Inicio / Romántica / El secreto de Ana / Capítulo 1. Una mujer
El secreto de Ana
El secreto de Ana
Por: maracaballero
Capítulo 1. Una mujer

Ana

Mucha gente me ha definido en estos seis años como una obsesionada de la disciplina y del control. Y es la verdad. Este mundo necesita de disciplina y organización para poder hacer las cosas bien, muy bien o simplemente perfecto. Lo mío es:

Perfecto.

     —Señora Lombardi, el proveedor ha informado que llegará diez minutos antes para revisar los detalles antes de entrar a la presentación—afirmo con mi cabeza sin mirarla. Estoy llenando una solicitud muy importante. Necesitaba pasar por un riguroso sistema de esta y esperar la respuesta, si la aceptaban o no. Podría contratar una persona de tiempo completo y por más nombre que tuviera, fama o dinero…para todos es igual.

     — ¿Es todo? —pregunto mientras la mujer sigue de pie con su tableta abrazada a su cuerpo.

     —No señora, el señor Lewis, informó que estará en su oficina y me encargó en dejar unos documentos a... —levanto la mirada y dejo de escribir sobre la solicitud. Es el nuevo ejecutivo de relaciones públicas que había contratado esta semana.

     — ¿Qué...? —su rostro palidece.

     —Señora... yo...—levanto la mano para que no siga. Tuerzo mis labios en desaprobación. Este hombre piensa que vendrá a mi empresa a darse aires de superioridad solo porque sabe de relaciones públicas, aún no sabe quién es la dueña de este imperio y creo que es hora de marcar niveles, aunque es la primera vez que hago esto, tengo que hacerlo.

     —Manda por el proveedor y que me espere en el taller. En diez minutos estaré con él. —me levanto sin una expresión en mi rostro. Salgo de la oficina, y me dirijo a la oficina de Lewis Wilson, el hombre de publicidad. Ante mis empleados, soy una mujer de corazón de hierro, nunca me han visto sonreír, carcajear o simplemente hablar de temas que no involucrara el tema de la moda. Siempre esta esa línea presente entre ellos y yo. Jefa y empleados. Las personas están centradas en sus labores, pero sé que no pasaron desapercibida mi presencia por el pasillo, debido al ruido de mis hermosos tacones.

     Me detengo frente a la puerta de la oficina, veo el letrero "Lewis Wilson, Publicidad" abro la puerta sin tocar y puedo ver a un hombre alto, en traje elegante, en mano con una agenda, y en otra una caja de galletas. Levanta la mirada sorprendido, y deja lo que está haciendo para prestarme atención.

     —Buenos días, ¿En qué le puedo ayudar señorita? —Sé con toda seguridad que mira mi escote, discreto pero visible.

     —Tome asiento por favor—su frente se arruga de confusión a mi orden.

     —Me han dicho en recursos humanos que es bueno en lo que hace, inclusive hay muy buenas referencias, y unos cuantos logros en su trabajo anterior...—digo mientras camino hasta la gran ventana que da a un hermoso paisaje de la ciudad Neoyorquina.

     — ¿Y qué tiene recursos humanos pasando esa información? ¿Qué no existe la privacidad? —la voz irritado del hombre es evidente.

     Me vuelvo para verlo tomar asiento en su silla negra frente a su escritorio.

     —Tengo que saber ese tipo de detalles, si voy a dar la autorización en contratarlo, Señor... Lewis—su rostro palidece.

     —Señora Lombardi...no la reconocí...—dijo levantándose torpemente de su asiento, extiende su mano, pero la miro y me vuelvo a ver el paisaje.

     — ¿Tiene algún problema trabajar con mujeres, señor Lewis? — me vuelvo de nuevo, camino hasta el escritorio y quedo frente a él.

     —No, claro que no. Supe de un principio que trabajaría para usted, es un honor estar trabajando para su empresa señora Lombardi y…—levanto la mano para que no siga hablando.

     —Quiero dejar claro, que mi secretaria, es MI secretaria, no es de usted, ni de otro ejecutivo. Que sea la última vez que la use para sus tareas, o sus avisos. Por qué sería mal ver qué no puede hacerse tiempo para realizar sus propias tareas, y eso me da a entender que no es apto para el puesto... si ese vuelve a ser el caso, solo lo invitaré a pasar a recursos humanos. ¿Entendido? —afirma rápidamente.

     Salgo de la oficina y no es sorpresa ver a mi secretaria y asistente esperando al final del pasillo, camino hasta ellas.

     —Señora Lombardi, el proveedor la espera—caminamos hasta el taller, mi secretaria y mi asistente van detrás de mí. La gente alrededor solo mira de reojo.

     Entro al taller donde están lotes de tela perfectamente acomodada en colores, texturas, y altura. El proveedor está con su muestrario de telas esperando frente a una mesa grande donde se usa como herramienta de corte.

     —Buenos días, señora Lombardi—me extiende la mano y acepto el saludo.

     —Buenos días, Josh. ¿Son las telas para la presentación? —y el afirma efusivamente con su cabeza y una gran sonrisa.

     Mis manos se deslizan por el pedazo de tela extendida sobre la mesa, brilla, es sedosa y muy exquisita al toque. Es un color gris plata... mi mente empieza a trabajar en un estilo de zapatillas de aguja con este tipo de tela.

     —Viene desde Abu Dabi. Y a un excelente precio de exportación…—dice mientras sigo acariciando la tela e imaginando miles de diseños. Es un don. Y tenía seis años sacando provecho a ello.

     —Bien, ¿Hay más telas? —pregunto en un tono discreto, pero ansiosa.

     —Si señora, pero solo traje las principales. Hay miles de colores y texturas. Este contacto es muy discreto, con precios demasiados buenos, son meses de su búsqueda, muchos decían que era una leyenda urbana, pero al fin dimos con él. Déjeme decirle que está dispuesto a escuchar ofertas para ser nuestro exportador anónimo. —Mi corazón baila. Es una excelente noticia y más en un comienzo de semana. El próximo fin de semana, sería el desfile junto con Herrera y lanzaría mi nueva colección de zapatillas. Todo se acomoda de nuevo a mi favor.

     “No tientes tanto tu suerte, Ana.”

     —Perfecto, recuerda a Sally…—señalo a la asistente que está lista para escribir en su tableta—…que te den un bono por tu trabajo. Uno bueno...—miro a Sally quien afirma con una sonrisa y teclea a toda prisa en su tableta. Edwin mi secretaria me recordó la hora de la junta.

     —Vamos, quiero ver el resto de las telas después de la presentación. —y salimos a la sala de juntas, emocionada por dentro por todas las ideas que pasaban por mi cabeza.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo