Ana
Mucha gente me ha definido en estos seis años como una obsesionada de la disciplina y del control. Y es la verdad. Este mundo necesita de disciplina y organización para poder hacer las cosas bien, muy bien o simplemente perfecto. Lo mío es:
Perfecto.
—Señora Lombardi, el proveedor ha informado que llegará diez minutos antes para revisar los detalles antes de entrar a la presentación—afirmo con mi cabeza sin mirarla. Estoy llenando una solicitud muy importante. Necesitaba pasar por un riguroso sistema de esta y esperar la respuesta, si la aceptaban o no. Podría contratar una persona de tiempo completo y por más nombre que tuviera, fama o dinero…para todos es igual.
— ¿Es todo? —pregunto mientras la mujer sigue de pie con su tableta abrazada a su cuerpo.
—No señora, el señor Lewis, informó que estará en su oficina y me encargó en dejar unos documentos a... —levanto la mirada y dejo de escribir sobre la solicitud. Es el nuevo ejecutivo de relaciones públicas que había contratado esta semana.
— ¿Qué...? —su rostro palidece.
—Señora... yo...—levanto la mano para que no siga. Tuerzo mis labios en desaprobación. Este hombre piensa que vendrá a mi empresa a darse aires de superioridad solo porque sabe de relaciones públicas, aún no sabe quién es la dueña de este imperio y creo que es hora de marcar niveles, aunque es la primera vez que hago esto, tengo que hacerlo.
—Manda por el proveedor y que me espere en el taller. En diez minutos estaré con él. —me levanto sin una expresión en mi rostro. Salgo de la oficina, y me dirijo a la oficina de Lewis Wilson, el hombre de publicidad. Ante mis empleados, soy una mujer de corazón de hierro, nunca me han visto sonreír, carcajear o simplemente hablar de temas que no involucrara el tema de la moda. Siempre esta esa línea presente entre ellos y yo. Jefa y empleados. Las personas están centradas en sus labores, pero sé que no pasaron desapercibida mi presencia por el pasillo, debido al ruido de mis hermosos tacones.
Me detengo frente a la puerta de la oficina, veo el letrero "Lewis Wilson, Publicidad" abro la puerta sin tocar y puedo ver a un hombre alto, en traje elegante, en mano con una agenda, y en otra una caja de galletas. Levanta la mirada sorprendido, y deja lo que está haciendo para prestarme atención.
—Buenos días, ¿En qué le puedo ayudar señorita? —Sé con toda seguridad que mira mi escote, discreto pero visible.
—Tome asiento por favor—su frente se arruga de confusión a mi orden.
—Me han dicho en recursos humanos que es bueno en lo que hace, inclusive hay muy buenas referencias, y unos cuantos logros en su trabajo anterior...—digo mientras camino hasta la gran ventana que da a un hermoso paisaje de la ciudad Neoyorquina.
— ¿Y qué tiene recursos humanos pasando esa información? ¿Qué no existe la privacidad? —la voz irritado del hombre es evidente.
Me vuelvo para verlo tomar asiento en su silla negra frente a su escritorio.
—Tengo que saber ese tipo de detalles, si voy a dar la autorización en contratarlo, Señor... Lewis—su rostro palidece.
—Señora Lombardi...no la reconocí...—dijo levantándose torpemente de su asiento, extiende su mano, pero la miro y me vuelvo a ver el paisaje.
— ¿Tiene algún problema trabajar con mujeres, señor Lewis? — me vuelvo de nuevo, camino hasta el escritorio y quedo frente a él.
—No, claro que no. Supe de un principio que trabajaría para usted, es un honor estar trabajando para su empresa señora Lombardi y…—levanto la mano para que no siga hablando.
—Quiero dejar claro, que mi secretaria, es MI secretaria, no es de usted, ni de otro ejecutivo. Que sea la última vez que la use para sus tareas, o sus avisos. Por qué sería mal ver qué no puede hacerse tiempo para realizar sus propias tareas, y eso me da a entender que no es apto para el puesto... si ese vuelve a ser el caso, solo lo invitaré a pasar a recursos humanos. ¿Entendido? —afirma rápidamente.
Salgo de la oficina y no es sorpresa ver a mi secretaria y asistente esperando al final del pasillo, camino hasta ellas.
—Señora Lombardi, el proveedor la espera—caminamos hasta el taller, mi secretaria y mi asistente van detrás de mí. La gente alrededor solo mira de reojo.
Entro al taller donde están lotes de tela perfectamente acomodada en colores, texturas, y altura. El proveedor está con su muestrario de telas esperando frente a una mesa grande donde se usa como herramienta de corte.
—Buenos días, señora Lombardi—me extiende la mano y acepto el saludo.
—Buenos días, Josh. ¿Son las telas para la presentación? —y el afirma efusivamente con su cabeza y una gran sonrisa.
Mis manos se deslizan por el pedazo de tela extendida sobre la mesa, brilla, es sedosa y muy exquisita al toque. Es un color gris plata... mi mente empieza a trabajar en un estilo de zapatillas de aguja con este tipo de tela.
—Viene desde Abu Dabi. Y a un excelente precio de exportación…—dice mientras sigo acariciando la tela e imaginando miles de diseños. Es un don. Y tenía seis años sacando provecho a ello.
—Bien, ¿Hay más telas? —pregunto en un tono discreto, pero ansiosa.
—Si señora, pero solo traje las principales. Hay miles de colores y texturas. Este contacto es muy discreto, con precios demasiados buenos, son meses de su búsqueda, muchos decían que era una leyenda urbana, pero al fin dimos con él. Déjeme decirle que está dispuesto a escuchar ofertas para ser nuestro exportador anónimo. —Mi corazón baila. Es una excelente noticia y más en un comienzo de semana. El próximo fin de semana, sería el desfile junto con Herrera y lanzaría mi nueva colección de zapatillas. Todo se acomoda de nuevo a mi favor.
“No tientes tanto tu suerte, Ana.”
—Perfecto, recuerda a Sally…—señalo a la asistente que está lista para escribir en su tableta—…que te den un bono por tu trabajo. Uno bueno...—miro a Sally quien afirma con una sonrisa y teclea a toda prisa en su tableta. Edwin mi secretaria me recordó la hora de la junta.
—Vamos, quiero ver el resto de las telas después de la presentación. —y salimos a la sala de juntas, emocionada por dentro por todas las ideas que pasaban por mi cabeza.
AnaFLASHBACK• — ¡Mírame a los ojos! —Santiago sostenía mi rostro que estaba cubierto de lágrimas, intenté separarme de él, pero era fuerte. Yo una débil. Una hoja seca a punto de desmoronarse en sus manos. — ¡Santiago suéltame! ¡Me lastimas! —su rostro estaba totalmente transformado por la ira. — ¡Dime que eres sólo mía! — sus palabras me hicieron sentir más terror del que ya tenía. — ¡Eres el socio de mi padre! —mi voz temblaba. Podía sentir su aliento en mi rostro. — ¡Dilo! —cerré los ojos fuerteme
Ana Las manos me tiemblan. ¡Esto no está pasando! ¡No! ¡No! Tenía que salir inmediatamente de aquí. Llamo a mi asistente, y aviso que no regresaría el resto de la tarde. Salgo como si nada, pero por dentro estoy aterrada. Miro a los lados, en búsqueda de alguna señal de vigilancia. Pero todos están concentrados en sus áreas. El corazón lo puedo escuchar a toda revolución en mis oídos. Phillipe está de pie en la acera del edificio esperándome con la puerta abierta del auto y el rostro serio. —A casa, lo más rápido posible. —afirma rápido y cierra mi puerta. Las manos se van a mi rostro con ansiedad, terror y confusión al mismo tiempo. ¿Santiago está vivo? ¡Es qu
Hudson Mis labios recorrían ansiosamente esa piel pálida, y su aroma de nuevo quedaba impregnada en mi piel. Los delicados dedos que acariciaban mi pecho desnudo, era uno de sus movimientos que me hechizaba. Sus labios entreabiertos en total éxtasis, gimiendo, entregándose a mí, una y otra vez hasta llegar el amanecer. Gritaba en pleno clímax, una y otra vez, hasta dejarla casi en un estado inconsciente. No hablamos mucho, era una de sus reglas, y el maldito antifaz se interponía entre los dos. No me dejaba terminar de recordar su hermoso rostro. Sus manos tomaban mi cabello cuando me deslizaba hasta su vientre bajo. Se arqueó necesitada, y eso me llenaba. Era a mí a quien deseaba esa noche, esa madrugada, y rogaría por el amanecer. —Dame otra noche—dije seguro de mí mismo. Pero ella solo cerr&
Ana—Ya está listo los puntos de vigilancia, más el nuevo personal que has contratado, tienes cubierto todo—John, está de brazos cruzados observando todas las cámaras de seguridad frente a mí. —Muy bien, gracias, John. No sé qué haría sin tu ayuda—sonrío a medias. Mi obsesión por proteger a Gianella es inmensa. Es lo que hace una madre, proteger con uñas y dientes a su cría. —Se encuentra todo protegido, Ana. — sonríe para darme una pizca de seguridad. Hago un movimiento con mi barbilla para afirmar. —Gracias. Almorzamos. Gianella ya está con Estefany…—no es una pregunta. John niega divertido. —Muero de hambre—y salimos al comedor quien Estefany ya tiene tod
AnaFLASHBACK Recién cumpliría en unos días mis dieciocho años. Era una excelente hija, excelente estudiante y amiga. La lealtad hacia mi mejor y única amiga, no se discutía. Me habían criado con principios y valores, el significado de la amistad era un tesoro, siempre y cuando no existiera la hipocresía y la mentira. Vivía en un pueblo llamado Mansfield, en un lugar cerca de Italia. En este pueblo, toda la gente se conocía, y abundaba la paz. Mi familia, era una de las más adineradas de los alrededores, inclusive de Italia. Pero nosotros éramos felices en este pueblo. Nunca se derrochaba el dinero delante de la gente, ni se presumía nada del estatus que cargaba la familia. Modestos, sencillos y discretos. Mi padre era dueño de una de las mejores teleras de la región, exportaba la
Ana El día de mi cumpleaños dieciocho conocería a Santiago Coppola. Uno de los empresarios más poderosos de todo Europa.Ese mismo día se hizo socio de mi padre, Alessandro Ferrera, en la empresa de la familia. Aún no nos conocíamos, pero esa noche empezaría la obsesión de él... hacia mí. —Deja presentarte a mi Ana—la voz de mi padre la escuché mientras abría su puerta del despacho, y yo me dirigía al jardín con mi mejor amiga. Habíamos preparado algo para festejar solo nosotras dos, mi madre dormía, ya que el medicamento la descansaba. Y mi padre estaba en su despacho. — ¿Tienes una hija? —alcancé a escuchar su voz cargada de sorpresa. —Sí, una. Hoy cumple
AnaLlegaba el fin de semana. Estaba de pie, en el espejo de cuerpo completo. Mi madre junto a otras mujeres de servicio, me ayudaban a acomodar el vestido. Tenía el vestido blanco que mi madre había confeccionado, con esa tela especial. El corazón se me partía en pequeños pedazos, al no poder gritar todo, y salir huyendo. Pero estaban mis padres primero que todo, no podía dejarlos en la ruina, y mi madre sin su ayuda médica. — ¡Estás hermosa hija! —dijo mi madre al borde de las lágrimas. El vestido se ajustaba a mis curvas, y resaltaba los pechos. Era discreto y elegante a la vez. El velo estaba colgando de un moño hecho a la perfección en mí nunca, y caía junto a lo largo con la cola de mi vestido. —Gracias...—contesté en voz baja, y sin dejar de mirar es
Ana—Te quiero cerca de mí en todo momento Ana—dijo en un tono posesivo. —Santiago, vienen empresarios con sus esposas y quieres que haga lazos con ellas, ¿Cómo quieres que haga las cosas si quieres que esté pegada a ti las 12 horas de la fiesta? —dije fingiendo irritación. —Tienes razón, John te estará vigilando—dijo finalmente. Ajusté mi máscara a mi rostro. Pinté mis labios color rojo carmesí, ya estaba lista. Los cabellos rubios y ondulados caían sedosamente en mis hombros desnudos y pálidos. Era fiesta Victoriana. Todos cargaban pelucas según la época y sus antifaces. Mi vestido color negro resaltaba mi piel pálida, el rubio de mi cabello hacía la mejor de las combinaciones. Me negué a u