Greta había conducido el auto a exceso de velocidad, quería llegar lo más rápido posible a su casa, no lograba contenerse, le había causado una fuerte impresión la forma en que Armando había muerto frente a ella. Después de conducir aproximadamente por un periodo de una hora, llegando al punto de perder la noción de a dónde iba, por fin llegó a la mansión Ripoll, dejando el auto mal estacionado. Entró a toda prisa y subió las escaleras corriendo. Al llegar a su habitación, se despojó de toda la ropa y se metió debajo de la ducha. Estaba muy nerviosa; sentía que quería quitarse de la piel aquel olor a clínica, y sobre todo quería borrar las huellas de Armando sobre sus manos. Estaba fuera de control no coordinaba lo que hacía. “Yo no lo maté en realidad, solo le dije la verdad sobre mi amante, y él solito se murió. No tengo la culpa de que no haya sido capaz de soportar la verdad”, se repetía a cada momento mientras se frotaba la piel con fuerza, como si el agua pudiera limpiar su c
En la imponente funeraria, grandes personalidades de distintos medios de comunicación se encontraban brindando su pésame a Greta y Luis Fernando. Ella aparentaba estar devastada, pero aún así lucía elegante; había elegido un traje de marca en color negro, complementado con un sombrero que ocultaba parcialmente su rostro, y unos anteojos oscuros que le ayudaban a disimular su llanto. Sabía que iba a estar presente toda la prensa, y por supuesto, debía lucir impecable, para ella era mucho más importante su apariencia, jamás permitía que la vieran destruida sea cual fuera la circunstancia. Luis Fernando, sentado a su lado, mostraba signos evidentes de su dolor. Su mirada estaba perdida, tenía los ojos hinchados y rojos por las lágrimas. Ya no podía contenerlas; permanecía sumido en un silencio profundo, atrapado en recuerdos de su niñez con Armando. No podía asimilar que nunca más iba a tener a su padre en su vida para aconsejarlo y orientarlo en el manejo de la empresa Ripoll. Laura,
—Greta, no me mires así. No vas a engañarme; sé perfectamente que tenías planes para que Don Armando no le dijera nada a Luifer. ¿Qué fue lo que hiciste? —le dijo Laura, acercándose a ella mientras la tomaba del brazo con fuerza.Greta la miraba en silencio, pero Laura ya no estaba dispuesta a aguantar más.—Conmigo no tienes que fingir, aparentando estar demente. Ahora estamos a solas y quiero saber si tuviste algo que ver con la muerte de Don Armando.—¡Ya basta, Laura! Déjame en paz. ¿No te das cuenta de que acabo de perder a mi marido? Eres una insensible —reaccionó Greta, fingiendo sentirse ofendida.—Por favor, Greta, ¿no te parece mucha casualidad que justo cuando subiste a ver a Don Armando, a los pocos minutos falleció? ¿No te parece extraño? —dijo Laura con sarcasmo.Greta apretaba los puños, tratando de controlarse porque no le convenía delatarse ante ella.—Mira, Laura, te lo voy a decir una vez: Armando falleció a causa de un infarto. Yo no le puse un dedo encima; él soli
Era muy tarde. Grecia se había quedado dormida después de tanto llorar en el sillón de su habitación. Guillermo había regresado del restaurante, había bebido algunas copas de vino, pero estaba sobrio; solo se sentía un poco relajado. Al subir las escaleras para dirigirse a su habitación, se detuvo en la puerta de la habitación de Grecia. Allí estuvo por unos minutos, indeciso sobre si debía llamar a su puerta. “¿Estará dormida?” se preguntó. Sin embargo, el deseo de verla y hablar con ella era mucho más fuerte. Después de pensarlo, decidió tocar.—Grecia, ¿estás despierta? —preguntó suavemente.Grecia abrió los ojos, ya que tenía el sueño ligero. Miró el reloj sobre la mesa y se sorprendió al ver lo tarde que era; ya era medianoche. Se había quedado dormida en el sillón sin darse cuenta. Sobre la mesa junto a su cama, estaba su cena en una charola que le había llevado Matilde. Se levantó rápidamente y decidió abrirle la puerta a Guillermo.—Es muy tarde, ¿dónde estabas? —dijo, bosteza
Había mucha tensión en el ambiente. Greta intentaba mantenerse firme, pero sus piernas comenzaron a temblar; no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.—¿Qué haces aquí, Pablo? —preguntó incrédula.—¿No me vas a saludar, mi amor? —le dijo con sarcasmo—. ¿Esa es la forma de saludar al padre de tu hijo?Greta abrió los ojos con asombro, se puso pálida y sintió un escalofrío recorrer su piel. Miró a su alrededor, asegurándose de que alguien de la servidumbre no hubiera escuchado.—¿Pero acaso te has vuelto loco? ¿Cómo te atreves a aparecerte aquí en mi casa? Y no te permito que menciones a mi hijo.—Cálmate, Greta. Mira que ya no estás en edad de tener corajes. ¿Y no me invitas a pasar? Vine porque me enteré de la muerte de Armando y quise tener la gentileza de darte el pésame a ti y a mi hijo, Luis Fernando —repitió, haciendo enfurecer a Greta. Sus manos temblaban; estaba realmente abismada con la visita de Pablo.—Vete, por favor, te lo pido. Vete de aquí, mira que Luis Fernando pu
Capítulo 1: La traición Nunca imaginé que mi vida cambiaría tan drásticamente en un instante. Me desperté aquella mañana en la lujosa mansión de los Ripoll, sintiendo el peso de la opulencia a mi alrededor. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de seda, iluminando mi habitación con un brillo dorado. Sin embargo, a pesar de la belleza que me rodeaba, mi corazón se sentía agobiado. Desde que me casé con Luis Fernando, siempre supe que su familia no me aceptaba por mi condición humilde. Yo, una mujer proveniente de una familia de bajos recursos, sin tener un apellido importante, había logrado lo impensable al casarme con el heredero de una de las familias más ricas de Nueva York. Pero a pesar de mi amor por él, la sombra de Laura, su exnovia, siempre estaba presente. La gente la adoraba: era hermosa, de alta sociedad y con una personalidad que podía encantar a cualquiera. Era la candidata perfecta que sus padres querían para esposa de Luis Fernando. Esa mañana, m
Empujé la puerta de la oficina con la esperanza de encontrar a Luis Fernando un poco más tranquilo y dispuesto a escucharme. Sin embargo, lo que vi me dejó paralizada. Allí estaba él, abrazado a Laura, compartiendo un beso apasionado que me desgarró por dentro. —¡Luis Fernando! —grité, con mi voz temblando de indignación y dolor. Me sentía devastada, como si el suelo se abriera bajo mis pies. Había ido a buscarlo con la única esperanza de que pudiera creer en mí, de convencerlo de que las fotos eran un montaje, pero al verlo junto a Laura, me di cuenta de que todo estaba perdido. Luis Fernando se separó de Laura de inmediato; su rostro reflejaba sorpresa y confusión, era obvio que no esperaba verme allí después de haberme dejado destrozada con sus insultos. Sin embargo, al verme, su expresión se tornó en una mezcla de dolor y reproche. Laura sonreía con malicia, como si supiera que su plan había funcionado a la perfección. —¿Qué haces aquí, Grecia? —preguntó Luis Fernando, frun
Al salir del edificio, el aire frío de la ciudad me golpeó en la cara; sin embargo, no sentía el frío. Mi corazón estaba helado por el dolor. Caminé sin rumbo, no sabía a dónde ir o a quién acudir. Ya no tenía a mis padres, no tenía amigos que pudieran ayudarme; todo lo que veía a mi alrededor se desvanecía. Las calles de Nueva York, que alguna vez me habían parecido llenas de posibilidades, ahora se sentían vacías y solitarias. “Dios mío, no sé qué voy a hacer. No tengo dinero, ni dónde pasar la noche”, pensé mientras caminaba con la mirada perdida. Me detuve en una esquina, apoyándome contra una pared, mientras las lágrimas caían por mi rostro, me sentía débil. Había dejado la mansión de los Ripoll con la esperanza de recuperar a Luis Fernando, pero ahora me sentía más sola que nunca. Sin embargo, en medio de mi desesperación, una chispa de determinación comenzó a encenderse dentro de mí. Sabía que no podía dejar que Laura y Luis Fernando me destruyeran. Tenía que levanta