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La revelación de Guillermo

Mercedes llegó muy temprano al restaurante, me llevó todo lo necesario para pasar unos días, ropa, cepillo de dientes, y demás artículos personales, pero lo más importante en todo eso, era sin lugar a dudas: la prueba de embarazo.

— Buenos días Grecia, ¿Cómo dormiste? —dijo colocando las bolsas sobre el escritorio.

— Estaba tan cansada, que me quedé dormida apenas te fuiste, y desperté muy temprano pensando que tal vez todo había sido una pesadilla, pero al verme en esta oficina, me di cuenta de que todo había sido real.

— No te aflijas amiga, ya verás que dentro de poco superarás todo y hasta te reirás de todo esto.

— Eso espero Mercedes. Ya veo que me trajiste muchas cosas.

— Pues sí, antes de llegar aquí, pasé por la farmacia y compré esta prueba de embarazo. Necesitas hacértela inmediatamente; debemos salir de dudas. Ojalá esté equivocada. —decía preocupada.

Tomé la caja de la prueba sin decirle nada, sintiéndome aterrada ante la posibilidad de que, después de todo lo que había vivido, ahora estuviera embarazada. Entré al baño y leí detenidamente todas las instrucciones. Finalmente, me hice la prueba.

Al cabo de unos minutos, Mercedes me esperaba ansiosa en la oficina de Guillermo. Salí del baño y la miré a los ojos, reflejando mi preocupación.

— ¿Y bien? ¿Te hiciste la prueba? ¡Dime! ¿Qué pasó?

— Sí, aquí está.

— Pero dime, ¿estás o no estás embarazada?

— Sí, Mercedes, estoy embarazada.

En ese instante, la voz de Guillermo resonó en la oficina sorpresivamente:

— ¿Cómo que estás embarazada? —dijo con voz fuerte y con una expresión de asombro.

Mercedes y yo nos miramos, nerviosas y sorprendidas. Lo último que esperábamos era ver a Guillermo en la oficina tan temprano.

— Guillermo, déjame explicarte… —dijo Mercedes, temblorosa, pero él no la dejó terminar.

— Mercedes, sal inmediatamente de la oficina. Quiero hablar a solas con Grecia.

Su voz era autoritaria y su expresión me llenaba de terror; se veía realmente molesto. Mercedes, que ya conocía su carácter, no pudo decir nada más y salió, dejándonos a solas.

Estaba aterrada. Era el tiempo más corto que había durado en un trabajo; ni siquiera había comenzado cuando ya me imaginaba siendo despedida.

— ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? —me preguntó, clavando su mirada en mí, lo que me hizo sentir intimidada.

— No sabía que estaba embarazada. —dije con voz temblorosa

— ¿No lo sabías? ¿Acaso crees que esto es un juego? —Su tono se volvió más grave y se ponía cada vez más molesto—. Tienes que entender que trabajar en mi restaurante implica responsabilidad. No puedo tener a alguien que no esté en condiciones de asumir el puesto de ayudante de cocina al cien por ciento.

— Lo sé, pero necesito este trabajo. Estoy en una situación muy complicada y no tengo a dónde ir. Y al igual que tú, me acabo de enterar por la prueba de embarazo que me trajo Mercedes

— ¡Ah! No lo sabías, pero sí lo sospechabas, y aun así, no me dijeron nada ayer cuando acepté darte el empleo. Mercedes sabe que no acepto a ninguna empleada que esté embarazada.

— Por favor Guillermo, Mercedes no tiene la culpa de nada, ella solo me ha ayudado porque no tengo a nadie mas a quien acudir. Ni siquiera me ha dado tiempo de asimilar que voy a ser madre.

Guillermo se cruzó de brazos, pensativo. Su mirada se suavizó un poco, pero aún había seriedad en su rostro.

— Ahora entiendo la escena de ayer, cuando el olor a pescado te provocó náuseas. Y aun así me dices que no sabías de tu embarazo. ¡Joder! —Golpeó el escritorio y me miró con una expresión amenazante—. ¿Y qué piensas hacer ahora?

— No lo sé. No tengo idea de cómo enfrentar esto. —No pude evitar romper en llanto; me sentía asustada y sola. Era más de lo que podía soportar. Cuando creía haber encontrado una esperanza para seguir adelante con mi vida, ahora venía a ocurrirme esto.

— A ver si comprendo: no tienes a dónde ir, no sabías que estás esperando un hijo… Y no tienes a nadie que te pueda ayudar. ¡Es absurdo!

— Pero cierto, solo tengo a Mercedes. Ella ha sido un gran apoyo, pero no quiero cargarle más problemas.

Guillermo suspiró, como si considerara mis palabras.

— Mira, Grecia, mi política es no aceptar empleadas embarazadas; eso trae muchos problemas. Pero tampoco puedo dejarte sola en esta situación y echarte a la calle sin importarme nada.

Me quedé en silencio, sintiendo que el tiempo se detenía esperando cual iba a ser su decisión.

— Te voy a dar una oportunidad, pero necesito que tomes muy en serio tu trabajo. Puedes quedarte aquí hasta que encuentres un lugar donde alojarte. Pero, a partir de ahora, tienes que ser honesta conmigo, no quiero más sorpresas como éstas. ¿Te quedó claro?

— Sí Guillermo. De verdad no tengo como agradecerte el favor que me estás haciendo aun sin conocerme.

— No es un favor. Es lo mínimo que puedo hacer, tampoco soy un ogro como aparento. Pero recuerda, la cocina es un lugar exigente y no puedo comprometer la calidad de mi trabajo cuando un platillo te cause náuseas.

Asentí, sintiendo una mezcla de gratitud y temor.

— Entiendo. Haré lo posible por hacer bien mi trabajo.

— Bien. Ahora, ve a la cocina. Necesito que empieces a familiarizarte con el equipo de trabajo.

— Está bien, voy enseguida. Con permiso.

Limpié mis lágrimas y, justo cuando estaba a punto de salir de la oficina, Guillermo me detuvo.

— Grecia, espera, por favor.

— Dime, Guillermo.

— Hay algo que me intriga. Creo que, después de dejarte quedarte en mi restaurante, al menos merezco saber quién es el padre del hijo que esperas. ¿Dónde está? Porque no entiendo que estés tan sola y con tantos problemas.

Me quedé mirándolo, a punto de volver a llorar tras haber hecho un gran esfuerzo por calmarme.

— La verdad es que me hace mucho daño hablar de eso.

— Pero necesito saber qué hay detrás de todo esto que rodea tu vida.

— ¿Y por qué quieres saberlo? —le pregunté, haciendo que Guillermo se pusiera nervioso.

— Bueno… Creo que tengo derecho a preguntar. Te estás quedando en mi oficina, te di el empleo a pesar de que estás esperando un hijo, son razones suficientes para querer conocer tu historia.

En ese momento me dio la impresión que su interés iba más allá de sentir solo curiosidad. Sin embargo, también tenía razón, solo me conocía por recomendación de Mercedes, pero sentí una necesidad de contarle lo que me había pasado, era en cierto modo una manera de liberarme de tanto dolor para poder continuar con mi nueva realidad.

— Tienes razón, Guillermo. Tú no me conoces, y es justo que sepas quién soy en realidad.

— Muy bien, te escucho. —me dijo mientras tomaba asiento en el sofá cama. Yo me senté a su lado y comencé a contarle:

— Alguien me puso una trampa que hizo que mi esposo me dejara. Sus padres lo apoyaron porque nunca aceptaron que se casara con una mujer como yo, que no estaba a su mismo nivel social.

— ¡Qué estupidez! —exclamó con desprecio—. No puedo creer que aún existan personas con esa mentalidad tan mediocre. ¿Acaso se creen que son de la realeza?

— Pues algo así, son una familia de mucho dinero. Son los dueños del imperio Ripoll, la cadena de restaurantes más prestigiosa de todo Nueva York.

La expresión de Guillermo cambió drásticamente; su semblante palideció y se quedó en silencio. Me di cuenta de que el apellido Ripoll le había causado un fuerte impacto.

— ¿Qué te pasa, Guillermo? Te has puesto pálido. ¿Quieres que te traiga agua?

— ¡No, no quiero nada! —dijo, levantándose violentamente del sofá. Caminó hacia el escritorio y, para mi sorpresa, dio un puñetazo que resonó tan fuerte que me estremeció. No comprendía el porqué de su actitud tan agresiva.

— ¿Pero qué pasa, Guillermo? ¿Por qué te has puesto así?

Sus ojos se pusieron rojos, como si estuvieran a punto de estallar. Me miró y me dijo con amargura:

— Tenían que ser los Ripoll. Todos en esa familia son unos malditos.

Abrí los ojos con asombro. Me daba miedo preguntarle el porqué decía eso; estaba muy molesto, y aunque no lo conocía bien, podía darme cuenta de que se trataba de algo muy grave que lo lastimaba.

— ¿Conoces a los Ripoll? —le pregunté con voz temblorosa.

— ¿Qué si los conozco? ¡Claro que los conozco! —dijo alzando la voz—. Greta y Armando Ripoll son los culpables de la muerte de mis padres.

Escuchar aquellas palabras hizo que me estremeciera. No podía imaginar que mis suegros fueran responsables de semejante atrocidad.

“¡Dios mío! ¿Mis suegros unos asesinos?” Pensé llevándome las manos a la cabeza sin atreverme a preguntarle el porqué de sus palabras.

(…)

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