Donovan Hunt
“Sofía asesinó a su padre, señor. El clan está bajo ataque.” La garganta me arde al leer las mismas palabras una y otra vez. Algo me impulsa a comprobarlo porque odio las maldit@s mentiras. Pero al intentar salir lo que veo me hace empujar la puerta y cubrirme antes de que la ráfaga de balas arrase con ella. Nunca pensé que esto me pasaría. Probablemente fui ingenuo al creer que una traición nunca llegaría a mi vida. Pero cuando veo a Ronald bajar de su auto con varios sujetos rodeando mi casa, sé que es el momento de actuar. Saco las armas y me preparo antes de abrir la puerta que conecta con el pasillo hacia las escaleras. Me muevo hacia la ventana, en donde escucho las sirenas de las patrullas a lo lejos. Hay varios autos y de cada uno descienden al menos cuatro tipos con armas. Estoy rodeado. Sé que si no salgo muerto, lo haré con esposas. —Necesito que guardes algo por mí. —hablo al tipo al otro lado de la línea que acepta, dando a entender que puede intuir lo que sigue. —Me fallas tú, y te arranco la cabeza. —Sin amenazas, Dragón. —responde él sin alterarse lo más mínimo, a la vez que veo por la ranura de la ventana, analizando cada posibilidad. El austriaco accede a tomar lo que ofrezco con ubicaciones que guarda para mí y códigos que le digo dónde encontrar. El corazón me galopa a toda prisa y no es miedo, es furia lo que tengo dentro. Dejo de escucharlo, cuando mis ojos se clavan en la figura que puedo distinguir dentro de la camioneta. La tengo grabada en la cabeza, en el cuerpo y en el alma…y puedo saber que esa figura es suya. Sofía, está en el auto con la mirada al frente, sin siquiera parpadear una sola vez. Hija de… Mis sentimientos por ella me ahogan al darme el golpe de realidad del que advertían muchos. Las Castel son traicioneras. Todos lo dijeron y yo confié en Sofía por… —¿Tan fácil cae el dragón? ¿tan poco puedes luchar? Tanta fama para lo mediocre que eres —profiere Ronald desde afuera, moviendo la manija de la puerta que empuja. No hablo, pero sí juro por mi vida que le voy a arrancar la lengua cuando mi oportunidad llegue. La puerta cede y al primero que asoma le reviento la cabeza con las balas que lo hacen caer de inmediato. La lluvia de proyectiles inicia y la furia en lugar de decirme que busque como salir de aquí, me pide que los destroce para ir por ella también. Que me dispare a la cara si tantos cojones tiene. Me escudo entre los muebles cuando su jauría me empieza a disparar a todos lados, deseando derribarme, pero es algo que no pienso permitir. Lo que nos diferencia es que ellos son tan idiotas como para creer que me quedaré en el suelo esperando mi muerte, y lo contrario queda demostrado cuando me levanto, sosteniendo un arma en cada mano con la finalidad de bajar al menos la mitad de los hijos de perra, los cuales corren cuando ven las balas que atraviesan a sus compañeros. La sangre mancha todo el piso en lo que recargo y disparo sin apartar la vista. Para esto fui entrenado, nadie me ha llegado a afectar y la única que logró hacerlo, esta esperando los resultados de haberme traicionado. Suicida infeliz. Cuando le ponga las manos encima me va a importar poco lo que me hizo creer que sentí por ella. Llego a uno y le atravieso la pierna con un balazo que le abre la boca, donde le entra el siguiente proyectil que lo deja vuelto nada, es a quién uso como escudo para arremeter contra los tipos que corren como los cobardes que son. —¡No hagas las cosas más difíciles, Hunt! —No me provoques entonces, rata traidora. —escupo iracundo. Me muevo atravesando la puerta que da a la cochera, pero antes de llegar puedo ver las luces parpadeantes de las patrullas que me indican la salida que se esfuma. Contengo mi furia y me aseguro de tomar todas las medidas necesarias para que, si yo no sobrevivo, ellos tampoco lo hagan. Coloco una roca en el pedal del acelerador del auto. Cuando el motor arranca y antes de que pueda verlo, la puerta de la cochera se eleva, revelando a todos los que disparan al vehículo, que se estrella contra dos patrullas de frente. Corro hacia la puerta de la cocina, donde conecto los explosivos en las entradas justo a tiempo para salir. La explosión detrás de mí me quema la espalda, pero no me detengo yendo a toda prisa por el segundo auto que estoy seguro Ronald conoce, por lo que paso de largo tirando la granada al ver el explosivo que hay bajo este. El hijo de perra sabe mis movimientos y en cegarme de esos puntos se enfocó. Miro atrás y los que me persiguen empiezan a dispersarse, tal cual una redada muy bien planeada. Cruzo la lavandería llegando a la sala de juegos que cierro, yendo directamente a la losa removible que levanto con el cuchillo, con el pulso a mil y las manos sosteniendo el paquete que tiro adentro antes de cerrar de nuevo, para enterrarlo, cómo lo haré con ella. Mientras yo preparaba un regalo para Sofía, ella planeaba cortarme la cabeza. Mientras hablaba con su padre sobre nuestro matrimonio, ella hablaba de lo que no debía. Pero así cómo la dejé entrar en mi alma, de la misma forma me la voy a arrancar. Puedo percibir sus pasos alrededor. Quieren tomarme por sorpresa, pero mi decisión está tomada. Si muero la venganza será quitada de sus hombros; si vivo, seré torturado. Pero no le pueden causar dolor a quien entregó su alma y la hicieron añicos como si nada. No hay dolor más grande que ese y no me quedaré de brazos cruzados. Arranco los seguros con los dientes, sosteniendo el control automático en la otra mano. Coloco la segunda y tercera en el mismo sitio. Enciendo un cigarrillo y mantengo el encendedor con la llama encendida. —Llorarán sangre. Te doy mi palabra, padre. —Elevo el mentón y doy una calada al cigarrillo antes de tirarlo al piso. Mi deseo es que todos los implicados corran, pues harán mi cacería más exquisita. Aprieto el botón, limpio mi nariz y, al ver los pies de varios oficiales, me río de lo patético que se mira Ronald escondiéndose entre arbustos. Sostengo las granadas de mano y las lanzo contra la mesa, haciendo que todos corran a refugiarse. No me muevo, solo respiro furia acumulada. Se levantan rápidamente mientras me siento en una silla, dejando que todo siga su curso. Caigo el día que eligieron, pero no como ellos querían. Soy muerte, fuerza y autodominio, usando la destrucción para crear el poder que los hará temblar. Me rodean con las esposas listas, ignorando que esto no es mi fin, sino el inicio de mi captura para una liberación que mostrará mi contención ante el mundo. Porque me mentalizo en que voy a regresar, peor de lo que he sido para todos.Sofia.La repulsión que siento por mí misma me hace pasar grandes tragos de licor, cuidando de que nadie me vea. Los recuerdos me invaden, pero ya no hay lágrimas. Quizá se debe a que vacié mi alma.Soy físicamente igual, puedo verlo en el reflejo frente a mí, pero ya no me reconozco. Cuatro años han pasado desde esa noche. Tres años, dos meses y diecisiete días desde que crucé la salida de esa cueva debido al acuerdo que hice con Abraham Myers para casarme con su hijo. Estoy fuera, pero no soy libre y tal vez, nunca lo sea. —Levanta la cabeza. Mis ojos se clavan en el dueño de esa voz. —Cinco minutos te pedí. —Vierto todo el licor del vaso en mi boca, antes de volver a mi postura. —¿No puedes vivir ese tiempo sin mí? Me cuelgo del brazo de Dylan, adoptando mi cara más enamorada. Dentro del salón nos esperan sus padres y los socios de la familia, entre los que me sumerjo cómo la pieza de colección que soy para ellos. Me repugnan todos; la forma en que se ríen, como hablan, sus
Sofía Castel.Espalda recta, cabeza en alto, cabello perfecto, imagen impecable para que la figura del gobernador Kirchner no quede por el suelo en el minuto que se acerque a mí. La máxima autoridad debe ser perfecta, tanto cómo lo son sus gustos y a saber sobre eso me dedico al atravesar la puerta sin mirar a ningún otro lado que no sea el frente. Mis pies tocan el mármol y todos están pendientes. Mi colonia se dispersa, atrayendo más miradas; me aseguré de que las feromonas fueran efectivas.Me siento en la mesa del centro manteniendo la imagen de chica descuidada hasta que la carta llega a mí. El mesero se planta a mi lado y asiento sutilmente antes de que este llene mi copa para luego retirarse. Me deja sola en lo que preparan mi pedido pasado noventa y siete segundos para que unos pies se planten frente a la mesa. Subo con lentitud hasta toparme con ese rostro conocido para mí, que sonríe pícaramente, dejando en claro que no se irá sin una respuesta afirmativa a lo que desea pr
Donovan Los reos me miran de lejos, nadie se acerca y espero así continúe porque ganas de hacer crecer mi lista no faltan. Rasuro mi barba mientras leo el periódico que me hace apretar las cuchillas que deslizo por mi barbilla. Muerto. El hijo de perra está muerto, sin darme el tiempo de mandarlo al infierno yo mismo. El maldit0 de Slade no pudo haber caído por algo que podía haber esperado. Matarlo con mis propias manos ha sido la única razón para mantenerme con vida todos estos años. Copiar cada cicatriz que tengo en el cuerpo ha sido mi motivación para vivir y ahora…Miro mi reflejo con la imagen que tengo detrás de mí. Esa es otra. Ella es mi otra deuda para cobrar. Me faltan muchas. Pero espero solo una. Disfrutaré romper su alma, impregnar su ser de dolor, volver trizas cada centímetro de su vida y volcar su razonamiento, porque así como llegó a ser fuerte, sé que puedo llevarla al infierno para hacerla conocer el miedo. Me limpio el rostro y observo a quiénes me evitan.
Donovan. —Buenas noticias, Hunt —me dice el mismo custodio de todas las noches. Es un viejo que cree que la vida es un rosal con algodones de azúcar—. Sea cual sea el trato que hicieron por ti, funcionó. El gobernador te quiere fuera esta misma noche.—Tardó mucho —respondo, soltándome de la barra y cayendo al suelo. Bajo los brazos y empiezo a quitarme las vendas hechas de ropa vieja, desenredándolas sin mirarlo. No me sirve, y aquello que no me genera beneficios va directo a la basura o no merece mi interés.—Tu libertad representa delitos pagados, pecados perdonados. No lo arruines —debo soportar su discurso sobre humanidad—. Es una nueva oportunidad para regenerar tu vida, muchacho. Aprovecha.Vive de sueños.—Nadie que conoce el infierno querrá volverse bueno por sentirlo, sino porque le conviene, —paso a su lado. —Cuando te pida un sermón, lo voy a escuchar. Antes de eso, úsalos para tu conveniencia. —Eres una causa perdida, —exclama derrotado. —Soy una misión que nadie puede
Sofía Castel. “¿Qué voy a hacer?”La pregunta se repite en mi cabeza una y otra vez mientras conduzco. Con cada palabra del médico, las opciones se multiplican.Pensé que la prueba estaba defectuosa, pero los análisis no mienten. Lo confirman en lugar de descartar.Donovan no quiere hijos. Lo ha dicho muchas veces. Al menos no ahora, por eso nos hemos cuidado… excepto esa vez.¡Por Dios! ¿Qué voy a hacer?Sus palabras calcinan mi mente con cada metro recorrido. A medida que pasan los segundos, lo siento más mío. Descubro ese deseo de conocerlo y, solo de imaginar que tiene sus ojos o los míos, lo quiero ver.Aún recuerdo el día en que lo conocí en aquella cafetería. Nuestro primer encuentro me hizo pensar que siempre odiaría a la arrogancia personificada que tenía frente a mí. Sin embargo, bastaron solo un par de meses para que esas miradas, tan características de él, despertaran en mí el deseo de descubrir qué secretos ocultaba su silencio.Donovan Hunt, conocido como el Dragón. Un
Sofía Castel. Al bajar los escalones, Phoenix sostiene una taza con café entre las manos, cambia el gesto tenso en cuánto me ve. —¿No es tarde para que salgas? —pregunta mirando su reloj.—Elisa quiere que pase la noche con ella. Hace mucho no voy. —miento.—Pues dile a Elisa también puede ingresar a esta casa. No sólo en la suya se pueden quedar—, deja la taza sobre una mesita. —Si tienes unos minutos quiero que hablemos sobre algo.—¿Ahora? —se me está yendo el tiempo.—Puede ser mañana, si tienes prisa. —comprende. Me da un beso en la frente y pasa de largo. Es un manipulador que sabe cómo actuar para crear culpa en alguien y que haga lo que quiere. —¿De qué se trata? —lo alcanzó en la puerta. Mira arriba de las escaleras y sonríe entrando conmigo. —Tengo diez minutos.Se sienta atrás de su escritorio, sacando un folder negro que abre.—Tienes veintidós años. Sabes cómo llegaste a esta casa. —se refiere a mi adopción. —Sin embargo; debes comprender que has sido una Castel desde