El futuro heredero

Yo no salía de mi asombro, mientras Guillermo se veía afligido al recordar aquel episodio tan doloroso de su vida. Le afectaba mucho hablar de eso.

—Siento que durante todo este tiempo viví en medio de una mentira. Entonces, ¿quiere decir que Luis Fernando, al igual que sus padres, son ricos gracias al fraude que hicieron a tu familia?

—Así es, Grecia. Aunque, con honestidad, te digo que no estoy seguro si Luis Fernando está al tanto de las triquiñuelas que cometieron sus padres, éramos muy jóvenes cuando aquello ocurrió. Sin embargo, considero que lo que te hizo fue inaceptable.

—Lo sé —respondí, decepcionada—. No puedo justificar la conducta de Luis Fernando, pero la verdadera artífice es Laura. Ella fue quien sembró esta trampa para que él me sacara de su vida.

—Y ahora que sabes quiénes son realmente los Ripoll, ¿le dirás a Luis Fernando que esperas un hijo de él?

Por un momento, titubeé al responder. Aún no había tenido tiempo de asimilar que llevaba un hijo en mi vientre.

—No lo sé. La verdad es que me siento muy contrariada con todo esto que me acabas de contar. Además, si llego a contarle que estoy embarazada, va a creer que no es su hijo. Piensa que tengo un amante. —dije con frustración. .

—Bueno, creo que es mejor que vayamos a trabajar. El restaurante debe abrirse en unos minutos —dijo Guillermo mirando su reloj, visiblemente afectado.

Al salir de la oficina, me encontré en el pasillo a Mercedes. Estaba hecha un manojo de nervios, ya que no sabía si Guillermo, después de enterarse de mi embarazo, iba a despedirme.

—Por fin sales de la oficina, Grecia. Pero dime, ¿qué pasó? ¿Guillermo te despidió?

La miré compungida y la abracé, rompiendo en llanto.

—Amiga, lo siento. Me imagino que sí te despidió, te lo dije, él no te iba aceptar embarazada, pero tranquila, vamos a encontrar otra solución.

—No, Mercedes —le dije, secando mis lágrimas—. No me despidió.

Ella me miró sorprendida.

—¿Cómo? ¿No lo hizo? Pero, ¿entonces por qué estás llorando? ¿Acaso te dijo algo que te ofendiera?

—No, peor que eso.

—No te entiendo, Grecia. ¿Qué fue lo que pasó y por qué se tardaron tanto en la oficina?

—Es una historia muy larga y no hay tiempo para contarte.

—¡Ah, no, Grecia! Me tienes que decir. Me muero de la curiosidad.

—Está bien, acompáñame a la cocina que debo comenzar a trabajar y en el camino te cuento.

(…)

Mientras tanto en la mansión de los Ripoll…..

Narrador:

Mientras Grecia se reponía de su tristeza y decepción, en la mansión de los Ripoll, la familia estaba reunida en el comedor, desayunando como todos los días, con la diferencia de que esta vez Grecia ya no estaba presente, y en su lugar ahora estaba Laura.

—Siento que se respira una paz después de que esa mujer salió de nuestras vidas —dijo Greta, tomando un sorbo de café.

—Así es, Greta. Por fin mi Luis Fer se liberó de esa gata igualada. Todo volvió a su lugar, ¿verdad, mi amor? —le dijo Laura a Luis Fernando, dándole un beso en la mejilla.

—Luis Fer, mi amor, te estoy hablando. Parece que estuvieras en otro mundo —insistió Laura, con una expresión de molestia.

—Discúlpenme todos, pero he perdido el apetito. Además, ya tengo que estar en la oficina —respondió Luis Fernando.

—Luis Fernando, siéntate, por favor —le dijo Greta con un tono autoritario—. ¿Cómo es posible que le hagas ese desplante a Laura?

—Mamá, por favor, no comiences. No me siento bien, es todo.

Greta lo miró con una expresión de odio en sus ojos. Sabía perfectamente que su malestar se debía a la ausencia de Grecia.

—A mí no me engañas, Luis Fernando. Estás así por esa mesera de quinta.

—¡Ya basta, mamá! Esa mesera, como tú la llamas, es todavía mi esposa.

—Cállate, Luis Fernando. ¿Cómo es posible que, después de lo que te hizo, aún la defiendas? Se te olvida las fotos donde sale besándose con su amante.

Luis Fernando se levantó de la mesa y dio un golpe que sorprendió a todos.

—¡No, no se me olvida, mamá! Y esa es la razón de mi dolor. ¿Cómo pretendes que esté después de su traición? Esto me ha destrozado el alma.

Sus ojos se llenaron de lágrimas; estaba completamente devastado. Laura solo observaba, sin decir una palabra. En el fondo, ella era la causante de toda la desgracia de Luis Fernando.

—Entiendo cómo te sientes, pero dentro de muy poco esa mujer ya no será tu esposa. Tu padre y yo hemos arreglado todo para que el divorcio salga lo más pronto posible.

—¿Divorcio? —dijo Luis Fernando, extrañado.

—Sí, divorcio. ¿Pero qué es lo que te extraña? El divorcio es lo más sensato después de este engaño tan desastrozo.

Luis Fernando se quedó callado. A pesar de su dolor, había llegado a considerar echar a Grecia de su vida, aunque no había pensado seriamente en divorciarse. Todo había pasado muy rápido y el dolor en su corazón lo tenía vulnerable, porque a pesar de todo, todavía la amaba.

—Creo que Grecia y yo debemos manejarlo. El divorcio es algo que solo nos compete a ambos.

—¡Claro que no! —exclamó Greta con determinación—. No voy a permitir que vuelvas a tener ningún contacto con esa mujer. Entiende que manchó el nombre de esta familia y no quiero que siga llevando nuestro apellido. Así que del divorcio nos encargamos tu padre y yo, ¿no es así Armando? —preguntó Greta a su marido.

Armando era un hombre muy callado, con un carácter más apacible que Greta, pero tenía la misma ambición de su mujer. Sin embargo, a diferencia de ella, era un poco más flexible, tenía más sentimientos y amaba profundamente a Greta, por eso siempre terminaba haciendo lo que ella le imponía.

Se rascó la garganta y respondió:

—Sí, hijo, creo que tu madre tiene razón. Nosotros nos encargaremos junto con el abogado de la familia de todo el proceso de divorcio para evitar que tengas que pasar por más dolor, y lo haremos de una manera discreta para evitar cualquier escándalo.

Luis Fernando solo escuchaba, contrariado. Quería defender a Grecia, pero al recordar las fotos con ese hombre con el que supuestamente se besaba, algo dentro de él lo hacía reaccionar de forma diferente, dejándose llevar por la rabia y los celos que sentía, así como por la impotencia de saberse engañado por la mujer que amaba.

—Está bien, hagan lo que quieran. Total, ya todo está perdido.

Al decir eso, Greta y Laura se miraron entre sí y sonrieron. Ambas estaban de acuerdo en llevar a cabo sus planes para que Laura terminara casándose con Luis Fernando.

—Con permiso, me marcho. Creo que ya todo está dicho —dijo Luis Fernando, lanzando la servilleta de tela sobre la mesa con desagrado.

Pero antes de que este pudiera irse, Armando, su padre, lo detuvo diciéndole:

—Luis Fernando, espera. No te vayas todavía, porque tengo algo importante que decir.

Greta lo miró extrañada, ya que no sabía a qué se refería. Siempre estaba muy al pendiente de todo lo que hacía Armando, y le llamó poderosamente la atención que tuviera algo que decir sin antes hablarlo con ella.

—¿Qué pasa, papá? ¿Qué tienes que decir? —preguntó Luis Fernando con inquietud.

—La verdad es que me sorprendes Armando. —dijo Greta levantando una ceja y clavando su mirada en él con una expresión de asombro. —Me tienes con curiosidad.

—A mi también papá, casi nunca dices nada en la sobremesa, ¿Qué es lo que pasa?

Siéntate, Luis Fernando. Es importante que me escuches. Y qué bueno que sea en este momento en el que Laura está también presente…

Laura abrió los ojos, llena de sorpresa, porque tampoco se imaginaba qué era eso que Armando tenía que decir.

—Hace poco me enteré de que tengo una lesión en el corazón que me limita la calidad de vida.

Todos se quedaron asombrados al escuchar las palabras de Armando. Greta fue la primera en hablar.

—¿Cómo? ¿Pero cuándo te enteraste de eso? ¿Y por qué no me lo habías dicho antes?

—Greta, cálmate. Es importante que me escuches. No había querido mencionar nada antes porque quería estar seguro, y justamente ayer recibí los resultados de los estudios. No es mucho lo que me queda de vida.

—¡Papá, no puede ser! ¡Dios! ¿Cuánta desgracia? —decía Luis Fernando, llevándose las manos a la cabeza, angustiado. Laura tenía una expresión de sorpresa, y Greta lo miraba llena de terror. Nunca se imaginó que Armando pudiera llegar a eso.

—Dios mío, no puede ser. Esto tiene que ser un error. Tú no puedes estar enfermo, Armando. ¡Tú no puedes dejarme! —gritó Greta.

—Cálmate, Greta, por favor. Necesito que me escuchen todos.

—Por favor, mamá, deja hablar a papá. Es importante que diga lo que quiere decir —dijo Luis Fernando, tratando de apaciguar la situación.

—Quiero decirles que, en vista de esto, que para mí ha sido completamente inesperado, he decidido hacer mi testamento. Y siendo tú, Luis Fernando, mi único hijo, me gustaría que te casaras lo más pronto posible con Laura, porque quiero que me den un nieto.

Laura sonrió, sin poder ocultar la alegría en su rostro. Le tomó la mano a Luis Fernando, emocionada.

—Por supuesto, señor Armando. Claro que Luis Fer y yo nos vamos a casar, ¿no es así, cariñito?

—Por favor, papá, esto es una locura. Ni siquiera he terminado de divorciarme. Estoy demasiado contrariado con todo esto.

—Entiendo cómo te sientes, hijo, pero necesito asegurar que la fortuna de los Ripoll esté en buenas manos.

Greta, al escuchar las palabras de su marido, no dudó en intervenir. La fortuna que habían amasado durante años gracias a las recetas de la madre de Guillermo, era inmensa. Y ella cuidaba cada centavo, por lo que no iba a permitir que ahora su marido decidiera sobre la herencia sin contar con ella.

Pero lastimosamente para Greta, Armando siempre administró todo el dinero en vista de que ella solo se dedicaba a gastarlo a manos llenas. Greta no sabía de finanzas y por esa razón, dejó el poder absoluto en Armando para manejar la fortuna. Él sabía que si la dejaba como heredera, iba a terminar despilfarrando todo. Aunque estaba consciente de que todo el dinero ganado era gracias a las recetas que sustrajeron de forma ilícita a los Lombardo.

—Un momento, Armando. —dijo Greta con autoridad. —Yo estoy de acuerdo que se case con Laura. Pero lo más lógico es que, si llegara a pasarte algo, la herencia nos quede a Luis Fernando y a mí. Al fin y al cabo somos tu única familia.

—Lo sé, Greta, pero recuerda que no somos eternos, y solo quiero asegurar que nuestra fortuna esté en manos de un heredero que lleve la sangre Ripoll.

—Exacto, puedes dejar la herencia a nuestro hijo, Luis Fernando, y asunto resuelto, ¿no te parece? —dijo Greta.

—No, Greta —refutó Armando—. Quiero dejar la fortuna a mi futuro nieto, porque, como ya lo ves, Grecia terminó engañando a Luis Fernando. Y de no haber sido porque se casaron por bienes separados, hoy tendríamos que darle la mitad de nuestra fortuna a Grecia.

—¡No! —exclamó Laura, muy ofendida—. Me va a disculpar, señora Armando, pero yo no soy como Grecia. No me compare, porque eso me ofende. Yo, a diferencia de esa mujerzuela, sería incapaz de engañar a mi Luis Fer.

—Discúlpame, Laura, no quise ofenderte —exclamó Armando con seriedad, frunciendo el ceño—. Pero pueden pasar muchas cosas, y yo solo quiero que alguien de mi sangre herede la fortuna de los Ripoll. Por lo tanto, quiero que se casen y tengan un hijo varón que perpetúe el apellido Ripoll y que sea el único heredero de mi fortuna.

Greta estaba estupefacta. Nunca se imaginó que, después de todo, Armando tomara una decisión como esa. Sin embargo, nadie se imaginaba que ese futuro heredero ya estaba en camino y lo llevaba Grecia en su vientre.

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