El regreso de la heredera
El regreso de la heredera
Por: Dayanaclavor
La traición

Capítulo 1: La traición

Nunca imaginé que mi vida cambiaría tan drásticamente en un instante. Me desperté aquella mañana en la lujosa mansión de los Ripoll, sintiendo el peso de la opulencia a mi alrededor. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de seda, iluminando mi habitación con un brillo dorado. Sin embargo, a pesar de la belleza que me rodeaba, mi corazón se sentía agobiado.

Desde que me casé con Luis Fernando, siempre supe que su familia no me aceptaba por mi condición humilde. Yo, una mujer proveniente de una familia de bajos recursos, sin tener un apellido importante, había logrado lo impensable al casarme con el heredero de una de las familias más ricas de Nueva York. Pero a pesar de mi amor por él, la sombra de Laura, su exnovia, siempre estaba presente. La gente la adoraba: era hermosa, de alta sociedad y con una personalidad que podía encantar a cualquiera. Era la candidata perfecta que sus padres querían para esposa de Luis Fernando.

Esa mañana, mientras desayunaba sola en el enorme comedor, escuché el sonido de pasos apresurados en la entrada. Era Luis Fernando, quien llegó con una expresión de molestia en su rostro. Verlo así me sorprendió, casi nunca se disgustaba con nada, pero ese día había una razón de peso que yo no me imaginaba.

—Grecia, necesitamos hablar —dijo, con voz tensa, clavando su mirada en mí como si se tratara de algo muy grave. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. —¿Qué sucede?

Él se acercó y, sin decir una palabra, sacó un sobre de su bolsillo y lo lanzó encima de mi plato, cosa que me puso muy nerviosa ya que no comprendía su actitud tan hostil.

—¿Pero qué es esto, y por qué lo lanzas encima de mi desayuno? No comprendo —le dije temblorosa.

—Pues ábrelo, ya vas a comprender de qué se trata —me dijo con frialdad y con una expresión de odio en sus ojos.

Abrí el sobre con mis manos temblando, no imaginaba con lo que me iba a encontrar. Cuando vi las fotos, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo; me quedé inmóvil. Eran imágenes donde estaba supuestamente yo, besándome con un hombre en Central Park, donde acudía casi todos los días a hacer mi rutina de ejercicios, pero definitivamente ese momento nunca había ocurrido; no conocía a ese hombre que estaba supuestamente besándome entre unos arbustos. Mi corazón se detuvo.

—¿Qué significa esto, Grecia? —preguntó Luis Fernando alzando la voz mientras miraba las fotos con incredulidad y dolor.

—Es que no sé, no tengo la menor idea de quién es ese hombre —respondí, tratando de mantener la calma—. Esto tiene que ser una trampa y estoy casi segura de que Laura debe estar detrás de todo esto. ¡Te lo juro!

Luis Fernando se pasó una mano por el cabello, visiblemente agitado. —No puedo creer que esto esté pasando. ¿Por qué no me dijiste que había alguien más en tu vida?

—¡Porque no hay nadie más! —grité; mi voz resonó en todo el comedor—. ¿Acaso no escuchaste lo que acabo de decirte? Esto es una trampa, no conozco a ese sujeto y, además, tú eres el único hombre en mi vida.

—Esas fotos no mienten, Grecia; esa eres tú besándote con un hombre. ¿Acaso no ves? —me decía, tomando las fotos y acercándolas a mi rostro con furia. No pude evitar romper en llanto; sentía un dolor profundo en mi pecho al no poder demostrarle mi inocencia.

—Te juro que eso es un fotomontaje; yo nunca estuve allí con ese hombre. —le decía con desesperación al ver que no me creía.

—Pero sales todos los días a Central Park a hacer ejercicios, ¿no es así? Esa era la excusa para verte a escondidas con ese hombre. ¡Eres una descarada! Mis padres tenían razón: no debí casarme con una mujer que no es de mi nivel.

—¡Ya basta, Luis Fernando! —grité, levantándome de la mesa y lanzando el sobre con las fotos al suelo—. No te voy a permitir que me ofendas de esa forma. Ya te dije que soy inocente, jamás estuve con ese hombre en el parque. Tienes que creerme.

La tensión aumentaba cada vez más; Luis Fernando estaba ciego de los celos, no quería escuchar razones, solo estaba enfocado en aquellas imágenes que me desprestigiaban. Finalmente, dijo con determinación y sin darme al menos el beneficio de la duda: —No puedo arriesgarme a perder mi reputación. Si esto sale a la luz, será un escándalo que perjudicará nuestro apellido.

“¿Cómo le demuestro que soy inocente? ¡Dios mío ayúdame!” imploraba en mi mente sintiendo que una parte de mi se moría.

Sentí que el mundo se desmoronaba a mi alrededor; no podía creer su decisión. —Luis, por favor, escúchame. No puedes tomar una decisión a la ligera sin antes averiguar bien esta patraña. Yo te amo y sería incapaz de engañarte.

—Aunque yo quisiera creerte, mis padres no verán esto de la misma manera —dijo con una expresión endurecida—. Estoy seguro de que cuando se enteren, te echarán de la mansión y agilizarán nuestro divorcio antes de que esto se convierta en un escándalo que pueda manchar nuestro buen nombre ante la sociedad.

Mi corazón se rompió al escuchar esas palabras. —¿Vas a dejar que ellos decidan por ti? Eres mi esposo; nos amamos, o al menos eso creía. Pero ya veo que es más importante para ti lo que digan tus amistades de la alta sociedad que nuestro matrimonio.

La expresión de Luis Fernando era determinante. —Lo siento, Grecia, pero no puedo. Esto ha sobrepasado todo, hasta el amor que siento por ti.

El aire se me escapó. —¿Qué significa eso? ¿Vas a echarme de tu vida por una mentira? Estás destruyendo nuestro matrimonio, todos nuestros sueños. ¿No te das cuenta que me estás matando con esto?

—No sé si puedo seguir con esto. Mis padres tenían razón. Tal vez no eres la mujer que pensaba cuando te conocí en ese lujoso restaurante donde trabajabas como mesera. —dijo, con su voz fría y distante. —te creía buena, noble y desinteresada. Pero después de ver esas fotos, ya no puedo verte igual.

Me sentí devastada. Luis Fernando me estaba echando de su vida, y en ese momento supe que mi matrimonio estaba completamente destruido.

—Luis, por favor… —imploré, pero mis súplicas fueron inútiles; él ya se había alejado, dejándome sola, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba a pedazos.

“Dios mío, no puede ser; yo soy inocente”, rompí a llorar, agachándome a recoger las fotos del suelo. Mientras más las miraba, me daba cuenta de que todo había sido una vil trampa, y la única que podía estar detrás de todo esto era Laura. Ella siempre quiso separarme de Luis Fernando, pero en ese momento sentí que esta vez lo había logrado.

Aquel día fue el más horrible de mi vida. Luis Fernando se había ido a la empresa; no quería verme. Sus padres habían escuchado la discusión, y por supuesto, ya Luis Fernando les había contado de mi supuesta traición.

Subí a la habitación y me tumbé en la cama a llorar amargamente. Todavía no podía creer lo que estaba pasando; era como estar viviendo una pesadilla. Pero por si fuera poco, la puerta de la habitación se abrió violentamente y escuché una voz que terminó de destruirme:

—¡Eres una desvergonzada! —era Greta, la madre de Luis Fernando, furiosa, con la ceja levantada y su aire de aristocracia; me miró con un odio que sentía que me pulverizaba por dentro.

—Sra. Greta, déjeme explicarle…

—No hay nada que explicar, todo está muy claro —me dijo con voz fuerte, sin dejarme terminar de hablar.

—Siempre supe que no eras la mujer para mi hijo; era lógico que terminaras ensuciando nuestro apellido, es lo que acostumbran las mujeres como tú. No se como Luis Fernando vino a poner sus ojos en una vulgar mesera.

—Señora Greta, no le permito…

—Tú a mí me permites todo —me gritó, acercándose a mí como si estuviera a punto de pegarme—Esta es mi casa y te exijo que recojas solo lo que trajiste cuando llegaste y te largues de nuestras vidas para siempre. No te vas a llevar nada. Apenas tienes un año casada con mi hijo, y te advierto que no vas a recibir nada de nuestra fortuna cuando el divorcio se lleve a cabo.

—Pero yo no quiero divorciarme, tengo que hablar antes con Luis Fernando, es algo que solo debemos hacer él y yo.

—Te equivocas Grecia, la fortuna de los Ripoll está en juego y no voy a permitir que una mujerzuela como tú se aproveche del dinero que mi marido y yo hemos trabajado con tanto esfuerzo. Usaré mi poder para que ese matrimonio se disuelva lo más pronto posible.

Me sentía tan humillada y decepcionada sin el apoyo de Luis Fernando, que solo me quedó aceptar irme de la mansión de los Ripoll.

—Está bien, señora Greta; no es necesario que me humille echándome de su mansión. Yo me iré con lo que llevo puesto. No necesito su fortuna para seguir adelante, pero antes, voy a buscar a Luis Fernando; él tiene que escucharme, yo no hice nada, todo es una trampa.

—Ya no vas a envolver a mi hijo con tus mentiras; el teatrito se te ha caído. Ahora lárgate antes de que mi hijo regrese y te encuentre aquí. No me obligues a echarte a la fuerza.

Greta salió de la habitación dando un fuerte portazo. Yo estaba devastada; miraba a mi alrededor la lujosa habitación y me daba cuenta de que en realidad nada me pertenecía. Como yo tampoco pertenecía a ese mundo de opulencia, mi única razón de vida era Luis Fernando, y al no tenerlo en mi vida, ya no tenía sentido continuar allí.

Pero a pesar de sentirme destrozada por dentro, sentía que aún podía tener una esperanza de demostrarle a Luis Fernando que todo se trataba de una trampa.

Salí de la mansión solo con lo que llevaba puesto; dejé las joyas, los vestidos caros, las tarjetas de crédito, y todo lo que tuviera que ver con el dinero de los Ripoll. Solo me quedé con un pequeño cofre que tenía unas fotos de mis padres. Eso era para mí lo realmente valioso y siempre me acompañaba a todos lados desde que ambos fallecieron.

En ese momento, tomé la decisión de ir a buscar a Luis Fernando a la empresa; estaba segura de que se encontraba allí. Tenía que hacer un último esfuerzo por salvar lo que quedaba de mi matrimonio. En mi bolso, solo tenía el dinero suficiente para tomar un taxi, porque tampoco pensaba llevarme el auto que Luis Fernando me dio como regalo de bodas.

Llegué al edificio Ripoll, allí se encontraban las oficinas donde se manejaba la parte administrativa de la cadena de restaurantes de la familia, me bajé del taxi a toda prisa; le pagué con el poco dinero que llevaba encima. Caminaba rápidamente con el afán de llegar a su oficina. Cuando estaba a punto de entrar, su asistente me advirtió:

—Señora Grecia, el señor Luis Fernando está en una reunión y no puede pasar. ¡Señora Grecia por favor no entre! —insistía angustiada, sabía que me iba a llevar una sorpresa y ella como buena asistente, solo cumplía con su trabajo.

—Lo siento, pero debo hablar con él urgentemente —le dije, haciendo caso omiso a sus palabras y avanzando hacia la oficina. Cuando abrí la puerta, me encontré con una escena que terminó de destruirme por dentro. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo.

(…)

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