Grecia miró a Guillermo con tristeza. Hubiera dado cualquier cosa por sentir algo por él, con tal de no experimentar el dolor que le causaba amar a Luis Fernando.—Te hice mucho daño cuando me negué a aceptar tu propuesta de matrimonio. Sin embargo, después de todo lo que me ha pasado, he reconsiderado y quiero saber si aún estás dispuesto a casarte conmigo.A Guillermo se le iluminaron los ojos de emoción, pero al mismo tiempo sintió una mezcla de desilusión. Sabía que su petición llegaba en medio de circunstancias difíciles y no precisamente porque ella realmente quisiera casarse con él.Caminó alrededor de la habitación, mirando a través de la ventana pensativo. Luego se volvió hacia ella y le dijo:—Sabes que estoy enamorado de ti y que te amo como jamás lo haré con ninguna otra mujer. Pero quiero que seas honesta, aunque esto me cause daño: ¿quieres casarte conmigo por vengarte de Luis Fernando o porque realmente deseas que nos demos una oportunidad de tener una vida juntos?Grec
Luis Fernando miraba a Laura con el ceño fruncido y una expresión de molestia. Se sentía profundamente decepcionado por todo lo que sucedía a su alrededor, y la presencia de Laura lo perturbaba aún más.—Por favor, no estoy para noticias. No tengo ganas de hablar —dijo a Laura, con la voz tensa.—Cariño, por favor, no me hables así. Lo que vengo a decirte es importante.—No me interesa lo que vayas a decirme. Laura, siento que no te das cuenta de lo que estoy sufriendo. No puedo entender tu falta de empatía en estos momentos. —Pero, Luis Fernando, por favor, escúchame. Lo que tengo que decirte——Ya te dije que no me interesa. Quiero que me dejes solo y te largues. Estoy cansado de todo esto. Pienso que tomé una decisión muy apresurada al comprometerme contigo de nuevo. —¿Qué has dicho? ¡No me puedes hacer esto, Luis Fernando! Tú no puedes dejarme plantada por segunda vez. Eso sería demasiado humillante.—Lo siento mucho, Laura, pero en este momento no tengo la cabeza para pensar en
Laura estaba nerviosa; todo le estaba saliendo a pedir de boca hasta que supo que Armando había despertado.—¿Qué pasa, Laura? ¿Hablaste con Luis Fernando? —le preguntó Greta, sin imaginar todo lo que había pasado.—Greta, debes venir a la clínica urgente. Tu marido acaba de despertar y pidió hablar con mi Luis Fer.Greta, que estaba tomando un baño de espumas, se levantó de forma abrupta, abismada.—¿Qué has dicho? ¿Pero estás segura de eso? ¿No será que entendiste mal?—No, el doctor se lo dijo en mi presencia a Luis Fer. Y él subió a verlo. ¿Te das cuenta? Si mi suegrito abre la boca y le cuenta toda la verdad, estamos perdidas.—Ya cálmate, Laura. Debes controlarte. Salgo inmediatamente para allá, pero en lo que llego, haz algo: sube a terapia intensiva, inventa cualquier excusa para evitar que Luis Fernando vea a Armando.—Está bien, pero date prisa. Hay algo más que tienes que saber, pero te lo diré cuando llegues aquí.Laura colgó la llamada y subió de prisa a la sala de cuidad
Greta subió a la sala de terapia intensiva con una actitud decidida, dispuesta a evitar a toda costa que Armando pudiera decirle algo a Luis Fernando. Al llegar, una de las enfermeras de guardia la detuvo. —Señora, disculpe, pero no puede entrar. Esta es un área restringida. Greta, intentando disimular, hizo creer que era un descuido suyo, que no sabía que estaba prohibido. —Ay, perdón, pensé que podía pasar a ver a mi marido. Es que no sé mucho de estas cosas, estoy muy preocupada y quería verlo. Dijo esto entre unas cuantas lágrimas fingidas que le salieron con una facilidad que ni la mejor actriz podría haber logrado. La enfermera, conmovida por su aparente angustia, dudó un momento, pero la política del hospital era clara. —Lo siento, señora. Debe quedarse en la sala de espera. El doctor prohibió estrictamente las visitas al paciente después de la crisis que sufrió. Greta, sintiendo que su plan podría desmoronarse, sonrió con tristeza y asintió, aunque su mente
Mercedes, al ver llegar a Grecia junto a Guillermo, se emocionó hasta las lágrimas. Fue realmente un gran susto el que pasó cuando cayó en sus brazos desmayada; llegó a pensar que no se salvaría.—Grecia, amiga, qué maravilla verte! No sabes lo preocupada que estaba por ti. Tenía tantas ansias de ir a la clínica, pero Guillermo me dijo que todo estaba bien, que el médico te había controlado la presión.—Gracias, Mercedes, siempre tan linda conmigo. De no haber sido por ti, creo que me hubiera muerto ese día.—Ni lo digas. Así que ahora lo que tienes que hacer es descansar. Pero han debido irse directo a mi casa; para eso te di las llaves.Grecia miró a Guillermo, y este enseguida le dijo:—Grecia ya no se va a quedar en tu casa, Mercedes. A partir de ahora, me la voy a llevar a la mía.Mercedes abrió los ojos sorprendida, sin entender lo que estaba pasando.—¿Qué has dicho? Pero aquí ha pasado algo que yo no sé. —dijo sonriendo mientras los miraba a ambos.Guillermo se adelantó en res
Mientras la tragedia se acercaba a la familia Ripoll, Grecia llegó a la casa de Guillermo. Al estacionar el auto, él la miró sonriendo.—Bien, mi bonita, ya llegamos. Esta será tu casa a partir de ahora.Grecia, aún dentro del auto, miró a través de la ventanilla y abrió los ojos sorprendida.—¿Qué? ¿Esta es tu casa? —dijo incrédula.—Así es. ¿Qué pasa? ¿Acaso no te gusta?Ella lo miró y respondió:—¡Estás bromeando! No me gusta, ¡me encanta! Pero jamás imaginé que fuera una mansión. Es muy lujosa por fuera; no puedo esperar para saber como es por dentro. Guillermo sonreía, observando la ingenuidad de Grecia. Su espontaneidad y la forma en que manifestaba sus sentimientos lo enamoraban aún más.—Pues esta mansión, como tú la llamas, es a partir de ahora solo tuya.—¡Por Dios, Guillermo! No digas eso.—Sí lo digo. Cuando te dije que te iba a hacer vivir como a una reina, no estaba mintiendo. Déjame abrirte la puerta, señorita; voy a llevarte a tu nueva casa.—¡No! ¿Qué haces, Guillerm
Greta había conducido el auto a exceso de velocidad, quería llegar lo más rápido posible a su casa, no lograba contenerse, le había causado una fuerte impresión la forma en que Armando había muerto frente a ella. Después de conducir aproximadamente por un periodo de una hora, llegando al punto de perder la noción de a dónde iba, por fin llegó a la mansión Ripoll, dejando el auto mal estacionado. Entró a toda prisa y subió las escaleras corriendo. Al llegar a su habitación, se despojó de toda la ropa y se metió debajo de la ducha. Estaba muy nerviosa; sentía que quería quitarse de la piel aquel olor a clínica, y sobre todo quería borrar las huellas de Armando sobre sus manos. Estaba fuera de control no coordinaba lo que hacía. “Yo no lo maté en realidad, solo le dije la verdad sobre mi amante, y él solito se murió. No tengo la culpa de que no haya sido capaz de soportar la verdad”, se repetía a cada momento mientras se frotaba la piel con fuerza, como si el agua pudiera limpiar su c
Capítulo 1: La traición Nunca imaginé que mi vida cambiaría tan drásticamente en un instante. Me desperté aquella mañana en la lujosa mansión de los Ripoll, sintiendo el peso de la opulencia a mi alrededor. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de seda, iluminando mi habitación con un brillo dorado. Sin embargo, a pesar de la belleza que me rodeaba, mi corazón se sentía agobiado. Desde que me casé con Luis Fernando, siempre supe que su familia no me aceptaba por mi condición humilde. Yo, una mujer proveniente de una familia de bajos recursos, sin tener un apellido importante, había logrado lo impensable al casarme con el heredero de una de las familias más ricas de Nueva York. Pero a pesar de mi amor por él, la sombra de Laura, su exnovia, siempre estaba presente. La gente la adoraba: era hermosa, de alta sociedad y con una personalidad que podía encantar a cualquiera. Era la candidata perfecta que sus padres querían para esposa de Luis Fernando. Esa mañana, m