La Visita Inesperada

Días después...

Grecia seguía adaptándose a su nuevo empleo como asistente de cocina. Guillermo había hecho una conexión muy especial con ella; durante esos días se habían conocido un poco más y, al terminar el trabajo del día, siempre conversaban. Guillermo comenzó a sentir algo especial hacia ella.

Aquel día, Grecia se encontraba en el restaurante como siempre, pero recibió una visita inesperada de un hombre al que no conocía. Mercedes fue a buscarla a la cocina para notificarle:

—Grecia, te busca un señor. Dice que es importante.

Grecia miró a Guillermo, quien le hizo un gesto con la cara, indicándole que podía ir.

—Gracias, Guillermo. No me demoro. Ya regreso.

Guillermo se quedó mirándola con curiosidad, deseando saber de quién se trataba. Sin embargo, había mucho trabajo en la cocina; el restaurante estaba lleno de comensales y él no podía descuidar los platillos que debía sacar en tiempo récord. Se sentía contrariado, ya que la presencia de Grecia lo inquietaba y se estaba dando cuenta de que se estaba enamorando de ella.

Grecia se quitó el delantal y salió a toda prisa de la cocina. Al llegar a la caja registradora, allí la esperaba un hombre elegantemente vestido, con un portafolio de piel. Tenía una expresión de seriedad mientras miraba todo el restaurante, un lugar muy elegante donde asistía gente de la alta sociedad.

—Hola, soy Grecia. Me dijeron que usted me busca. ¿Acaso nos conocemos? —preguntó Grecia, extrañada.

—Soy el abogado de la familia Ripoll y vine a traerle este sobre.

Grecia palideció. A pesar de no haber superado el amor que sentía por Luis Fernando y todo lo que había pasado días atrás, le causó asombro tener noticias de los Ripoll, más aún cuando ella no había dicho en donde se encontraba. “Dios mío, ahora ¿qué pasará?” pensó mientras miraba aterrada al abogado.

—Disculpe, no comprendo. ¿Cómo supo que yo estaba aquí? ¿Qué significa esto? —le preguntó Grecia, completamente contrariada.

—No hay nada que la familia Ripoll no sepa, señora Grecia. Por favor, le invito a que abra el sobre y lo lea.

Con las manos temblorosas, Grecia abrió el sobre y sacó el documento que había dentro. Su cara se transformó por completo. Mercedes, que estaba detrás del mostrador, estaba muy al pendiente de todo lo que estaba pasando y preocupada por la reacción de su amiga.

A medida que Grecia leía el documento, su rostro palidecía aún más. Miró al abogado y, con voz casi hecha un susurro, le respondió:

—Pero esto es el acta de divorcio.

—Así es, señora Grecia. Es el acta de divorcio. Usted y el señor Luis Fernando Ripoll ya están completamente libres.

Grecia sintió que su corazón estaba a punto de salir de su pecho. Un nudo se formó en su garganta y tuvo ganas de salir corriendo. Era como si la tierra se abriera en ese momento. La sensación que estaba experimentando era prácticamente la misma que sintió cuando vio a Luis Fernando besarse con Laura.

—¿Pero cómo es posible que Luis Fernando se haya divorciado de mí sin consultarlo conmigo? —preguntó Grecia, atónita—. Esto no puede ser. Yo no he firmado nada.

—Señora Grecia —interrumpió el abogado con voz determinante y sin ningún tipo de complacencia—, ya le dije que ese es el documento de divorcio. Después de las pruebas de infidelidad de su parte que presentó el señor Luis Fernando al juez, no hubo duda para terminar este matrimonio. Además, quiero recordarle que, antes de usted casarse con el señor Ripoll, firmó un acuerdo prenupcial donde renunciaba a toda su fortuna. Fue un matrimonio con bienes separados, por lo tanto, a usted no le corresponde absolutamente nada.

Grecia no pudo evitar romper en llanto. Era un golpe que no se esperaba por parte de Luis Fernando. Sin embargo, sabía que en el fondo estaba metida la mano de sus padres, quienes siempre lo habían manipulado a su conveniencia. Con voz temblorosa y aguantando las ganas de llorar como deseaba hacerlo, le dijo:

—Está bien, no pensaba reclamar nada de su dinero. Si esa fue la decisión de Luis Fernando, yo la acepto. Solo espero que nunca se arrepienta de todo el daño que me hizo, porque no lo voy a perdonar jamás.

—Muy bien, señora Grecia. Ya mi trabajo terminó. Usted ya tiene el documento de divorcio en sus manos y solo me resta desearle que sea muy feliz con el próximo con quien decida casarse —le dijo con una sonrisa llena de malicia y una expresión burlona que aumentó el dolor y el coraje de Grecia.

En ese momento, cuando el abogado se marchó, Mercedes se acercó a ella, angustiada.

—¿Qué pasa, Grecia? ¿Qué te dijo ese hombre? ¿Quién era? ¿Por qué te has puesto así si estabas tan contenta con tu trabajo?

—Ese hombre vino a traerme el acta de divorcio. Luis Fernando y yo, ya no estamos casados.

—¿Qué has dicho? —exclamó Mercedes sorprendida—. Pero ese canalla ni siquiera pudo llamarte para que llegaran a un acuerdo. Tranquila, Grecia, creo que es lo mejor. Pero me imagino que te va a tocar una buena suma de dinero, porque al fin y al cabo fuiste su esposa.

—No, Mercedes, no me corresponde nada.

—¿Cómo que no te corresponde nada? —preguntó, incrédula—. Es que antes de casarme con Luis Fernando, sus padres me obligaron a firmar un acuerdo prenupcial con bienes separados. Por lo tanto, no me corresponde un solo centavo.

—Dios mío, esto no puede ser. Y tanta falta que te hace ese dinero, ahora que estás esperando un hijo de él. Es que deberías decirle para que al menos se haga responsable de su…

—Pues no, Mercedes. Ahora más que nunca no voy a decirle a Luis Fernando que espero un hijo de él. Este hijo va a ser solo mío. Que haga de su vida lo que quiera, mi hijo y yo no lo necesitamos —dijo, llorando amargamente.

Al finalizar la noche, cuando el restaurante ya estaba cerrado, Grecia subió a la oficina de Guillermo. Como siempre, ya llevaba varios días quedándose a dormir allí; la había acondicionado de tal forma que estaba muy a gusto. Sin embargo, sus planes eran reunir el dinero para encontrar un sitio mejor para cuando naciera su hijo.

Llegó a la oficina y comenzó a llorar amargamente. Pudo desahogarse y sacar todo el dolor que le había causado el saber que ya no era la esposa de Luis Fernando. El documento que tenía en sus manos lo arrugó, apretándolo con todas sus fuerzas, como si eso pudiera desahogar todo el dolor y la frustración que llevaba por dentro.

Guillermo siempre pasaba un rato a la oficina para conversar y despedirse antes de irse a su casa. Pero antes de entrar, la escuchó llorando y eso lo alteró mucho. Además, estaba intrigado porque aún no sabía quién era ese hombre que la había ido a buscar al restaurante.

—¿Qué te pasa, Grecia? ¿Por qué lloras? —preguntó, preocupado.

Grecia, al verlo, lo abrazó, sintiendo la necesidad de desahogarse en sus brazos. Él correspondió a ese abrazo, sintiéndola cerca. Ya empezaba a sentir algo por ella, aunque todavía no le había dicho nada porque sabía que ella aún sufría por Luis Fernando.

—Calma, Grecia. ¿Qué pasó? ¿Por qué estás así? Recuerda que eso le hace daño al bebé.

Ella se separó de él, limpiándose las lágrimas, y luego le dijo entre sollozos:

—El hombre que vino hoy a buscarme era el abogado de Luis Fernando. Vino a traerme el documento de divorcio.

Guillermo abrió los ojos sorprendido, pero al mismo tiempo sintió un alivio de saber que Grecia ya era una mujer libre, aunque entendía el dolor por el que estaba pasando.

—Dios mío, no sabía, Grecia. Pero creo que es lo mejor que ha podido hacer ese degenerado dejarte libre.

—Sí, Guillermo, lo sé. Pero a pesar de todo, todavía lo sigo amando y me duele tanto pensar que todo esto haya terminado así. En el fondo, mantenía la esperanza de que en cualquier momento se arrepintiera y me buscara para poder decirle que estoy esperando un hijo suyo. Pero ya ves, mientras yo he sufrido durante todo este tiempo, él estaba planificando nuestro divorcio.

—Entiendo cómo te sientes, Grecia, y la verdad es que quisiera hacer cualquier cosa por verte feliz. ¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No le vas a decir que esperas un hijo de él?

—No, no le voy a decir. Este hijo va a ser solo mío y voy a trabajar muy duro para sacarlo adelante.

—Pero al menos te toca una parte de su fortuna por haber sido su esposa.

—Pues no, Guillermo. Ni siquiera eso me toca. Me dejó en la calle porque firmé ese contrato prenupcial y allí renunciaba a su fortuna. Sus padres lo presionaron a que yo lo firmara, o de lo contrario no iban a permitir que nos casáramos.

—Son unos desgraciados todos los Ripoll —exclamó Guillermo, molesto—. ¿Cómo es posible que te hayan dejado sin nada cuando esa fortuna ni siquiera les pertenece? Todo el dinero que tienen es de mi familia.

—Ya cálmate, Guillermo. Ya no vale la pena hablar de eso. Yo quiero seguir trabajando y todo lo que me gane va a ser para mi hijo.

Guillermo la miró con mucha nostalgia. Veía en ella a una mujer completamente buena, bondadosa y desinteresada.

—Grecia, después de todo lo que hemos hablado y de que ya sabes todo lo que los Ripoll hicieron a mi familia, he pensado mucho y he querido decirte algo, pero no había encontrado el momento.

—¿Qué será? —le preguntó Grecia, intrigada. —puedes confiar en mí. Ya sabes mi historia y yo sé la tuya, y creo que no hay mucho más que contar. Pero dime sin miedo, después de lo que me ha pasado, ya nada podría sorprenderme.

—Es que no sé cómo lo vayas a tomar, Grecia. Es algo que viene dándome vueltas desde que me enteré que vas a tener un hijo de Luis Fernando Ripoll.

—Dime, Guillermo. Ya no le des más vuelta al asunto.

Guillermo estaba muy nervioso porque había tomado una decisión que iba a cambiar la vida de Grecia para siempre.

(…)

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