hasta que miro las luces de una ambulancia, luego las de las patrullas y finalmente distingo el carro de los bomberos, aún no termina de detenerse el auto, cuando brinco fuera. Entro entre la gente que está en ropa de dormir, lanzo una mirada a lo alto por si hay fuego, pero nada, escucho mi nombre a mi